Minuto de silencio en memoria del sacerdote Jacques Hamel, delante de la iglesia de Saint Etienne du Rouvray, Francia.
Alemania y Francia han sufrido en las últimas semanas una serie de brutales asesinatos y ataques que siguen muy presentes en nuestra memoria. Al igual que el asesinato en masa en Japón o los tiroteos en Orlando y en diferentes ciudades de Estados Unidos. Mientras los métodos utilizados por los perpetradores, en su mayoría trastornados imitadores de crímenes, evolucionan, nuestras estrategias de seguridad fracasan debido, en parte, a su obsolescencia. Solo un cambio radical de perspectiva y de respuesta por parte de nuestros servicios de seguridad podrá plantar cara a este terrible fenómeno.
El blanco de todos los recientes ataques era muy diferente: la comunidad gay en Orlando, adolescentes en Múnich, discapacitados en Japón, un cura de 86 años y un grupo de monjas en una iglesia en Francia. En algunos casos, esos blancos fueron escogidos deliberadamente; en otros, las víctimas eran aleatorias, gente en el lugar equivocado en el momento inoportuno. La fuente de inspiración también variaba: ISIS, Breivik, Hitler o, simplemente, un agravio personal.
Lo que resulta más sorprendente es la falta de un patrón o de conexión entre todos estos ataques. La línea entre terrorismo, asesinatos (en masa), psicosis, suicidio o crimen personal es cada vez más borrosa. El método, el número de víctimas, el perfil de los asesinos y lo que les inspira a cometerlos varían enormemente. Son muy pocos los rasgos en común: todos los perpetradores eran hombres, jóvenes en su mayoría, casi todos con un pasado de inmigración y con antecedentes psiquiátricos, traumas personales, frustrados, o implicados en crímenes.
Incluso en muchos casos es bastante dudoso que los asesinatos estuvieran organizados por ISIS o que ISIS jugara algún rol en su ejecución. No obstante, el autoproclamado Estado Islámico se apresura a reclamar los asesinatos, dando la impresión de tener soldados omnipresentes e imbatibles. Todo ello crea un círculo vicioso en el que ISIS se hace cada vez más atractivo y la insignia de los terroristas pasa por perpetrar crímenes de imitación.
Los medios contribuyen también a alimentar esta tendencia, dejando entrever que todos los ataques están conectados, cuando la realidad es infinitamente más compleja. Se utiliza rápidamente la etiqueta "terrorista", muchas veces por los antecedentes del asesino, aunque se puede poner en duda que todos estos incidentes sean verdaderamente ataques terroristas o islamistas.
Siendo el fenómeno tan complejo, la respuesta no puede ser simple. La retórica de guerra del presidente Hollande puede resultar comprensible desde un punto de vista emocional, pero el remedio es incorrecto. El esquema simplista utilizado hasta ahora en la guerra contra el terrorismo se ha quedado obsoleto.
La "guerra" contra el terrorismo ha fracasado. Por ello, hay que introducir nuevos instrumentos y medidas diferentes en esta lucha. Quizás con un atractivo menor, pero más eficaces.
Pues las soluciones son, en muchas ocasiones, una respuesta a la agresión de la víspera, cuyo objetivo parece ser tranquilizar a la población, dejando de lado su capacidad para evitar nuevos ataques. La presencia de las fuerzas armadas en las calles, las barricadas, las alambradas, las herramientas de vigilancia masiva, así como la prohibición de llevar mochilas y los constantes controles de seguridad contribuyen a crear un falso sentimiento de seguridad cuando, en realidad, lo que consiguen es retrasar los ataques u obligar a los asesinos a encontrar nuevos métodos, sin protegernos de nuevos.
La "guerra" contra el terrorismo ha fracasado. Por ello, hay que introducir nuevos instrumentos y medidas diferentes en esta lucha. Quizás con un atractivo menor, pero más eficaces. Y ello supone, entre otras cosas, variar el reparto de los recursos presupuestarios.
Para empezar, la seguridad real requiere una perspectiva que se base en una verdadera comprensión del fenómeno, llamada además a cortar de raíz las causas principales que lo impulsan. Las nuevas estrategias de seguridad tienen que invertir mucho más en comprender qué es exactamente lo que provoca que determinados ciudadanos se conviertan en receptores de mensajes que invitan al extremismo violento, pues la mejor manera de proveer seguridad a los ciudadanos es, en primer lugar, evitar que la gente caiga en manos de la violencia.
El método del Estado Islámico, que pasa por justificar cualquier asesinato de no musulmanes a manos de musulmanes, hace casi imposible la detección de un potencial asesino a pesar de la vigilancia constante. Los expertos llevan años pidiendo invertir más en los servicios de inteligencia y en estrategias locales de prevención. Es más, estas y otras muchas más lecciones de este tipo se pueden extraer del estudio de otras ideologías violentas como, por ejemplo, la de los grupos neo-nazis.
Urge intensificar la ayuda psicológica a los refugiados. Muchos llegan a Europa con traumas de guerra y otros empeoran con las experiencias que viven tras su llegada al continente.
Además, otra de las medidas que hay que urge adoptar es la intensificación de la ayuda psicológica a los refugiados. Muchos llegan a Europa con traumas de guerra y otros empeoran con las experiencias que viven tras su llegada al continente. Aunque es cierto que la asistencia médica a los refugiados existe, en algunos países el tiempo de espera para recibir asistencia psiquiátrica urgente es eterno. Mucha gente no recibe el tratamiento que necesita, a pesar de contar incluso con numerosos intentos de suicidio en su historial. Incluso en aquellos casos de ausencia de traumas de guerra, la asistencia psicológica y psiquiátrica sigue siendo un tabú en algunas comunidades de inmigrantes o, simplemente, no están a su alcance.
Las organizaciones terroristas son ingeniosas, cambian sus tácticas muy a menudo para ser más astutos que sus rivales, yendo siempre un paso por delante de la policía y los servicios de inteligencia. Nuestra respuesta es, sin embargo, lenta e inadecuada. Pues la solución no puede basarse exclusivamente en dotar a las autoridades de poderes ilimitados y de sistemas informáticos megalómanos. Se precisan unidades inteligentes, flexibles, capaces de identificar rápidamente nuevos métodos y de luchar contra los terroristas con sus mismas herramientas, echando por tierra sus planes.
Esta ola de asesinatos no solo cuesta vidas humanas y atenta contra nuestro modo de vida, sino que también crea grandes tensiones en la sociedad. Y no solo ISIS se beneficia de la situación. Todos los movimientos extremistas sacan partido de ella. Sabemos que la seguridad total no existe, pero no puede ser la excusa para no mejorar nuestra estrategia y su eficacia.