Las próximas guerras serán por el agua
FELIPE DE LA BALZE -ECONOMISTA Y NEGOCIADOR INTERNACIONAL
El agua es un elemento esencial en nuestra vida y un gran protagonista de la Historia. Ya sea en referencias bíblicas (el Arca de Noé) o en las profecías mayas sobre los grandes cataclismos ambientales, el agua siempre estuvo presente en los relatos históricos.
Menos del 3% del agua disponible en la Tierra es dulce. La usamos para beber, bañarnos, producir alimentos, energía y productos industriales. La posesión del agua será en el futuro fuente de cooperación y de potenciales conflictos. Sobre todo, donde falte.
Los progresos realizados en la utilización del agua durante los últimos dos siglos son sustanciales. La potabilización de las aguas eliminó el cólera y la disentería durante el siglo XIX. La construcción de grandes acueductos y represas permitió controlar inundaciones, generar electricidad y sumar, gracias al riego, vastas áreas a la producción agrícola. Los sistemas de distribución masiva de agua, alcantarillado y cloacas, revolucionaron la calidad de vida y la salud pública en las grandes ciudades.
Durante el siglo XX, de la mano del crecimiento económico, el consumo de agua se multiplicó casi siete veces, duplicando el incremento poblacional. Pero pese a los avances, 1000 millones de personas no tienen acceso al agua potable, 1900 millones de personas (30% de la población mundial) viven en regiones que sufren escasez de agua y 2600 millones no tienen acceso a sistemas modernos de saneamiento.
La cantidad total de agua disponible en el planeta se mantiene fija. En el futuro, enfrentaremos una situación crítica, resultado de un retroceso persistente y dramático de la disponibilidad de agua “per cápita” en el mundo.
La contaminación de las aguas, el agotamiento de varios acuíferos y la declinación en los flujos de agua en grandes ríos son síntomas de un problema que se verá agravado por los efectos indeseados del cambio climático.
La crisis es global, pero su impacto inmediato es regional y local. En Oriente Medio, África del Norte y partes de Asia, el agua es escasa. El mundo árabe, que representa el 5% de la población mundial, tiene acceso a menos del 1% del agua disponible. La irrupción de Asia en la economía mundial genera un incremento significativo en la demanda y el uso del agua. La dieta tradicional de los países asiáticos (arroz y pescado) depende del agua. A pesar de las enormes inversiones realizadas durante las últimas décadas – la mitad de las grandes represas construidas en el mundo, desde 1950, son chinas- Asia es estructuralmente deficitaria.
Además, las mejoras en los niveles de vida de la población mundial incrementan el consumo de proteínas en las dietas, lo que exige una mayor producción de granos para alimentar a los animales, lo que requiere mucha agua.
Una persona adulta bebe 2 a 3 litros de agua por día y utiliza algunos más para cocinar y bañarse. Pero no somos conscientes de la enorme cantidad de agua que indirectamente utilizamos para alimentarnos. La comida que diariamente consumimos requiere en su producción y distribución la friolera suma de entre 2500 y 3000 litros de agua.
En el mundo, la agricultura consume casi el 75% de la oferta mundial de agua. En el futuro, el agua estará íntimamente relacionada con la seguridad alimentaria. Los países donde el agua escasea, importarán alimentos y utilizarán el agua disponible para usos más prioritarios (domiciliario, energía e industria). Los países con excedentes de agua exportarán alimentos.
El caso de Arabia Saudita es ilustrativo. Durante las últimas décadas del siglo XX, Arabia Saudita cosechó trigo en 1.8 millones de hectáreas regadas por el agua extraída de un gigantesco acuífero que yace debajo del desierto. Hace tres años, cuando las reservas del acuífero comenzaron a disminuir, el gobierno saudita decidió recortar el área cultivada con riego. La producción de cereales fue reemplazada con importaciones y con la compra de tierras agrícolas (más de un millón de hectáreas) en África e Indonesia.
La Argentina tiene una posición privilegiada en materia de agua. El país cuenta con importantes reservas de agua potable: los enormes caudales de la Cuenca del Plata, el Acuífero Guaraní (una de las reservas de agua dulce más grande del planeta), los Esteros del Ibera (el segundo humedal más grande del mundo) y los hielos continentales en la región andina.
La oferta media anual de agua superficial por argentino es de 20.000 metros cúbicos, muy superior al umbral de estrés hídrico de 1000 metros cúbicos por habitante año que calculan las Naciones Unidas.
Desafortunadamente, muchos argentinos aún no tienen acceso al agua potable ni a un sistema cloacal satisfactorio. La administración del recurso hídrico no ha sido una prioridad para nuestra dirigencia. El Estado (tanto a nivel federal como provincial) se ha dedicado más a la emergencia (inundaciones y sequías) que a la prevención, el planeamiento y la ejecución de políticas de largo plazo.
Las prácticas agrícolas no conservacionistas (el uso descontrolado de agroquímicos en aguas superficiales y el mal manejo de los sistemas de riego en áreas semiáridas), la deforestación que produce erosión hídrica (Misiones y Cuenca del río Bermejo), la contaminación de acuíferos (por disposición de líquidos cloacales en pozos ciegos) y el desarrollo urbano e industrial sin control (ríos Riachuelo y Reconquista) constituyen algunos ejemplos de nuestra desidia.
El agua es un recurso escaso, valioso y vital. La Argentina, como importante productora de alimentos y materias primas agrícolas será una importante “exportadora de agua” durante el siglo XXI. Necesitamos realizar una gestión seria e integrada de nuestros recursos hídricos (tanto al nivel fluvial como de sistema de aguas subterráneas) para satisfacer las demandas económicas, sociales y ambientales de nuestro desarrollo.
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