El Jardín en la tradición islamica
Botánica, espiritualidad, Al-Andalús, la frescura del paraíso, la frescura del presente
La flor y el alma
El origen más remoto de los jardines musulmanes hay que rastrearlo en
Oriente y se basa en la idea del Paraíso Terrenal que hablan todas las
cosmogonías antiguas y está descrita en la Biblia:
«Plantó Dios un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre a
quien formara. Hizo brotar en él de la tierra toda clase de árboles
hermosos a la vista y sabrosos al paeladar, y en el medio del jardín el
árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Salía del
Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos.
El primero se llamaba Pisón.. el segundo se llamaba Guijón... el tercero
Tigris... el cuarto Eufrates». (Génesis 2, 8 a 14).
La predilección musulmana por los jardines, tiene su origen en el
Jardín-Paraíso descripto en el Sagrado Corán que es, ante todo, la
suprema e infinita promesa de felicidad a los que hacen el bien y vedan
el mal.
«Quienes obedezcan a Dios y a Su Enviado, El les introducirá en
Jardines debajo de los cuales fluyen ríos, en los que estarán
eternamente». (Sagrado Corán: Sura 4, Aleya 13).
Numerosos pasajes del Libro por excelencia evocan este lugar
delicioso con una imagen tan precisa que ésta llegó a ser fuente de
inspiración para los creadores de jardines. En el seno de un cercado
protegido de los vientos del desierto, el agua de los Cuatro Ríos del
Paraíso discurre por canales entre parterres con árboles cargados de
frutos y poblados de pájaros, mientras unas huríes acogen en sus
pabellones a los bienaventurados para toda una eternidad de delicias...
(al respecto, véase también las siguientes aleyas coránicas: 38-52,
44-54, 52-20, 55-72, 56-22 y 78-33).
«A los que creen y hacen buenas obras, les haremos entrar en
jardines, bajo los cuales corren ríos, donde morarán eternamente;
tendrán en ellos esposas purificadas y les haremos disfrutar de una
densa sombra». (Sagrado Corán: Sura 4, Aleya 57).
«Los que temen a su Señor tendrán, junto a su Señor, los Jardines de la Delicia». (Sagrado Corán: Sura 68, Aleya 34).
El jardín, paraíso y recuerdo del primigenio oasis del desierto,
ocupa por tanto un lugar privilegiado en el imaginario musulmán. La
catedrática María Jesús Rubiera Mata de la Universidad de Alicante, en
su obra La arquitectura en la literatura árabe (Hiperión, Madrid, 1988),
desarrolla esta perspectiva: «El oasis debe ser el principio del jardín
árabe, el oasis, que ofrece al beduino el placer estético del
claroscuro, al presentarse como una mancha negra en el luminoso
horizonte, y luego, cuando se acoge bajo sus palmeras colmará el resto
de sus sentidos con la frescura de su sombra, con el agua de su
manantial, recogida en una charca tranquila como un espejo, o sonora y
fluyente en riachuelos o en rudimentarias acequias que nacen de su
fuente. El Profeta del Islam trascenderá estas sensaciones y mientras
los persas habían hecho de sus jardines, paraísos, los árabes harán del
Paraíso un jardín».
Arboles, sombra y agua componen un jardín persa. Para ese pueblo, el
Paraíso habla de flores y jardines. Precisamente, la palabra «paraíso»
por mediación del griego paradisos, procede de Persia, donde figura en
el Avesta bajo la forma pairi ("circular") daéza ("pared" o "muro"), en
persa moderno (farsí) firdaus.
En el Sagrado Corán la morada de los justos se denomina al-ÿanna, en
árabe. También se la denomina ÿannat ‘adn «el Jardín del Edén», o ÿannat
an-na’im «el Jardín de las Delicias».
Esto era de esperarse, puesto que el paraíso muslímico, revelado por el libro sagrado es una promesa de jardines en flor:
«No oirán allí frivolidades ni reproches de pecado, sino una palabra:
¡Paz! ¡Paz! Y los bienaventurado se alojarán allí, entre los tallos de
lotos, bajo árboles de mawz recubiertos de flores» (Sagrado Corán: Sura
56, Aleyas 25-9).
El famoso islamólogo español Miguel Asín Palacios (1871-1944), a
propósito de la tradición monoteísta de los Cuatro Ríos, cita un pasaje
del texto del Miraÿ (cfr. Tafsir de Jazin, III. 145 y ss., Muhammad
Effendi Mustafá Editor, El Cairo, 1318 de la Hégira) en la que el Santo
Profeta Muhammad (BPD) dice: «Y he aquí que había cuatro ríos, dos
ocultos y dos exteriores. Dije: "—¡Oh Gabriel! ¿Qué son estos ríos?".
Respondió: "—Los ocultos son dos ríos del cielo, y los exteriores, el
Nilo y el Eufrates"» (M. Asín Palacios: La escatología musulmana en la
Divina Comedia, seguida de Historia y crítica de una polémica, Hiperión,
Madrid, 1984, pág 431).
El jardín islámico se inscribió principalmente en la tradición que
procedía de la Persia sasánida. Los más bellos jardines de los primeros
siglos de la Hégira (VII a IX en Occidente) se lograron en el Irán
musulmán. De este período son dignos de mención los jardines omeyas, en
los que se incorporaron rasgos de la tradición de los parques reales
helenísticos, a su vez inspirados en los jardines persas, aunque con una
particular disposición de los elementos arquitectónicos (pórticos,
paseos, peristilos).
Así, en Ÿirbat ("Ruinas") al-Mafÿar, en Palestina, en la primera
mitad del siglo VIII, explanadas y patios de armas se adicionaron al
patio con peristilo situado en el interior del castillo. Este tipo de
disposición prefiguró la evolución de los jardines de producción omeya,
que dieron paso a los grandiosos parques de las residencias abbasíes.
Estos se inscribieron directamente en la filiación de los jardines
sasánidas, de los que recuperaron la amplitud y la rigurosa disposición
geométrica. Y al igual que sus modelos sasánidas, eran empleados para
las cacerías reales y acogían las paradas militares y las recepciones
privadas y oficiales. En ellos se practicaba también la equitación y el
polo.
El parque del palacio Ÿaushaq al-Jaqaní, por ejemplo, situado en
Samarra (Irak), siglo IX, se extendía sobre una inmensa explanada
florida y plantada de árboles, en las que se intercalaban acequias,
estanques y kioscos. El relato maravillado de los embajadores bizantinos
que fueron recibidos en 917 en el palacio del califa al-Muqtadir (que
gobernó entre 908-932), en Bagdad, evoca unos jardines en los que, entre
estanques de mercurio resplandecientes como un espejo, se paseaba una
fauna de animales exóticos en medio de una profusión de raros perfumes
(cfr. Jonas Lehrman: Earthly Paradise. Garden and Courtyard in Islam,
Thames and Hudson, Londres, 1980).
