Machu Picchu. Cien años de maravilla
Cien años de maravilla
Una expedición encabezada por el explorador estadounidense Hiram Bingham llegó en julio de 1911 a la ciudadela de Machu Picchu, entonces cubierta bajo una espesa vegetación acumulada en siglos de abandono. Poco después, el hallazgo fue anunciado a nivel internacional en una edición especial de la revista National Geographic, empezando a concitar el interés de viajeros, aventureros y académicos de diferentes países. Para celebrar el centenario, desde este mes de agosto comienzan las actividades que cubrirán todo el calendario hasta julio del próximo año.
Escribe Henry Mitrani
En 1548, solo dieciséis años después de la llegada de los conquistadores españoles al Tawantinsuyo, el cronista Pedro Cieza de León viajaba con el ejército de Sebastián Benalcázar por el camino inca desde Colombia hacia el Cusco para enfrentarse a las tropas de Gonzalo Pizarro. Al atravesar pueblos y templos, Cieza se sorprendía de encontrarlos totalmente abandonados y destruidos. El cronista dejó testimonio de su asombro al escribir: “Donde quiera que ha pasado cristiano conquistando y descubriendo, otra cosa no parece sino que con fuego se va todo gastando…los templos antiguos, que generalmente llaman huacas, todos están ya derribados y profanados”.
Ese proceso de destrucción, iniciado tan prontamente por los primeros conquistadores, se agudizaría con el establecimiento de las reducciones, la caída demográfica entre los nativos por las enfermedades traídas de Europa y las campañas de extirpación de idolatrías. Entonces, muchas huacas y ciudades fueron abandonadas, perdiéndose en la memoria de los lugareños. Sin embargo, por algunos documentos coloniales se ha podido reconstruir la historia de diferentes monumentos arqueológicos incas, como los que iban de Ollantaytambo a Chaullay (camino a Quillabamba, todo dentro del departamento del Cusco). Se sabe que este territorio fue conquistado en la primera mitad del siglo XV por el inca Pachacútec, quien ordenó construir Pisac y Ollantaytambo para recordar sus hazañas militares, y los convirtió, junto con otros lugares de la zona, en su hacienda real. Al pie de una montaña a orillas del Urubamba, particularmente, levantó una ciudadela de hermosos edificios y andenes. Sí, Machu Picchu.
Atajo histórico
Cuenta la historia que años después Pachacútec conquistó Vitcos (Vilcabamba), base que le podía servir para atacar a los chancas si es que estos amenazaban nuevamente su reino. Partiendo de Vitcos, Pachacútec podía seguir la misma ruta que luego, alrededor de 1540, utilizaría Manco Inca para atacar a los españoles entre Andahuaylas y Ayacucho. Para abrirse camino hasta Vitcos, el Inca siguió río abajo penetrando por la quebrada de Machu Picchu y conquistó el valle de Amaybamba, hoy llamado Lucumayo.
Ya dominada toda la zona, Pachacútec abrió una nueva ruta más directa para llegar a Vitcos desde Ollantaytambo: subía por el abra de Pantiacalla para bajar al valle de Amaybamba cerca de Chaullay, donde los incas construyeron un puente llamado Chuquichaca. Así, con el tiempo la ruta que atravesaba Machu Picchu fue dejada de lado por ser más difícil y despoblada. A los españoles este camino no les llamó la atención, ya que estaban interesados en asuntos militares y para ir del Cusco a Vitcos más rápido se llegaba por el abra de Pantiacalla. Esa fue la ruta que se utilizó durante el virreinato e incluso hasta fines del siglo XIX.
¿Qué fue entonces de Machu Picchu? Según un documento de 1568 que se encuentra en el archivo departamental del Cusco –perteneciente a los papeles del Convento de los Agustinos–, allí se cultivaba coca seguramente para pagar el tributo exigido por los españoles. Se menciona también al español Gabriel Suárez, que compró las tierras de Quinte Marca a Gonzalo Cursirimachi, curaca de Ollantaytambo.
Este español era famoso por viajar y negociar entre los indios que vivían tierra adentro de Ollantaytambo y fue quizás el primer extranjero que conoció la ciudadela que hoy llamamos Machu Picchu (y que entonces se conocía solo como Picchu). En otro documento de la misma época, donde se menciona la tasa impuesta por el virrey Toledo al repartimiento de Calca, se dice que a los indios de Picchu les correspondía reunir 105 cestos de coca cada año, los mismos que debían ser puestos en Ollantaytambo por el valor nominal de 210 pesos. Sin embargo, en la década de 1570 los españoles tomaron el bastión de los últimos incas rebeldes en Vilcabamba, despoblándose la zona y abandonándose pueblos y comarcas.
A lo largo del siglo XVIII fue surgiendo un mito sobre Vilcabamba (o Vitcos). Se decía que allí los incas habían enterrado riquísimos tesoros para que no cayeran en manos españolas. Así, diferentes viajeros y aventureros empezaron la búsqueda de esta ciudad perdida. Pero no todos los exploradores de esta región estuvieron movidos por la codicia. Está el caso de Pedro Nolasco, quien llegó a Choquequirao en la segunda mitad del siglo XVIII y diferenció por primera vez la arquitectura inca religiosa de la civil; ese estudio lo publicaría posteriormente en el Mercurio Peruano.
