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domingo, 4 de junio de 2017

Alexandra Gil: «Las familias de los yihadistas pueden ser agentes de prevención»
La periodista española habla sobre su libro 'En el vientre de la Yihad' que recoge los testimonios de algunas madres de jóvenes que se han unido al Daesh
Vivian Murcia G. / El PortalVoz
@vivimur83 / @elportalvoz
Pierre acababa de cumplir 18 años cuando desapareció con lo puesto. El deporte era lo único que le interesaba al joven antes de viajar a Raqqa. Participaba en campeonatos y hasta hablaron de él en una revista especializada. Cuando el joven cumplió 15 años, la madre encontró un Corán y una sajada (la alfombrilla donde los musulmanes se prosternan para rezar). Este hallazgo coincidió con un inusual bajón de las notas de Pierre, entonces todavía en el instituto, por lo que la madre hizo una visita al director para pedirle que vigilase de cerca a sus compañías en clase y la llamase si consideraba que tenía algo de lo que preocuparse. No hubo llamada.

Nadie le veía rezar, nunca pidió menú halal (el permitido a los practicantes del islam) a su madre y todo cuanto dijo sobre aquel Corán era que el islam era una religión como cualquier otra. Una noche madre e hijo se enviaron mensajes telefónicos de buenas noches. La madre, sin saberlo, se despediría para siempre de su hijo. Después de angustiosas horas sin saber de él advirtió de su desaparición a la policía.  

«Al día siguiente vino un caballero del servicio de Inteligencia para ver su habitación. Me preguntó si mi hijo era adoptado, o si yo era una mujer divorciada. Le contesté que no, que todavía no habíamos cortado el cordón umbilical de Pierre. Me miró extrañado: 'Su hijo no tiene el perfil. No tiene el perfil...' Y eso es lo que da miedo. Si se llevaron a Pierre, se pueden llevar a cualquiera».

Pierre murió en un atentado suicida en Irak. Las preguntas sin respuesta de la madre la dejaron en una depresión absoluta ¿A cuántas personas había matado? ¿Sufrió al morir? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo no notó su radicalización? ¿Cómo no lo evitó? Como para el resto de la madres de yihadistas, lo más complicado es enfrentarse al luto, a un duelo sin cuerpo, sin certeza absoluta de la muerte de un hijo que dejó de llamarse Pierre para adoptar un nombre en árabe y una vida que estaba muy lejana de los estudios de Educación Física que había emprendido en Francia. El joven se radicalizó sin un rastro que alertara a los más cercanos, lo que hace que la madre viva en una angustia constante de no saber en qué falló como persona y que el Estado francés (y los demás europeos) se interrogue sobre un supuesto perfil de jóvenes que pueden ser foco del Daesh del que Pierre estaba claramente lejano.

El testimonio de esta madre es uno de los ocho que recoge En el vientre de la Yihad (Debate), el libro de la periodista española Alexandra Gil. En éste se reproducen una serie de entrevistas que tuvo con las madres de los jóvenes que se unieron al Daesh.

La constante en las familias es siempre la del desconocimiento de la radicalización de su hijo. Se trata de jóvenes muy diferentes, algunos vienen de familias monoparentales, otros no, algunos hablaban de política en casa, otros estaban casados y tenían empresas con lo que la política y la religión parecían ser temas que no les pasaba por la cabeza. Todos compartían ser belgas o franceses de nacimiento. Las diferencias entre sus perfiles hacen que la policía no pueda determinar unas características que definan a un potencial terrorista. Por esto, sus madres están convencidas de que sus testimonios pueden servir para alertar a otras familias sobre un peligro que puede atacar a cualquiera: tener un hijo terrorista.

Alexandra Gil las ha entrevistado en un ejercicio de «escucha objetiva», muchas madres le confiesan que no les gusta el trato de estigmatización que han recibido por parte de algunos medios de comunicación. Gil asegura que «no ha habido otra intención que escuchar, reflexionar sobre el fenómeno y alertar de que esto le puede pasar a cualquier madre, en cualquier país».

«Gracias por tu escucha respetuosa» fue la frase desencadenante de este libro. ¿Por qué no son escuchadas las madres de los jóvenes que se han unido al Estado islámico?
Estas madres tienen la sensación de que se les presupone cómplices de la situación. También insisten en que la sociedad prefiere justificar que existe una falta de amor familiar o una fractura para no asumir que la deriva yihadista también puede entrar en sus casas. «Es más fácil echarnos la culpa de todo y seguir pensando que esto sólo le pasa a los demás», es una frase que he escuchado un sinfín de veces en el último año.  