Los vestigios de un jardín del siglo XII descubierto en Marrakesh
bajo las ruinas de la primera mezquita de la Kutubiyya muestran que, a
pesar de su superficie reducida, había incorporado el esquema persa con
sus dos alamedas en forma de cruz. El modelo de rigurosa geometría
originario de Irán dominó tanto en Oriente como en Occidente, donde al
parecer fue adoptado desde el siglo XII. Los jardines nazaríes de la
Alhambra (siglo XIV), constituyen un ejemplo de ello, que además inspiró
a numerosos jardines del Magreb a partir del siglo XVI (palacio Badí en
Marrakesh, 1578). Véase Dumbarton Oaks Colloquium on the History of the
Islamic Gardens, Dumbarton Oaks, Trustees for Harvard University,
Washington, 1976; The Garden in the Arts of Islam, March 25-April 27,
1980, Mount Holyoke College Art Museum, South Hadley, Massachusetts,
1980.
BOTÁNICOS Y GEÓPONOS ANDALUSÍES
En la época del Islam clásico, la historia natural comprendía los
dominios de la geología, la farmacopea -vinculada a la medicina-, la
física, la zoología y la botánica, con sus derivaciones hacia la
agricultura. No es extraño que algunos grandes sabios del Islam, como
al-Kindí, al-Biruní y ar-Razí, trataran de estas ciencias en sus
trabajos enciclopédicos o especializados.
Ya en el siglo IX, el Libro de los animales (Kitab al-hayawán), del
gran literato de Bagdad al-Yahiz (776-868), constituyó a su manera un
tratado de zoología en el que se describen 350 especies de animales. Un
siglo después, un grupo de sabios shiíes, los «Hermanos de la Pureza»
(Ijuán al-safa), establecidos en Basora a partir de 983, otorgaron en
sus Epístolas (Rasâ’il) una gran importancia a la geología, la botánica y
la mineralogía. Las ciencias naturales y la farmacopea fueron
inseparables de la práctica de los más grandes médicos —como ar-Razí,
Avicena y Averroes— y efectuaron brillantes progresos en la época del
Islam clásico, como lo patentizan incontables obras, con frecuencia
pioneras, acerca de los minerales, las plantas y las drogas.
Sociología de las plantas
La jardinería persa tuvo un rol preponderante en la evolución de la
botánica islámica. Un hábito genuino de esta tradición milenaria
consistía en podar los retoños o sierpes hasta la misma copa del árbol a
fin de que, al acumularse aquí el follaje, ganase en esbeltez y nobleza
de estampa, al mismo tiempo que se le infundía un cierto aire de
refinamiento, inequívoco de civilización tan culta y peculiar.
Los persas distribuían sabiamente, como en un tapiz las manchas de
color, las flores en los parterres, distinguiendo entre ellas, a imagen
de las constelaciones terrestres, las anémonas, caisímones, egipanes,
clemátides, ampelis, heliantos, leucantemos, ásteres, diamelas, y otras
más exóticas aun que ellos llamaron «sidr» (loto) y «falh» (acacia
mimosa). Entre los árboles veneraron el mítico «arak» (árbol de
cólquidos), los «ban» (mencionados en las inscripciones de la Alhambra),
al mismo tiempo que el «panjí» (árbol del Paraíso), el «natey» (especie
de palmera), el mirobaláno y el cinamomo (de cuya raíz extraían el
jenjibre), además del almez, la catalpa, el ailanto y el nogal. A
semejanza de los druidas, los persas creyeron que en cada árbol habitaba
un genio, y que cuando se secaba era porque éste, como el alma al
cuerpo, lo había abandonado.
Los musulmanes de los primeros siglos del Islam intuyeron, asimismo,
lo que actualmente conocemos por «sociología de las plantas», es decir,
la afinidad magnética entre ellas mismas, de modo que se cuidaban de
sembrar en un mismo arriate plantas de distinta familia, cuyos perfumes y
pólenes no fuesen homogéneos. Iban incluso más lejos: sabedores de que
ciertos pájaros muestran inclinación por determinados árboles, así la
golondrina por el ciprés y el ruiseñor por el almendro, y de que los
cánticos de las aves influyen en el metabolismo de las plantas, conforme
a la hipersensorialidad que se ha podido observar en el mundo vegetal,
tenían también muy presente el árbol que iba a dar sombra a las flores
con el fin de que hubiese afinidad perfecta, no ya entre árboles y
flores, sino entre éstas y el cántico de los pájaros, por lo que las
rosas, vaya como ejemplo, aparecían junto a los almendros y los lirios
cerca de los cipreses, justamente como espontáneamente se ofrecen en la
Naturaleza.
Al-Ándalus, Jardín del Islam
La farmacopea brilló particularmente en al-Ándalus. En la España
musulmana la farmacología, la zoología y la botánica estuvieron
vinculadas, después de que los árabes introdujeran numerosas plantas,
desarrollaran una rica agricultura de regadío y crearan jardines
botánicos.
El geógrafo cordobés al-Bakrí (m. 1094) estudió en sus trabajos los árboles y los vegetales de su España natal.
En Tunicia, Abu al-Salt al-Ándalusí (1067-1134) escribió, también en
el siglo XII, el innovador «Libro de las drogas simples» (Kitab
al-adwiya al-mufrada). Pero era en la España musulmana donde se hallaba
la vanguardia de la investigación en ciencias naturales.
Por la misma época y con el mismo título que el empleado por Abu
al-Salt, el andalusí Abu Ÿa’far al-Gafiqí (m. 1165), hijo del célebre
oculista Muhammad al-Gafiqí,(1) llevó a cabo una novedosa descripción
científica de las plantas.
En el siglo XIII, su compatriota Abu-l-Abbás Ibn al-Rumiyya al-Nabatí
(1166-1240), que estudió en Marrakesh con el farmacéutico Ibn Salih, se
hizo célebre con sus trabajos sobre botánica. En 1217 realizó un viaje a
Oriente con el doble objetivo de peregrinar a La Meca y de llevar a
cabo observaciones científicas. Sobre el periplo escribió un libro
titulado al-Rihla al-nabatiyya ("El viaje botánico") cuyo original,
desgraciadamente, se ha perdido.
En la primera mitad del siglo XII vivió el oculista Muhammad Ibn
Qassum Ibn Aslam al-Gafiqí, que nació cerca de Córdoba y practicó en
dicha ciudad. Este fue el autor del Kitab al-murshid fi-l-kuhl ("Guía
del oculista") del que se conserva un manuscrito único en la biblioteca
de El Escorial. El tratado está compuesto por seis libros, ocupándose de
medicina ocular e higiene de los ojos en los dos últimos, y puede
considerarse como un fiel ejemplo de los conocimientos oftalmológicos
que llegó a dominar la medicina islámica de la época. El instrumento
óptico de dos cristales montados en armadura que se sujeta a las orejas
llamado gafas, debe su nombre al inventor, el oculista cordobés
al-Gafiqí. Hoy día un busto honra su memoria en el barrio de la Judería,
cerca de la célebre mezquita.
