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jueves, 3 de noviembre de 2011

Mi Búsqueda de Los Mayas Durante 33 Años de arguelles

1 - Mi Búsqueda de Los Mayas Durante 33 Años

Aunque en este libro escribí cosas que pueden parecer culturalmente remotas, o trascendentalmente cósmicas, sería una equivocación pensar que los mayas son inasequibles.



Como lo he conocido a través de mi vida, la experiencia maya con su riqueza de sabiduría artística y científica, no es tan ajena o diferente como extrañamente familiar, igual que las numerosas coincidencias de la palabra Maya y los términos análogos a ella, que se encuentran esparcidos a través del mundo civilizado.



Y sin embargo, al mismo tiempo, la experiencia Maya o el Factor Maya como lo he llamado, es vasto, indudablemente vasto, y con implicaciones que se extienden en gran parte más allá de los dominios de nuestra imaginación.

Ahora tengo 47 años, y me ha tomado 33 años el comprender plenamente que aún en su inmensidad, el Factor Maya es amigable, accesible, y comunicable. Con el objeto de permitir que otros entren a este mundo, me gustaría relatar de manera abreviada, mi propia llegada al Factor Maya. Para empezar por el principio, fui concebido en Méjico, y aunque nacido en los Estados Unidos, viví en Méjico mis primeros cinco años.



El hecho de que el apartamento de mis padres estuviese localizado en el número 100 de la calle Tula, Ciudad de Méjico, me conmovió más tarde como una curiosa sincronicidad, ya que el nombre Tula es la forma tolteca de Tulan o Tollan, nombre del centro o lugar donde los mayas tuvieron su origen.

Fue, en 1953, año determinado por el destino para el descubrimiento del código genético, y los Cinturones de Radiación Van Allen, campo magnético de la tierra, cuando encontré, por primera vez a los mayas. En aquel verano, mi padre nos llevó a Méjico a mí y a mi hermano gemelo. Esta fue la ocasión perfecta para un chico de catorce años.



Yo no había estado en Méjico desde que lo abandoné a los cinco años de edad, pero la Ciudad de Méjico aún era como mi recuerdo infantil de una capital colonial. Aunque no fuimos más allá de Cuernavaca, muy cerca aún de la Ciudad de Méjico, en el Museo Nacional de Antropología recibí una impresión lo suficientemente fuerte como para agitar sentimientos profundos y antiguos.



Pero el museo, con su fantástica ostentación de objetos artísticos, incluyendo el gran Calendario en Piedra de los Aztecas, no fue, nada comparado a mi experiencia en la ciudad de la gran pirámide de Teotihuacan, “Lugar Donde los Dioses Tocan la Tierra”.

Mientras subía a la pirámide del Sol, y miraba hacia las montañas abigarradas y ensombrecidas debajo del cielo azul claro de aquellos tiempos, surgió en mí un sentimiento profundo, un deseo vehemente de saber. Yo sabía que no era solamente un conocimiento de las cosas que yo anhelaba tan fuerte y seriamente, sino un conocimiento que viene desde el interior de las cosas.



Mientras descendí las escalas, dominado por el respeto y lleno de admiración hacia la monumentalidad armónica de la ciudad de Teotihuacán, me hice una promesa. Y la promesa fue esta: que sea lo que fuere lo que hubiese ocurrido aquí, yo habría de saberlo, no precisamente como un observador exterior o como un arqueólogo, sino como un verdadero conocedor, como un vidente.

Y fue en ese otoño de 1953, mientras estaba trabajando en la biblioteca pública de Rochester, Minnesota, cuando apareció el siguiente eslabón.



Yo archivaba libros, empleo que disfrutaba grandemente por la oportunidad que me brindaba para encontrar ideas nuevas y diferentes. Y entre todos los libros que me atraían, y que llevaban mi mente más allá de ella misma, había dos en particular:

Tertium Organum de P.D. Ouspensky

Los Antiguos Mayas de SyIvanus Griswold Morley

El primer libro, con vertiginosas descripciones de las posibilidades de un infinito número de mundos paralelos, fue suficiente para enviar mí imaginación hasta una condición de apacible transcendencia, ¿o era un recuerdo?.



Realmente no podría decirlo.



Por una u otra razón, el libro de Morley, que trataba sobre los mayas, me produjo el mismo efecto. O más bien, mientras me abría perspectivas hacia una experiencia cultural de dimensiones superiores, el libro de Morley me proporcionó una descripción sobre las probabilidades terrestres para cimentar las experiencias cósmicas que Ouspensky relató en el Tertium Organum.

En todo caso, el libro de Morley me causó una impresión imborrable.



Las fotografías de los mayas vivientes, las singulares descripciones antropológicas de los mayas en relación con los demás miembros de la raza mongólica, los diagramas de los lugares donde están los antiguos templos, y las reproducciones de la escultura en piedra, la cual posee un misterio, una armonía, y una delicadeza extraordinarias, todo eso me había cautivado por completo.



Pero nada me fascinó más que el sistema numérico y matemático de los mayas.



Rápidamente lo aprendí: Un punto es igual a uno o a una unidad de un múltiplo de veinte; una barra es cinco o un múltiplo de cinco veces veinte; y una concha es cero o la conclusión.

Todo era tan fantásticamente simple y fluido. Y luego estaban los nombres de los valores:

kin, las unidades

vinal, los 20

tun, los 400

katún, los 8.000

baktún, los 160.000

Durante largas horas, me maravillé de la maestría que dicho sistema representaba, y del misterio que pudo haber sido su verdadero propósito. Evidentemente, Morley no lo supo.



Tan grande como era su aprecio por los remanentes que aún quedan de los mayas, él, como casi la totalidad de los arqueólogos (como lo descubrí más adelante), juzgó a los mayas según los parámetros de la tecnología materialista.



Además Morley consideró que los mayas estaban en la edad de piedra. No conocieron la metalurgia ni usaron la rueda. Y sin embargo, en la opinión de Morley, y en gran manera para su asombro, sin estos artefactos materiales, se las ingeniaron para crear una ciencia y una arquitectura de una belleza armónica, proporcionalmente igual a las más grandes civilizaciones del mundo antiguo.



Para Morley, que escribió en 1947, los mayas constituían una “excepción intratable”... Pocas son las culturas, si es que las hay, con rasgos primitivos comparables... que se han centrado en un grado tal de adelanto intelectual.

Mi descontento con las limitaciones de Morley se aumentaba con mi propia falta, de experiencia y conocimiento, que a su vez serían necesarios para formular el motivo” real de ese descontento.



A medida que me introducía en la tradición matemática, astronómica y calendárica, tal como había sido descifrada por arqueólogos iguales a Morley y sus colegas, encontraba un velo más allá del cual mi experiencia no podía penetrar. Aquí, yo me refugiaría en los ensueños o en la fantasía.



