La fórmula para acorralar a los fanáticos es la educación en valores
Por Susana Mangana*
El atentado perpetrado por un solo individuo en el emblemático balneario francés de Niza nos recuerda cuán vulnerable somos ante aquellos dispuestos a causar terror y muerte.
Preguntarnos si el asesino del camión tráiler estaba loco o era un lobo solitario, o si por el contrario integraba alguna célula integrista islamista en la Riviera francesa es, en estos momentos, bastante irrelevante.
Por fortuna, parte de nuestra incapacidad para comprender el fenómeno yihadista es que buscamos aplicar el razonamiento lógico para explicar situaciones que nos resultan incomprensibles. Y digo por suerte porque mientras seamos incapaces de comprender cómo jóvenes de buena salud física, que no mental, con una familia que proteger, un trabajo estable y oportunidades para disfrutar de la vida tal y como siguen ofreciendo sociedades desarrolladas como la francesa o la belga, significa que al menos uno de los objetivos de los terroristas no se está cumpliendo; atemorizarnos a todos al punto de tomar decisiones como cancelar viajes, evitar salir a bailar, cenar con amigos o visitar un estadio.
En nuestro afán por razonar y comprender, tendemos a un uso excesivo de etiquetas que al día de hoy no explican gran cosa.
Radical, ortodoxo, fundamentalista son algunos de los adjetivos que por sí solos no ayudan a entender por qué el llamado de grupos como Daesh (el no Estado antiislámico) o Al Qaeda sigue atrayendo a jóvenes europeos, sean musulmanes de nacimiento o de conversión. El punto a no olvidar es que también son hijos de la cultura europea, con todos sus atributos y falencias.
Es evidente que aquellos dementes que están dispuestos a segar la vida de inocentes, tanto nacionales franceses de distintas edades como turistas, aunque sigan su lógica, propia de los paranoicos que se creen víctimas de un complot de las potencias occidentales y que se embarcan en un combate como una suerte de causa mayor que les da un nuevo proyecto de vida, por efímero que sea, no están bien de la azotea. No responden a nuestra lógica y por tanto no podemos entenderlos.
Desde el momento en que creen estar cumpliendo una misión divina que satisfará a Alá, convirtiéndose así en héroes de toda la comunidad musulmana mundial, algo les funciona mal. El término clínico para definirlos es lo de menos. Son peligrosos porque ya están dispuestos a morir matando y es casi imposible predecir dónde asestarán su golpe.
Por ello no alcanza con reaccionar tras la masacre, retocar protocolos de seguridad para incorporar posibles armas, no solo las convencionales de fuego sino camiones, vehículos de distintos peso y volumen, agentes químicos... en fin, la lista puede llegar a ser inagotable.
Para acorralar a estos fanáticos es necesario implementar fórmulas de lento pero más seguro calado, como es la educación en valores que empiezan a perderse a velocidad vertiginosa en nuestra sociedad; solidaridad frente a la indiferencia, proximidad en vez de individualismos egoístas, la reflexión y la ponderación antes de emitir juicios basados en medias verdades y grandes prejuicios. En suma, educación en la tolerancia y el respeto al prójimo, algo que se enseña en toda religión que se precie de serlo. El islam no es diferente a las otras religiones monoteístas en ese sentido.
Es imperativo seguir colaborando y exigir a la vez a los líderes espirituales musulmanes de aquí y de allá que redoblen esfuerzos para extirpar todo germen de rechazo y odio al diferente, no seguir anclados en el pasado reciente en el que la colonización europea hizo estragos en países de África y Asia. Pues aunque la tentación es grande y parece redituable en lo inmediato presentar respuestas sencillas a situaciones complejas, finalmente no aportan soluciones y el pueblo se dará cuenta.
Es lo que hacen hoy políticos como Donald Trump y otros de similar catadura moral en Europa. En ese sentido también se perciben coincidencias con el discurso de pseudolíderes iluminados de los grupos radicales que apelan a una lectura simplista y maniquea de los problemas que aquejan al mundo musulmán, como si atacar a Occidente fuera la panacea de todos sus males.
En vez de levantar muros es más provechoso tejer redes y construir puentes con una civilización que suma ya más de 1.500 millones de fieles y que en el 2030 sobrepasará el número de cristianos en el mundo.
* Susana Mangana dirige la Cátedra de Islam en el Departamento de Formación Humanística y el Programa de Política Internacional de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Católica del Uruguay
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