Ibn al-Awwám
En los siglos XI y XII, surge una escuela agrónoma en al-Ándalus que
será la más importante del Islam clásico. Los más conocidos agrónomos y
geóponos (los estudiosos de la geoponía, o sea la agricultura)
andalusíes de este período son Ibn Wafid (1008-1074), el toledano Ibn
Bassal (s. XI), autor de un tratado de agricultura llamado Kitab al-Qasd
ua l-bayán (trad. por el arabista y hebraísta José María Millás
Vallicrosa, M. Aziman, Tetuán, 1955), Abu l-Jayr al-Isbilí (s. XI),
natural de Sevilla como indica su nisba, y del que apenas nada se sabe
(su Tratado de Agricultura fue traducido y comentado por J.M. Carabaza,
AECI, Madrid, 1991), e Ibn al-Awwám.
El tratado de Ibn al-Awwám (Kitab al-filaha) fue, durante bastante
tiempo, la única referencia sobre la agronomía hispanomusulmana y,
paradójicamente, la personalidad del autor casi totalmente desconocida,
ya que son mínimos los datos autobiográficos que aporta y una fuente
como la de Ibn Jaldún parece conocerlo poco y mal (cfr. Ibn Jaldún:
Introducción a la historia universal. Al-Muqaddimah, FCE, México, 1977,
pág. 919). Por el estudio de su obra parece claro que el autor vivió en
Sevilla, y más concretamente, en la zona de Aljarafe, dadas las
frecuentes citas que, de este distrito en que él realizaba prácticas
agrícolas, aparecen en su tratado: «yo sembré arroz en el Aljarafe», o
«jamás he visto en los montes del Aljarafe higueras plantadas entre las
vides». También dice: «Ninguna sentencia establezco en mi Obra que yo no
haya probado por la experiencia repetidas veces» (cfr. Ibn al-Awwám:
Libro de Agricultura, trad. J.A. Banqueri, 2 vols., AECI, Madrid, 1988,
facsimile de la de 1802).
Ibn al-Awwám redactó su tratado en la segunda mitad del siglo XII.
Enlaza con la tradición latina de Lucio Columela (siglo I d.C.), pero
recoge mucho de la tradición árabe oriental, representada por el «Libro
de agricultura nabatea» de Ibn Uahsiyya,(2) al que en general resume,
incorporando los ricos conocimientos farmacológicos andalusíes,
manifestando el alto grado del saber existente en al-Ándalus acerca de
las casi seiscientas plantas que menciona, además del medio centenar de
árboles frutales que describe, ocupándose de cómo han de ser cultivados.
La obra de Ibn Awwám influyó en el Renacimiento, y, revalorizada por
los ilustrados, fue objeto de una versión castellana íntegra, publicada
en 1802, por impulso del historiador, economista y político español
Pedro Rodríguez Campomanes y Pérez, conde de Campomanes (1723-1803). La
misma fue traducida por Fray José Banqueri, discípulo del célebre monje
maronita Michel Casiri (1710-1791), que editó el texto árabe basándose
en el manuscrito de El Escorial y lo tradujo al castellano. Resulta muy
curioso subrayar que tanto Banqueri como Campomanes estaban convencidos
de la utilidad que podía tener la obra de Ibn al-Awwám para el fomento
de la agricultura en España a fines del siglo XVIII.
Entre los logros que habitualmente se atribuye a los musulmanes de la
Edad de Oro (s. VIII al XII), está el de desarrollar de modo notable la
agricultura, sobre todo aquella que se refiere a los cultivos de
regadío. Y al igual que sucedió en otros campos, como filosofía, música y
arquitectura, los musulmanes recuperarán la tradición clásica, en este
caso romana, contenida en obras de autores griegos o romanos, como
Plinio el Viejo o Lucio Columela, y la pondrán en práctica desde la
India hasta al-Ándalus. La primera gran obra de agricultura es el
conocido Kitab filaha al-nabatiya ("Libro de agricultura nabatea"), obra
de Ibn Uahsiyya, que floreció hacia 900 y recoge los conocimientos de
los antiguos nabateos y los cultivadores mesopotámicos. Recordemos que
los nabateos eran árabes de una rica zona agrícola, cuya capital era la
legendaria Petra (hoy Jordania), la ciudad color rosa, redescubierta en
1812 por el viajero suizo Johann Ludwig Burckhardt (1784-1817),
convertido al Islam con el nombre de Ibrahim Ibn Abdallah (véase Vida y
Viajes de John Lewis Burckhardt, Laertes, Barcelona, 1991).
Ibn al-Baitar
Sin embargo, el más grande botánico farmacólogo de la civilización
islámica fue otro hispanomusulmán, Diya al-Din Abu Muhammad Abdallah Ibn
Ahmad, llamado Ibn al-Baitar ("el hijo del veterinario"), de Málaga (m.
1248), discípulo de al-Nabatí. Estudió en Sevilla y en 1220 dejó
al-Ándalus para seguir la misma ruta que al-Nabatí, aunque él ya no
volvería a su tierra natal instalándose en el Oriente musulmán hasta
encontrar la muerte en Damasco. En la ciudad de El Cairo, el sultán
ayubí Malik al-Kamil Nasiruddín Muhammad (sobrino de Saladino, que
gobernó entre 1218-1238) lo nombró jefe de los herboristas de palacio y
fue probablemente allí donde escribió sus obras más importantes, entre
ellas su gran enciclopedia: al-Ÿami li-mufradat al-adwiya ua-l-agdiya
("Colección de nombres de alimentos y drogas simples"). Ibn al-Baitar
viajó a Siria y Anatolia, a pesar de las invasiones cruzadas, para
recoger plantas, y sus trabajos constituyen la mejor sistematización
sobre las plantas medicinales que jamás se emprendió antes de la época
moderna. En esos tratados, dio entrada a mil quinientas especies
—trescientas de las cuales nunca se habían inventariado hasta entonces—,
citó a los autores griegos y latinos y anotó sus propias observaciones.
Se trata, en fin, de un repertorio crítico del conjunto de la ciencia
farmacológica que permaneció como el fundamento de toda la botánica
ulterior en el Oriente musulmán.
Ibn Luyún de Almería
En relación con el cuidado de la tierra en al-Ándalus, la figura más
sobresaliente es Ibn Luyún de Almería (1282-1349). Su obra ha sido
editada por Joaquina Eguaras Ibañez y lleva por título Tratado de
Agricultura (Granada, 1988). Está realizada en verso y contiene
importantes conocimientos sobre el tema agrícola, el cuidado de
jardines, etc. Una obra muy recomendable para profundizar sobre los
secretos de la agricultura, la irrigación y el apropiado uso del agua en
al-Ándalus es la de Cherif Abderrahmán Jah y Margarita López Gómez: El
enigma del agua en al-Ándalus, Lunwerg Editores, Barcelona, 1994.
También es muy interesante consultar el trabajo de varios autores: El
agua en la agricultura de al-Ándalus, Lunwerg/El legado andalusí,
Barcelona, 1995.