Y una fantasía siempre volvería a presentarse: la de un viaje a la jungla, a las tierras cálidas de Mesoamérica en donde, por medio de alguna experiencia catártica y transfigurativa, yo saldría pero no como yo había sido, sino como portador de conocimiento, como vidente. Este ensueño, esta comunicación tan frecuente, me guió en mi búsqueda de los mayas.

Los mayas fueron para mi sólo un pasatiempo en mis años de colegio, y especialmente en la escuela de grado. Me gradué en historia del arte, pero la Universidad de Chicago no ofrecía en ese entonces ningún curso de arte pre-colombino. Sin embargo me valí de todos los recursos en la biblioteca de la universidad, como también en el Instituto de Arte de Chicago, y en el Field Museum.



Al aplicar los conocimientos prácticos y la disciplina que estaba aprendiendo en el estudio formal de la historia del arte, avancé rápidamente en mi propio estudio del arte Maya y pre-colombino en general, En su mayor parte, este fue un curso satisfactorio. Yo tenía libertad para sumergirme en lo que realmente era mi área favorita en la historia del arte.



Y sin embargo, a medida que la, estudiaba, y observaba, se hizo claro que había algo erróneo. Nadie parecía llegar al grano. Todos los arqueólogos trataban a la civilización Maya como si fuera una feliz aberración de la edad de piedra. Sospeché que la razón por la cual los arqueólogos estudiaron a los mayas, fue precisamente porque sus mentes autocomplacientes nunca lograrían llegar a ella, y en cambio, pensarían que los mayas tenían la culpa de que ellos no lo hubieran logrado.

Aparte de Morley, quizás el más sobresaliente arqueólogo-escritor e intérprete de los mayas, es un hombre llamado J.E.S. Thompson.



Admirable compilador de dos tomos monumentales, La Escritura Jeroglífica de los Mayas y Un Catálogo de Jeroglíficos Mayas, lo mismo que de otros textos más generales como El Ascenso y la Caída de la Civilización Maya, Thompson, más que otro cualquiera, escribió sobre los mayas como si ellos hubieran sido sabios idiotas; expertos, sabrá Dios porqué motivo, en una incomprensible matemática astronómica, que va hasta el extremo de la obsesión diabólica, pero no hacia ningún fin racional.



Aún más que Morley, Thompson juzgó a los mayas según la medida y los valores de la civilización europea del renacimiento.



Las discusiones de Thompson sobre el arte Maya revelan una intolerancia condescendiente. Debido a que los arqueólogos como Thompson ni sospechan lo que fueron los mayas, generalmente imputan lo peor, proyectándose penosamente con sus hábitos modernos en un sistema extraño y fatalista.



Así pues, cuando afronta lo que realmente es el rasgo más enigmático de la civilización Maya, es decir, su repentina decadencia en el siglo IX, Thompson prefiere ver en ello una revuelta de esclavos contra gobernantes despóticos.



Sin embargo como lo explica Morley,

“es difícil creer que una civilización tan sólidamente establecida, pudiese haber sido trastornada repentinamente... si los descontentos se hubiesen acumulado lentamente a través de los siglos, hubieran dejado alguna señal por la cual pudieran ser identificado”.

Durante, el verano de 1964, como estos rumores poco satisfactorios atravesaban mi cabeza de parte a parte, preparé mi próximo viaje a Méjico.



La fascinación romántica ”del luga” era siempre muy fuerte en todo tiempo. El viajar en carro, como lo había hecho con mi padre diez años antes, me, dio el tiempo suficiente par contemplar los paisajes infinitos de las montañas y el cielo.



Para mí, aquella región era mística, viviente, y poseía grandes secretos. Mí actitud de apertura al misterio del lugar y de la geografía, fue complementada por el descubrimiento de otros puntos de vista, puntos de vista más amplios que los de los arqueólogos materialmente obcecados. El principal entre ellos era el de la escritora Laurette Sejourné.

Yo ya estaba familiarizado con su libro, Pensamiento y Religión en el Méjico Antiguo el cual era como aire fresco en contraste con los escritos de los arqueólogos, porque Sejourné tomó en serio las aptitudes mentales y espirituales de los antiguos. En Ciudad de Méjico leí su obra, El Universo de Quetzalcoatl.



En la introducción a este libro, el eminente historiador de la religión Mircea Eliade escribió sobre el acercamiento de Sejourné, que para ella,

“la cultura forma una unidad orgánica.... y siendo así, ella debe estudiarse desde su centro, y no desde sus aspectos periféricos”.



QUETZALCOATL, LA SERPIENTE EMPLUMADA

XOCHICALCO, SIGLO X D.C.


Esta perspectiva vibró profundamente, acorde con mis propios sentimientos.



Comencé a percibir que el problema para llegar a un acuerdo con los mayas y con la antigua civilización mejicana en general, era realmente el problema de nuestra propia civilización. Sea lo que fuere lo que yo había empezado a sentir en 1953, ahora se me introdujo aún más profundamente.

Además de Teotihuacán, visité ahora los antiguos emplazamientos de Tula y Xochicalco, en las tierras montañosas mejicanas. Armado con algo de conocimiento, mi intuición penetró más en las piedras mudas. Fue particularmente en Xochicalco donde se me juntaron con intensidad inquietante las sensaciones de premonición o de recuerdos.



Xochicalco está elevado y distante en el enclave montañoso del estado de Guerrero.

Su apacible exhibición de estructuras arquitectónicas armoniosas se encuentra dominada por una presencia singular: Quetzalcoatl, la serpiente emplumada.



Fechada hacia los siglos IX y X, Xochicalco, “el lugar de la casa de las flores”, representa una fusión del estilo de Teotihuacán propio de las tierras montañosas mejicanas, con el modelo clásico de los mayas.



Fue aquí en Xochicalco donde se refugió y se reunió lo más selecto de los mayas y de Teotihuacán, luego de la “repentina” decadencia del periodo clásico de las civilizaciones Maya y Mejicana. Y fue aquí donde el Quetzalcóatl “histórico”, del periodo 1 Caña, nació en el año 947 D.C. El misterio se intensificaba para mí: y simultáneamente había comenzado una nueva etapa de aclaraciones.

El misterio era el de Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada, llamada por los mayas Kukulkán, que quiere decir, “el lugar donde habita la serpiente”. Con la lectura de la obra sintetizada de Sejourné, sobre Quetzalcóatl, estaba claro que Quetzalcóatl no fue solamente un dios, sino un dios múltiple; no sólo un hombre, sino muchos hombres, no sólo una religión, sino un complejo mítico, y una estructura mental.



