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martes, 6 de octubre de 2020

Analizar los ciclos recorridos por la diosa del agua ayuda a construir identidades: Leonardo López Luján

  Analizar los ciclos recorridos por la diosa del agua ayuda a construir identidades: Leonardo López Luján

Yahoo/Buzón
  • El Colegio Nacional <elcolegionacional@colnal.mx>
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    mar. 6 de oct. a las 14:48
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    6 de octubre 2020

    ECN/255

    Ciencias Sociales

      y  Humanidades 


    ANALIZAR LOS CICLOS RECORRIDOS POR LA DIOSA DEL AGUA AYUDA A CONSTRUIR IDENTIDADES: LEONARDO LÓPEZ LUJÁN

     

    *Como parte del ciclo Miradas hacia el pasado, Historias póstumas de los monumentos prehispánicos, coordinado por Eduardo Matos Moctezuma, integrante de El Colegio Nacional, la conferencia La diosa del agua de Teotihuacan, a cargo del colegiado Leonardo López Luján, fue la recomendación en línea de este martes 5 de octubre en las redes sociales de la institución

    *El arqueólogo ofreció un recorrido sobre el uso e interpretación de dos monolitos hallados en Teotihuacan, representaciones teotihuacanas de la diosa del agua

    *Una muestra de las interpretaciones es que a una de ellas se le conocía como “La piedra del desmayo”, por la creencia popular de que todo aquel que osaba sentarse en el monolito caía inmediatamente desmayado

     

     

    Ciertos elementos arqueológicos, incluso escultóricos, han permitido acercarse a la identidad de los mexicanos, aun cuando poco llega a saberse del recorrido en investigación que debe desarrollarse para llegar a distintas conclusiones: muchos de ellos fueron analizados durante el ciclo Miradas hacia el pasado. Historias póstumas de los monumentos prehispánicos, coordinado por Eduardo Matos Moctezuma, integrante de El Colegio Nacional.

    La diosa del agua de Teotihuacan, recomendación en línea del 5 de octubre de El Colegio Nacional, conferencia dictada por el colegiado Leonardo López Luján en 2015, alude a la escultura concebida como una biografía cultural que permitió constatar “cómo dos moles de andesita han vivido vidas sumamente diferentes a lo largo del tiempo, cobrando entre sus creadores y sus usuarios significados distintos”.

    El arqueólogo se refirió a dos monolitos asociados a la diosa del agua, uno de ellos aún localizado en la zona arqueológica de Teotihuacan y, la otra, como protagonista que lleva el nombre de esa cultura en el Museo Nacional de Antropología.

    “Esculturas que han sido clasificadas y reclasificadas en un mundo de categorías culturales cambiantes.  De máximas imágenes sagradas, en tiempos prehispánicos, se convirtieron con la conquista, en ídolos profanados que, en el mejor de los casos, sirvieron como mundanas mojoneras a los pobladores locales”.

    “Luego se erigieron en instrumentos de los positivistas, para definir antiguos sistemas de medida o bien métodos de identificación racial, las poblaciones locales, entre tanto, las imaginaron como receptáculos de poderosas fuerzas que causaban el desmayo o como humanos petrificados por sus acciones pecaminosas”.

    Con el paso de los años, recordaba Leonardo López Luján, las imágenes fueron elevadas a la categoría de bienes patrimoniales, al grado de que se les consideró dignos de ser atesorados de museos, donde se les exhibía como cimientos del orgullo nacional y como forjadores de identidades compartidas

    “Hoy, ¿qué significan para nosotros? Para nosotros, los arqueólogos, son reflejos parciales e imperfectos de nuestro pasado. Testimonios de tiempos idos”.

    Su uso a lo largo del tiempo

    Pero todo tiene un comienzo. Para su reflexión, el arqueólogo eligió sendas esculturas de gran formato procedentes de Teotihuacan, una civilización que ahora conocemos mucho mejor gracias a las aportaciones de generaciones de arqueólogos; por ejemplo, que buena parte de estas esculturas mayores cumplieron la función primordial de destacar y calificar a los edificios más importantes de este centro urbano.

    “Las encontramos, por ejemplo, emergiendo de muros, escalinatas y accesos; o en el centro de plazas y patios de primer orden. Se trata de representaciones antropomorfas, zoomorfas o simbólicas, marcadamente frontales, de las cuales se obtiene poca o nula información cuando se les rodea”.

    Las piezas se inscriben en la tradición más abstracta del arte mesoamericano: un arte resueltamente no naturalista y no narrativo, que obedecían a una ideología corporativa y eminentemente religiosa, las cuales datan de los primeros 500 años de nuestra era, fueron talladas entre el siglo I y el V después de Cristo.