Maestros de la horticultura
Hay unos conocidos versos de Calderón (3), que hablan de la gran fama que tenían los musulmanes andalusíes como horticultores:
«...Porque no sólo a la tierra,
pero a los peñascos hacen
tributarios de la yerba;
que en agricultura tienen
del estudio, tal destreza,
que a preñeces de su alzada
hacen fecundas las piedras»
("Amar después de la muerte", tema religioso).
Un refrán popular español de aquella época rima así:
«Una huerta es un tesoro
si el que la labra es un moro».
El etnólogo e historiador español Julio Caro Baroja (1914-1995),
decía que «La fama de los moriscos como horticultores es grande y
siempre se les consideró en esta actividad como muy superiores a los
cristianos viejos. Los moriscos, dice Andrea Navaggiero (1483-1529,
embajador veneciano ante Carlos V) en su memorable descripción de
Granada, son los que tienen las tierras labradas, y llenas de tanta
variedad de árboles; los españoles -añade-, lo mismo aquí que en el
resto de España, no son muy industrioso y ni cultivan ni siembran de
buena gana la tierra. Cuando los historiadores arabófilos hablan del
estado de florecimiento a que llevaron los árabes la agricultura en
España debían decir, de modo más exacto, la horticultura. En efecto,
entre las varias oposiciones existentes entre moriscos y cristianos
viejos, una de ellas es la que parecían tener en lo que se refiere a la
misma explotación del suelo. A través de varios textos parece rastrearse
la hostilidad que experimentaban ciertos cristianos, agricultores de
secano, cultivadores de cereales en superficies grandes, hacia los
horticultores, que cuidaban de huertos de regadío, con cultivos variados
e intensivos y de vergeles de tipo mediterráneo» (J. Caro Baroja: Los
Moriscos del Reino de Granada, Ediciones Istmo, Madrid, 1991, pág. 98).
El especialista Jesús Ávila Granados tiene similares conceptos: «El
auge de la agricultura nazarí se debe, principalmente, a la tecnología
hidráulica, capaz de transformar los terrenos de secano en fértiles
huertas de regadío, con grandes norias giratorias de acequias, pequeñas
aceñas, acueductos, acequias, canales, pozos artesianos, etc. De este
modo, los agricultores nazaríes pudieron, incluso, aclimatar nuevos
productos. Los nazaríes perfeccionaron asimismo el sistema romano de
riego. Los molinos de agua, instalados en las orillas de los ríos,
molían los granos de cereales. Los de viento, provistos de anchas velas
de barco, hacían girar un eje vertical que movía la piedra de moler el
grano. El mejor aceite se elaboraba en los molinos que trituraban los
frutos del olivo (almazaras)» (J. Ávila Granados: La Granada Nazarita,
Editorial Bruño, Madrid, 1990, pág. 12).
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), dramaturgo y poeta español,
es la última figura importante del siglo de Oro de la literatura
española. Nació en Madrid el 17 de enero de 1600. Se educó con los
jesuitas en Madrid, y continuó los estudios en las universidades de
Alcalá y Salamanca hasta 1620. Fue soldado en la juventud y sacerdote en
la vejez, lo que era bastante habitual en la España de su tiempo. En
sus años jóvenes su nombre aparece envuelto en varios incidentes
violentos, como una acusación de homicidio y la violación de la clausura
de un convento de monjas. De su vida militar existen pocas noticias,
aunque consta que tomó parte en la campaña para sofocar la rebelión de
Cataluña contra la Corona (1640). Contrasta lo impulsivo y mundano de su
juventud con lo reflexivo de su madurez, un aspecto que se acentúa al
ordenarse sacerdote en 1651. Disfrutó del máximo prestigio en la
brillante corte de Felipe IV y su nombre va asociado a la inauguración
del palacio del Buen Retiro de Madrid, en 1635, y a numerosas
representaciones teatrales palaciegas. El rey le honró otorgándole el
hábito de Santiago. También fue capellán de la catedral de Toledo y
capellán del rey. Murió en Madrid el 25 de mayo de 1681. En vida fue un
autor respetado por todos y rara vez aparece mezclado en las violentas
polémicas literarias de sus compañeros de letras. Después de la muerte
de Lope de Vega y Carpio (1562-1635), en 1635, fue reconocido como el
dramaturgo más importante de su época. El más conocido de los dramas
filosóficos de Calderón es La vida es sueño (1636), una de las obras de
la literatura española de valor universal. Su complejidad, como ocurre
con tantas obras maestras, ha dado lugar a infinidad de
interpretaciones. La idea central del drama, recogida en los versos «que
toda la vida es sueño / y los sueños sueños son», contaba con una
historia larga, variada e ilustre, pero Calderón la revive con otros
temas como la lucha de la libertad contra el destino y la trascendencia
simbólica; y con unos personajes que llegan a representar a toda la
condición humana. Su densidad filosófica y simbólica, sus soluciones
teológicas, su sentido moral, jurídico y político, hacen que sea la obra
más comentada de la literatura española, a excepción de El Quijote, de
Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616). Goethe (1749-1832) consideraba
a Calderón el gran genio del teatro y de la poesía: «En esplendor el
Oriente cruzó el Mar Mediterráneo. Si conoces las rimas de Calderón, tu
debes conocer y amar a Hafiz». Friedrich von Schlegel (1772-1829) llegó a
afirmar que Calderón había resuelto el enigma del universo en algunos
de sus dramas. También algunos románticos ingleses, como Percy B.
Shelley (1792-1822), vieron en Calderón al poeta dramático y lírico más
grande. Calderón es el dramaturgo por excelencia del barroco español. El
sentido teológico y metafísico de su tiempo informa todas sus obras,
donde aúna la fe y la razón, y, sin embargo, su debate entre deseos y
terrores que el verbo intenta vanamente comprender remite al presente.
LA TIPOLOGÍA DEL JARDÍN HISPANOMUSULMÁN
El arquitecto-jardinero catalán Nicolás María Rubió i Tudurí
(1891-1981) confiesa con franqueza: «El Islam fue, en aquellos tiempos
de bárbara oscuridad, el jardinero de Occidente... El contacto jardinero
árabe latino se realiza directa y naturalmente bajo el cielo
mediterráneo... Los puntos en que se realizó directamente el contacto
fueron las islas mediterráneas de Sicilia y Baleares y, en la península
hispánica, Andalucía, Murcia y Valencia principalmente... Por los mismos
años, Sicilia conocía notables obras del arte del jardín árabe. En
Palermo, los jardines de la Ziza eran famosos» (N.M. Rubió i Tudurí: Del
paraíso al jardín latino, Los 5 sentidos, Barcelona, 1981).
En al-Ándalus la idea del jardín era más extendida que en otras
regiones del mundo islámico. Era huerto y jardín a la vez, también era
un campo de experiencias botánicas, donde aclimatar aquellas especies
traídas de oriente, como la granada o la palmera datilera, idea que
sería imitada posteriormente por los británicos y materializada en los
Royal Botanical Gardens de Kew, sobre el Támesis, cerca de Londres, a
partir de 1759.