Y también estaba claro que este conjunto de rasgos, esta presencia múltiple, informó a casi cada aspecto del antiguo Méjico y aun de la civilización Maya. No solamente las artes, sino también la astronomía y el calendario fueron afectados por Quetzalcóatl, quien estaba estrechamente relacionado con el planeta Venus, la estrella matutina y vespertina.

Asociaciones astronómicas y celestes, tanto como su papel de una figura religiosa de la talla de un Moisés o de un Cristo, llevaron a Quetzalcóatl a la importancia profética. Y así, en el siglo X del periodo 1 Caña, Quetzalcóatl, supuesto fundador de la ciudad de Tula y revitalizador de Chichen ltza en Yucatán, habiendo profetizado su regreso en el día 1 Caña, y en el año 1 caña; fue reivindicado por la llegada de Cortés aquel mismo día, Viernes Santo año 15 19 del calendario cristiano.



Este solo hecho parece haber sido suficiente para trastornar al ya nervioso Montezuma II, emperador del infortunado imperio Azteca.

Aunque en nuestra cultura muy pocos han oído hablar de Quetzalcóatl, aparte de aquellos que conocen la novela de D.H. Lawrence, La Serpiente Emplumada, los acontecimientos proféticos me dieron la convicción de que Quetzalcóatl no fue solamente una cuestión local. Más bien, yo vi en Quetzalcóatl una fuerza invisible e inmanente que sostiene y trasciende el tejido mítico de la mecanización. Fortalecido con esta intuición, una vez más regresé de Méjico con un sentido creciente de mi misión personal.

Por la época en que yo había terminado mis estudios básicos de historia del arte en 1965, había llegado a una posición más intuitiva respecto a los mayas y a las antiguas civilizaciones de Anahuac, que quiere decir “Lugar Entre las Aguas”, nombre indígena Nahuatl dado a Méjico y América Central.



Los arqueólogos pudieron exhumar las piedras y catalogar, dando a sus hallazgos nombres como “dios D”, u “objeto ritual”, pero esto no dice nada respecto al aspecto vivificante de las antiguas civilizaciones. Para mí era obvio que uno tiene que desarrollar una forma mental, intuitiva, como también entrar en los estados mentales que produjeron los objetos. Y además, los objetos no son sino residuos.



La realidad estaba en la cualidad mental y emotiva que iba dentro de los objetos.

Además, si los estados místicos de la mente que trasciende el tiempo eran provocados por medio de cualquier tipo de prácticas y actos de contemplación efectuados por los seguidores de Quetzalcóatl-Kukulkan, entonces,

¿Qué me impedía a mí, o a quienes lo intentaran entrar en aquellos estados de la mente?

¿R.del. Bucke, William James, y Aldous Huxley, no habían presentado argumentos lo suficientemente convincentes respecto a la unidad de los estados místicos de la mente en cualquier época y lugar?

Y, ¿no era el objetivo de las prácticas místicas el colocarlo a uno en tal condición de unidad?

De acuerdo a Sejourné, la religión de Quetzalcóatl, como tono fundamental de toda la antigua civilización mejicana, era esencialmente un proceso que conducía a la unificación mística.



Ante una contemplación de los objetos más armoniosos pertenecientes a estas civilizaciones antiguas, en mi mente no había ninguna duda de que el caso era algo parecido a esto.

A finales de 1966 me embarqué en un experimento provocado en gran parte por dichas reflexiones, como también por la convicción de que si el arte había proporcionado la expresión más creativa para las experiencias místicas, entonces quizás, a través del arte, uno podía entrar en el ámbito mental que había producido las antiguas civilizaciones de los mayas y de Teotihuacán.



Con seguridad, entre mis inspiraciones en el ciclo de pintura en el que yo mismo me sumergí, estaban los murales de Teotihuacán, las obras de cerámica, y los jeroglíficos de los mayas. El brillo del color, la capacidad para informar a través de estructuras simbólicas densificadas, el diseño total que reunía muchos rasgos y formas en una exposición geométrica simple, y sin embargo vibrante en ondulaciones, fueron aspectos del antiguo arte maya y mejicano que me inspiraron.

El resultado de este experimento fue una serie de grandes tableros, a los que Humphry Osmond, quien acuñó el término “psicodélico”, los vio en 1968, los llamó las “puertas de la percepción”.



Para mí, lo más significativo fue el proceso de hacer estas pinturas; porque en verdad, ellas me habían proporcionado una oportunidad para entrar en aquellos lugares donde conversé con Tlacuilo, el antiguo pintor y creador de los arquetipos. Mi corazón se abrió, y los recuerdos inundaron mi ser. No puedo decir si ellos eran o no recuerdos de una vida pasada, sino que ellos eran recuerdos colectivos de la comente mental de los antiguos.



Empecé a conocer desde adentro.

El buen pintor es sabio, dios está en su corazón. Él conversa con su propio corazón. Infunde en las cosas la divinidad.
-Proverbio Nahuatl.

Si bien la visión de los antiguos pintores mayas y mejicanos fue la que me guió durante la pintura de estas puertas de percepción, fue el estudio del I Ching el que me dio una percepción de la estructura original del cambio, que fue también la estructura básica de cada uno de los seis bastidores.



Los bastidores estaban divididos en tres partes.



Mientras que el tercio superior y el inferior eran estructuralmente espejos el uno del otro, la zona media representaba la zona de cambio o transformación. Esta estructura transformadora también poseía una completa simetría bilateral.



Muchos años más tarde, descubrí que la estructura básica de estas puertas de percepción, era la misma de la triple configuración binaria, la imagen clave que estaba insertada en el sagrado calendario matriz de los mayas, código clave de mi libro La Tierra en Ascenso.

Habiéndome embarcado por un camino visionario, en aquella época visité de nuevo a Méjico en 1968, y además estaba mejor preparado para lo que iba a ver. Aparte de la visita al nuevo museo de antropología, el punto importante de este paso era el viaje por tierra a Monte Albán, la ciudadela Zapoteca o Pueblo Nube en lo alto de las montañas de Oaxaca.



Monte Albán, que data por lo menos del año 600 A.C., representa una fusión de las influencias Maya y mejicana en su propio y único estilo cultural.



Aquí están las esculturas de los Danzantes, sacerdotes-chamanes danzarines en estado de arrobamiento, y con cabezas de animales, y cuyos cuerpos están marcados en su interior con jeroglíficos. Además, al lado de ellos encontramos los caracteres del sistema matemático de los mayas, es decir, los signos del Calendario Sagrado.



También aquí, en la gran plaza del centro ceremonial en la cima de la montaña, se encuentran el Observatorio de peculiar angulación. Al ascender por los alrededores, y al examinar la identidad de los danzantes y el significado de los signos del calendario recibí avises indirectos de una presencia, de seres estelares o guardianes.



¿Quiénes eran ellos? .