Exploradores, huaqueros y viajeros, tanto peruanos como extranjeros, recorrieron este territorio durante el siglo XIX: el Conde de Castellar, Marcoy, Gibbon, Squier, Raimondi, Wiener, Markham y el peruano Palacios, entre otros. A comienzos del siglo XX, exploradores y agricultores del Cusco peinaban a la zona en busca de andenes donde cultivar. Se sabe que Gabino Sánchez, Enrique Palma y Agustín Lizárraga llegaron a Machu Picchu, y en el caso de Lizárraga que incluso arrendaría los andenes a los propietarios de la hacienda donde se encontraba oculta la maravilla. Pero su interés solo estaba centrado en la andenería, no en los restos arqueológicos. Entró en la ciudadela a huaquear y de esta manera juntó una pequeña colección de objetos, pero nada más. Es que en el Perú de ese entonces el desinterés por los restos prehispánicos era notorio. Baste decir que recién en 1905, José Toribio Polo le dio por primera vez la categoría de objeto artístico a una pieza prehispánica: la Estela de Raimondi.
Bingham en Machu Picchu
En 1908 el explorador Hiram Bingham (nacido en 1875 en Hawaii) llegó a Santiago de Chile como presidente de la delegación estadounidense para el primer Congreso Científico Panamericano que se realizó en esa ciudad. En febrero del año siguiente decidió recorrer a caballo la antigua ruta colonial que iba de Buenos Aires a Lima, pero partiendo del Cusco. Llegado a la capital de los incas junto a su amigo Clarence L. Hay, tomó contacto con el prefecto Núñez, quien lo animó a unirse a una expedición que partiría a Choquequirao en busca de tesoros enterrados. Al llegar a este lugar, Bingham concluyó que no se trataba de Vitcos o Vilcabamba, como se creía, y decidió organizar una expedición para encontrar el último refugio de los incas rebeldes tras la ocupación española.
Al volver a Estados Unidos, Bingham hizo grandes esfuerzos para conseguir el apoyo económico que necesitaba para organizar una expedición científica integrada por diferentes especialistas que viajará al Perú en busca de la ciudad perdida de los incas. Después de muchas negociaciones, esta quedó conformada finalmente por el geólogo Isaías Bowman, el botánico H.W. Foote, el cirujano W. G. Erving, el topógrafo Kai Hendriksen, el ingeniero H. L Tucker y P.B Lanius como secretario auxiliar. La expedición llegó al Cusco en junio de 1911 y contó con la colaboración del doctor Albert Giesecke, rector de la Universidad San Antonio de Abad, y del vecino cusqueño César Lomellini. Después de recorrer durante dos semanas el cañón del Urubamba, llegaron por indicación de Giesecke al puente de Mandor.
Desde ese punto fueron guiados por el guardián del lugar, Melchor Arteaga, para subir el 24 de julio de 1911 a Machu Picchu, la fabulosa ciudadela cubierta de vegetación. Inmediatamente se les encomendó al ingeniero Tucker y al auxiliar Lanius que, en la medida de lo posible, limpiaran las ruinas para poder hacer un mapa topográfico. Esta labor duró varias semanas y fue revelando la gran extensión y belleza del sitio, llamando la atención de los expedicionarios los edificios de granito blanco. Bingham entonces regresó a Estados Unidos, pero solo para organizar una nueva expedición científica que estudiara con mayor amplitud esta maravillosa ciudadela inca y la diera a conocer al mundo entero.
Para todo el mundo
Efectivamente, en 1912 Bingham organizó desde Estados Unidos una expedición mayor para estudiar Machu Picchu y sus contornos. Contó con el apoyo de la Universidad de Yale (especialmente de un acaudalado miembro de su junta de directores), de la National Geographic Society de Washington y de su propia esposa, Alfreda Mitchell, una millonaria norteamericana que era propietaria, nada menos, de la joyería Tiffany de Nueva York. Aún así, debido a los altos costos, varios de los expedicionarios partieron al Perú sin recibir un sueldo, cubriéndose solamente sus gastos de viaje.
El grupo de trabajo, conformado por profesionales de alto nivel, salió del puerto de Nueva York en mayo de 1912 y permaneció un año entero en Machu Picchu. Estuvo conformado por el geólogo Herbert Gregory, el osteólogo George Eaton, el topógrafo Albert H. Bumstead, el arqueólogo e ingeniero Ellwood C. Erdis, el cirujano Luther Nelson, el ingeniero topógrafo Kenneth Heald, el topógrafo auxiliar Robert Stephenson, el auxiliar y secretario Paul Bestor y los auxiliares Osgood Hardy y Joseph Little. Varios sufrieron diferentes enfermedades y accidentes durante su estancia en Machu Picchu (levantaron su campamento sobre los andenes del lugar), pero con gran esfuerzo y la valiosa colaboración de los campesinos del lugar se llegó a limpiar y fotografiar el sitio. También se realizaron los primeros trabajos de geología, fauna y flora en el lugar, se descubrieron muchas tumbas y se estudiaron y clasificaron los restos allí encontrados.
En 1913 la revista National Geographic –ya toda una institución científica internacional– cumplía veinticinco años de fundada. A insistencia de Alexander Graham Bell (el inventor del teléfono), en ese entonces director de la National Geographic Society y fundador de la revista, toda la edición de aniversario fue dedicada a Machu Picchu y así el mundo entero pudo conocer esta ciudadela inca que hoy es una de las 7 maravillas modernas. Lo que se mostró en las páginas de ese número especial fueron los estudios y las fotografías realizadas por la expedición encabezada por Bingham el año anterior en el Cusco.
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