Testimonios de diversos tipos de
abandono en Tetimpa, Puebla*
LOS PROCESOS de abandono son cruciales en la arqueología puesto que inciden en la forma y
contenido de los contextos antiguos (Lightfoot 1996: 165); sin embargo, la posibilidad de
reconstruir la conducta que les dio lugar en cada caso depende no sólo de una documentación
minuciosa, sino de que la preservación de la evidencia sea adecuada y de que los factores
postabandono y la secuencia de ocupaciones siguientes no hayan borrado las huellas iniciales
que permitirían identificar dicha conducta.
Durante la segunda mitad del primer siglo de nuestra era, los asentamientos ubicados en la
Sierra Nevada fueron devastados por una erupción pliniana del Popocatépetl; más de 3.2 km3
de ceniza pumítica cubrieron su ladera nororiental, mientras que su flanco poniente sufrió los
estragos de lahares y flujos piroclásticos que bajaron por el río Amecameca (Panfil 1996: 16;
Plunket y Uruñuela 2000a; Siebe et al. 2000). Este desastre, de enormes proporciones para
las poblaciones que lo presenciaron, fue sin embargo providencial para la arqueología, ya que
selló con más de un metro de depósitos volcánicos a por lo menos una aldea, Tetimpa (figura
1), con lo que sus vestigios quedaron protegidos de las fuerzas erosivas y de la depredación
humana posterior.
Aunque los últimos restos de este asentamiento evocan como primera impresión las imágenes de una película de desastre (Cameron 1996: 3), una consideración detallada sugiere que
son producto de una situación mucho más compleja y que Tetimpa es un lugar idóneo para
analizar distintos tipos de abandono. Por una parte, el desalojo completo y definitivo al final de
la fase Tetimpa Tardío (de 50 a.C. a 50-100 d.C.),1 suceso que, como veremos, constituye la
culminación de un proceso más largo y complicado. Pero la erupción ayudó también a preservar
datos anteriores, de Tetimpa Temprano (700-100 a.C.), los cuales, aunque no son tan espectaculares como los directamente cubiertos por la ceniza, atestiguan abandonos de otra naturaleza: durante más de medio milenio, los edificios fueron construidos, modificados, dejados y
frecuentemente reocupados como parte de la dinámica social de la comunidad en las continuas
estrategias de negociación entre pasado y presente. La particularidad de los contextos de
Tetimpa Temprano es que, en comparación con sitios contemporáneos, la alteración que
sufrieron es muy reducida, viéndose sólo afectados por las actividades de Tetimpa Tardío, brindando así un registro más completo que los de aquellos lugares donde siglos de habitación posterior alteraron la evidencia temprana.
* Agradecimientos: El desarrollo del Proyecto Tetimpa ha contado con los permisos otorgados por el Consejo Nacional de Arqueología
del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y con el generoso apoyo de la Mesoamerican Research Foundation, el Sistema de
Investigación Ignacio Zaragoza, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad
de las Américas, Puebla; a todos ellos nuestras más sinceras gracias.
Queremos también agradecer a Véronique Darras, organizadora del taller Arqueología de los Procesos de Abandono en
Mesoamérica, por su amable invitación a participar en dicho seminario.
1 Aunque en publicaciones previas hemos utilizado desde 50 a.C. hasta 100 d.C. para Tetimpa Tardío, y desde 700 a.C. hasta 200
a.C. para Tetimpa Temprano (véase Plunket y Uruñuela 1998c), nuevas fechas de radiocarbono nos permiten sugerir ahora un
rango más corto para Tetimpa Tardío (desde 50 a.C. hasta 50-100 d.C.) y más largo para Tetimpa Temprano (700-100 a.C.).
Testimonios de diversos tipos de abandono en Tetimpa, Puebla Gabriela Uruñuela y Ladrón de Guevara, Patricia Plunket Nagoda 85
DE ABANDONO EPISÓDICO A DEFINITIVO EN
TETIMPA TARDÍO
Iniciaremos revisando la información del Formativo Terminal, pues los contextos sellados por la erupción son tan singulares que, inevitablemente, son
los que mayor difusión han dado a Tetimpa (Flannery 2002; Plunket y
Uruñuela 1998a, 1998b, 1998c, 1998d, 1999, 2000a, 2000b, 2002;
Uruñuela y Plunket 1998a). La extraordinaria abundancia de artefactos en
su lugar de uso (figura 2) conforma un llamativo escenario que parecería
permitir asomarse a una antigua aldea mesoamericana donde lo que falta
son sus ocupantes, dando pie a conjeturar que la “premisa de Pompeya”
(Ascher 1961: 324) es aplicable en este caso.
