Oralidad y digitalidad
En aquellos tiempos antiguos, la palabra tenía un valor plástico, visual, una enorme capacidad de recrear la realidad
22/07/2016 - Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam
La Cueva de Hira es una oquedad formada por el apilamiento de unas grandes lajas de piedra sobre una pared vertical.
Los árabes antiguos enviaban a sus hijos al desierto para que aprendieran la lengua y las virtudes de la cultura de los nómadas, las tradiciones orales que componían la memoria de la comunidad.
Esa memora andaba repartida en los numerosos relatos que circulaban de viva voz en las noches cuajadas de estrellas que cobijaban los campamentos beduinos. Bellas historias que hablaban de la nobleza de antiguos guerreros, de la elocuencia de los poetas, de historias de amor y palacios de cristal que surgían entre las dunas de aquellos parajes desolados.
Una memoria que también recordaba la santidad de los profetas antiguos, las pruebas a que eran sometidas las almas de los luchadores en la senda de la Verdad y de la Justicia. Grandes y nobles palabras, sí, grandes relatos que fueron precisamente los que abolió en primer término la posmodernidad occidental…
El islam vino a culminar ese largo proceso de las culturas orales del desierto y a mostrar la belleza de la escritura, las líneas que comenzaban a fijar aquellas narraciones en huesos, pieles y papiros...
Las antiguas supersticiones y los genios se mezclaban con un preciso dibujo de las deidades paganas que jalonaban la Ruta del Incienso… las viejas divinidades que no eran sino los ecos de las antiguas diosas agrarias que habían descendido desde el norte, desde el Creciente Fértil.
También surgían imágenes de los creyentes unitarios que rezaban al Dios Único, que ayunaban y mantenían una forma de vida frugal plena de nobleza y valores.
En el inacabable desierto, en la monotonía de las arenas, la palabra adquiría un valor mágico, sugerente hasta límites muy difíciles de imaginar en estas sociedades en las que la cultura y los lenguajes lo son tan sólo de la Imagen, muy lejos ya de la Palabra, y donde, por tanto, tan difícil resulta imaginar.
En el inacabable desierto, en la monotonía de las arenas, la palabra adquiría un valor mágico, sugerente hasta límites muy difíciles de imaginar en estas sociedades en las que la cultura y los lenguajes lo son tan sólo de la Imagen, muy lejos ya de la Palabra, y donde, por tanto, tan difícil resulta imaginar.
En aquellos tiempos antiguos, la palabra tenía un valor plástico, visual, una enorme capacidad de recrear la realidad, y por ello fue precisamente allí, en el desierto del Hiyaz, donde descendió la Revelación en forma de Palabra…, en medio de las desoladas arenas de los alrededores de Meca, en el Monte Hira, una impresionante mole de piedra que actualmente ha sido abandonada por la administración saudí y está lleno de basura y desperdicios, como un gigantesco estercolero por donde aún ascienden algunos peregrinos que quieren conocer in situ el lugar preciso donde descendió el Noble Corán hasta el corazón de Muhámmad (saws).
Escuchando atentamente la Recitación podemos casi visualizar las metáforas que descendían al corazón del Mensajero (saws) en ese desolado lugar desde el que se contempla una Kaaba diminuta, allá abajo, muy lejos… La Cueva de Hira es una oquedad formada por el apilamiento de unas grandes lajas de piedra sobre una pared vertical, como páginas de un libro pétreo que hubiera quedado fijado entre las imágenes escatológicas de la Revelación.
Ahora es difícil imaginar tal poder evocador de las palabras, la fuerza conformadora de los símbolos, cuando éstos cruzan las láminas de plasma de los dispositivos interactivos que sostienen las redes sociales.
La palabra dice ahora menos, la oralidad ocupa un menor espacio/tiempo significante en beneficio de la procesión digital de imágenes mezcladas intencionalmente por lo que podemos ya denominar como Poder Digital, expresión de una aún balbuceante inteligencia artificial.
Finalmente no serán necesarias ya las guerras. Los ciudadanos de la Aldea Global están dispuestos a aceptar voluntariamente los dictados de ese Poder Digital. Ya no existe el ‘aura’ de la memoria personal. Ahora adquirimos tantas gigas de memoria donde poder almacenar una ingente cantidad de datos, la mayoría de los cuales no usaremos jamás.
Datos y metadatos, indicaciones e itinerarios que ya no pueden enhebrar una poesía.
Datos y metadatos, indicaciones e itinerarios que ya no pueden enhebrar una poesía.
La Biblioteca de Borges es ya un hecho, la memoria global circula por las redes planetarias como un bucle de información incesante, como aportación de la memoria humana a la apoteosis final de la Máquina, una cinta de Möbius en la que se diluyen los valores y apreciaciones personales en una dinámica que subsume a nuestras vidas cotidianas en un escenario escatológico.
Los seres humanos digitalizados de nuestro tiempo están encandilados con los datos sin poder darse cuenta de que el valor de su acción digital está en otro sitio, en esos metadatos tan valiosos que son los que trazan los perfiles de una nueva humanidad dirigida desde un gigantesco complejo industrial donde se articula la inteligencia artificial.
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