Los emires, califas y sultanes de al-Ándalus, a lo largo de sus ocho
siglos de historia (711-1492), favorecieron con enorme interés la
creación, junto a sus palacios, de jardines botánicos donde se
experimentaba con las nuevas especies traídas, iniciándose una técnica
de injertos que dio lugar a muchas frutas que hoy se degustan en Europa y
América, como el albaricoque, ciertas especies de higos, como el de
Málaga, tipos de dátiles, etc.
También se aclimataban especias y condimentos, como la pimienta negra
y el azafrán y plantas aromáticas y medicinales como la alhova y la
alheña. Para ello se crearon enormes huertos, con una dotación
constante, y se buscaron los mejores geóponos de la época, para que,
como avezados investigadores, cuidaran y experimentaran en ese jardín
botánico.
Fueron famosos los huertos de ar-Rusafa, almunia (huerto o granja) de
recreo del primer emir omeya en al-Ándalus, Abderrahmán I (731-788);
del califa Abderrahmán III (891-961), descendiente del anterior, que
instaló un jardín de experiencias botánicas en sus palacios de Madinat
az-Zahara ("Ciudad de los Azahares"), a ocho kilómetros de Córdoba; del
emir al-Mutamid (1027-1095) en Sevilla en la Buhaira al-kubra, luego
ampliados por el califa almohade Abu Yaqub Yusuf en 1172; del soberano
de la taifa de Toledo, al-Ma’mún (que gobernó entre 1043 y 1075), que
construyó la almunia al-Mansura, donde hoy se ubica el Palacio de
Galiana (cfr. Francisco Prieto Moreno: El Jardín Hispanomusulmán, Caja
de Ahorros de Granada, Granada, 1975).
En las albercas andalusíes solía haber plantas acuáticas, como
nenúfares y peces multicolores, como hoy todavía pueden apreciarse en el
Jardín del Partal y en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra.
El oficio de jardinero tenía una significativa dignidad entre los
musulmanes andalusíes. No era oficio vil, sino todo lo contrario;
representaba una antigua profesión, basada en la ciencia experimental y
en una exquisita sensibilidad. Este jardinero/botánico era el
complemento del perfumista y el médico, oficios llenos de misterio y
fórmulas magistrales. Oficios muy apreciados por emires y califas.
La poesía de los jardines
El amor por los jardines, las flores y la naturaleza en general, fue
una constante en todo el mundo islámico y en especial entre los
andalusíes. Los poetas dejaron su impronta naturalista en su observación
de los jardines y almunias que tanto abundaban en al-Ándalus.
De esta observación, sensible y exquisita, nació todo un género
poético conocido con el nombre de raudiyyat (de rau "jardín"), que fue
muy popular desde finales del siglo X y principios del XI. Dentro de
este género, se cultivaron especialmente los temas florales (nauriyyat)
por poetas como el iraquí domiciliado en al-Ándalus, llamado Sa’id
al-Bagdadí (m. 1026), que descolló en la corte de Almanzor, e Ibn
al-Qutíyya.(4)
La aceptación popular de estos géneros y estilos, trajo como
consecuencia el gusto por la naturaleza de todas las clases sociales
andalusíes, como un símbolo de que la poesía había descendido al pueblo,
tras el monopolio poético del poder califal.
Veamos un ejemplo de estos bellos fragmentos poéticos:
«Contempla para recrear tus ojos, un jardín lujuriante sobre el cual la brisa no cesa de soplar y la lluvia de caer».
Abu Bakr Muhammad Ibn Umar Ibn Abdul Aziz Ibn al-Qutíyya (muerto
hacia 977) es uno de los más importantes historiadores, filólogos y
poetas de al-Ándalus. Su apodo quiere decir «el hijo de la goda». Nació
en Sevilla y murió en Córdoba. Era descendiente de Sara la Goda, sobrina
del rey Witiza (m. 710), desposada con un musulmán. Brilló en la corte
del califa al-Haqam II. Su obra Tarij iftitah al-Ándalus ("Historia de
al-Ándalus") es fundamental para comprender la entrada de los musulmanes
en la Península. Este manuscrito se guarda en la Biblioteca Nacional de
París. Véase la traducción de Julio Ribera y Tarragó: Historia de la
conquista de España de Abenalcotía el cordobés, Madrid, 1926.
Ibn Jafaÿa
Un poeta famoso en este género fue el valenciano Abu Ishaq Ibrahim
Ibn Jafaÿa de Alcira (1058-1138), al que llamaban al-Ÿannán ("El
Jardinero"), por su dedicación a este tipo de poesías y porque fue
especialista en describir flores y jardines. Su obra ha sido citada por
el historiador musulmán argelino al-Maqqarí(1591-1634) en su Nafh at-tib
min ghusn al-Ándalus ar-ratib ("Exhalaciones de perfume de la rama
tierna de al-Ándalus"), y analizada por el profesor Hamdán Haÿÿaÿi de la
Universidad de Argel en su estudio Vida y obra de Ibn Jafaÿa, poeta
andalusí (Hiperión, Madrid, 1992).
Ibn Jafaÿa de Alcira5 ejercita la predilección de los poetas musulmanes de apelar a este tipo de metáforas y alegorías:
«Ráfagas de perfume atraviesan el jardín cubierto de rocío, cuyas tapias son el circo donde corre el viento...».
«Era un caballo alazán con el cual se encendía la batalla con un
tizón de coraje. Sus crines eran del color de la flor de granado; su
oreja, de la forma de la hoja de mirto».
«La flor hace pensar en un ojo que, bañado por las lágrimas, se ha
despertado; el agua, en una boca sonriente que seduce por el brillo (de
sus dientes)».
«¡Oh habitantes de al-Ándalus, qué felicidad la vuestra al tener sombras, ríos y árboles!
El Jardín de la Felicidad Eterna no está fuera, sino en vuestro
territorio; si pudiera elegir es este lugar el que escogería. No creais
que mañana entraréis en el Infierno; ¡no se entra en el Infierno después
de haber estado en el Paraíso!».
Alzira (en castellano, Alcira) es un municipio español de la
provincia de Valencia en la Comunidad Valenciana. Tiene 112 km2 de
extensión y se ubica a 14m de altitud. Es la cabecera de la comarca de
Ribera del Júcar. Su nombre en árabe (al-ÿazirah) significa «la isla»,
pues se originó en una isla fluvial del Júcar. El territorio donde se
encuentra el municipio fue conquistado a los musulmanes por Jaime I en
1242, y se sublevó durante las Germanías en 1521 (rebelión popular
contra la monarquía, pero donde se aprovechó para atacar a los moriscos
obligándolos al bautismo por la fuerza; acabó con una feroz represión
real).
Los aromas y ornamentos del jardín andalusí
El jardín en al-Ándalus tenía plantas aromáticas y flores
especialmente difusoras de perfume durante el día o la noche. También
crecían en él, árboles frutales que perfumaban el ambiente durante el
tiempo de su floración.