Sin embargo, es un tanto engañoso suponer que, por lo abrupto de este
tipo de catástrofes, la evidencia registrable será un buen reflejo de las
actividades cotidianas realizadas por los pobladores (Cameron 1996;
Inomata y Sheets 2000; Plunket y Uruñuela 2000b). Aunque el asentamiento sufrió un éxodo definitivo global, el análisis cuidadoso indica que
hubo una secuencia más compleja que precedió al evento final, y que,
además de los factores regularmente considerados para identificar el tipo
de abandono (Lightfoot 1996: 166-168), como serían ritmo –gradual o
rápido–, planeación o carencia de ella, expectativas o no de regreso, y
accesibilidad al sitio abandonado, hay otras variables que incidieron en la
formación del acervo cultural encontrado en cada casa.
Las circunstancias reflejadas por los materiales remanentes están lejos
de ser representativas de la vida diaria de los tetimpeños, pues son producto de un tiempo muy especial, el correspondiente a haber tomado conciencia de la creciente actividad del Popocatépetl; la respuesta de los aldeanos
a esta situación no fue pasiva, y aunque continuaron cuidando sus casas,
sus pertenencias y sus campos, tuvieron la prudencia de cambiar su residencia permanente hacia lugares más seguros en el valle, regresando con
Figura 2 – Conjunto doméstico de la
Operación 13, con objetos de Tetimpa
Tardío en el patio (foto de las autoras).
3000
2500
98o
30'
2500
3000
3500
4000
19o
15'
3000
San Martín
Texmelucan
Huejotzingo
Tetimpa
Tlaxcala
Cholula
Popocatépetl Puebla
Iztaccíhuatl
Malinche
Valle de
Puebla-Tlaxcala
2500
2500
3000
3000
3000
4000
3500
Estado de
Puebla
98o 98 15' o 98 30' o
45'
19o
15'
0 5 10 km
N
Figura 1 – Localización
de Tetimpa (mapa de
Gabriela Uruñuela y
Ladrón de Guevara, y
Patricia Plunket
Nagoda).
Figura 3 – Incensario con carbón frente al
adoratorio, en la Operación 13 (foto de las
autoras).
86 TRACE 43, Junio / Juin 2003
frecuencia al sitio para dar mantenimiento a sus posesiones, pero sin
habitarlo. Llevaron consigo sus bienes más valiosos o más ligeros, dejando
aquellos que no era conveniente mudar por su peso, su mal estado, o su
utilidad para proveer las comodidades indispensables durante las visitas a
sus propiedades (Plunket y Uruñuela 2000b).
El correlato arqueológico de esa conducta, como una acción comunitaria
socialmente decidida ante la inminencia de un desastre natural, es más
semejante –aunque las causas que le dieron lugar sean diferentes–, a lo
que Steve Tomka (1996: 14) ha denominado “abandono episódico” en
casos etnográficos, refiriéndose a estancias en el campo que sólo son ocupadas durante cierta época del año pero a las cuales algún miembro de la
familia acude al menos semanalmente para supervisión y mantenimiento.
Ese comportamiento ocasiona variabilidad de acuerdo a si había o no
alguien en cada vivienda durante el abandono definitivo, como hemos podido documentar en 17 conjuntos habitacionales de Tetimpa Tardío, tres de
los cuales incluyen además áreas de cocina independientes.
Todos los conjuntos están constituidos por dos a tres cuartos sobre
plataformas en talud-tablero alrededor de un patio; la habitación central es
la mayor y, a diferencia de las laterales que son más privadas, cuenta con
una amplia entrada, y suele contener objetos vinculados al ritual doméstico; el frente del conjunto alberga varios cuexcomates indicadores de la
prosperidad económica de los dueños, mientras que la parte posterior
puede presentar cuartos de esquina para almacenar bienes muebles; el
patio, sede de las actividades colectivas, se marca al centro por un adoratorio, mientras que en su periferia, junto a las plataformas, se ubican áreas
de procesamiento y consumo de alimentos; el adoratorio puede ser o no
una maqueta del Popocatépetl, pero siempre presenta cámaras con “chimeneas” que permitirían imitar la actividad del volcán (Plunket y Uruñuela
1998c, 2002; Uruñuela y Plunket 1998). Aunque hay variación en calidad
de mano de obra, en dimensiones, en decoración, o en detalles menores
–que hablaría tanto de cierta diversidad económica como de idiosincrasias
familiares–, los patrones arquitectónicos, constructivos y de distribución
expresan una cosmovisión compartida que da unidad al asentamiento
(Uruñuela y Plunket 1998: 16).