Ahora que lee las entrevistas en retrospectiva, ¿podría mencionar qué aspecto de la aparente fractura de la sociedad francesa evidenció con las respuestas que estas madres le ofrecieron?
Algunas de estas familias están desestructuradas, con padre ausente y un drama familiar de por medio. Pero no todas. Otras eran familias de tradición católica, con hijos en la universidad, incluido el futuro yihadista. Tanto en el primero como en el segundo caso, las madres hablan de la falta de oportunidades como un factor (entre tantos otros) en el que los reclutadores se apoyaron para adoctrinar a sus hijos. No existe una fórmula matemática que dé como resultado yihadismo. Existen factores socioeconómicos que pueden reproducirse en varios casos: paro, racismo, barrio desfavorecido, presencia de figuras del islam radical en el entorno del joven, etcétera. Algunos de estos están presentes en las historias que he contado. No todos.

¿Descarta que la problemática de estos jóvenes tenga que ver con una resistencia a amoldarse a los valores laicos?
Para luchar contra la propaganda de Daesh, que se apoya en la falta de oportunidades para convencer a los jóvenes de dejarlo todo e unirse a sus rangos, debemos analizar las carencias como sociedad y cubrirlas. Entre los franceses y belgas cuyas historias reproduzco a través de sus madres, hay cuatro jóvenes de familia católica y varios casos en los que los jóvenes provenían de familias de tradición musulmana pero no practicaban el islam antes de convertirse a la ideología yihadista. Esto es, ya formaban parte del tejido social y no se resistieron a amoldarse al valor laico de la República porque nacieron y se educaron en ella. Pero en algún momento se desprendieron de esos valores y la hostilidad hacia sus propios valores fue absoluta y casi repentina. ¿Por qué? Expertos como Gilles Kepel hablan de desarraigo, de falta de identidad social en una Francia en la que se sienten ciudadanos de segunda, y también señala la presencia de un salafismo creciente en algunos puntos de Francia, como en los suburbios de la capital.

Existen casos de jóvenes que viven, efectivamente, el laicismo como un arma dirigida exclusivamente hacia su culto, y no como una estructura de vida en sociedad. En este sentido, Daesh ha sabido explotar esa hostilidad y convertirla en una herramienta de propaganda y reclutamiento.
Alexandra Gil: «A la extrema derecha no le conviene estudiar qué factores hicieron que un joven católico de 18 años lo dejase todo para ir a Siria»
En su momento de campaña electoral, Le Pen aseguraba que dar voz a los familiares de los yihadistas y mostrarlos como víctimas era una manera de «explicar» y llegar incluso a «justificar» el por qué estos jóvenes actuaron así. ¿En qué radica su necesidad de humanizar a las familias de los terroristas?
En la necesidad de analizar un fenómeno con la única finalidad de hacernos con todas las herramientas necesarias para luchar contra él. Marine Le Pen ha sabido hacer del terrorismo yihadista su caballo de Troya, porque el miedo que se ha instalado en Francia desde noviembre de 2015 le ha servido para ganar voces entre una población francesa aterrorizada. A la extrema derecha no le conviene estudiar qué factores hicieron que un joven católico de 18 años lo dejase todo para ir a Siria, por eso asegura que «explicar» es «justificar».

Por supuesto, absolutamente nada justifica los actos perpetrados por los yihadistas. Nuestra labor como periodistas es analizar y explicar los factores que fallaron: coordinación, servicios de inteligencia, discursos de odio en puntos de Francia abandonados a su suerte, clientelismo político, suburbios sin oportunidades… En cambio, enfocar el yihadismo desde un prisma exclusivamente sociológico es un error. No se puede negar la racionalidad y el compromiso individualista, político y religioso que habita en este proyecto y en quienes adhieren a él, y esto también merece un análisis.

Las familias de estos jóvenes son potenciales agentes de prevención. Nadie mejor que estas madres para prevenir de los peligros y para guiar a las autoridades en la elaboración de una inagotable y valiosísima base de datos que reescribe las vidas de estos franceses que se esconden tras las cifras. Quiénes eran antes y en qué se convirtieron después. En el centro de ese proceso suele encontrarse la clave del problema. Nuestro deber como sociedad, y el de los medios ante este fenómeno, es analizarlo desde todos los prismas posibles para dotarnos de las herramientas necesarias para luchar contra él.

«Ser la madre de un terrorista» es un estigma que sufren estas mujeres ¿Cuál es su percepción de cómo se está abordando la presunción de inocencia de la familia? Hay casos en los que se les puede acusar de ayuda el terrorismo si les envían algún dinero a sus hijos, por ejemplo.
Es importante no generalizar. Hay familias, como la de Mohamed Merah, en la que la figura materna tuvo una importante influencia en la radicalización de sus propios hijos. Tres de los cinco hermanos Merah están ligados a la yihad. El propio terrorista de Toulouse, su hermano (hoy en prisión por complicidad) y una hermana, en Siria.