Sin embargo, para poder precisar el tipo de flores o plantas que se
cultivaban en los jardines de al-Ándalus, es necesario acudir a los
tratados de los geóponos andalusíes ya citados. También habría que
consultar «El Calendario de Córdoba» del médico cordobés Arib Ibn Said
(s. X) —cfr. Reinhart Dozy: Le calendrier de Cordue,trad. Francesa de
Ch. Pellat, Leyden, 1961—.
Flores aromáticas y plantas ornamentales
ADORMIDERA (Papaver somniferum). Llamada en el mundo árabe jashjash.
De cultivo milenario ya en la Grecia antigua, es citada por el rapsoda
Homero como la droga que se le dio a Helena en el asedio a Troya, para
olvidar toda pesadumbre. Se cría en jardines en la especie de flores
dobles muy ornamentales. Ibn al-Awwám nos describe en su tratado «una
especie de adormidera» con hojas de color cambiante, parecido al azafrán
disuelto en agua, con unos vástagos con cabecitas, que se abren en una
flor de color amarillento. Cada planta puede durar en el mismo sitio
unos cuatro años y de ella se hace un colirio refrigerante para los
ojos.
AZUCENA (Lilium candidum). Llamada en al-Ándalus sawsan. Originaria
del Cercano Oriente, se cultivaba como planta de gran belleza ornamental
desde la Antigüedad remota. Sus flores en ramillete terminal, de un
blanco inmaculado, exhalan un fuerte aroma, especialmente al anochecer,
hasta el punto que José Quer(6) en su «Flora española», asevera que a
muchos les causa dolor de cabeza. En al-Ándalus, las azucenas se
plantaban junto a las acequias, con poco riego. Al parecer, la azucena
figuraba en los jardines de Madinat al-Zahrá, la ciudad-palacio hecha
construir por el califa Abderrahmán III cerca de Córdoba, y en los de
los reyes de taifas de la dinastía Ibn Abbad de Sevilla (1023-1092),
entre otros muchos.
José Quer y Martínez (Perpignan 1695-Madrid 1764) fue un botánico y
cirujano militar español. Recorrió Cataluña, Aragón, Valencia, Italia y
tomó parte en la campaña de Orán (Argelia), lugares donde recogió su
herbario. En 1755 consiguió que se creara el Jardín Botánico de Madrid.
Publicó Flora española o historia de las plantas que se crían en España
(1762).
BALAUSTRA (Punica granatum). Variedad de la flor de granado, de
carácter especialmente ornamental, y que estaba presente en casi todos
los jardines andalusíes. Aun hoy, quizá como una herencia andalusí, se
mantiene esa tradición del granado ornamental en Marruecos. En el mundo
árabe se llamaba al granado rummán. Procedente de Siria, un cortesano
cordobés trajo a Córdoba, capital del emirato omeya de Abderrahmán I el
Inmigrado (731-788) la semilla de una clase de granado al que se llamó
safari. Aclimatado en la finca de recreo de este emir, la Rusafa, dió
excelentes frutos y a partir de entonces la granada de semillas dulces,
rojas y cristalinas, decoró las mesas de los emires y califas de
al-Ándalus. Se crió en abundancia en el reino nazarí de Granada.
Anteriormente la granada fue conocida y cultivada en Egipto 2500 años
antes de Cristo, ya que se ha encontrado en tumbas egipcias restos de
ese fruto, símbolo del amor y la fecundidad en Oriente.
LIRIO AMARILLO O LIRIO DEL AGUA (Iris pseudacorus). En al-Ándalus
sawsan asfar. Dentro de la enorme variedad de especies que se dan en el
lirio, el amarillo es esencialmente planta de adorno, pues no tiene
olor. Se cría junto a las aguas (albercas y acequias). Figura entre las
especies de probable cultivo en los jardines de Madinat al-Zahrá
(Córdoba).
MIRTO. Arbusto omnipresente de los jardines de al-Ándalus, de la
misma familia que el arrayán, llamado as en árabe. Abu l-Jayr al-Isbilí
distingue el mirto del arrayán. Califica al mirto de árbol acuoso, que
no debe plantarse en los montes. Es oloroso, especialmente sus hojas.
Puede injertarse en el aligustre, el lentisco y el terebinto.
MOSQUETA. Llamada en al-Ándalus nisrín. Se trata de un tipo de rosal
con flores blancas, pequeñas y de olor densamente almizclado. Se
injertaba con el rosal común. Ibn Luyún señala dos tipos de mosqueta en
relación al color de sus flores: blancas y amarillas. También indica una
clase de mosqueta silvestre que se daba en luagres montañosos, de
flores aún más pequeñas.
NENÚFAR AMARILLO (Nuphar luteum). En al-Ándalus nilúfar asfar. Planta
acuática arraigada en el fondo de las aguas; se cría en aguas mansas de
lagunas y estanques. Sus flores desprenden un suave perfume y flotan en
el agua. Dentro de las especies de nenúfares en al-Ándalus, había uno
criado en albercas al que denominaban nilúfar al-bírka, y adornaba los
jardines de las almunias reales. A veces el refinamiento llegaba a tal
extremo que se ponían sobre las aguas de los estanques o albercas,
nenúfares de plata, como fue el caso de la almunia de Almanzor, haÿib
(caudillo) de Córdoba que relegó del poder a la dinastía omeya.(7)
Almanzor o al-Mansur (940-1002) fue un caudillo militar musulmán de
al-Ándalus, fundador de un régimen autoritario basado en el Ejército (g.
981-1002). Al inicio del califato de Hisham II (976-1009), Almanzor
logró hacerse con el poder en al-Ándalus. Durante su regencia el califa
fue una mera figura decorativa que en todo caso llamaba la atención por
su carácter pusilánime. En el año 981 recibió como sobrenombre «el
victorioso por Allah» o al-Mansur bi-Allah, castellanizado en Almanzor.
En once años (976-987) dirigió 25 campañas contra los núcleos cristianos
desde Barcelona hasta Santiago de Compostela, a un promedio de dos por
año, aunque en 981 la cifra se eleva a 5 aceifas. Según la tradición
cristiana, los castellanos y leoneses derrotaron al caudillo musulmán en
Calatañazor (Soria), aunque en realidad fue una victoria más del
caudillo musulmán. Por eso, el famoso dicho «Almanzor perdió su tambor
en Calatañazor» es falso., pues este caudillo musulmán, nunca perdió una
batalla. Se trata en realidad de un mito inventado por sus enemigos.
Almanzor se mantuvo en el poder con el apoyo militar de los bereberes.
Plantas aromáticas y frutales de aroma
ALHUCEMA (Lavandula latifolia). En al-Ándalus al-juzáma. Durante un
tiempo se dijo que «Espliego y alhucema son una cosa mesma», pero tienen
marcadas diferencias, ya que el olor es más suave en el espliego y más
alto y ramoso el tallo de la alhucema. Ibn al-Awwám describe una planta
de esta especie en su «Libro de Agricultura» que, por sus
características, parece tratarse de la alhucema. De ella dice que los
persas la aprecian mucho y la cultivan en abundancia, proque aseveran
que mirando su flor, el ánimo se alegra y se acaba la tristeza.