Esa homogeneidad básica oscurece las diferencias entre conjuntos y
tienta a proponer interpretaciones generalizantes. Sin embargo, hay características puntuales en el arreglo de los artefactos las cuales, aunque al inicio pasan desapercibidas, opacadas por el escenario que las enmarca,
resultan claves para la interpretación del proceso de abandono. Algo que
hemos aprendido es a poner atención al área particular en que se ubican
los objetos y a su colocación precisa (Plunket y Uruñuela 2000b, y en
prensa; Uruñuela y Plunket 1998: 16). Los recipientes en su lugar de
empleo están boca arriba y contienen residuos de comida, mientras que
otros, en los cuartos de esquina o junto a las plataformas, están boca
abajo, vacíos y limpios; algunos metates están en el patio, listos para la
molienda, pero otros descansan contra los taludes de las plataformas, sus
manos colocadas sobre los tableros. En otras palabras, había actividad en
algunas casas, pero no en todas; había poca gente en unas viviendas y
más en otras. Esto nos permitió entender que el abandono de Tetimpa sólo
fue al final una evacuación abrupta, pero precedida por un ausentismo
extendido intercalado con regresos parciales para proporcionar los cuidados
requeridos a las propiedades (Plunket y Uruñuela 2000b, y en prensa).
Figura 4 – Ollas tapadas de Tetimpa Tardío
en la Operación 20; una de ellas guardaba
15 objetos de Tetimpa Temprano (foto de
las autoras).
Gabriela Uruñuela y Ladrón de Guevara, Patricia Plunket Nagoda 87
La posición diferencial de los artículos en distintos conjuntos sugiere que
algunos habitantes se encontraban en el lugar cuando inició el evento volcánico que sepultaría al sitio: hay comida en preparación, o preparada, e
incensarios con carbón frente a los altares que atestiguan el mantenimiento
del culto doméstico (figura 3); en tanto, otras viviendas estaban vacías, con
los objetos “guardados”, esperando el regreso de dueños que no acudieron
ese día y que ya nunca tomaría lugar.
La incertidumbre y el tiempo escaso de presencia antes del abandono
final se aprecian también en los edificios. Algunas viviendas eran prácticamente nuevas, con acabados intactos, pero otras evidentemente requerían
atención: el revocado se estaba perdiendo, los apisonados de los patios se
habían vuelto irregulares, las escalinatas estaban cayéndose, y la tierra se
había ido amontonando contra las plataformas basales. Los hábitos de
limpieza, claramente por debajo de los estándares de tiempos normales, se
asemejan a patrones reportados en casos de abandono gradual (Joyce y
Sissel 1996: 139): la basura menor, producto de barrer los patios, con
poca o nula posibilidad de reuso posterior, se acumulaba alrededor de las
construcciones sin que fuera transferida a espacios más alejados de la residencia, y los materiales mayores dañados, pero con reuso potencial, se
tiraban dentro de los cuartos, sin tomarse la molestia de despeñarlos en las
barrancas. En las pocas reparaciones efectuadas se invirtió el mínimo
esfuerzo, por ejemplo empleando provisionalmente un metate roto para
sustituir un peldaño faltante. Edificios todavía en construcción estaban
usándose a pesar de no estar terminados. Todos éstos son indicios de que
la población no estaba residiendo en Tetimpa y no disponía de tiempo en sus
visitas para llevar a cabo trabajos de mantenimiento mayor, prefiriendo quizás
dejar esas labores para su futuro regreso cuando el volcán se apaciguara.
Otro factor a considerar es la accesibilidad del sitio a las conductas
postabandono que disminuirían el acervo arqueológico. Este acceso considera la distancia desde el nuevo asentamiento, la capacidad de transporte
de los emigrantes y la proximidad de vecinos que podrían saquear los edificios desprotegidos; si la distancia al nuevo hogar es grande, la capacidad
de transporte limitada, y escaso el número de viajes de regreso, la
población debe seleccionar lo que llevará consigo, mientras que, si el nuevo
sitio no está tan lejano, se facilita ir a recoger pertenencias (Lightfoot
1996: 166-168). En el caso de Tetimpa, si los pobladores bajaron hacia
Cholula, la distancia no sería muy grande, apenas unos 15 km, y aunque
la capacidad de transporte sin animales de carga sería reducida, es claro
que hubo suficientes vueltas a la aldea que resultaron en que pocos de los
bienes más valiosos o más ligeros fueran dejados atrás.
