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martes, 12 de abril de 2011

Los sacrificios

Los sacrificios

Pero los dioses exigían más que un poco de sangre, que es la que otorga la fecundidad, por ello existe la posibilidad de que se agote, de ahí la constante ansiedad del hombre para lograr dicha regeneración. Así, recurrían a sacrificios de seres humanos provocándoles la muerte por diversos medios. Podía ser por decapitación, en los que la cabeza simbolizaba la mazorca de maíz, transformándose en un fruto simbólico del sustento del hombre; este hecho también se expresa en el Códice Dresde, donde la cabeza del joven dios del maíz está en el centro, sobre una gran pirámide y en medio de una ceremonia.


Figura 32. La decapitación fue la forma más común de sacrificar a una víctima durante el periodo Clásico, aunque dados los instrumentos para cercenar la cabeza, parece que la víctima tenía que ser degollada antes.

A su vez era la forma en que la sangre escaparía con gran profusión, símbolo de la energía divina que escapa del cuerpo. Es muy difícil que la muerte se hubiera podido causar cercenando la cabeza, dados los instrumentos con los que contaban; primero debió recurrirse a degollar a la víctima, para con posterioridad separar la cabeza del cuerpo. De diversos testimonios se infiere que la decapitación fue la forma más común de sacrificio en el periodo Clásico del área maya. La cabeza también constituyó un signo de triunfo, el captor se colgaba la cabeza de su prisionero para ostentar su victoria. Para el periodo Posclásico la forma más común de causar la muerte ritual era extrayendo el corazón de la víctima; el corazón, de acuerdo con las creencias de los mayas, era un centro donde residían las funciones cognoscitivas, racionales, espirituales y emotivas, el centro anímico vital y el centro primario del yo. La muerte ritual era precedida por elaboradas danzas y enormes procesiones. Los oficiantes se ataviaban con las insignias de los dioses, sumamente elaboradas, y se convertían en representantes y portadores del poder sagrado, procedían en nombre de su dios, intermediarios de los cuales se servían las divinidades para sacrificar a los seres humanos.

Las víctimas eran principalmente cautivos de guerra, y mientras mayor fuera el rango del prisionero, su muerte alcanzaba mayor valor; algunos, para el momento de su muerte, ya no eran hombres, sino dioses con una envoltura corporal; los dioses como el cosmos tenían que morir para renacer con nueva energía. Había otras víctimas, aun infractores de la ley, que estaban destinadas a alimentar a las divinidades, finalidad para la que fueron creados los hombres y retribuir a los dioses hambrientos los favores recibidos y calmar su enojo. Y, por último, estaban los sacrificados que servían como compañeros de muerte, servidores de los grandes señores a los que continuarían sirviendo en el tránsito hacia su destino final, como los son los acompañantes del gobernante Pacal localizado en la tumba del Templo de las Inscripciones de Palenque.

Figura 35. En esta escena procedente de Chichén Itzá, Yucatán, sobre un altar de sacrificios conformado por el cuerpo de una gran serpiente de cascabel, colocan a la víctima sostenida por dos sacerdotes; uno más alza su brazo con el cuchillo sacrificial para extraerle el corazón.

A la víctima se le brindaban bebidas embriagantes y otras drogas que debilitaban su voluntad, se le recostaba en el altar de sacrificios, y sostenida de brazos y piernas por los chaacoob, ayudantes del sacrificador, denominado nakom, le arrancaban el corazón; luego el sacerdote principal, ah kin, lo ofrendaba al Sol o bien lo colocaba entre dos cajetes y a veces se le quemaba.14

La muerte ritual por flechas o saetas también tenía como finalidad primordial la búsqueda de la fertilidad. Se ataba a un joven a una columna de piedra en medio de la plaza y alrededor de él bailaban guerreros; la víctima se pintaba de azul, el color sagrado, y se adornaba con flores del árbol balché, asociadas con la sexualidad. El sacerdote lanzaba una primera flecha y luego los guerreros lo asaeteaban. El sacrificio se hacía en honor del dios solar, quien enviaba sus rayos materializados en flechas para terminar con la vida de la víctima.

Los rituales para pedir la lluvia adecuada para las cosechas podían consistir en arrojar a lagos y cenotes víctimas, ya sea vivas o bien a las que previamente se les había extraído el corazón. Los grandes depósitos acuáticos eran una entrada al acuoso inframundo, recinto también de múltiples deidades. El cenote sagrado de Chichén Itzá fue testigo fiel de este ritual; se han encontrado en él numerosos restos de infantes, víctimas predilectas de los dioses pluviales.

Había otro sin fin de rituales como aquellas fiestas colectivas de la comunidad celebradas en los distintos periodos del año, relacionados con las siembras y las cosechas, o bien rituales celebrados en las diversas etapas de la vida de un individuo, de los gobernantes en el momento que ascendían al poder o para consagrar una victoria, y aquellos ritos de iniciación de los hombres religiosos, los encargados del culto.

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