No lejos de Monte Albán, en la pequeña villa de Teotitlan del Valle, aún se celebran antiguas ceremonias y se tejen tapices de exquisita finura geométrica y simbólica. Cuando estaba comprando en una pequeña tienda, el propietario, que hablaba inglés, (su hermano, el tejedor, sólo hablaba zapoteca) me dejó asombrado.



Como su carta de triunfo, él sacó dos tejidos del mismo diseño, uno en rojo y negro, y otro en azul y anaranjado.



El diseño de estos tejidos era digno de atención porque estaba constituido por una sola línea; sin embargo, la línea era una espiral y se proyectaba de tal manera que al dividir el paño en dos partes iguales, creaba la imagen de un mandala óctuplo.



Como yo mirara asombrado, el propietario me hizo un guiño y dijo:

“mire, los antiguos mejicanos también conocieron el Ying y el Yang”.

A causa de la cintilación de los colores complementarios, azul y anaranjado, compré la manta, y al tomar una cerveza ceremonial con el propietario, sentí que había pasado a otra intersección de las zonas del tiempo. Pero era 1968, una época de desasosiego y violencia en todas partes.



Mientras salía de Ciudad de Méjico, escuché por la radio las noticias sobre los motines de Tlaltelolco, en los cuales murieron cerca de 400 estudiantes.



HUNAB KU



Mis pensamientos se dirigían más no sólo hacia las injusticias del mundo, sino a la visión distorsionada que prevalecía en todas partes respecto al mundo no Occidental, o Tercer Mundo.



Esta ocupación comenzó a informar a mi enseñanza de historia del arte, y en Davis, donde yo enseñaba en la Universidad de California, me involucré en los esfuerzos iniciales para la fundación de una universidad nativa americana - la Universidad Deganawicla - Quetzalcóatl.

Fue a través de estos esfuerzos como me encontré con dos nativos americanos que eran desertores, Tony Shearer y Sun Bear. Tony estaba muy concentrado en las profecías de Quetzalcóatl y en el Calendario Sagrado, sobre los cuales escribió muy hermosamente en un libro llamado El Señor de la Aurora.



Un libro posterior suyo, Sobre la Luna y Debajo del Sol, también describe al Calendario Sagrado, e incluye la imagen a la cual yo llamo la triple configuración binaria, el diseño mágico de las 52 unidades, dentro del Calendario Sagrado matriz de 260 unidades. Por inspiración de Tony me interesé más en los estudios del Calendario Sagrado, o sea el Tzolkin, como lo han llamado. Además, fue Tony quien me enseñó lo tocante al significado de la fecha 1987 en relación con las profecías concernientes al regreso de Quetzalcóatl.

Los esfuerzos de Bear para fundar la Tribu Bear, y su evidente llamado para un regreso a la naturaleza y al modo de vida tradicional, me inspiraron grandemente en aquella época, cuando yo estaba ocupado en llevar a cabo en Davis el Primer Festival de Toda la Tierra. Y fue en 1970, en el Día de la Tierra, cuando se lanzó el movimiento ecológico. Estas actividades y ocupaciones continuaron mientras yo enseñaba en el Evergreen State College.



Fue allí, y en el invierno de 1972, cuando también me encontré con el tradicional vocero Hopi, Thomas Banyaca, quien comunicó las profecías Hopi.



Siempre recordé que Thomas decía:

“sólo aquellos que sean espiritualmente fuertes, sobrevivirán la terminación del Cuarto Mundo y la llegada del Quinto”.

Entiendo entonces que esa época está estrechamente relacionada con la fecha 1987, que Tony había compartido conmigo.

Los estudios sobre el pensamiento de los mayas y de los antiguos mejicanos me influenciaron mucho para que escribiera mi libro La Visión Transformadora (1975).



Este libro es en esencia una critica a la civilización occidental, empleando la metáfora de los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro, y utilicé “el Gran Ciclo Maya” de 5.125 años, el cual empezó en el año 3113 A.C., y finalizará en el año 2012, junto con el concepto hindú de las cuatro eras o Yugas y el concepto de Yeats sobre los conos y tinturas, como encuadre para observar la moderna “tiranía del hemisferio izquierdo”.



Sin embargo, el único comentario de La Visión transformadora que apareció en un conocido periódico artístico, invalidó mis esfuerzos, porque yo había tenido la audacia de evaluar el Renacimiento y la moderna civilización Occidental, desde la perspectiva de cosmologías “extrañas” como la Hindú y la Maya.



EL TZOLKIN

CALENDARIO SAGRADO DE LOS MAYAS



En el verano de 1974, mientras estaba dando una clase sobre el arte nativo americano y precolombino, en el instituto Naropa, completé una amplia versión del Calendario Sagrado, utilizando el sistema de notación Maya.



Una versión similar de este calendario aparece como el mapa número 9 en La Tierra en Ascenso. lo que me impresionó con respecto a esta versión del Calendario Sagrado, fue el efecto rítmico de las veinte repeticiones de los signos que van del uno al trece. Este fue el primer aviso oculto de que el calendario podía ser algo más que eso. ¿Era una especie de Código?.

Durante aquella época, en la mitad de la década de los 70, mientras vivía en Berkeley, me comprometí en un proyecto educativo de corta duración llamado la Fundación Shambhala Tollan.



Mientras Shambhala se refería al reino mítico y místico del Asia central, tan fundamental para las enseñanzas y la ciencia profética del budismo tibetano, Tollan (Tulan) representaba la ciudad mítica, y la fuente de las sabias enseñanzas de los mayas y antiguos mejicanos.



Según mi intuición, entre los dos reinos legendarios existió alguna conexión aún desconocida, una conexión no tanto en el plano terrestre, sino en el cuerpo etérico del planeta.

¿Hubo aquí, en alguna época antigua, una congruencia y una sincronización de tradiciones proféticas entre las de Shambhala y Tollan?

¿Estaban conectados de alguna manera el regreso de los “guerreros de Shambhala”, y el regreso de Quetzacoatl?

Mientras la visión de la fundación Shambhala-Tollan sobrepasó mi capacidad para hacer algo práctico con ella, encontré en las enseñanzas del budismo tibetano una base para mi mente.



Al arrojarme intensamente en las prácticas meditativas que me ofreció mi profesor, Chogyam Trungpa Rinpoche, encontré en las enseñanzas Vajrayana un vasto contexto para continuar mis investigaciones sobre las cosas de los mayas. En particular, las enseñanzas exclusivamente mentales fueron más útiles para posteriores consideraciones sobre el calendario maya, sus orígenes y, especialmente, sus bases filosóficas o científicas.



Al igual que las cosmologías budista e Hindú, los mayas describen un universo con ciclos infinitos de tiempo y de existencia. Si hay alguna diferencia, ésta consiste en que los mayas son aún más exactos en sus cómputos de estos ciclos. En cualquier caso, la contemplación de los ciclos más distantes, y que todo lo abarcan, condujo inevitablemente a una reflexión sobre el hecho de que no estamos solos, y de que existen infinitos otros sistemas de mundos que están más evolucionados que nuestro propio sistema.