Pero aunque las posesiones más preciadas habían sido retiradas –lo que
correspondería a una conducta de “curaduría” (Binford 1973, 1979,
1983), esperable cuando no hay intención de regresar–, algunas de las
casas tienen objetos importantes “escondidos”, lo que es más bien indicativo de un retorno previsto (Lightfoot 1996: 166). En la Operación 10
quedaron resguardadas bajo un cuexcomate tres vasijas pequeñas, dos de
ellas importadas. En la Operación 22 encontramos dentro de una olla tapada (figura 4) 11 lascas y una punta rota de obsidiana, un fondo de vasija,
una figurita y un soporte más antiguos, de Tetimpa Temprano; estas
“antigüedades” usadas, rotas, y aparentemente inservibles (figura 5),
recuerdan una situación similar reportada para el Clásico en Cerén, en El
Salvador, donde Linda Brown (2000) –mediante analogía etnográfica con
Figura 5 – Reliquias de Tetimpa Temprano
contenidas en la olla tapada de Tetimpa
Tardío, en la Operación 20 (foto de las
autoras).
Las circunstancias
reflejadas por los
materiales remanentes
están lejos de ser
representativas de la
vida diaria de los
tetimpeños, pues son
producto de un tiempo
muy especial, el
correspondiente al
haber tomado
conciencia de la creciente actividad del
Popocatépetl.
Testimonios de diversos tipos de abandono en Tetimpa, Puebla
88 TRACE 43, Junio / Juin 2003
mayas contemporáneos, entre quienes el recopilar objetos antiguos y el utilizarlos para adivinación están bien documentados– las interpreta como coleccionismo de sacra personales, el
cual correspondería a los practicantes rituales de las aldeas sin acceso a bienes de la élite;
esos mayas suelen llevar las reliquias en una bolsa. Los artículos de la Operación 22 bien
podrían corresponder a un pequeño bulto que, como las vasijas de la Operación 10, habría
estado guardado o escondido, lo que sugiere la intención de regresar por él.
Es común señalar la oposición entre lo que debe constituir el registro arqueológico si el
abandono es gradual y planeado o rápido e inesperado, y si hubo o no expectativas de regreso
(Joyce y Sissel 1996: 139; Lightfoot 1996). Sin embargo, en el caso de Tetimpa quizás estas
dicotomías no sean tan funcionales. En un abandono rápido, no previsto, se esperan una serie
de indicadores (Stevenson 1982): a) evidencia de manufactura o de mantenimiento en proceso,
que se encuentra en Tetimpa pero a veces apenas cubre los estándares mínimos de funcionamiento; b) abundante desecho de facto –bienes que todavía útiles son abandonados
(Schiffer 1972, 1987)–, y en Tetimpa lo hay, pero es claro que mucho se retiró; c) la basura
de facto en sus áreas de uso, frecuente en Tetimpa pero que también aparece “guardada”; d)
abundancia de objetos que habrían sido retirados en un abandono gradual, pero en Tetimpa
son pocos y e) mínima basura secundaria en las áreas de vivienda y en Tetimpa el patio está
limpio, pero no así los interiores de los cuartos.
Así, la evidencia en Tetimpa Tardío no es fácil de etiquetar, pues apunta hacia una situación
compuesta en varios tiempos: una salida inicial, cuya velocidad y anticipación no son identificables pues sus huellas fueron obliteradas por las subsecuentes visitas al sitio y por la extracción paulatina de bienes, lo cual a su vez puede reflejar un proceso gradual planeado, aún
cuando el desalojo original fuese abrupto (Lightfoot 1996: 166-168); esto provocaría que el
contexto arqueológico se asemeje a un abandono “episódico” (Tomka 1996: 14), distinto de los
estacionales o de los permanentes en el hecho de que los dueños acuden regularmente y conservan la propiedad de sus edificios y sus contenidos, aunque no los habiten por periodos prolongados. Eso culminó abruptamente con la erupción, transformándose en ese momento en una
huida urgente para quienes estaban en el lugar, pero la evidencia arqueológica sellada por el
desastre volcánico sólo puede ser adecuadamente evaluada si se considera como resultado de
una secuencia compleja, en la que la planeación humana y las expectativas de regreso fueron
interrumpidas drástica y precipitadamente por un desastre natural, que modifica el proceso y lo
colorea con tintes de abandono rápido inesperado.
