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lunes, 7 de agosto de 2017

Conversas al islam: agencia, piedad y feminismo

por Itzea Goikolea Amiano
Isa Diagonal islamofobia
Viñeta de Isa para el periódico Diagonal
Este artículo es un resumen del trabajo de investigación ‘Feminismo y piedad: un análisis de género en torno a las conversas al islam’, que realicé como tesina del máster de estudios feministas y de género de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, que se centró en las mujeres autóctonas que se han convertido a esa religión y que fue galardonada con el Premio María Goyri a la inclusión de la perspectiva de género en los trabajos de fin de máster de la UPV-EHU. Mi objetivo era realizar una aproximación constructiva y crítica que estuviera basada en la comprensión y el respeto a esas mujeres.
Un claro ejemplo de islamofobia de género es la idea de que la única razón de esas mujeres para convertirse al islam es el hecho de tener pareja musulmana masculina. Ninguna de las entrevistadas son conversas por amor a secas
Una de las razones que me llevó a realizar la investigación es la rabia que sentía y siento con respecto a la percepción que de la población musulmana, en general, y de las mujeres musulmanas, en particular, se tiene en ‘Occidente’. Otro aliciente para realizar esta investigación es el sufrimiento que me acarrean las agresiones sexistas -de ‘aquí’, pero sobre todo de ‘allá’, especialmente durante los casi tres años que viví en Egipto-, así como las dificultades y reticencias que percibo en mi entorno a la hora de reconocer estas variadas y diarias manifestaciones del patriarcado. Por eso, el posicionamiento epistemológico y político del trabajo era claro: el rechazo a todas las formas de islamofobia y sobre todo, a la islamofobia de género, y el rechazo al patriarcado, fuera cual fuera la máscara que se pusiera.
La islamofobia de género es un término que hace referencia a las actitudes xenófobas e islamófobas que también se mezclan con discursos sexistas y misóginos y que oprimen, discriminan y se ceban doblemente con las musulmanas que con los musulmanes. Un claro ejemplo es la idea, muy extendida en nuestra sociedad, de que la única razón de esas mujeres para convertirse al islam es el hecho de tener pareja musulmana (siempre dando por hecho la heterosexualidad). Normalmente no se entiende que busquen y encuentren otras razones y, así, se perfila una actitud totalmente paternalista y patriarcal, que deja a esas mujeres sin agencia, sin capacidad de decisión y acción. Además, si bien las parejas musulmanas de nacimiento son una vía a través de la cual muchas han accedido al islam, ninguna responde al apelativo ‘conversa por amor’ a secas. Para algunas, el amor ha podido jugar un papel importante en la decisión de acercarse al islam y también de entrar en esta religión, pero ese es un aspecto que está en conjunción con otros elementos.
Otras de las razones, en ocasiones compartidas por algunas entrevistadas, según su trayectoria y necesidades vitales, son el calor de la comunidad islámica, la Umma, así como las prescripciones de la prohibición del alcohol y las drogas y también la sed espiritual, ya sea que proviene de una intuición, ya de una curiosidad que se remonta a la infancia. En este sentido, me gustaría hacer referencia a una reciente e interesantísima entrada del blog de Natalia Andújar, feminista islámica conversa, que explica grosso modo su entrada en el islam. Además, en algunos casos, vi otro factor importante y sorprendente para mí: el control de los nuevos modelos de género, que tanto han cambiado en los últimos años. En este sentido, las que entienden los sexos de una manera esencialista y atribuyen a la masculinidad un carácter innato de pulsión sexual ven en el islam unas normas de género estrictas que les llevan a controlar la sexualidad de los hombres y a poder frenar los impulsos que en experiencias y relaciones anteriores les han acarreado sufrimiento. De todas maneras, a lo largo de la investigación me di cuenta de que es la suma, el conjunto de varios elementos, la que constituye el foco de atracción que el islam representa para cada una de ellas. Es decir, son varias las causas de conversión, y no una sola, lo que las ha decantado por la conversión al islam. Además, los vacíos que el islam llena en cada una de ellas están relacionados con la propia biografía.
