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viernes, 20 de mayo de 2016

¡Oh, Dios mío: Tú eres la Paz!

Más allá de cualquier dualidad, de lo halâl y lo harâm, del Paraíso y del Infierno, de esta vida y la vida futura…

20/05/2016 - Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam
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As Salâm.
Cuando ya no quedan imágenes ni pensamientos que nos distraigan nos sentimos extraños… no pasa nada… no hay pasado ni futuro, ni siquiera presente, no hay nada ni nadie… es una estación extraña, vacía, más que vacía, no hay transcurso ni discurso, ni sujeto ni objeto ni palabras… los sonidos no suenan, los colores no vibran… el viento no es como el viento ni el mar como el mar, sólo un deseo de que surja la conciencia, de que nazca alguna criatura y se inicie la creación.
Más allá de cualquier dualidad, de lo halâl y lo harâm, del Paraíso y del Infierno, de esta vida y la vida futura… un ansia irrefrenable de lo Uno, de degustar la verdad, de paladear una belleza inacabable…
Pero aquí, ahora, es imposible, porque mientras existan el espacio y el tiempo seremos viajeros que no pueden eludir su condición y que, con frecuencia, tratamos de satisfacer ese anhelo con pobres sustitutos que nos parecen verdaderos ¡Tal es la intensidad de nuestro deseo! Una intensidad que teje el velo de la apariencia, de lo otro, de nuestro yo, de nuestra quimérica existencia.
Entonces, si esto es así, si lo vemos con tanta claridad ¿De dónde surge nuestra amargura? ¿Dónde nace esa insatisfacción?
De Allah venimos y a Él regresamos, surgimos de la realidad y volvemos a Ella, y entretanto nos debatimos en un mar de irrealidades e idolatrías.
Todas las tradiciones de sabiduría tratan de conducir al ser humano hacia su origen, que no es otro que la Verdad y que se vive como paz genuina.
Islâm salâm nos hablan de paz, de equilibrio, de resolución de las irrealidades en la verdad, en la Unicidad.
Dicen los maestros que el primer paso del sendero espiritual es la tauba, un volverse con el corazón hacia lo verdadero, un orientarse sinceramente hacia esa dirección que sabemos con certeza es nuestro destino. Insistir en la tauba es repetir nuestro dikr, la forma en que cada uno y cada una de nosotros asume su necesidad de retornar, de recobrar aquella paz inenarrable que vivimos un día, esa completud que hizo decir a la mística Teresa “Nada me falta”.
Paz, salâm, que es también nuestra condición original, eso que llamamos la fitrah.Fitrah que no es sino la expresión silenciosa y tranquila del recién nacido satisfecho con su madre, su sonrisa incondicionada por esos avatares que, sin duda, habrá de atravesar a medida que evolucione por este mundo.
Fitrah que también aflora en la expresión del meditador que alcanzó por fin su nirvana, en el suspiro de los amantes que coronaron el clímax de su deseo.
Difícil de comprender que, siendo la paz nuestra condición original, andemos los seres humanos encenagados en el conflicto, en esa guerra permanente que asola a los pueblos y dibuja los paisajes planetarios. Y, sin embargo, el conflicto se adueña de nuestro ecosistema, un conflicto que parece no poder resolverse jamás.
El Sultán de los Enamorados, Ibn al Farid, dijo: “Lucha contigo mismo para que puedas ver en ti y desde ti una paz más allá de lo que he descrito: una serenidad nacida del vacío.”
Buscamos lo que nos gusta y huimos del dolor como esos miles de refugiados que sueñan con un entorno amable y pacífico, pero no conseguimos arribar a ningún destino. Siempre ansiosos, siempre deseantes como esas máquinas con las que Giles Deleuze nos comparaba hace ya mucho tiempo.
Nuestra fitrah se ha pervertido, el espejo se ha empañado y oscurecido con las sucesivas imágenes de nuestras biografías, y tal vez por ello somos ahora incapaces de quedarnos quietos, de serenar nuestra mente y aceptarnos en el silencio y la quietud, que es lo Único que nos sostiene.
¿Qué o quién nos impide detener el carrusel de nuestros pensamientos, la rueda de nuestros deseos y de nuestros miedos, y paladear esa misma quietud y ese mismo silencio? ¿Qué es aquello que nos mantiene sumidos en el conflicto?
El conflicto es una de las peores formas de idolatría: culpamos a los demás de nuestras desgracias, de sus actitudes hirientes hacia nosotros, pero ¿Quiénes son los demás? ¿Quiénes somos nosotros? ¿Quién, sino Dios, es la Única Causa, el Único Creador de nuestras desgracias y momentos felices?
Hemos de ser capaces de ver a Dios en todo lo que nos ocurre, en cada pensamiento que cruza por nuestra conciencia, en cada uno de los momentos que enhebran perfectamente nuestras vidas a la trama invisible de la Vida. En lugar de devolver la negatividad a quien no es sino un instrumento en manos del Creador, una criatura Suya, volvámonos hacia Él implorándole la comprensión que necesitamos para alcanzar la paz, la comprensión cabal de nuestros actos pasados y presentes, su sentido en el contexto de nuestra vida completa hasta este instante preciso en que nos volvemos con todo nuestro ser.
Si es verdad que ansiamos recobrar la paz original no nos queda sino reconocerLe diciendo: ¡Allahuma ‘anta as Salam! ¡Oh, Dios mío: Tú eres la Paz!

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