Ni brujería ni charlatanería; la medicina antigua otomí es cosmovisión ancestral
REPORTAJE: CARLOS P. JORDÁ/ENLALUPA.COM
“Si hay alguien en este cuarto que ha cometido un delito grave, o es buena o mala persona, y yo le doy el té de ruda para el dolor de estómago, la planta lo va a curar. Porque la planta tiene que hacer su trabajo, no va a hacer algo que yo le diga que haga. Ese poder no lo tenemos los humanos, sólo las plantas tienen el poder de curar”, dice María Isabel Pascual, fundadora del grupo Dix´a´i de medicina antigua.
Se pronuncia “dishaí”, y en otomí significa: “para que te cures”. Chabe, como se conoce a Isabel por estos rumbos, aclara que ahí dan baños, pero que no es un spa. Y que se cura de espanto, mas no se hacen limpias ni brujería. Ese lugar, ahí en el kilómetro 13.5 de la carretera Amealco a San Ildefonso, alberga un par de habitaciones que fungen de consultorios y sanatorios, un laboratorio y almacén con pinta de cocina y una tienda donde se ofertan los productos medicinales que ahí mismo se fabrican —además de las artesanías de Silvia; hermana de Chabe y quien se puso en contacto con el equipo de Enlalupa.com—.
La mejor referencia para dar con el sitio es un letrero al pie de la carretera que dice: “Sillar y cantera Las Hormigas”. Silvia nos da la bienvenida en otomí y, tras una puntual traducción, presenta al resto del equipo. “De khöy”, nos dan los buenos días Maru (María Eugenia Vázquez), Maco (Berges Vázquez) y, por supuesto, Chabe. Esta última explica: “tenemos más de cinco años trabajando juntos y tratamos de rescatar la forma tradicional de curarnos con las plantas; desde nuestra cosmovisión y el respeto entre la cultura, la naturaleza y la salud”.
El cuarto en planta baja, donde nos adentramos, es más fresco que el clima matutino del exterior. Cobijas de lana forran la cama matrimonial en la cual reposan los elementos necesarios para llevar a cabo un baño. Se hacen baños relajantes; baños postparto; y baños para sacar espantos. “El espanto, para nosotros, en la cosmovisión”, continúa Chabe, “es cuando tus órganos, tu cuerpo de adentro —tenemos dos cuerpos; el de adentro y el de afuera— se queda sentido”.
La metáfora que usan los guías es la de un infante que se agita en el interior humano tras un evento traumático. Este ente es travieso y juguetón por naturaleza, pero al asustarse suele perder el apetito, el sueño y el cuerpo exterior comienza a sufrir diversas dolencias. El baño apacigua al “niño” y las propiedades naturales de las plantas, tanto las que se añaden a la tina como las que se recetan después, curan los malestares físicos que los espantos traen consigo.
Las emociones suelen jugar un papel importante en muchos de los síntomas que presentan quienes aquí vienen a atenderse. A veces ni lo saben, sin embargo: “solitos van diciendo cómo fue que llegaron a ese dolor o a ese padecimiento”. La sesión de preguntas y respuestas que se realiza antes de cada baño resulta en una suerte de terapia. Por supuesto, hay quienes simplemente acuden a liberar las tensiones cotidianas.
Dormir después de uno de estos baños es tan necesario para curar espantos, como es inevitable en términos generales; incluso para quienes aseguran que les es imposible tomar siestas diurnas. Quizás sea por las hierbas que se añaden al agua caliente en la bañera —“la piel también toma agua”, dice Maru—, o por las “sobadas”, como le llaman a los masajes en Dix´a´i. Tal vez sean los cánticos, en otomí y en castellano, que arrullan a los pacientes. Lo más probable es que sea la combinación de todo.
Cada elemento y cada acción aporta algo a este ritual de relajación sensorial. Y cada elemento y cada acción tienen su razón de ser en la cosmovisión indígena de la zona. El balance es muy importante, por ello que lo ideal es hacer las curaciones a medio día y en jueves; “el ombligo de la semana”. El humo del copal abre las puertas entre el mundo que vemos y el espiritual, mientras el del tabaco sopla el espanto.