Las que atribuyen a la masculinidad un carácter innato de pulsión sexual ven en el islam unas normas de género estrictas que les llevan a controlar la sexualidad de los hombres y a poder frenar los impulsos que en experiencias y relaciones anteriores les han acarreado sufrimiento
Por otro lado, también analicé una serie de fuentes escritas que me llevaron a constatar que el discurso islámico mayoritario y hegemónico es patriarcal. De los discursos y documentos jurídicos, históricos y doctrinales que analicé se desprende la idea de que cada sexo tiene una esencia y una identidad propia y que a cada uno se le presumen unas funciones sociales concretas. En las mujeres destaca la maternidad y lo relativo al ámbito privado. Además, el hecho de ser hombre reporta unos privilegios en el acceso al poder; por ejemplo, el islam patriarcal rechaza que la función de dirigir la oración ante los fieles la cumpla una mujer. También se esencializa la tradición (la profética, la de juristas y exégetas, hombres, en su grandísima mayoría), aunque sea misógina. En este sentido, me parece importante, desde el punto de vista feminista, rechazar el multiculturalismo acrítico con las manifestaciones culturales que oprimen a las mujeres y a otros colectivos marginados que sufren exclusión.
Sin embargo, que el islam patriarcal sea el mayoritario y el hegemónico no significa que las musulmanas no se enfrenten a ello, ni que asuman sumisamente los mandatos patriarcales que se les pretenden imponer en nombre de la religión. Por eso, en mi trabajo el feminismo islámico y el análisis de sus propuestas y su modo de entender el islam tiene mucho peso. Y es que el feminismo islámico hace con el islam lo que el feminismo tradicionalmente ha hecho con otros ámbitos de conocimiento: identificar e intentar dar con la fórmula para erradicar los sesgos androcéntricos, misóginos, sexistas y heteronormativos, además de los racistas, clasistas y relativos a otros ejes de opresión en los respectivos campos. Así es como las feministas historiadoras, antropólogas, científicas, humanistas, lingüistas y las que se han dedicado a otros muchos ámbitos han recuperado la memoria y las aportaciones de las mujeres y han realizado propuestas alejadas de dichos discursos opresores. Las feministas islámicas hacen lo mismo con el discurso hegemónico y patriarcal islámico: lo deconstruyen, lo reinterpretan y lo viven desde un posicionamiento de la defensa de una igualdad radical de mujeres y hombres, de todas las personas y colectivos. Nasreen Amina, conversa chilena y activista, titula su recomendable relato Feminista por voluntad de Dios y comienza diciendo: “Soy musulmana porque soy feminista”. Lo podéis encontrar en la página web de Muslima, International Museum of Women.
El discurso islámico mayoritario y hegemónico es patriarcal, pero eso no significa que las musulmanas asuman sumisamente los mandatos patriarcales. ¿Acaso no estamos reforzando el islam patriarcal si rechazamos el feminismo islámico?
En este sentido, me parece muy oportuno que las feministas nos cuestionemos lo siguiente: ¿acaso no estamos reforzando el islam patriarcal que oprime a las mujeres cuando decidimos rechazar el trabajo, las propuestas y el modo de vivir, sentir y comprender del feminismo islámico? A mí, desde luego, me interesa y me atrae mucho más la manera de entender el islam de las feministas islámicas (y de algunos feministas islámicos, también) que la manera en que lo hace el discurso hegemónico y patriarcal islámico. Hace algunos meses, a raíz de la publicación de las fotos de la tunecina Amina, el comunicado de Red Musulmanas y el cuestionamiento que, al hilo de lo que planteé en mi trabajo se hizo a las feministas islámicas, se abrió un interesante debate que Brigitte Vasallo relata muy bien en su artículo Misoginia e islamofobia en nombre de Amina.
