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martes, 22 de agosto de 2017

Fatima Mernissi: Occidente no se ha liberado de las cruzadas

Quizá sea Occidente el que tiene miedo, el que está aterrado, pero debe trabajar contra eso

15/06/2005 - Autor: Trinidad de León-Sotelo - Fuente: ABC - El Corresponsal
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Fatima Mernissi
Fatima Mernissi
Viene de un país en el que los encantadores de serpientes conviven con quienes estudian las nuevas tecnologías, aunque de lo primero se hacen más postales que de lo segundo. La mujer que en su discurso en Oviedo planteó las diferencias entre «la cultura del cowboy» y «la cultura de Simbad», regresa a ellas y muestra, a través de jóvenes campesinos marroquíes, el avance sin freno de la revolución tecnológica en su país. Lo hace en «El hilo de Penélope» (Lumen), un libro de cuya portada se queja, porque retrata a una mujer con velo, «cuando mis páginas no tienen nada que ver con ese asunto, ni con problemas femeninos».
Mernissi se muestra en su obra como una persona optimista, alguien que aparta sombras para abrir en luz los caminos del futuro. Asegura que no cree ser una Penélope que teja sin que Ulises llegue nunca: «Hay un poeta, Adonis, que dice que el pesimismo es una rutina, mientras que el optimismo es creación. En el mundo árabe lo más importante no es la realidad, sino la realidad por satélite». Aclara que frente a la Unión Europea -«cuyo proceso aún no ha terminado»-, en el mundo árabe la constatación de la unidad no se produce a través de las instituciones, sino que partió de 1991, cuando apareció el primer canal por satélite y se consolidó en 2003, cuando 200 canales por satélite hablan el mismo idioma. Para la autora de «Las sultanas olvidadas», el mundo árabe es un territorio lingüístico digital.
«No soy una optimista estúpida»
Fátima viste a la europea, lleva el pelo rojo -«de tinte, no de henna»- y sus ojos combinan a la perfección con lo rotundo de sus convicciones. Es tajante al decir que no es una soñadora, ni una optimista estúpida, sino alguien que se niega al pesimismo, porque es cualidad de perdedores. Se queja, más que con amargura con rabia, de que los medios de comunicación occidentales se niegan a ver los cambios que se producen en el mundo árabe, el impacto de la revolución digital. Y sentencia: «Eso es un problema para España».
Occidente, España, no entienden el mundo árabe, ¿no tendrá algo que ver en esa actitud el 11-S en Nueva York, el 11-M de Madrid? ¿no será el integrismo culpable de las situaciones que denuncia? La respuesta es rápida y se produce con contundencia: «Eso es demasiado simplista. Quizá sea Occidente el que tiene miedo, el que está aterrado, pero debe trabajar contra eso». Recurre a un ejemplo personal al decir que, cuando viaja a España, sus anfitriones la llevan a museos en los que los árabes son los asesinos, exactamente igual que en las Cruzadas vistas desde la perspectiva occidental. «Me doy cuenta de que inconscientemente ni España, ni Occidente, se han liberado de las Cruzadas. Eso es muy negativo». Mernissi insiste e insiste en que «el mundo árabe es una potencia digital con un mismo idioma, que, además, posee la riqueza del petróleo. Los países árabes ya no se preocupan por las Cruzadas y quienes comprenden ese cambio, como Suecia y Dinamarca, son los que sacan provecho».
Hay que decirle a la escritora que como quiera que dadas las circunstancias del integrismo y otros males, puede que haya personas que no crean que los árabes han echado al olvido las Cruzadas. Contesta «que hay que pensar en términos estratégicos de modo que el ataque a los trenes de Madrid, o a la Casa de España en Casablanca, tienen una dimensión mundial, aunque, claro, si uno es idiota piensa sólo en que se trata de un ataque del mundo árabe. El extremismo, prefiero ese término al de fundamentalismo, hay que interpretarlo como una baza política, una tarjeta de visita que da mucho dinero a árabes, a norteamericanos que venden armas o a gente con intereses en el horror».
En su opinión, el terrorismo no tiene nada que ver con la nacionalidad, porque ésta ya no existe. No quiere hablar de los árabes como raza, porque ellos nunca lo han hecho, sino como una civilización muy rica, que es una de las más importantes desde el punto de vista lingüístico. Afirma que el dinero del petróleo se ha invertido en la revolución digital, en esos jóvenes inmersos en ella, que obviarán así la emigración. «Los árabes son ahora más globales que los españoles. Yo misma, como marroquí, me siento local y no global, en Siria, Jordania, y no digamos en Bahrein. En Marruecos aún somos locales, como los españoles».
La inmigración
Cree en el mundo que dibuja, pero es obligado explicarle que en España, la imagen de Marruecos es la de las pateras, la de quienes arriesgan su vida por Occidente: «Los marroquíes que vienen son inteligentes y se puede invertir en su acceso a la tecnología. Hay que convencerse de que los inmigrantes tienen algo que aportar y no suponen la ruina de España, porque, en este caso, España envejecerá. Los inmigrantes son un capital humano».
En «El hilo de Penélope» se narra una escena en un zoco al que acude Fátima a comprar pescado. El vendedor se niega a cobrarle, porque había ganado el Príncipe de Asturias, algo que significaba un honor para ella y, por extensión, para un Marruecos en el que por fin encontraba España algo positivo. Dice Mernissi que en su país abunda la convicción de la incapacidad de los españoles para percibir a los árabes como seres humanos. Grave asunto si se tiene en cuenta que los españoles se quejan del trato de los marroquíes hacia ellos. ¿Cómo arreglarlo? «Antes, para viajar había que ser rico. Ahora se puede obtener información. Los españoles tienen que viajar a Marruecos, pero no a encerrarse en hoteles de lujo, sino para hablar con quienes cultivan tradiciones milenarias o la modernidad. Es obligado abrirse a todo el mundo. Como Simbad».
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