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sábado, 14 de abril de 2012

LOS SISMOS EN LA HISTORIA DE MÉXICO

LOS SISMOS EN LA HISTORIA DE MÉXICOVirginia Garcia Acosta y Gerardo Suárez Reynoso

EDICION CIENTIFICA UNIVERSITARIAS





PRESENTACIÓN
¿ Por que estudiar la historia sismica de Mexico ?
Gerardo Suárez Reynoso

Para entender una ciencia es necesatio conocer su historia (Auguste Comte)

LA COMPRENSIÓN DEL PRESENTE y la prospectiva de los fenómenos sociales no puede realizarse sin un conocimiento profundo de nuestro pasado histórico. Esta premisa, fundamental en el quehacer de los científicos sociales y de los historiadores, se aplica también a los riesgos geológicos y en particular al estUdio de los sismos. La sismología es una ciencia joven que tuvo su inicio formal a finales del siglo pasado, cuando se instalaron los primeros sismógrafos en el mundo y se comenzó a registrar la actividad sísmica de la tierra con instrumentos que graban el movimiento del terreno al paso de las ondas sísmicas.

El comportamiento sísmico de una región o de una falla geológica activa puede estudiarse a través de dos ventanas. Por un lado, mirando por el prisma angosto que nos ofrece la breve historia de registro instrumental en los últimos cien años; por otro, mediante la evaluación cualitativa basada en el análisis de documentos históricos que describen los daños producidos por sismos ocurridos en épocas anteriores. En muchos casos, los fenómenos sísmicos son de larga periodicidad: la repetición de un temblor de cierta magnitud en una misma falla puede ocurrir con un espacio de varias decenas o centenas de años. Es claro, entonces, que si nos limitásemos al registro instrumental de este siglo para tipificar la actividad sísmica, correríamos el riesgo de omitir la presencia de sismos importantes y de magnitUd considerable.

Un ejemplo de este problema puede plantearse comparando la costa de Oaxaca con la región occidental del Eje Volcánico Mexicano en el estado de Jalisco; ambos son sitios con actividad sísmica importante, aunque de muy diferente comportamiento. Durante este siglo, la costa de Oaxaca ha dado lugar a siete grandes sismos de magnitud mayor a 7.5, que se han producido como resultado de la constante interacción entre las placas tectónicas de Cocos y la de América del Norte. La fosa que se encuentra a lo largo de la costa mexicana del Pacífico es un reflejo de estos esfuerzos geológicos que llevan a la placa de Cocos a introducirse por debajo del continente; en este trajinar, se produce la sismicidad más activa de nuestro país. Ante esta evidencia, no es necesario ser un experto en sismología para suponer que eventos sísmicos de semejante magnitud continuarán ocurriendo en el futuro, sobre todo cuando una revisión de la historia de Oaxaca, aun la más superficial, mostraría la presencia continua de temblores en esa zona.

La región cercana a Chapala muestra otra faceta de la compleja geología y sismicidad de México. En esta región del centro del estado de Jalisco, la actividad sísmica es poco frecuente y aun los sismógrafos más sensibles registran sólo ocasionalmente la presencia de pequeños temblores en ese entorno. Con esta base se podría concluir que, para su fortuna, los habitantes de esa zona del país están exentos de este riesgo, que la caprichosa geología mexicana les depara a sus coterráneos en otras latitudes. No obstante, esta conclusión ha sido invalidada por documentos históricos que dan cuenta de la presencia de un gran sismo ocurrido en 1569, que provocó destrucción y desolación en la entonces naciente provincia de Ávalos.

Las detalladas descripciones que sobre él nos legaron los frailes franciscanos, encargados por la Corona Española de acercar a los nativos de esta región a los reinos de España y de Dios, dan cuenta de un panorama de destrucción generalizada que cobró entre sus víctimas a muchas de las primeras iglesias franciscanas, construidas ya de "cal y canto", así como a los frailes e indígenas que perecieron bajo las jóvenes bóvedas. Sin conocer este hecho clave en la historia sísmica de esta zona, la evaluación sobre su potencial sísmico sería muy distinta.

El desarrollo industrial y el crecimiento demográfico del mundo moderno hacen necesaria la toma de decisiones sobre la seguridad y confiabilidad de unidades habitacionales, de instalaciones industriales y de la infraestructura crítica de una nación, como puentes, presas y plantas nucleares. Por tanto, surge la necesidad de una estimación más confiable del peligro sísmico, complementando la sismicidad de los últimos decenios, registrada instrumentalmente, con información histórica de los sismos más importantes del pasado.

La investigación de sismos históricos tiene un componente sismológico y otro de carácter social. La finalidad, desde un punto de vista sismológico, consiste en conocer qué ocurrió durante un sismo en el pasado y de estas observaciones derivar la localización del suceso sísmico, la magnitUd aproximada y otros parámetros asociados con ese temblor. Posteriormente, se pretendería aplicar los resultados obtenidos de la investigación histórica al conocimiento de la actividad sísmica de esa ciudad o región, así como a una eventual evaluación estadística del peligro sísmico. Estas metas, sin embargo, quedan sólo parcialmente satisfechas dado el carácter fragmentario, subjetivo ya veces parcial de la informa- ción histórica.

Desde otro punto de vista, la historia, como disciplina social, provee el sustento de una auténtica metodología para la búsqueda e interpretación de las descripciones de los daños y efectos producidos por los sismos, talón de Aquiles de un vasto número de recopilaciones de sucesos históricos. Además, las descripciones de los efectos causados por grandes temblores del pasado nos ofrecen una visión de cómo las sociedades antiguas se enfrentaban a estos inesperados y terroríficos eventos, frecuentemente considerados como flagelos de la ira divina. Así, las cartas, documentos oficiales, libros, relatos de viajeros y periódicos de la época nos ofrecen un dividendo adicional al permitir asomarnos a la situación política, económica, religiosa y filosófica de la época.