No todos los casos son así. Las madres con las que estoy en contacto no piensan que el Estado las considere cómplices de la deriva yihadista de sus hijos. Se limitan a explicar las problemáticas a las que se enfrentan una vez que estos han dejado Francia o han muerto en Siria. Todas ellas son conscientes de que, entre los innumerables problemas a los que se enfrentan por ser madres de terroristas, existe el peligro de ser acusadas de complicidad en caso de ayudar financieramente a sus hijos.

Hay un caso de una madre que se atreve a salir de Francia y llegar a la frontera entre Turquía y Siria en busca de un rastro de su hijo. ¿En qué medida el Estado francés (y el belga) está ayudando o impidiendo que estas familias hagan algún tipo de duelo?
El Estado no está ayudando y tampoco impidiendo a estas familias realizar este duelo. Se trata de un recorrido personal. Algunas madres prefieren luchar por intentar tener un certificado de defunción de sus hijos, y otras ignoran la importancia de este documento y se concentran en un duelo espiritual: viajar a la frontera por la que su hijo pasó años atrás antes de perder la vida.

En mi libro hay dos madres para las que la obtención del certificado de defunción de sus hijos se ha convertido en su único objetivo antes de morir. Necesitan que el Estado reconozca sus muertes para dejar de pagar sus hipotecas o para no tener que asistir a un juicio de una red yihadista en la que se juzga y condena a quince años de prisión a su hijo (reconocido hasta hoy como «presuntamente muerto»). A la vez, comprenden que el Estado no puede distribuir certificados de defunción sin la prueba irrefutable de la muerte, es decir, el cuerpo.

¿En qué cambió su percepción de yihadismo después de este libro?
Mi percepción del yihadismo es la misma. Hoy más completa. Cuando emprendí la escritura de este libro me propuse aportar otro prisma, dar voz a las madres de los yihadistas para que explicasen la evolución de sus hijos y contasen cuáles son las problemáticas a las que se enfrentan las familias cuando sus hijos se van, pero también qué errores consideran que se cometieron para que esta deriva fuese posible.

Los hijos del califato
En la presentación del libro que Alexandra Gil hizo en Madrid, también habló sobre el limbo legal y territorial en el que quedan los hijos de aquellos jóvenes que se radicalizaron y viajaron para unirse a la yihad. En la actualidad, 400 menores franceses se encuentran en Siria o Irak, y se calcula que dos tercios de ellos llegaron allí junto a sus padres en el momento en que estos partieron a hacer la yihad. El tercio restante nació en una de las dos zonas concernidas, y por lo tanto tiene menos de cuatro años de edad.

Tal es el caso de los nietos de Michelle y Françoise, abuelas francesas de varios bebés nacidos en los tres últimos años en suelo sirio y a los que no han llegado a conocer en persona. El regreso de estas familias a Francia se proyecta como uno de los grandes rompecabezas administrativos a los que el Estado deberá enfrentarse, a medida que la pérdida de territorio de Daesh empuje a sus combatientes a la deserción. Los bebés del califato son, a ojos de la ley, niños apátridas, nacidos en suelo sirio o iraquí pero únicamente existentes en los registros elaborados por el grupo terrorista. O, dicho de otro modo, señala Gil en su libro «bebés europeos que carecen de documentos de identidad y existencia jurídica válida».

El caso más conocido, aunque no internacionalmente difundido, se produjo en junio de 2016. El yihadista bretón Kevin Guiavarch, de 24 años e inscrito en la lista negra de yihadistas peligrosos de la ONU, se entregó en la frontera turco-siria alegando ser un miembro arrepentido del Estado Islámico. Junto a él viajaban sus cuatros esposas, todas de nacionalidad francesa, y sus seis hijos (cuatro biológicos y dos de relaciones previas de sus esposas). Las cuatro mujeres fueron expulsadas de Turquía y deportadas a Francia. Allí se condenó a tres de ellas, mientras que a los hijos se les proporcionó una familia de acogida.

El destino de los «bebés del califato» es difuso; las dos abuelas francesas dicen ignorar la suerte que correrán sus nietos si sus hijos muriesen bajo las bombas en combate.

En caso de regresar con vida, los yihadistas son conocedores del recrudecimiento de las penas de cárcel en materia de terrorismo. Muchos de ellos ya han sido condenados in abstemia (en ausencia) a 15 y 20 años de prisión. A pesar de que el Ministerio del Interior francés prometió en enero de 2016 la puesta en marcha de una instrucción que agilizase la llegada de estos menores a los hogares de sus abuelos, las mujeres se declaran escépticas y preparadas para librar una interminable batalla administrativa. 

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