ABANDONO Y REOCUPACIÓN, Y ABANDONO RITUAL EN
TETIMPA TEMPRANO
Durante la fase previa, en Tetimpa Temprano (700-100 a.C.), contextos más antiguos, con
escasa modificación ulterior, permiten explorar abandonos de otra índole, que no siempre afectaron al asentamiento completo.
En otras oportunidades (Plunket y Uruñuela 1998c, 2000b) hemos señalado que se aprecia
un hiato entre Tetimpa Temprano y Tardío, e incluso, en ciertos casos, las casas desalojadas al
final de la fase temprana fueron cubiertas con los surcos de cultivo de la fase siguiente.
Algunas de ellas parecen haber sido objeto de abandono planeado en más de una ocasión,
pues en sus diferentes etapas constructivas registramos conjuntos de pertenencias –algunas
útiles, como metates con sus manos; otras exóticas, como hachas en proceso de manufactura
sobre materiales alóctonos– que quedaron guardadas en los cuartos o en el patio, y que no
fueron recuperadas al regresar y subir el nivel de las plataformas, lo que sugiere que el tiempo
de ausencia de sus propietarios fue suficiente para olvidarse de ellas; a la vez, considerando la
utilidad de unos y el valor de otros, es interesante observar que esos bienes no fueron saqueados, lo que implica o bien que el área completa estaba deshabitada, o bien que los derechos de
sus dueños eran reconocidos y respetados aunque no estuviesen (Plunket y Uruñuela 2000b).
Gabriela Uruñuela y Ladrón de Guevara, Patricia Plunket Nagoda 89
En todo caso, el último de esos sucesos de abandono en Tetimpa
Temprano sí fue global, y de duración suficiente para que las diferencias
con la reocupación en Tetimpa Tardío sean notorias. Aunque muchas de las
plataformas tardías usaron como núcleos las estructuras tempranas, hay
cambios importantes en la cerámica, en las costumbres funerarias –no hay
entierros en Tetimpa Tardío-, las facilidades para almacenamiento –de
pozos troncocónicos a cuexcomates– y la calidad –que decae–, y orientación de las construcciones. Pero la continuidad cultural también es evidente, desde el hecho mismo de construir sobre las antiguas viviendas,
hasta la distribución del espacio doméstico y el mantenimiento general de
características constructivas. La coexistencia de diferencias y semejanzas
podría atribuirse a la ausencia durante un par de generaciones en el primer
siglo a.C. (Plunket y Uruñuela en prensa), quizá relacionada con un incremento en la actividad del Popocatépetl (Plunket y Uruñuela 1998b), pues
la evidencia arqueológica y geológica indica que el Formativo Tardío y el
Clásico Temprano atestiguaron eventos volcánicos de intensidad variable en
los sistemas montañosos que separan la Cuenca de México de Morelos y
Puebla (Barba 1956: 60; Barba 1995; Córdova et al. 1994; Panfil 1996;
Plunket y Uruñuela 1998a, 1998c, 2000a y Siebe et al. 1996, 2000).
Desafortunadamente, no hay en Tetimpa rastros estratigráficos aparentes
de esos sucesos, aunque los residuos de acciones volcánicas menores
pueden fácilmente desaparecer debido al viento, al agua y a las actividades
humanas.
Ese es un problema que todavía queda por resolver; empero, durante el
transcurso de Tetimpa Temprano, previo a ese acontecimiento, hay otras
instancias de abandono localizado de espacios que nos hablan de la compleja dinámica que puede darse dentro de una misma ocupación temporal.
El caso al que haremos referencia aquí es la Unidad 1 de la Operación 18.
La Operación 18
La Operación 18 abarca tres estructuras, dos de las cuales no son domésticas. A diferencia de los conjuntos habitacionales, no se distribuyen alrededor de un patio, sino que su arreglo es linear en sentido este-oeste. La
estructura mayor, Unidad 1, es la que aquí nos interesa.