Sin embargo, también entrevisté a algunas nuevas musulmanas no feministas que reproducían un discurso islámico de base patriarcal. En sus relatos aparecía la esencialización de los sexos ya mencionada y el discurso de la complementariedad de los sexos, claramente jerarquizada, entre otros. En este caso, el planteamiento que me hacía era si yo podía reconocer algunas formas de negociación del patriarcado en su modo de ejercer la agencia que ha conceptualizado el feminismo. Me negaba a pensar que por entender el islam de esa manera no se gestaban espacios de empoderamiento en el seno de su capacidad de decisión y acción, que solo la agencia feminista se resiste y contesta a los mandatos patriarcales. Así, inspirándome en el trabajo de Saba Mahmood ‘Politics of Piety: The Islamic Revival and the Feminist Subject’, entendí que para poder reconocer el lugar donde se sitúa el empoderamiento, primero tenía que comprender la lógica del discurso de esas mujeres (que llamé ‘discurso pío’), para después valorarlo en términos feministas. Pío de piedad, porque ellas entienden que es la piedad la que las situará cerca de Dios, objetivo fundamental en su vida actual. Lograr, in-corporar, actuar, entender y manifestar la piedad, con el objetivo de obtener la gracia y las bendiciones divinas, las conduce a llevar a cabo una serie de transformaciones de su yo, que se sitúan en lo externo (gestos, vestimenta, lenguaje empleado) y en lo interno (emociones, intelecto). Es la armonización de las diferentes partes que conforman el yo la que da lugar a la piedad, que se aplica en todos y cada uno de los aspectos y ámbitos de la vida. (Si bien las feministas islámicas también reivindican la piedad, se refieren a un concepto diverso al de la piedad a la que haré referencia en este artículo y al discurso pío de base patriarcal en el que se enmarca).
Pues bien, siguiendo la propuesta de Mahmood, académica feminista pakistaní, desligué esa forma de entender y vivir la vida del discurso secular y progresista e izquierdista que predomina en el feminismo de ‘aquí’ y en mí misma, para poder acercarme a su modo de entender, vivir, soñar, experimentar, proyectar… sus vidas y poder reconocer en ello un modo concreto de ejercer agencia. Así identifiqué distintas maneras de ejercer esa capacidad de decisión y acción: la feminista y la pía, principalmente, que dieron título a la investigación. En este sentido, mis conclusiones apuntaban a que, por un lado, la capacidad de acción feminista es, por definición, antipatriarcal y a que, por otro, la pía no lo es porque no deconstruye, sino que refuerza el patriarcado del islam hegemónico. Por ejemplo, según el discurso pío, la modestia o el pudor es un valor importante que la persona pía debería encarnar, y esta cualidad tiene especial importancia en el caso de las mujeres. El recato a la hora de vestirse podría ser una de las manifestaciones de la adopción de dicho valor (aunque, como ya he comentado, el recato también se manifiesta en lo interior, intelectual y emocional, como en el control en la manera de expresarse, por ejemplo). En este caso, adoptar una vestimenta recatada sigue la lógica ya mencionada del control de las pasiones y los impulsos que está relacionada con la comprensión de los sexos de manera esencializada, según la cual las mujeres y sus cuerpos despiertan los instintos masculinos. Así que las mujeres que se sitúan en ese marco reproducen y refuerzan el discurso patriarcal.
Ahora bien, ¿eso significa que las ‘pías’ no tienen espacios de empoderamiento, que no existe negociación alguna, aunque no sea la que marca la agencia feminista? Una vez reconocida la modalidad de ejercer la capacidad de decisión y acción en el caso de las ‘sujetos pías’, llevé a cabo un análisis desde la perspectiva de género y comprobé que no. Aunque esas mujeres no son feministas, porque ni tienen una conciencia ni una agenda feminista (aunque sí que utilizan algunos argumentos feministas cuando comentan, a la luz de la islamofobia que perciben en su entorno y que asume el carácter patriarcal del islam, que las mujeres en ‘Occidente’ también viven en el seno de un sistema patriarcal que cosifica sus cuerpos, entre otros). Sin embargo, poseen algunas ventanas de empoderamiento y de negociación de algunos privilegios masculinos que derivan del patriarcado, que además solo se pueden producir en el marco del discurso pío al que ellas se adscriben, porque su lógica es la que determina en qué términos se dan las negociaciones y los espacios de empoderamiento.