Y, si hemos de establecer gran conocimiento y comunicación, ¿cómo podría ser sí no a través del desarrollo de la mente, de la claridad y expansión de la conciencia?.



Durante la mitad de la década de los 70, fueron publicados otros dos libros que estimularon mis pensamientos cosmológicos sobre los mayas y su calendario, El Tiempo y la Realidad en el Pensamiento de los Mayas, escrito por el filósofo mejicano Miguel León Portilla, y Méjico Místico, de Frank Waters. Al tiempo que expresa simpatía por la poesía de la imaginación Maya, y se amplía a una comparación del pensamiento Maya con el taoísmo chino; el estudio de León Portilla no es capaz de penetrar en la ciencia que hay detrás del calendario y la “obsesión” de los mayas por el tiempo.



Por otra parte, el estudio de Frank Waters, tiene la virtud de presentar las tradiciones proféticas de los mayas y antiguos mejicanos, en un contexto algo contemporáneo.



En particular, él se centra en la fecha final del gran ciclo, que él ubica el 24 de Diciembre del año 2011, como el momento para un gran cambio en la conciencia planetaria:

“La Llegada de la Sexta Era de la Conciencia”.

Y en 1976 viajé a Méjico otra vez.



En esta ocasión me aventuré finalmente en el territorio Maya, y visité la antigua localidad de Palenque. Cuando mi familia y yo llegamos a Palenque, una tormenta tropical cayó desde los cielos. Al trepar los nueve niveles de la Pirámide de las Inscripciones, encontramos refugio en el templo que estaba en la cima. Mirando desde el templo hacia afuera, fuimos saludados por un doble arco iris que parecía brotar del Templo de los Vientos, no lejos de nosotros.

No hay duda de la magia de Palenque, con arco iris o sin él. Aquí es donde fue descubierta la tumba del líder Pacal Votan en 1947 - y se trata de la única pirámide sepulcral de estilo egipcio que hay en Méjico. En Palenque no hay nada que no sea armonioso. Las esculturas en bajorrelieve de la Cruz en Forma de Hojas, y de la Cruz del Sol, están más allá de toda comparación, como lo es la tapa del sarcófago de la tumba de Pacal Votan.



Sin embargo, lo que más me atrajo fueron los remanentes de las pinturas al fresco en el Templo del Viento. Sí, yo las había visto antes. Ellas habían llenado el canal de mi mente, cuando me dediqué a pintar las Puertas de la Percepción diez años antes.

Y es por la pirámide mortuoria de Pacal Votan, cuya cámara fúnebre está decorada con el simbolismo de los Nueve Señores de la Noche, o sea los Nueve Señores del Tiempo: por lo que el misterio de Palenque se vuelve especialmente más intenso. La sensación de soledad y de silencio humano está por todas partes. Al mismo tiempo, la sinfonía de la jungla baña a los insectos en olas y crescendos de éxtasis continuo.



Como una edificación de los grandes centros clásicos de los mayas, que fueron desocupados en su punto de apogeo, Palenque merece una pregunta:

¿Por qué fue abandonado Palenque?

¿Adónde fueron los sacerdotes, los astrónomos y los artesanos?

¿Qué conocimientos se llevaron con ellos, y por qué?

No más que a cien millas de Palenque, pero en lo alto de la sierra de Chiapas, cerca a la frontera guatemalteca, está la villa de San Cristóbal.



San Cristóbal, que una vez fuera un importante centro colonial, ahora parece estar levemente desolado y distante. Sin embargo, en las calles uno ve a los mayas Lacandones de vez en cuando. Su larga cabellera negra que baja hasta más allá de sus rodillas, vestidos con simples túnicas blancas, los Lacandones han decidido quedarse con su propia gente, llevando una vida sencilla y sedentaria en las tierras bajas de la jungla, donde ellos conservan el calendario, y viven una vida rica en sueños.



Entregando muy pocos secretos, ellos vienen a San Cristóbal para hacer comercio menor, y luego marchar de nuevo hacia sus parajes.

Al verlos me impresioné.

¿Los Lacandones de la actualidad, descendientes de los antiguos astrónomos, qué papel juegan en el gran drama del mundo?

¿Es como lo sugiere la película “Chac” simplemente para conservar la visión, ese tono aborigen sin el cual el mundo se desplomaría aún más pronto de lo que podría parecer ahora?

¿Cuántas cosas suceden en el nivel de la psiquis nativa, que nunca vemos o conocemos, y que mantiene un equilibrio necesario con la tierra?

Un domingo, al tomar un coche fuera de San Cristóbal, visitamos una aldea lejana.



En la vieja iglesia, la cual era una iglesia solo en apariencia, los indios dirigían su culto. El olor del incienso hecho con goma de copal, era rico y denso. Las voces que cantaban alcanzaron periódicamente un armónico extraño, y luego regresaron a una suave cacofonía.



Afuera, los jefes, los líderes locales se pasaban el uno al otro una vara montada en plata, resolviendo las decisiones concebidas por sus electores. Observando todo esto, yo me preguntaba -¿Quién habla por esta gente?. - o ¿es qué ellos hablan de la tierra y por la tierra, y es eso todo lo que cuenta?.

El abismo aparente que existe entre los mayas de la actualidad y los constructores de las antiguas ciudades, es de tal naturaleza, que no puede ser juzgado por nuestro criterio de progreso material. Reflexionando sobre este asunto, me acordé del mito Hopi respecto a Palat-Kwapi, la misteriosa Ciudad Roja del Sur.



En esta leyenda referente a las migraciones hacia las tierras cálidas del Sur, se construye la ciudad del cuádruple templo de Palat-Kwapi, siendo el objetivo de la construcción el de adquirir y consolidar un sistema de conocimiento. El mandato consiste en que después de su construcción, los constructores han de abandonar la ciudad, dejándola como un monumento al conocimiento. Por olvidar este mandato, los habitantes empiezan a caer en decadencia, pero una tribu rival los despierta. Al recordar su misión, la gente abandona finalmente a Palat-Kwapi, la misteriosa Ciudad Roja del Sur.

Este mito se ajusta perfectamente al de los mayas. Su propósito era codificar y establecer un sistema de conocimiento, una ciencia, y habiéndola codificado en piedra y en un texto, habrían de marcharse luego.



La civilización como la conocemos, una fábrica para la producción de armas destructivas, una formación comercial de comodidades para las criaturas, de ninguna manera se adaptaría a este propósito ni a este sistema de conocimiento.