La Unidad 1 (figura 6) muestra una serie de características que la diferencian del resto de los edificios locales. A excepción de un caso de Tetimpa
Tardío, cuya función desconocemos pues no pudo explorarse completamente, su tamaño es más grande que cualquier habitación de un conjunto
doméstico (aproximadamente 36 m2 de área techada), y su entrada es
reducida, de apenas 0.8 m, diferente a los accesos de alrededor de 2 m
que caracterizan a los cuartos centrales, los cuales servían para actividades
familiares comunes. Su construcción también es singular: las paredes son
de adobe en vez de bajareque y la amplitud del espacio interior requirió el
uso de pilastras; sus 12 pisos sobrepuestos, de barro bien pulido, se
limpiaron antes de depositar los rellenos que los dividen y que son también
estériles, sin contener los entierros que se encuentran en las viviendas de
Tetimpa Temprano; dos huellas de postes cerca de la pared posterior
sugieren la presencia de una estructura perecedera dentro del cuarto, quizá
un adoratorio; a la derecha de la entrada se localiza una especie de brasero
... la evidencia arqueológica sellada por el
desastre volcánico sólo
puede ser adecuadamente evaluada si se
considera como resultado de una secuencia
compleja, en la que la
planeación humana y
las expectativas de
regreso fueron interrumpidas drástica y
precipitadamente por
un desastre natural,
que modifica el proceso y lo colorea con
tintes de abandono
rápido inesperado.
Testimonios de diversos tipos de abandono en Tetimpa, Puebla
Figura 7 – Brasero fijo, construido sobre el
piso de la Unidad 1, de la Operación 18
(foto de las autoras).
90 TRACE 43, Junio / Juin 2003
fijo (figura 7), construido cuidadosamente sobre el piso, y que contenía ceniza, piedras
pequeñas y una navaja de obsidiana.
Las grandes dimensiones internas que contrastan con su angosta entrada le dotan de un
buen potencial para sede de actividades restringidas a un cierto grupo de la sociedad, y cuya
realización requería cierta privacidad. Por su parte, las piedritas dentro del brasero fijo son
semejantes a las que acompañan a los entierros de Tetimpa Temprano y a los altares de
Tetimpa Tardío, y que parecen vincularse con culto a los ancestros (Plunket y Uruñuela 2002;
Uruñuela y Plunket 2002); por ello pudiera tratarse de un lugar para reunión de hombres, jefes
de familia o representantes de linajes.
Esta estructura fue destruida antes de terminar Tetimpa Temprano, y al hacerlo, se limpió
perfectamente el piso y, desentonando con el resto del edifico tan pulcramente hecho, se cortó
Figura 6 – Planta
de la Unidad 1, de
la Operación 18
(ilustración de las
autoras).
Gabriela Uruñuela y Ladrón de Guevara, Patricia Plunket Nagoda 91
sobre él una fosa irregular que muestra evidencias de fuego fuerte (figura 8), quizá producto de
quemar en ella los contenidos del cuarto. Posteriormente, las paredes fueron derrumbadas
hacia el interior (figura 9).
En la parte exterior, un talud –que apenas se iniciaba para agrandar la plataforma– se dejó
inconcluso (figura 10), y la superficie compactada frente a él se rompió para depositar un
entierro múltiple constituido por un individuo primario acompañado por los cráneos decapitados
de dos adultos (figura 11); estos cráneos estaban colocados con las caras dirigidas hacia el
Popocatépetl, al suroeste del eje de la Unidad 1. Las bóvedas craneales sobresalían del nivel
de la superficie de ocupación, pero la fosa no se selló para nivelarla con ella, sino que, sobre
todo ello y sobre el talud, fue puesto un relleno hasta llegar a la parte superior del escombro
del interior de la estructura; en dicho relleno hay huellas de fuego evidenciadas por un nivel de
carbón.
Se nota una preocupación por sellar este espacio, pero no en un destrozo desordenado, lo
que más que indicar violencia externa sugiere que son personas del mismo grupo quienes
demuelen el inmueble, queman su contenido, y depositan los cráneos decapitados en dedicación al volcán. El sacrificio humano en Mesoamérica, incluyendo la decapitación, se ha interpretado como un medio para justificar los derechos individuales a gobernar, durante el Clásico,
y como un mecanismo de legitimación entre Estados competitivos, en el Posclásico (Demarest
Figura 8 – Fosa con huellas de fuego, cortada irregularmente
sobre el piso de la Unidad 1, de la Operación 18
(foto de las autoras).
Figura 9 – Vista desde la parte posterior (este) del cuarto de la
Unidad 1, de la Operación 18, con las paredes de adobe desplomadas hacia el interior (foto de las autoras).
