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martes, 5 de enero de 2021

LAS ESTATUAS TAMBIÉN MUEREN

 

LAS ESTATUAS TAMBIÉN MUEREN

La Redacción

Las estatuas no son la historia y es muy común que ni siquiera sepamos por qué fueron instaladas en cierto lugar y en un momento determinado, incluso muchos años o siglos después de la muerte del personaje. Con el movimiento internacional de protesta contra las figuras ligadas al colonialismo y al racismo, se ha puesto a discusión una serie de interrogantes sobre estos monumentos presentes en los espacios públicos. México no ha sido la excepción.

 

El 7 junio de este año, en Bristol, Inglaterra, una manifestación de protesta, inspirada en el movimiento de Estados Unidos por los derechos de los afrodescendientes, derribó la estatua de Edward Colston, erigida en 1895, más de 170 años después de la muerte de este comerciante del siglo XVII, quien se había enriquecido con el tráfico transatlántico de casi 90 000 esclavos.

La placa en el pedestal aludía a Colston como un comerciante vinculado al mar, y la estatua habría sido “erigida por ciudadanos de Bristol como un monumento a uno de los hijos más virtuosos y sabios de su ciudad”. Para las ideas victorianas de la época, de fines del XIX, no era de buen gusto hablar de trata de esclavos, que hubieran muerto alrededor de 19 000 africanos solo en la travesía, o que de regreso esos barcos transportaran azúcar producida por el trabajo en esclavitud.

El derribamiento de la estatua desató una furiosa polémica y en los medios británicos pueden encontrarse las opiniones contrastantes. Unos defendían la estatua por las donaciones desinteresadas de Colston a la ciudad, mientras que otros sostenían que era ofensiva como símbolo de Bristol y de sus habitantes negros. Alzó tanto el nivel de la polémica que la ministra del Interior del gobierno, Priti Patel, calificó el derrocamiento como “puro vandalismo, completamente vergonzoso e inaceptable”.

Aquel domingo, la figura de quien fuera un alto funcionario de la Royal African Company cayó al suelo tirada por sogas, fue arrastrada hasta el borde del río Avon y ahogada en sus aguas.

En ese choque de opiniones, sin punto de acuerdo posible, intervino el popular artista gráfico Banksy (supuestamente nativo de Bristol) en Instagram: “¿Qué debemos hacer con el pedestal vacío en medio de Bristol? He aquí una idea que atiende a ambos, tanto a quienes extrañan la estatua de Colston como a quienes no: lo sacamos del agua, lo volvemos a colocar en el pedestal, le atamos un cable al cuello y encargamos algunas estatuas de bronce de tamaño natural de los manifestantes en el acto de derribarlo. Todo el mundo feliz. Un famoso día conmemorado”. La nota le dio vuelta al mundo. Pero en su sarcasmo había algo de razón: tenemos que pensar cómo compartir el espacio público; cuáles expresiones artísticas, que también son escultóricas, pueden convertirlo en un espacio de convivencia civil.

Que el movimiento que protesta contra esas figuras se haya extendido a más de sesenta países, impone el deber de reflexionar sobre su presencia en las calles. Quizá ya no se trata de la discusión sobre el presentismo (ver el pasado con nuestros valores actuales), sino de darnos cuenta de que al parecer esa visión está triunfando.

Durante muchos años los movimientos en distintos países han exigido la remoción de ciertas estatuas porque contradicen sus valores y visiones actuales, así como porque la historiografía actual ha superado las narrativas construidas en el siglo XIX. Afrodescendientes, indígenas y pueblos descolonizados no han sido escuchados en este aspecto, pero después del asesinato de George Floyd en Minneapolis se alzó la indignación contra la brutalidad policial en varios países, en especial porque en ese caso fue provocada por el desprecio a los negros, que sobrevive a pesar de las transformaciones sociales de los últimos cien años.

La indignación que provocó una onda expansiva de protestas puso la demanda del respeto a los derechos humanos como un tema universal.

 

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