Un factor posterior entra en escena: Puesto que el sistema de conocimiento y la ciencia de los mayas estaban tan relacionados con los ciclos de tiempo, entendiendo que el tiempo es un conductor cualitativo de las condiciones propias de las estaciones cósmicas o galácticas, ellos vieron un período en el que se acumularían las tinieblas en el horizonte, y por esta razón supieron también que era el momento de retirarse.



Dada la condición del mundo hoy, ¿quién dice que ellos no estaban en lo correcto?.

Al menos esos eran mis razonamientos hacia el final de la década de los 70, cuando entré a mi propio reino infernal de crisis personal, y de caída en el alcoholismo. En 1981, cuando salí de esta dislocación del yo, y miré en derredor, parecía que la crisis global de la década de los 60, ahora se había vuelto endémica, tanto así que esto fue dado por cierto. Mis propias investigaciones me habían llevado a un lugar de síntesis, a ver la tierra como un organismo completo.



Sin embargo, mi sensación interior era la de que el empuje repentino de la civilización moderna estaba llevando las cosas a un punto en el que, o interviene lo divino, o la extinción será nuestro legado. Para mí, la situación significaba dar un salto, hundirse en el abismo, en el territorio mental que ha sido declarado inexistente, o como un tabú, por las normas culturales prevalentes.

Por primera vez, en cerca de una década, opté por una forma de expresión visual, como una salida principal para lo que yo necesitaba aprender. A través de una serie de pinturas en collage y en tinta sumi, realizadas sobre un gran tablero de oro o plata, la serie de Arte planetario, me encontré entrando en una fase de armonización superior con la tierra.



Había llegado el momento de aceptar seriamente el concepto de la mente planetaria, o conciencia planetaria.



Pacal Votan

Tapa del "sarcófago"

Palenque, año 683 DC



Por mis estudios de historia del arte, y por mis propias investigaciones, había surgido en mí la convicción de que no solamente la tierra era un ser viviente, sino la de que el modelo de su vida realmente informa, desde el todo a la parte, sobre todos los aspectos de su evolución, inclusive del proceso que llamamos civilización.



El “arte planetario” describe la totalidad de la interacción entre la gran vida de la tierra y la respuesta individual y grupal a esa más vasta vida.



En este gran proceso, percibí vagamente a los mayas como navegantes o cartógrafos de las aguas de la sincronización galáctica. Por otro lado, unos 3000 años antes, al valerse de la gran pirámide, los egipcios fueron los responsables de haber anclado y ubicado el rumbo de la tierra en el océano de la vida galáctica.



El hecho de pensar, percibir, y sentir de esta manera amplia, condujo a una extraña serie de exploraciones, encuentros, y coincidencias.



En el otoño de 1981 después de encontrarme con Lloydine Bums bailarina compañera de visiones y de hacer amistad escribí un documento de “ciencia-ficción” nominado Las Crónicas del Arte Planetario - La Elaboración del Quinto Anillo.



La perspectiva real de este cuento imaginativo del “arte planetario”, ubicada en el futuro, pertenecía al sistema estelar de Arcturus. Cualesquiera que sean los méritos de esta historia inédita, parecía imperativo desarrollar una conciencia que mirase nuestros asuntos planetarios desde lejos, de modo que de la confusión ocasionada por los periódicos de cada día y por el terrorismo nuclear, pudiese surgir algo coherente.



Yo estaba por descubrir que esta actitud también era esencial para penetrar por completo el misterio de los mayas.



¿Podría ser el sistema de los mayas un código matriz, que, sincronizado con un conocimiento básico y evolucionado galácticamente, sería adoptado por las idiosincrasias de este planeta?.

Esta línea de pensamiento llevó inevitablemente al resumen de los códigos matrices que constituyen La Tierra en Ascenso. Inicialmente empezó como un texto sobre geomancia o “adivinación por medio de la tierra”, y el principal punto de partida de este libro fue la coincidencia descubierta, o al menos ampliada hasta la investigación científica y filosófica por Martín Schönberger, sobre la identidad del I Ching y los 64 codones, que son las palabras claves del ADN, es decir, del código genético.



Para mí, el descubrimiento relacionado, sincrónicamente, de que cada una de las columnas, tanto horizontales como verticales del cuadrado mágico de 8 de Ben Franklin, que consta de 8 unidades, suma 260; me llevó a considerar la relación que existe entre el Tzolkin de 260 unidades del Calendario Sagrado matriz de los mayas; y el I Ching. Lo que siguió fue el flujo espontáneo de “mapas” o matrices que constituyen la Tierra en Ascenso, siendo la figura del código clave, la “triple configuración binaria”, cuya base es el Calendario Sagrado de los mayas.

Soy plenamente consciente de que, a muchas personas, los mapas de la “Tierra en Ascenso” se les parecen a un lenguaje desconocido.



Eso no es una sorpresa, como no lo fue para mí mismo el hecho que el entendimiento real de los mapas, no vino hasta después de la publicación del libro en 1984. Lo que yo empecé a comprender lentamente, fue que los mapas, al igual que el mismo sistema de los mayas, procedían de muy lejos. Ahora, hasta un poco avanzada la década de los 80, verdaderamente yo no había considerado la naturaleza de los ovnis o inteligencias extraterrestres.



Pero con el fenómeno de haber canalizado el material en La Tierra en Ascenso, yo había llegado a un nuevo nivel de posibilidad. La obra de ciencia-ficción que había precedido a La Tierra en Ascenso, con su perspectiva arcturiana, ¿fue una pista tanto para el origen de la información como para el misterio de los mayas?.



De ser así, también estaba claro para mí que la transmisión de información desde diferentes lugares de la galaxia no dependía de las variantes tiempo-espacio, sino que, en vez de ello, señalaba hacia una principio de difusión resonante.

La consideración de vida e inteligencia en otros mundos, recibió un ímpetu mayor al final de 1983, cuando me encontré con Paul Shay del Stanford Research Institute, y con Richard Hoagland, un escritor científico que anteriormente había trabajado con la NASA.



Hoagland había estado comprometido en las pruebas de las naves Viking en Marte, que se efectuaron en 1976.



El no había quedado satisfecho con la forma como la NASA había manejado el descubrimiento de ciertos fenómenos en Marte, incluyendo un “rostro” grande que parecía esculpido, y que estaba en la cima de una meseta. Y quedé anonadado al mirar las fotos ampliadas por el ordenador, con las que Hoagland estaba trabajando.



Algo parecido a un recuerdo se estaba agitando en mí, pero esto era más grandioso, más profundo, e infinitamente más acechante que cualquier otro recuerdo que yo hubiera conocido. Mi impresión inicial fue de que una civilización - o vida evolucionada - se había desarrollado en Marte, y que esta civilización había terminado en un final trágico y funesto.