    Representan seres humanos del sexo femenino: la más conocida de ellas, Monolito 1 se exhibe hoy en la Sala de Teotihuacan del Museo Nacional de Antropología; está en perfecto estado de conservación y tiene 3.19 metros de altura y un peso de 23 mil 800 kilogramos.

    La otra, el Monolito Dos, se encuentra aún en el sitio arqueológico y está muy dañada, por lo que su altura se reduce a 1.95 metros, y su peso a seis toneladas. Ambas esculturas están talladas en una lava que es gris pálida, cuya fuente se encuentra a 25 kilómetros al sur de Teotihuacan, en el flanco occidental de nuestra sierra nevada.

    Un recorrido histórico-arqueológico sobre el uso y el acercamiento a esas esculturas, que en algunos casos funcionaran como mojoneras, o elementos para definir los límites entre una población y otra, en muchos momentos se tomaron como elementos curiosos, “como una piedra grande y bien cortada”, como se le llegó a definir en un momento: “era una piedra sacrificial” o “el pedestal de una escultura”.

    “En las publicaciones del montañista inglés Charles Joseph Latrobe y el diplomático británico Mayer, ya en el siglo XIX, se menciona que el monumento era conocido como ‘La piedra del desmayo’: recibía ese nombre por la creencia popular de que todo aquel que osaba sentarse en el monolito caía inmediatamente desmayado. La creencia podría tener raíces indígenas, pues los nahuas y los otomíes afirman hoy que, desde las piedras hasta los monolitos, alojan las fuerzas primigenias y, en ocasiones, nocivas de las divinidades ancestrales”.

    En lo que respecta a la función original de estos dos monolitos teotihuacanos, en fechas recientes se ha propuesto que ambos eran representaciones de una diosa lunar, o bien de diosas montañas sobre las que se practicaba la erección ritual del árbol cósmico. También se ha dicho que eran efigies de gobernantes de carne y hueso, vestidos con atuendos femeninos.

    “Sin embargo, parecen mucho más plausibles las viejas y variadas hipótesis que los identifican como diosas del agua, la tierra y la vegetación”, recalcó Leonardo López Luján, quien reconoció que se trata de los dos monolitos más grandes encontrados hasta ahora en el sitio arqueológico.

    “Es evidente que no cumplían una función secundaria a nivel arquitectónico, pues nunca estuvieron empotradas a escalinatas o a los muros de un templo. Son dos raros ejemplos de esculturas monumentales exentas, las cuales ocuparon una posición central quizá sobre una plataforma o una pirámide, o en el interior de una capilla”.

    Las diferencias

    A fines del siglo XIX, el monolito 1 fue trasladado hacia Ciudad de México, durante una época de desencuentros entre Leopoldo Batrés, impulsor de la medida, y de Alfredo Chavero: mientras que algunos periódicos se limitaban a narrar el avance del monolito día con día, otros discutían el costo de la operación y unos más la pertinencia de las soluciones técnicas elegidas.

    “Otros difundieron el rumor de que la diosa, con sus mágicos poderes, liberaría a los chilangos de una epidemia de influenza que azotaba en aquella época. Un reportero pedía a sus lectores que no esperaran ver a la Venus de Milo, sino a una escultura colosal tan importante para la historia del arte y la arqueología mexicanas, como eran para Europa los cuadros de la escuela primitiva de pintura”.

    Entre las discusiones científicas, al grado de que se nombraron comisiones para resolver el enigma, las cuales nunca llegaron a conclusión alguna, el monolito 1 alcanzó la mayor de las popularidades: un joyero de París creó prendedores y bastones con su efigie. En una pulquería, y una tienda y una marca de cigarros, le pusieron su nombre y se vendieron toda suerte de recuerdos para turistas.

    “Mientras el monolito 2 fue abandonado a su suerte en la zona arqueológica, el monolito 1 fue glorificado en la Ciudad de México por los funcionarios del porfiriato y los siguientes gobiernos revolucionarios; a lo largo del siglo XX se convirtió en una de las máximas obras atesoradas por el Museo Nacional: fue considerada como la expresión artística suprema de la ciudad de los dioses y pasó a ocupar la posición de honor en la nueva sala de Teotihuacan”.

    Desde la mirada de Leonardo López Luján, el análisis de dichos ciclos es sumamente productivo, pues nos informa sobre los distintos roles que las cosas juegan en la vida de sus creadores y de sus usuarios, “y sobre la manera en que les ayudan a los grupos humanos a construir identidades”.

    La conferencia La diosa del agua de Teotihuacan, a cargo de Leonardo López Luján, se encuentra disponible en el Canal de YouTube de El Colegio Nacional: elcolegionacionalmx.   

     

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