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viernes, 27 de enero de 2023

Ángela Peralta, el Ruiseñor Mexicano

 Ángela Peralta, el Ruiseñor Mexicano

 12 diciembre, 2006

Una de las pocas mujeres que tienen un lugar en la rotonda de las personas ilustres es Ángela Peralta, también conocida como el Ruiseñor Mexicano.

Y aunque la historia niegue la inventiva musical de Ángela y la señalen por no ser el modelo de belleza femenina imperante, lo cierto es que la fuerza y belleza de su voz la colocan por encima de las convenciones sociales para imponer su presencia en los mejores y más prestigiados escenarios del llamado Bell Canto.

Bautizada como María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera, nació el 6 de julio de 1845 en la Ciudad de México, en una familia humilde. Pero desde pequeña demostró poseer una privilegiada voz y grandes facultades escénicas, que le fueron cultivadas por su familia.

A los nueve años de edad Ángela cantó una cavatina de la ópera Belizario, que escuchó la gran cantante Enriqueta Sontag, quien actuaba entonces en el Teatro Nacional. La famosa artista hizo grandes elogios de la genial pequeña, a la que auguró muchos éxitos.

Y sus padres se dieron cuenta que el futuro de Ángela estaba señalado: sería cantante. Por eso se esforzaron para que continuara estudiando canto y representación teatral en el Conservatorio Nacional de Música, con los mejores maestros que había en México.

A los 15 años y para graduarse en sus estudios musicales en el Conservatorio Nacional de Música, Ángela se presentó en público por primera vez con gran éxito, interpretando El trovador, en el Teatro Nacional.

Este fue el inicio de una larga trayectoria que la llevó al viejo mundo para ampliar sus conocimientos y su fama. A diferencia de otros artistas, no recibió subvención gubernamental para el viaje, pero su familia la apoyó. Su triunfo inaugural llegó ahí, en el Viejo Continente, la noche del 13 de mayo de 1862, cuando cantó Lucía de Lammermoor en la Scala de Milán, interpretación que le valió ser llamada desde entonces El Ruiseñor Mexicano.

Terminada la temporada en ese teatro, recorrió los principales coliseos de Milán, Turín, Lisboa, Alejandría, Génova, Nápoles, San Petersburgo, Madrid y Barcelona. Terminó su gira artística de regreso a América, donde actuó ante los públicos de Nueva York y La Habana.

Ángela Peralta no sólo fue una gran soprano, su talento musical no se limitaba a la voz, pues también tocaba varios instrumentos y compuso varias canciones que llegaron a ser populares, valses, romanzas, mazurcas y fantasías, como: Adiós a México, Lejos de ti, Ilusión, Absence, Eugenio, María y Nostalgia, entre otras más.

Ángela regresó a México en 1865. A sus 20 años de edad ya había conquistado los principales escenarios europeos con su voz.

La gente se posaba a sus pies por poseer una voz privilegiada, pero algunos no le perdonaban que tuviera amores con Julián Montiel y Duarte, luego de quedar viuda de su primo hermano Eugenio Castera. Esta situación la llevó al fracaso y, por primera vez, dejó de llenar los teatros en los que se presentaba.

Ángela descansó tres años, tenía que reponerse de los golpes morales, artísticos y económicos que habían minado su salud y su ánimo.

Y en 1883, Ángela Peralta reanudó sus giras. Lo hizo por el interior de la República, seguida por un grupo de «jilgueros» italianos de dudosa categoría.

Procedente de Guaymas, Sonora, y La Paz, Baja California, llegó a Mazatlán el 22 de agosto de 1883, donde cantó por última vez, en un patio improvisado como teatro, la ópera María de Rohan. Su compañía estaba integrada por 80 artistas, en su mayoría italianos.

Esta gira marcó el fin de su trayectoria musical, pues casi toda la compañía se contagió de la fiebre amarilla, enfermedad que acabó con la vida de 76 de las personas que le integraban, incluida Ángela.

La voz del Risueñor Mexicano, Ángela Peralta, dejó de escucharse el 30 de agosto de 1883 en Mazatlán, Sinaloa.

De Ángela nos quedan sus restos, que reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres. Y de su vida y convicción nos heredó la certeza de que la belleza humana no es sólo externa, sino fruto del esfuerzo y de la lucha contra las convenciones sociales.

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