3.500 cadáveres enterrados en un mismo agujero. Este es el último récord macabro atribuido al Estado Islámico, la organización que ha aterrorizado a medio mundo desde 2014. La banda, también conocida por sus siglas en inglés (IS) o por el acrónimo Daesh, está a punto de desaparecer, pero cada día surgen nuevas señales del horror que extendieron por Oriente Próximo. Por ejemplo, su mayor fosa común, recién hallada cerca de Raqqa, la ciudad siria que antaño consideraron su capital.
Una alianza multiétnica de fuerzas locales de mayoría kurda, apoyada por la coalición anti IS liderada por EEUU, arrebató Raqqa a los yihadistas en octubre de 2017. Pero no fue hasta el mes pasado, más de un año después de la victoria, cuando los vencedores descubrieron en el barrio periférico de Al Fugeija, a poco más de dos palmos bajo el suelo, una nueva prueba de cuán salvaje fue la máquina de represión ideada por el Daesh.
Hoy, según explica la agencia France Presse, más de 120 cuerpos sin vida yacen en un renglón junto a las montañas de tierra de las primeras paladas. "Estas son tumbas individuales, pero más allá, junto a los árboles, está la fosa común de los ejecutados por Daesh", explica al medio Asaad Mohamed, un forense empleado de la fuerza de protección civil iraquí. "Hay entre 2.500 y 3.000 cuerpos estimados en ella, a los que sumar los entre 900 y 1.100 de las tumbas individuales, hasta llegar a al menos 3.500", calcula.
Tal acumulación de muertos no es novedosa. Sólo alrededor de Raqqa hay localizadas otras ocho grandes fosas comunes. En la mayor de ellas, apodada Panorama, se han exhumado 900 cadáveres. Este tipo de hallazgos han sido constantes en todas las zonas conquistadas al IS, especialmente aquellas habitadas por minorías diana de su radicalismo. En Sinyar, al noroeste de Irak, se han localizado docenas con cadáveres de hombres, mujeres y niños de la comunidad yasidí. Muchas no han sido todavía abiertas.
Si en Sinyar hay menos duda de quién y por qué acabó en una fosa común, en sitios como Raqqa, de mayoría árabe, surgen dudas acerca de la identidad de los enterrados.
Asaad Mohamed y el resto del equipo forensa apenas dispone de recursos para una completa identificación de los restos. De 3.800 cuerpos desenterrados hasta el momento en Raqqa desde enero de 2018, han podido nombrar a 560.
El Estado Islámico se extendió rápidamente por Irak y Siria entre 2013 y 2014, y asentó su imperio a base de explotar las divisiones locales y confrontar a sus rivales con una violencia poco antes vista. A la población les ofrecía prosperidad a cambio de subyugación a normas draconianas, como la prohibición de fumar, beber, escuchar música o comunicarse por teléfono o Internet, o la obligación de rezo. Violar una de sus leyes podía acarrear una pena de muerte ejecutada frente a los ojos de todos, para aleccionar.
"Hemos oído historias de residentes de Fugeija asegurando haber visto a gente concentrándose alrededor de alguien con un mono naranja", explica Mohamed, refiriéndose al traje con el que los radicales vestían a sus prisioneros más valiosos. Uno de ellos fue el reportero estadounidense Jim Foley, ejecutado por el IS, se cree, cerca de Raqqa. Su cuerpo no ha aparecido aún. Tampoco el de Kayla Mueller, una cooperante de EEUU que el Estado Islámico dio por muerta cerca de su antigua capital en Siria.
"Estas fosas comunes responden al destino de las personas que fueron ejecutadas por combatientes del Estado Islámico, que murieron en bombardeos de la coalición anti IS o que han desaparecido", explica Sara Kayyali, investigadora de la ONG Human Rights Watch. Esta afirmación convierte a la aviación occidental en corresponsable de las pilas de cadáveres que salen a la luz estos días en Siria e Irak. Sus responsables han reconocido un número de "daños colaterales" menor al de recuentos independientes.
"Es deplorable que la Coalición liderada por EEUU siga ignorando su responsabilidad en la realización de investigaciones significativas sobre los cientos de civiles muertos que causó en Raqqa y otras partes", dijo el mes pasado Lynn Maalouf, directora de investigación de Amnistía Internacional en la región. "La Coalición está ignorando sin vergüenza el devastador legado de su campaña de bombardeos y, para más inri, deja claro que no tiene intención de ofrecer a los supervivientes ningún tipo de compensación".
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