Con el reconocimiento instantáneo de este acontecimiento como consecuencia de haber mirado las fotos, también comprendí que el registro de este acontecimiento de alguna manera aún estaba presente y activo en el campo de la conciencia terrestre.

La mañana de la navidad de 1983 hice un descubrimiento conmovedor. Deseando compartir con mi familia las “novedades de Marte”, para mi regocijo encontré una foto del rostro marciano en un libro titulado El Nuevo Sistema Solar, que yo poseía desde hacía varios años, pero al que nunca había mirado cuidadosamente.



Entonces, debido a que las cubiertas eran similares, tomé una copia de la portada hecha por Lucy Lippard, que describía La Influencia del Arte Primitivo Sobre el Arte Contemporáneo, el cual adquirí en Los Ángeles, como obsequio, el día anterior a mi encuentro con Hoagland.



Abriendo al azar el texto de Lucy Lippard en la página 144, me conmoví por causa de la foto que aparecía en al esquina izquierda superior:

Era un rostro demasiado familiar, un modelo de una escultura hecha por lsamu Noguchi, realizada en 1947, 29 años antes de la misión Viking, y cuyo título era: La Escultura que ha de Ser Vista Desde Marte.

Si la información de la NASA había evocado la realidad de la vida en otros mundos, el descubrimiento de la obra de Noguchi, que habría tenido el mismo tamaño del rostro marciano, de haber sido terminada me recordó con asombrosa precisión, la transmisión de información con base en la difusión resonante, un proceso que describí entonces como radiogénesis, que quiere decir, la transmisión universal de información a través de, o como luz o energía radiante.



Y por supuesto, surgieron nuevas preguntas.



¿Cuál es la relación que existe entre conocimiento y recuerdo?. ¿Puede también el futuro ser nuestro pasado?. Lo que está sucediendo ahora sobre nuestro planeta, ¿puede ser, de alguna manera, la nueva presentación de un drama que ya ha ocurrido en otros mundos?, y suponiendo que así sea. ¿Cómo podemos evitar el peligro latente de la extinción?.

En una obra poética titulada Tierra Chaman, escrita a finales de 1984, intenté tratar con estos interrogantes, y al mismo tiempo describir la historia de la Tierra como un organismo consciente, usando como receptor mítico, la descripción Hopi del paso entre los tres mundos anteriores hasta el mundo actual, y el paso inminente a un quinto mundo.



“La Tierra de Cristal”, que es la imagen de la tierra presentada en Tierra Chaman, se debe en gran parte a mi encuentro con la portadora del linaje de los indios Cherokee, la extraordinaria Dhyani Ywahoo, a quien encontré en la primavera de 1984.



Fue ella quien, dirigiéndonos una mirada a Lloydine y a mí, declaró:

“vuestras mentes están muy cerradas; debéis trabajar con los cristales”..

Inmediatamente comenzamos a hacerlo así, y encontramos en los cristales una herramienta muy singular para la armonización personal y para reunir información.



Intuyendo que la misma Tierra es de naturaleza cristalina, encontré investigaciones que confirman esta posibilidad, tanto en la Unión Soviética, como en los cartógrafos Elizabeth Hagens y William Becker.



De algún modo, la imagen de la Tierra como un cristal parecía proseguir junto con la noción de la transmisión galáctica, de información a través del principio de la difusión galáctica siendo ésta una clave para una aproximación al origen y a la naturaleza de la matriz Maya.

A comienzos de 1985, fui contactado por un Maya cuyo nombre es Humbatz Men.



Mi nombre le fue dado a Humbatz por Toby Campion, miembro de una organización llamada la Gran Fraternidad Universal, cuya actividad está ampliamente centrada en Méjico y en América del Sur. A través de una serie de alegres llamadas telefónicas nocturnas, sostenidas en un español chapurrado, supe que Humbatz estaba trabajando con 17 de los “calendarios” mayas.



La mayoría de los arqueólogos consideran la posibilidad de que existe sólo una medía docena de dichos calendarios. Humbatz también había escrito un pequeño texto cuyo título era Tzol'Ek, Astrología Maya. Por medio de la perseverancia y la magia, Humbatz apareció finalmente en Boulder en marzo de 1985, cuando dio una presentación titulada la "Astrología Maya”.

La clave de todo lo que Humbatz presentó, y que él mismo había recibido mediante transmisión oral, estuvo en un aparte final que él hizo durante su presentación.

“Nuestro sistema solar, declaró Humbatz, es el séptimo de los sistemas que los mayas describieron en su cartografía”.

No hay duda de que mi encuentro con Humbatz fue el evento más crucial en mi larga historia de trabajo con el material maya.



Discusiones posteriores con Dhyani Ywahoo, como también un encuentro con Harley Swiftdeer, me confirmaron que Humbatz me había dejado la pista más importante hasta ahora para comprender la naturaleza del sistema de pensamiento maya. Realmente, la información de los mayas fue transmitida desde muy lejos.



Pero ¿exactamente cómo y con qué fin?

Fue después de una reunión en el vagón del pensamiento neo-chamanístico, en la Fundación Ojai, que celebrada en abril de 1985, llamado el Consejo de Quetzalcóatl, cuando la presencia del fenómeno que yo llamo ahora el Factor Maya, finalmente se afianzó dentro de mí. Para expresarlo en un sentido simple, el Factor Maya es el factor que fue subestimado en las consideraciones sobre la historia humana, y en particular, en consideración del conocimiento científico.



Cuando lo miramos de nuevo, puede verse que el Factor Maya es la presencia de una medida galáctica, un medio exacto para ubicarnos en relación con la comunidad de inteligencia galáctica. Al mirarlo aún más íntimamente, aún microscópicamente, el Factor Maya es la consideración de que estamos en un punto en el cual nos faltan sólo 26 años para una sincronización galáctica mayor.



O cambiamos los engranajes ahora, o perdemos la oportunidad.

Mi encuentro con Terence Mckenna, autor de la intrincada obra “El país invisible”, contribuyó grandemente a este entendimiento del Factor Maya, porque también él, al trabajar con el I Ching, había sido arrastrado hacía las cosas de los mayas.



En particular, los fractales calendáricos de su I Ching, lo habían llevado a la conclusión de que estamos implicados en un ciclo de tiempo “final”, cuyo lapso de 67 años desde Hiroshima, en 1945, hasta la fecha de sincronización maya en el año 2012 D.C., terminación del llamado Gran Ciclo que comenzó en el año 3113 A.C..



En el verano de 1985, yo estaba seguro de que el código que se encontraba detrás del Gran Ciclo, era una clave para revelar el significado de nuestra propia historia, y un dilema común. Así fue como me arrojé con renovada entrega dentro del Factor Maya.

Cuando preparaba mi más reciente viaje a Méjico, comencé a trabajar intensamente con los jeroglíficos mayas. En particular, me involucré con los veinte Signos Sagrados, que son los glifos claves del Calendario Sagrado.