LIMONERO (Citrus limon). Llamado en al-Ándalus laimún. Debió llegar a
la Península Ibérica traído por los árabes después del siglo X. Al
limonero aluden Ibn Bassal e Ibn Haÿÿaÿ y más explícitamente al-Tignarí,
Abu l-Jayr, Ibn al-Awwám e Ibn Luyún. Se decía que el limonero no debía
plantarse cerca del naranjo porque su fuerte aroma perjudicaba a éste
último. Su fruto, partido y conservado en sal, se utilizaba como
condimento en los guisos, tal y como se suele hacer ahora en tierras del
Magreb.
NARANJA Y OTROS CÍTRICOS: Los cítricos, como el toronjo y la naranja
(del árabe: naranÿa, y éste del persa: naranguí) amarga fueron
importados de Asia oriental. Eran utilizados para conservar los
alimentos, pero también se extraía de ellos para la elaboración de zumos
y de sus flores, esencias para la elaboración de perfumes. Igualmente,
la ciencia del injerto se desarrolló en al-Ándalus hasta límites
insospechados, logrando, por ejemplo, una extraordinaria variedad de
pomelos. No deja de llamar la atención el proceso por el que la naranja
deja su nombre en las lenguas europeas, y a cambio transforma el suyo en
árabe. En portugués se dice laranja, y en varios idiomas europeos, como
el inglés y el francés (orange), sin la consonante inicial, pasó al
vocabulario de la alimentación y a la gama de los nombres de color. En
cambio el nombre con el que pasa a conocerse, posteriormente, en árabe
es el de burtuqal, que proviene del país Portugal, donde hubo grandes
plantaciones de excelentes naranjas especialmente en la región sureña de
Algarve (del árabe: al-garb "el oeste").
MANZANILLA (Anthemis nobilis). Señalada por Ibn Luyún como una de las
plantas que aromatizaban los jardines andalusíes. Planta con pequeñas
flores muy aromáticas que se cría por gran parte de la Península. Ibn
al-Awwám también la cita en su tratado de agricultura como planta con
propiedades para ayudar a la mujer al alumbramiento. También debió
figurar como una de las especies botánicas en madinat al-Zahrá.
MANZANO (Pyrus malus). Llamado en al-Ándalus tuffah. Muy abundante en
la Península, en diversas variedades y texturas de manzanas. Se cría
principalmente en las vegas (como la de Granada), pero también se da
bien en los climas cantábricos. La aplicación de la manzana ha sido
siempre múltiple, tanto en medicina, gastronomía y fabricación de dulces
y jarabes, e incluso en perfumería, de acuerdo su grado de madurez, por
la bondad de esa fruta, a pesar de su estereotipo negativo de origen
bíblico y legendario. En al-Ándalus se cultivaban abundantemente las dos
variedades de manzanas: dulces y ácidas. Se utilizaban en confituras y
esencialmente en los jarabes y aplicaciones cosméticas, ya que, según se
decía, las manzanas fortalecían el ánimo y daban alegría. En casi todos
los tratados conocidos de los geóponos andalusíes, se dan largas
recomendaciones sobre el cultivo del manzano y el cuidado en la
recolección de su fruto.
MELÓN (Cucumis melo). En al-Ándalus sukkarí. Planta de fruos grandes y
ovoidales y pulpa jugosa con mucho aroma. Hay un dicho popular en
Castilla que se refiere a la incertidumbre sobre la elección de un
melón: «El melón y el casamiento ha de ser de acertamiento». En
al-Ándalus era fruto muy apreciado. Ibn Bassal ya recoge esta fruta en
su tratado agrícola, pues debió cultivarlo en la huerta del rey taifa
al-Ma’mún de Toledo (1043-1075). Abu l-Jayr al-Isbilí nos informa que
había muchas de melón en al-Ándalus, y especialmente la variedad
sukkarí, era melón de secano, muy dulce y de tamaño pequeño. Un truco
para conseguir que fuese aún más dulce, era el de poner sus pepitas en
remojo con agua azucarada, antes de plantarlas.
MENTA. En al-Ándalus, con el nombre de fawdanÿ y dawmarán se conocían
unos tipos de hierbas aromáticas clasificadas como menta y menta
acuática, que se utilizaban principalmente en jarabes y tisanas, como
remedios médicos.
ROMERO (Rosmarinus officinalis). Mata de mediana altura que florece
durante todo el año en el centro y mitad del sur de la Península
Ibérica. Intensamente aromático, al médico-filósofo persa Ibn Sina
(980-1037), el Avicena de los latinos, se atribuye el empleo del
cocimiento de la flor de romero con aceite, como bálsamo para todos los
males.
El jardín del Generalife
Sin lugar a dudas, el jardín más espléndido e inolvidable de la
España musulmana es el Generalife (del árabe Ÿannat al’arif: "La más
noble y elevada de todas las huertas", también "Huerta del gnóstico o
arquitecto"), la almunia de la Alhambra de Granada. Su primera
construcción data de la época almohade (1147-1232), con importantes y
radicales reformas posteriores, llevadas a cabo por los sultanes
nazaríes Muhammad III (1302-1309), Ismail I (1314-1325), Muhammad V
(1353-1359/1362-1390) y Yusuf III (1408-1417).
Ibn Luyún, el gran sabio y literato almeriense, maestro de Lisanuddín
Ibn al-Jatib (1313-1375), en el capítulo final de su Tratado de
Agricultura y Jardinería (Edición y traducción de Joaquina Eguaras
Ibáñez, Granada, 1988), nos da el programa virgiliano de una casa de
campo al gusto de su época. El Generalife es un fiel reflejo de esta
teoría plasmada en una almunia real:
«En el lugar más elevado del jardín deberá construirse una casa, para
facilitar su guarda y vigilancia. La orientación será hacia mediodía,
elevando algo el sitio donde vayan a emplazarse la alberca y el pozo. En
lugar de este último será mejor construir una acequia que corra bajo la
umbría de árboles y plantas. Cerca de ella se plantarán macizos, que
estén siempre verdes, de todas las plantas que alegran la vista y, algo
más apartadas, diversas variedades de flores y árboles de hoja perenne.
Un cerco de viñas rodeará toda la finca y, en la parte central,
emparrados darán sombra a caminos que encuadrarán los arriates. En el
centro se ha de levantar, para las horas de reposo, un pabellón abierto
por todos lados y rodeado de rosales trepadores, arrayanes, y las
diferentes flores que embellecen un jardín. Será más largo que ancho,
para que la vista no se fatigue contemplándolo. En la parte más baja se
dispondrá una nave de habitación para los huéspedes que hagan compañía
al propietario; tendrá su puerta y una alberca que, oculta por un grupo
de árboles, no podrá verse desde lejos. Convendrá, además, construir un
palomar y una torrecilla habitable».