Figura 10 – Vista de la fachada oeste de la Unidad 1 de la
Operación 18. Se aprecia el talud inconcluso y la fosa del entierro
múltiple con una de las bóvedas craneales rota, sobresaliendo del
nivel de la superficie de ocupación (foto de las autoras).
Figura 11 – Entierro múltiple frente al talud inconcluso de la
Unidad 1 de la Operación 18, con dos individuos decapitados
depositados sobre el cráneo de un sujeto primario flexionado
(foto de las autoras).
Testimonios de diversos tipos de abandono en Tetimpa, Puebla
Figura 12 – Planta de la
Operación 19.
Figura 13 – Cráneos de decapitados
depositados en el relleno de la
Unidad 3 en la Operación 19 (foto
de las autoras).
92 TRACE 43, Junio / Juin 2003
Gabriela Uruñuela y Ladrón de Guevara, Patricia Plunket Nagoda 93
1984: 237). Para el Formativo, la situación no es clara, pues la representación de decapitación
en el arte es menos frecuente y muy escasa la evidencia ósea (Moser 1973: 9-12). Aunque
estos cráneos proviniesen de conflictos bélicos, no se usaron para exhibirse por un periodo prolongado, sino que se enterraron, como parte del proceso de abandono del edificio, cuidadosamente orientados, lo que les otorga una función un tanto distinta a la de las cabezas-trofeos; el
papel de este tipo de evidencia dentro de la tradición mesoamericana de decapitación merece
una discusión aparte, pero es interesante por el momento señalar que, en algunas culturas
sudamericanas, las cabezas humanas eran consideradas como una fuente de protección, más
que como un trofeo de guerra (DeLeonardis 2000: 382).
Llama la atención que el talud se quedó sin terminar, interrumpida su construcción por los
acontecimientos que llevaron a clausurar un área para la cual la planeación previa no era ésa.
Entre los adobes desplomados de las paredes, aparecen abundantes fragmentos de incensarios
cuyos diámetros duplican el tamaño de los de los conjuntos domésticos, y estos tepalcates continúan apareciendo en los surcos de Tetimpa Tardío que cubrieron posteriormente a las ruinas;
a la vez, a diferencia de la mayoría de las estructuras de Tetimpa Temprano, ésta no fue utilizada para construir sobre ella en la fase siguiente, sino que se usó como campo de cultivo aún
cuando sus vestigios dificultaban la formación de los camellones para la siembra. Así, el edificio se destruye y abandona, pero el reconocimiento del espacio como un lugar especial continúa a través del tiempo.
Nan Rotschild y sus colegas (1996: 124-125) han señalado que el uso o no de una estructura puede ser parte de un continuo, en cuyos extremos estarían la ocupación de tiempo completo y el abandono definitivo, pero entre uno y otro hay una serie de estados intermedios de
uso: 1) para residencia de tiempo parcial; 2) como bodega; 3) como fuente de material para
nuevas construcciones; 4) como basurero temporal y, finalmente, 5) aunque no se destine a
ninguno de estos usos se mantiene como un marcador importante de propiedad de tierra. La
Unidad 1 de la Operación 18 es una variante de esto último, pues aunque se destruyó el edificio, el espacio se continuó respetando como un área especial.
El abandono repentino de la Operación 18 se entrelaza con evidencia procedente de un conjunto habitacional vecino, la Operación 19.
La Operación 19
A escasos 60 m al noroeste de la Operación 18, se localiza la
Operación 19, un conjunto doméstico constituido en Tetimpa Tardío por
tres plataformas alrededor de un patio, pero que para Tetimpa
Temprano era bastante más grande y complejo, y contaba con rasgos
que no hemos encontrado en otras casas, como dos cuartos pequeños
con medias columnas en sus esquinas interiores, y un área de esquina
con columnas de lajas (figura 12).
El cuarto central vinculado con actividades rituales tiene cinco etapas
constructivas de Tetimpa Temprano –además de una de Tetimpa
Tardío–, demarcadas entre sí por rellenos que dividen grupos de pisos
sobrepuestos. En él localizamos 12 sepulturas, la mayoría con las
características de los entierros domésticos tempranos (Uruñuela y
Plunket 2001, y 2002; Uruñuela et al. 1998), pero hay un par que
sale de la norma y corres-ponde a dos cráneos decapitados (figura 13),
orientados no con el eje de la estructura sino hacia el Popocatépetl, y
depositados dentro de un grueso y duro relleno que cubría el Piso 5, el
último de una etapa constructiva que había sido cortado para depositar
al Entierro 3 (figura 14). Es de mencionar que, de siete entierros de los
que se pudo verificar su posición, cinco dan la cara hacia la parte posTestimonios de diversos tipos de abandono en Tetimpa, Puebla
Figura 14 – Localización del Entierro 3 en
relación al altar con talud-tablero en la Unidad 3
de la Operación 19.