La exposición de los estudios analógicos de R. A. Schewaller de Lubicz, sobre la antigua simbología egipcia, me había dado un punto de partida para renovar mis estudios sobre los glifos mayas. Fue algo profundamente revelador el haberme sumergido en los glifos, y el haber hecho dibujos y varios arreglos de ellos. Me encontré que por medio de los glifos realmente yo estaba teniendo acceso a información. Esto me demostró que el Factor Maya no era una cosa muerta o del pasado, sino que es un sistema viviente.

En diciembre de 1985, Lloydine y yo nos encontramos en Yucatán, en la aún muy inexcavada e inmensa localidad, de Coba. El más septentrional de los centros clásicos de la civilización Maya, anteriores al año 830 D.C., y uno de los más grandes entre todos los centros, con 6.500 construcciones que no han sido excavadas, Coba tiene un aspecto que es el resumen del enigma Maya.



Aún cubiertas por la jungla, las pirámides que se elevan hacia lo alto y las plazas ceremoniales, proporcionan las áncoras para el punto céntrico de un vasto sistema de carreteras rectas y planas, llamadas sacbeob, que están marcadas y definidas por grandes esculturas jeroglíficas, algunas de las cuales contienen fechas, o, ¿son estas fechas números armónicos?, que se refieren a eventos de momentos críticos en el pasado distante, o en algún otro sistema.

Coba proporcionó los puntos de inicio y terminación del peregrinaje que duró un mes, y que finalizó el 10 de enero del año 1986. En ese lapso visitamos temporalmente a Ciudad de Méjico, dañada por un terremoto, visitamos también a Teotihuacán, las tierras montañosas y volcánicas del lago Patzcuaro y el lago Chapala.



Una vez que regresamos a Yucatán, salimos con nuestros amigos del grupo Cristaux, Francis Huxley, Adele Getty, Colleen Kelly, y Robert Ott, a un viaje por Yucatán que incluía visitas prolongadas a Uxmal y Chichen ltza, como también a los fantásticos lugares donde están las cuevas de Llotun y Balankanche, para volver finalmente a la costa del Caribe y a Coba.

Las visitas a Uxmal y a Chichen ltza fueron útiles para ubicar en un sitio lo que he venido a llamar la última o segunda legislación religiosa de Kukulkan-Quetzalcóatl. Al llegar a Yucatán alrededor del año 987 D.C., a la edad de 40 años, Kukulkan revitalizó los centros de Uxmal y Chichen ltza, y fundó la ciudad de Mayapan antes de marcharse en el año 999 D.C.



Un año antes, o un poco menos tuve la oportunidad de escuchar al curandero Lakota, Gerald Red Elk, hablar de la relación y en verdad identificación entre Cristo y Quetzalcóatl.



Examinando con madurez el antiguo emplazamiento de Chichen Itza, el templo de Kukulkan, exquisitamente ordenado, y las numerosas representaciones simbólicas relacionadas con Kukulkan, se me ocurrió que Kukulkan-Quetzalcóatl quien, en el año 999 D.C. profetizó la llegada de Cortés y la venida del cristianismo a Méjico, era, él mismo, una encarnación del Cristo.

A la luz de mi naciente entendimiento sobre los mayas como navegantes planetarios, y como cartógrafos del vasto campo psíquico de la Tierra, del sistema solar, y de la galaxia aún más allá, dichos pensamientos y ocurrencias, como la de la identidad de Kukulkan y Cristo, me iban pareciendo menos y menos desaforados.



Mi descubrimiento del filósofo de los mayas, Domingo Paredez, cuyo libro síntesis, La Parapsicología Maya, leí con ávido interés, estimuló mi ulterior percepción de los mayas como seres dotados con aptitudes psíquicas, como también intelectuales y espirituales altamente evolucionadas. A pesar de eso quedaba la pregunta, ¿de dónde vinieron?.



O al menos, ¿de dónde provenía su información?, y, ¿exactamente cómo fue transmitida aquí?.

Mientras nuestra excursión siguió su camino descendiendo al Caribe, se manifestaron otros conocimientos íntimos con respecto al Factor Maya. De nuevo fue en Coba, mientras estaba de pie en la cima de la gran pirámide llamada el Nohoch Mul, cuando el significado del “culto solar” de los mayas, (como también el de los egipcios e incas), comenzó a hacerse más inteligible para mi.



En verdad, el sol no sólo es literalmente la fuente y sustentación de la vida, sino que también es el mediador de la información transmitida hacia y a través de él, desde otros sistemas estelares.

La llamada adoración al Sol, tal como se les atribuye a los antiguos mayas, es en realidad el recuerdo y el reconocimiento de que la sabiduría suprema literalmente está siendo transmitida a través del Sol o más exactamente, a través de los ciclos correspondientes a los movimientos de las manchas solares binarias.



El Tzolkin, o sea el Calendario Sagrado, es un medio para rastrear la información mediante el conocimiento de los ciclos correspondientes a las manchas solares. El Tzolkin es también la matriz de información que es transmitida al menos por dos sistemas estelares, creando un campo binario de comunicación a través de las manchas solares.



En cuanto a las fuentes de información, parece claro que Las Pléyades es una fuente; y muy probablemente Arcturus es la otra.

La última tarde en Yucatán la pasamos en uno de estos albergues de techo de paja y hamaca, cuyo nombre era Chac Mool. Las olas del Caribe se rompen y cabecean incesantemente sobre la playa invencible. De noche, las estrellas despliegan su pabellón de recuerdos infinitos a través del cielo obscurecido. Mirando detenidamente hacia los infinitos modelos geométricos de las estrellas, los cuales se interpenetran, sentí que una increíble satisfacción se vertía por todo mi ser.



En el sonido del viento, en el sonido del oleaje, viendo la deslumbrante magnificencia de las estrellas, un conocimiento profundo y maravilloso se extendió tocando cada célula de mi cuerpo. Los mayas estaban regresando, pero no en la forma que podríamos pensar de ellos. Finalmente su ser, al igual que el nuestro, trasciende la forma corpórea.



Y precisamente por esa razón, su regreso puede suceder ahora dentro de nosotros, y a través de nosotros.

Nos despertamos para saludar la aurora en Chac Mool. Nadando desnudo en el alegre oleaje, miré hacia arriba. El cielo, iluminado con nubes rosa y naranja, anunciaba la llegada del día. Diciendo adiós a los amigos y conocidos subimos la costa para ir hacia Cancún, luego hacia el aeropuerto, y hacia el decadente mundo industrial.



Esta vez regresé más como yo mismo que en otras ocasiones, y al mismo tiempo como si fuera otro. El Factor Maya había sido recuperado.



Quizás el ciclo mundial se pondría en concordancia con el destino galáctico.



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