Las musulmanas no feministas también poseen algunas ventanas de empoderamiento y de negociación de algunos privilegios masculinos que derivan del patriarcado, como cuando denuncian la doble moral de hombres musulmanes que exigen a las mujeres lo que ellos no cumplen
Así, por seguir con el recato en la vestimenta, hubo varias ocasiones en las que estas mujeres denunciaron la doble moral de algunos hombres musulmanes que toman lo que les interesa del discurso religioso, dejan lo que no les conviene y por tanto pretenden o desean que ellas adopten un modo de vestir que sea recatado, mientras que ellos no adoptan dicha cualidad u otras que también son necesarias a la hora de encarnar la piedad. Y es que, si bien el discurso pío significa de manera distinta el recato femenino y masculino, no quiere decir que ellos no deban seguir la modestia que les corresponde como hombres píos. Así, para alguien que está llevando a cabo una serie de transformaciones en su persona y su vida para poder situarse en el centro de la piedad que entiende la llevará a estar cerca de Dios y sus bendiciones, seguir y respetar la voluntad de Dios en este aspecto (el recato en la vestimenta) y en los demás es crucial.
Claramente, la vida de quienes no nos situamos en esa forma de comprender el mundo sigue una lógica y unas premisas muy diferentes y eso es, precisamente, lo que nos diferencia: la modalidad de decisión y acción, la forma de ejercer agencia. Ellas tienen una agencia que es pía, no feminista. Pero en la lógica de ese discurso pío (cuyo análisis me llevó a reconocer muchos elementos y aspectos que aquí me resulta imposible explicar, aunque creo que son imprescindibles para poder entender esta forma de vivir la vida en su complejidad) es donde se perfila esta capacidad de negociación sobre unos privilegios masculinos que derivan del patriarcado que, como he explicado, pretenden una apariencia femenina recatada cuando ellos mismos no la aplican. En este sentido, creo que la reivindicación de la igualdad de hombres y mujeres en piedad no se refiere tanto a la injusticia intrínseca de las desigualdades de género (agencia feminista) como a la coherencia que tiene que haber entre lo interno y lo externo de cada persona, hombre o mujer, con respecto a Dios, a su mensaje y a lo que se entienden son sus prescripciones (agencia pía). Sin embargo, aunque la lógica sea diferente es relevante, desde una perspectiva de género, ver y reconocer el hecho de que su concepción de la piedad (en términos holísticos y éticos, dentro de un proceso de transformación que parte de la voluntad sincera de encarnar dicho valor) las ha llevado a rechazar las conductas de hombres que han querido hacer uso de su posición privilegiada y han demandado unas formas de piedad determinadas en ellas. Las pías consideran, en ese caso, y por muy hombres que sean, que no cuentan con legitimidad y, por tanto, negocian dichos privilegios y marcan unas pautas que se ajustan a sus necesidades.
La parte prescriptiva y política del feminismo es la que nos lleva a imaginar, querer y reivindicar un mundo más justo y la parte analítica del feminismo, teoría crítica por definición, la que nos lleva a rechazar unas fotografías analíticas simplistas que contribuyen a la opresión de ciertas personas y colectivos. Por eso, creo, es importante profundizar en las estrategias que usamos para ver y comprender la vida y, sobre todo, aquello que es ajeno a nuestro modo de entenderla. De este modo podremos situarnos en un lugar más realista, respetuoso y crítico con quien no comparte unos postulados feministas, también podremos profundizar en el autocuestionamiento que debe preceder a la crítica hacia fuera y no caeremos en binomios y categorizaciones falaces que reduzcan esa mirada crítica que caracteriza al feminismo.

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