Las actitudes y respuestas de la sociedad mexicana y de sus autoridades cambiaron con el curso de los años. Por ejemplo, durante los primeros siglos coloniales las posturas y actitudes de la Iglesia, que veía la ocurrencia de sismos como un castigo celestial, expedito y merecidísimo por los pecados del hombre, se manifestaban en procesiones y actos religiosos para aplacar la cólera divina. Si bien se mantuvieron durante el último siglo colonial e incluso, aunque con menor fuerza, durante el siglo XIX, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII corrieron paralelas al surgimiento en Nueva España de una corriente de pensamiento que intentaba dar explicaciones racionales a los fenómenos naturales, valiéndose de observaciones empíricas. En general, la interpretación que se daba al origen de los temblores tenía un origen aristotélico; sugería la presencia de estos fenómenos como producto de gases en el interior de la tierra que, al liberarse, causaban las vibraciones que sentimos como sismos. Estas actitudes sociales, religiosas y científicas permean los relatos y dan color a las descripciones de daños y efectos posteriores a un sismo, que el lector deberá tomar en cuenta para interpretar la información dentro de la disciplina de su interés.

Como se describe con mayor detalle en el estudio introductorio, en México han tenido lugar otros esfuerzos importantes para completar diversas cronologías de sismos históricos mexicanos. La primera recopilación sistemática y cuidadosa de la historia sísmica del país la publicó Manuel Orozco y Berra en 1887. En su obra Efemérides seismicas mexicanas reunió las descripciones que habían sido realizadas con anterioridad para distintas regiones o periodos. Por más de cien años, la obra seminal de Orozco y Berra ha sido la lectura de consulta obligada de quienes han tenido la necesidad de asomarse a la cronología sísmica de México.

Desde 1887 se sucedieron varios intentos valiosos por ampliar la información sobre sismos históricos importantes que recopiló Orozco y Berra. Muchas de estas nuevas cronologías han sido integradas a la recopilación que aquí se presenta. Sin embargo, con excepción de la recopilación de Rojas y sus colaboradores, y volvió a temblar. .., todas las cronologías publicadas en México, incluyendo la obra de Orozco y Berra, adolecen de una limitación que consideramos fundamental. En prácticamente todas las existentes, se presenta una glosa que sintetiza las descripciones de los efectos producidos por los sismos. Además, no en todos los casos se presenta en forma explícita el origen de la referencia de donde se obtuvo la información.

Esta labor de selección que hacen los autores de diversas cronologías de sismos históricos, permite que se introduzca un elemento subjetivo adicional a la ya difícil tarea de interpretar y analizar los documentos históricos: el juicio del autor de la recopilación. A riesgo de tener un documento de longitud inmanejable, en este trabajo preferimos citar verbatim las descripciones de los temblores mexicanos, tal y como están escritas en los documentos que son la fuente original. Más allá de organizarlos en una secuencia cronológica, de ceñirse a la ortografía aceptada en la actualidad y de la adopción de un formato que permite la consulta ágil de las poblaciones, regiones o estados citados en el texto, el lector tiene a su disposición el texto íntegro, tal y como aparece en las fuentes. De esta forma, como autores, quisimos evitar la seductora tentación intelectual de seleccionar lo importante, lo fundamental, lo confiable; es el lector quien tiene todos los elementos para sopesar la evidencia, filtrar fuentes secundarias que podría considerar poco confiables y, de acuerdo con la coherencia y calidad de la información, interpretar para sus propios fines la información histórica que ofrecemos. El catálogo que aquí se presenta es el resultado de una búsqueda sistemática y de una organización rigurosa de todo el material que fue posible obtener. Es importante subrayar que, además de sistematizar la información existente en otros catálogos y recopilaciones, se consultaron numerosos archivos mexicanos que no habían sido revisados con anterioridad. Consultar muchos de estos archivos mexicanos, algunos de ellos tristemente olvidados, hubiese sido un laberinto infranqueable para un sismólogo sin la guía y dirección ofrecida por los historiadores.

A diferencia de otras cronologías de sismos históricos, tanto mexicanas como de otros países, no se excluyeron aquellos sismos para los cuales la descripción es demasiado breve y aparentemente sin importancia. Abrigamos la esperanza de que en el futuro puedan surgir nuevas fuentes, hoy desconocidas para nosotros, que complementen la información aquí presentada. En el catálogo se incluyen también las observaciones realizadas a finales del siglo XIX y principios del presente con sismoscopios, muchos de ellos operados por aficionados y diletantes, las cuales hasta ahora estaban dispersas en varias publicaciones.

En suma, pretendemos que este documento reúna prácticamente toda la información existente sobre sismos históricos en nuestro país, desde 1 pedernal hasta 1912, momento en el cual se encuentra ya instalada la primer red de sismógrafos en México. Desearíamos que con este formato, la cronología sea útil no sólo a los especialistas en las diferentes ramas de las ciencias de la Tierra y la ingeniería, público natural para este tipo de publicaciones, sino también para una audiencia más amplia que incluya a historiadores, antropólogos, sociólogos, historiadores del arte, arquitectos y urbanistas. En última instancia, el objetivo ha sido, además de presentar una cronología de los numerosos eventos sísmicos que pueblan la historia de México, atisbar las respuestas, actitudes y costumbres de la sociedad mexicana de los últimos 450 años ante este tipo de fenomenos que, en ocasiones, parecen haber influido en forma decisiva en su desarrollo histórico.

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