El Generalife, no obstante, debió sobresalir en importancia dado que,
según puede deducirse de las inscripciones grabadas en una de sus
cámaras, ("entra con compostura, habla con ciencia, sé parco en palabras
y sal en paz..."), el sultán, abriendo espacios en sus ocios y
meditaciones, despachaba audiencias.
Otros jardines de la Alhambra
Los jardines del Partal, de los Adarves y de Lindaraja en la
Alhambra, con sus rimeros de macetas floridas, con recortados setos que
bordean acequias, con estanques y fuentes cubiertos de nenúfares, y todo
un conjunto, esplendoroso y sutil, asomándose a la legendaria ciudad,
al blanco barrio del Albaicín (de al-bayyazín: musulmanes de Baeza que
se refugiaron en Granada) a las cumbres nevadas de la sierra, y a la
aceitunada apacibilidad de la Vega, justifican sobradamente las
expresiones de viajeros como el médico austríaco Ieronimus Münzer que
viajó por la Península entre 1494-1495: «Terminada la comida, subimos a
la Alhambra. Vimos allí palacios incontables, enlosados con blanquísimo
mármol; bellísimos jardines, adornados con limoneros y arrayanes... Todo
está tan soberbia, magnífica y exquisitamente construido, de tan
diversas materias, que se creería un paraíso. No me es posible dar
cuenta de todo» (I. Münzer: Viaje por España y Portugal, Polifemo,
Madrid, 1991).
El gran humanista italiano Pietro Martire d’Anghiera (1459-1524)
cuando visitó Granada (ciudad donde falleció y aun se halla su tumba) en
el primer cuarto del siglo XVI escribía en una de sus epístolas: «Todo
el país, en suma, por su gala y lozanía, y por su abundancia de aguas,
semeja los Campos Elíseos. Yo mismo he probado cuánto estos arroyos
cristalinos, que corren entre frondosos olivares y fértiles huertas,
refrigeran el espíritu cansado y engendran nuevo aliento de vida».
Los cármenes de Granada
El concepto del carmen granadino es de origen hispanomusulmán. La
palabra carmen viene del árabe karm, que significa viña. Los cármenes
ocupan las laderas de las colinas enclavadas entre los cauces del Darro y
del Genil, y aquellos que se encuentran en el Albaicín, frente a la
esplendidez de la Alhambra, son considerados los más típicos. En sus
orígenes eran minifundios suburbanos; el terreno se dedicaba en parte a
jardín y en parte a huerta. Hoy ésta sigue siendo una tradición
celosamente mantenida por los propietarios de los cármenes: aunque el
jardín ha ido ganando espacio en el tiempo, siempre queda un rincón de
huerta, y un emparrado con buenas uvas, y multitud de árboles frutales.
Refrán: «El que no ha visto Granada, no ha visto nada».
A partir de la conquista de Granada, y más precisamente con los
gustos de los Habsburgos por el estilo barroco, el jardín
hispanomusulmán desapareció de los horizontes rápidamente: «No menos
serio fue la italianización de los palacios y jardines bajo las
infleuncias del Renacimiento, en un proceso que arrasó la tradición
aborigen en menos de un siglo» (James Dickie "Yaqub Zaki": "The Hispano
Arab-Garden. Notes Towards a Typology", en Salma Khadra Jayyusi: The
Legacy of Muslim Spain, 2 vols., Leiden, 1994, págs. 1016-1067).
En el otro extremo del mundo musulmán, el soberano safaví Abbás I el
Grande (1571-1629), cuando emprendió la reordenación de la ciudad de
Isfahán, concibió el esquema de un gran parque, los «cuatro jardines»
(char-bagh en persa), con pabellones y palacios, que pertenecían aun a
la tradición sasánida y aqueménida. Las «alfombras-jardín»
contemporáneas constituyen un testimonio de esta permanencia (cfr. A.M.
Kervokian y J.P. Sicre.: Le jardin du désir, sept siècles de peinture
persane, Phébus, París, 1983).
Jean Baptiste Tavernier (1605-1689) que viajó por Turquía, Palestina,
India, Sumatra y Java, estuvo en la ciudad persa de Isfahán en 1664, y
comprobó que tenía la misma extensión que París, pero era diez veces
menos populosa, pues cada familia tenía su propia casa con jardín y
había tantos árboles que «más parecía un bosque que una ciudad» (cfr. Le
Six Voyages de Jean-Baptiste Tavernier, París, 1681).
EL JARDIN OTOMANO
En el Imperio otomano, los jardines combinaran la tradición persa con
la de los jardines bizantinos, caracterizados por unas formas
ornamentales en las que se utilizaban los mármoles de color, los
mosaicos y los parterres de flores. En el palacio de Topkapi (hoy
convertido en museo), erigido en Istanbul (de la expresión griega is ten
pólis "hacia la ciudad" luego arabizada) a partir de la segunda mitad
del siglo XV, se dispusieron numerosos jardines de mediana extensión,
con surtidores hidráulicos, y entreverados de elegantes pabellones de
mármol con los muros revestidos de estucos y de cerámicas policromas.
EL JARDÍN INDOMUSULMÁN
Los emperadores musulmanes mogoles de la India sobresalieron en la
realización de jardines cuya geometría era aun tributaria de la de los
parques persas «de los cuatro jardines»: altos muros rodeaban los
parterres cuadrados o geométricos, acondicionados en forma de terrazas
escalonadas, y una serie de estanques poco profundos, con fuentes y
surtidores artificiales, animaban las cruces de rectilíneas alamedas.
Entre los más célebres jardines mogoles, destaca el de Nishat Bagh,
realizado en 1625 en Cachemira, que se extiende sobre doce terrazas que,
a su vez, representan los doce signos del zodíaco. Por su parte, el
jardín Shalimar, de Lahore, realizado unos años más tarde, se extiende
sobre tres terrazas (cfr. C.M. Villiers-Stuart: Gardens of the Great
Mughals, Londres, 1913; S. Crowe y S. Haywood: The Gardens of Mughul
India, Thames and Hudson, Londres, 1972; Elizabeth M. Moynihan: Paradise
as a Garden in Persia and Mughal India, G. Brazillier, Nueva York,
1979).
No deben dejar de mencionarse los Jardines Botánicos de Lal Bagh en
la ciudad de Bangalore (Karnataka, India), construidos por el sultán
shií de ÿazirah Mysore Haidar Alí Bahadur (1722-1782) y ampliados y
renovados por su hijo Tipu Sultán (1750-1799) con mil ochocientas
especies traídas de Irán, Mauricio, Maldivas y Francia (plantas exóticas
y medicinales). Tienen una extensión de cien hectáreas en las que el
visitante más indiferente no deja de quedar conmocionado ante la
incomparable y exquisita diversidad de aromas y colores (cfr. R.H.
Shamsuddín Elía: La epopeya de Tipu Sultán, El Tigre de Mysore, revista
"El Mensaje del Islam" Nº 12, Buenos Aires, mayo 1996, págs. 4 a 26).
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