¿Y si la tercera guerra mundial es una revolución?
Tod@s sabíamos que lo que se nos había venido encima, tras el desplome del sistema capitalista, era insostenible desde cualquier ámbito y desde cualquier ángulo. Los bancos han ido desplomándose uno tras otro, hasta que ya apenas caen como desmayados en los fondos del abismo de este crack económico que, como dice cualquier analista, nada tiene que ver con el de 1929.
Entre tanto nos lían, nos confunden y nos marean para que no tomemos las riendas de nuestro destino, ni les exijamos explicaciones a los culpables que, de manera inconsciente e irreflexiva, tratan de ponerse a salvo, sin darse cuenta de que no habrá rincón del mundo que les pueda amparar, ni les podrá salvar un dinero que, a fuerza de estar acaparado en sus cuentas ficticias, valdrá tanto como el del juego del Monopoly. ¿Qué puedes comprar con dinero cuando entremos en una situación económica basada en el trueque e intercambio de trabajos y favores? ¿qué tipo de seguridad podrán avalar y agenciarse?
Esto no es un problema de los países islámicos, ni del tercer mundo. En realidad, ellos serán los afectados momentáneamente más inmediatos, pero ahí no residirá la clave del asunto ni el fondo de la cuestión, sino que son los primeros en generar esta inquietud que, en nuestro entorno, ha sido un atisbo de protestas barridas bajo la alfombra de unos Estados autoritarios e ineficientes, que se basan en el poder de las economías ficticias, de los especuladores y de las potencias militares (y esto último cada vez menos). Y todo ello con las escobas de unos antiguos sindicatos que, tras la apariencia de obsoletos, tan sólo son el reducto de una pantomima en la que la patronal (los mismos poderes que antes citaba) mueve sus hilos y pone voces tras el escenario de unas tristes marionetas a las que cada día vemos en las pantallas de televisión, o en nuestros centros de trabajo (quienes aún lo conservamos).
Agitar la varita de unas reformas en las que nadie, ni siquiera los que las exigen, creen que sirvan para nada en esta situación, es insultar a la ciudadanía, que sufre desde hace años (bueno, o desde hace siglos) el abuso de aquellas clases dominantes que, por mor de sus viejas prebendas, se apropiaron de todo y nos inculcaron el derecho a retenerlo, disfrazándolo del “derecho a la propiedad”, que es algo muy humano y muy animal, pero que nada tiene que ver con lo que ellos hacen: el derecho al robo, al engaño, a la usurpación, a la generación de odios y de unas luchas fratricidas encaminadas a tratar de conseguir unos lujos como los que ellos disfrutan.
Esto último era imposible, evidentemente, pero la estupidez humana no tiene límites, especialmente cuando nos tratan en masa y no como individuos pensantes.
Ahora resulta que hasta aquí hemos llegado, y en lugar de encabezar un cambio radical contra la losa que las potencias económicas nos han arrojado encima, los gobiernos de nuestro entorno nos mueven a protestar por las migajas, mientras nos siguen robando y atropellando, pero salvo que desconecten Internet, la telefonía, y los cerebros con sus sinapsis nerviosas, lo que viene ocurriendo en Túnez, Marruecos, Argelia y, sobre todo, Egipto, no podrá evitar su extensión. Esta no es la autopista que conduce a un enfrentamiento norte-sur, como pronto saldrán los próceres padres de la puta economía, sino un camino simple que, mediante un atajo, nos lleva al enfrentamiento de las dos únicas clases sociales que quedan: la de los pocos y grandes magnates que han dominado nuestras vidas a través de la economía, y la del resto, piensen lo que piensen y sean quienes sean.
La cosa es tan grave que se muestra descarnada en dos situaciones inmediatas, una más global y otra más concreta e inmediata.
La global es sencilla: nadie ha propuesto un cambio en el sistema económico, porque eso no pasa por las reformas, sino por las renuncias, es decir, un cambio social global en el que las fortunas dejan de existir y se construye un nuevo orden mundial: eso, hoy día, sólo puede surgir de una revolución popular (ni siquiera burguesa), casi como otra Comuna de París.
La más inmediata nos ofrece otra idea de la carencia de soluciones, análisis o, siquiera, de voluntad de especular para ver el futuro: ¿qué ocurrirá si estos días cae el régimen de Egipto?
Esta última debiera ser analizada por especialistas políticos, no sólo por los que se dedican al norte de África y al mundo árabe, sino por economistas y sociólogos que tengan claro cómo irán cayendo las fichas del dominó una vez no haya barreras. Y la caída de Egipto y de Mubarak no tiene nada que ver con la tropelía que se hizo en Iraq, sino con el desencadenante que puede llevar a un levantamiento generalizado. Creo que a estas alturas saben que no se puede evitar, sino tan sólo esperar y ver… y confiar que en algún lugar exista un cortafuegos de algún tipo que impida su extensión. Yo creo que no lo hay. También creo que los movimientos islamistas tratarán de apoderarse de una revolución que no es suya, pero que esto tampoco es la Persia del criminal Palevi, ni el Irán del también criminal Jomeini, sino algo bien distinto. Es como un sunami, en el que tan sólo puedes sumergirte en la ola y participar, o sentarte a esperar para
No hay comentarios:
Publicar un comentario