Las oraciones, las canciones y la luz de la cera encendida invocan a los ancestros, “que no nos abandonen; que iluminen nuestro pensamiento y nuestras manos cuando estamos haciendo la curación”, dice Marco. El aroma de esta vela (cera), debido al material con el cual está hecha, atrae a las abejas y estas se llevan el espanto entre sus alas. Al enfermo se le recomiendo hablar con el líquido que lo bañará, pues en los antiguos saberes otomíes el agua, el sol, la luna y los árboles, se reconocen como criaturas vivas.
“No porque tienes los pies sobre la Tierra significa que eres poseedor de ella”. El recordatorio de lo que Marcos expresa lo llevan los presentes en los bordados de sus trajes típicos. Su camisa, por ejemplo, está decorada con flores que él mismo bordó; así no olvidará dialogar con las plantas antes de cortarlas para sanar a alguien. Estos, en conjunto, son apenas parte de todo el conocimiento que el grupo Dix´a´i intenta recuperar y rescatar; la herencia de sus antepasados.
Según Chabe, la ignorancia sobre esta cosmovisión ha llevado a la creencia de que lo que hacen es brujería. A su vez, existen personas que se aprovechan de ello y, con meros fines lucrativos, caen en la charlatanería. Estos tres curanderos aseguran no tener ninguna clase de poder supranormal; tan sólo ponen en práctica eso que sus abuelos y padres les enseñaron y que cada vez se pierde más en el olvido.
Tampoco niegan —ni Maru, ni Marco ni Chabe— que la medicina tradicional tiene su límite. Por ejemplo, ellos no pueden practicar cirugías ni tratar infecciones graves. Eso sí, a la inversa funciona igual; puesto que, como ya mencionado, muchos padecimientos tienen su origen en cuestiones sentimentales, hay malestares que la medicina moderna no puede atender ni comprender.
Igual en términos de espiritualidad, aceptan que existen puertas que prefieren no abrir. Este reportero pone como un supuesto extremo el caso de una posesión demoníaca, ¿estarían dispuestos a realizar un exorcismo? Marco sólo se ríe, Maru dice que es un trabajo exclusivo para un sacerdote y Chabe, sin tomarlo a broma, expresa que incluso el clérigo tendría que consultar con médicos profesionales; psiquiatras y neurólogos.
“La conquista impuso muchas cosas, pero lo que sirve se queda y se mezcla”. Chabe cuenta que desde tiempos prehispánicos se creía en un creador todopoderoso; un dios de dioses; un ser supremo que regía incluso sobre las demás deidades. Los miembros de este grupo y sus familiares son católicos, y la espiritualidad que existe en sus labores de sanación no se pelea con ello, sino que se complementa. Son los cuatro puntos cardinales a donde dirigen la copalera humeante; cuatro figuras a las que se pide: a la vida, a la muerte, al día y a la salud; y cuatro extremos en la cruz donde yació Jesús. Por cada punto señalado, puede escucharse un “en el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo”, de boca de Marco.
Además de las intenciones —sanar y ser sanado— y las oraciones, con sus respectivos destinatarios —los que curan invocan a sus ancestros y a Dios; los enfermos a quien prefieran encomendarse—, Marcos habla de una canción que han traducido y que expresa parte de la tan mencionada cosmovisión. La entona; primero en otomí y luego en español:
Como los granos unidos en mazorca, hoy nos reunimos con todos los pueblos.
Como los granos unidos en mazorca, hoy nos reunimos con todos los pueblos.
Para cantar y celebrar nuestra fe, con la esperanza de hacer un mundo nuevo.
Para cantar y celebrar nuestra fe, con la esperanza de hacer un mundo nuevo.
Como la espiga que brota hacia arriba, así queremos un mundo de armonía.
Como la espiga que brota hacia arriba, así queremos un mundo de armonía.
Ver transformada esta vida de pobreza, con semilla sembrada de justicia.
Ver transformada esta vida de pobreza, con semilla sembrada de justicia.
Las hijas de Chabe y Silvia —próximas herederas de estos conocimientos— hacen de modelos para ejemplificar cómo debe sostenerse la cera, cómo se ahuma a los pacientes y cómo se cubre a los recién bañados, luego de secarse al sol, en cobijas de lana. Hablando desde su propia experiencia, Chabe cuenta que las enfermedades que más aquejan a la gente en estos tiempos son el estrés y la depresión. “Todo el mundo estamos tristes ahora. Nos preocupamos de todo y no nos permitimos ser. ¡Nos juzgamos tanto!”
La diabetes ocupa el siguiente puesto en la lista de los males más comunes que presentan quienes aquí se atienden. Maru explica que para ello tienen tés y tinturas que disminuyen la presión y la glucosa, fabricados con hojas de tepozán y de mango. Ella retoma sus actividades una vez entramos en el laboratorio; prepara una pomada antinflamatoria a baño maría. Árnica, romero, ruda, aceite de oliva y cera de abeja para que espese.
Chabe atiende a un profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro —cliente frecuente—, mientras Marco da detalles sobre la materia prima que llena los estantes de esta fábrica de medicinas, donde es necesario que la luz y el calor sean mínimos. La gran mayoría de las plantas que almacenan han sido obtenidas por sus propias manos; recolectadas antes de las 12 del día, pues es el momento en que todas las propiedades están concentradas en los tallos; y selectas a partir de la cantidad de beneficios que puedan ofrecer. “Una planta a veces puede ayudarte a dos o tres enfermedades, buscamos las que nos ayuden para más padecimientos”, aclara el único varón del grupo.
En Dix´a´i, los productos para fortalecer el sistema inmunológico abundan. “Prevenir”; es la única respuesta cuando se trata el tema que en pleno 2020 no podía dejar de ser mencionado, y menos en una conversación sobre salud. El coronavirus ha afectado a los habitantes de San Ildefonso tanto como lo ha hecho en todos lados. Si bien los contagios en esta zona del estado queretano son mínimos, las restricciones sanitarias han obligado a cerrar negocios y puntos de venta que significaban el sustento de familias enteras. Tal es el caso del puesto en la cabecera municipal de Amealco donde Silvia ofrece sus artesanías y productos de medicina tradicional.
Silvia Pascual es una mujer que acostumbra ver el lado positivo de cualquier situación que se le presente. Prefiere sentirse orgullosa de sus raíces y enaltecerlas, antes de avergonzarse por la discriminación que existe hacía los pueblos indígenas —muchas veces, incluso, entre los mismos miembros de la comunidad—, y ha encontrado un área de oportunidad en medio de la crisis mundial. En tiempos de Covid ayuda a su bolsillo y al medio ambiente bordando tapabocas lavables de tela. Esto, según nos cuenta, ha mantenido a flote la economía de todo el gremio de artesanos otomíes.
Dontxu es el nombre del grupo artesanal que lidera Silvia, y también el de la muñeca tradicional de San Ildefonso. La planta alta del lugar en el que estamos es una tienda, dividida en los productos que las manos de las hermanas Pascual fabrican. Igual es posible ver a una que otra muñequita sostenida sobre un frasco de medicina natural. “Crecemos juntos, crecemos todos”, es uno de los lemas de Silvia.
Leles y dontxus —a veces escrito don xu, otras dönxu; pronunciado donshú— de todos tamaños y colores. Goteros, ungüentos y bolsas con mezclas herbales, etiquetados con los nombres de los males que curan; colitis, caída de pelo, cólicos. Y mantas con figuras de flores y animales, llenan y armonizan este espacio en el segundo piso. Si algo les falta es un diseño para dar a conocer su marca, aunque de momento cumplen su objetivo primordial: mantener vivas sus tradiciones, su cultura y la cosmovisión de sus ancestros.
En una de las muchas cartulinas que anuncian los productos de la estantería, escrito con tinta de plumón indeleble, se puede leer “cannabis”. Es Marco quien entre risas explica: “la sembramos en maceta, si sembráramos en hectáreas no estuviéramos aquí”.
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