94 TRACE 43, Junio / Juin 2003
terior del cuarto, donde hay un altar con talud-tablero; sólo los dos previos
a los decapitados (el 3 y el 4) tienen una colocación inversa, hacia el
oeste, que es donde se yergue el volcán. La ofrenda del Entierro 3 incluye
una figura de un anciano con partes rotas y faltantes, como si fuera muy
vieja. En más de 60 entierros excavados en Tetimpa sólo éste tiene una
“figurita”, la cual es además muy distinta de las otras del sitio: es más
grande, es hueca, y su cabeza es separable (figura 15). Al cerrar el Entierro
3, se incorporan los cráneos en el relleno, se cubre el altar, y se sella con
el Piso 4. En otras ocasiones hemos sugerido que las construcciones en
talud-tablero se articulan con el culto a los ancestros (Uruñuela y Plunket
sin fecha); bajo esta óptica, si la figura hubiera formado parte de la
parafernalia ritual asociada al altar, la representación de un anciano sería
muy acorde, y su entierro al clausurar ese elemento de culto no sería
casual.
Contemporáneo a la colocación de ese relleno, dos grandes fosas con
huellas de fuerte combustión se cortan en la línea central del patio (figura 16),
un lugar muy inapropiado para que permanecieran ahí por largo tiempo,
por lo que parecen corresponder a un suceso corto. Por otra parte, en los
lados sur y este del conjunto, una gran cantidad de adobes amontonados a
los lados de la plataforma basal atestiguan el desmantelamiento cuidadoso
de una estructura (figura 17).
A diferencia de la Operación 18, el cuarto principal de la Operación 19
sí se continuó usando antes del hiato entre Tetimpa Temprano y Tardío,
aparentemente por un tiempo breve representado por un bloque de tres
pisos interiores (los bloques previos tienen al menos cinco pisos cada uno),
y uno en el patio. No se volvió a construir un altar en el cuarto, pero en
cambio en el patio se aprecia la huella de una “chimenea” semejante a las
de los altares de Tetimpa Tardío, indicando un traslado del foco de culto
hacia el centro del patio, donde continuaría en la siguiente fase. Las diferencias sin embargo entre continuidad de uso o abandono pueden distraer
la atención y no dejar ver que quizá los acontecimientos en este edificio y
la destrucción de la Unidad 1 de la Operación 18 estén relacionados.
La evidencia conjunta de estas dos operaciones indica que, en la última
parte de Tetimpa Temprano, hubo sucesos que alteraron en forma importante la vida de los tetimpeños y que preludiaron el abandono del sitio que
se da entre Tetimpa Temprano y Tardío. Ambas estructuras se relacionan
con actividades rituales, la Unidad 1 de la Operación 18 como un edificio
comunal, y la Unidad 3 de la Operación 19 como el cuarto central de un
conjunto habitacional. En un evento de terminación, en las dos se hacen
fosas para quemar quizás bienes perecederos que se encontraban en ellas.
En ambas hay desmantelamiento: en la Unidad 1 de la Operación 18, se
desploman las paredes del cuarto; y en la Operación 19, se demuele un
espacio aledaño que también tenía paredes de adobe. En las dos se
clausuran elementos asociados con la veneración a los ancestros, atestiguado esto en la Unidad 1 de la Operación 18 por las piedras dentro del
brasero, y en la Operación 19 por el altar que se sella y quizá por la figura
depositada con el Entierro 3. En ambas se colocan sendos pares de
cráneos orientados intencionalmente hacia el volcán, y en la Operación 19
se invierte la posición de dos entierros previos para orientarles también
hacia el Popocatépetl, y se añade además un adoratorio en el patio que, a
juzgar por la presencia de la chimenea, sería semejante a los que en
Tetimpa Tardío emulan al volcán.
Figura 15 – Figurilla asociada al Entierro 3
en la Unidad 3 de la Operación 19 (foto de
las autoras).
Figura 16 – Una de las fosas con evidencias
de fuego en el patio frente a la Unidad 3 de
la Operación 19 (foto de las autoras).
Gabriela Uruñuela y Ladrón de Guevara, Patricia Plunket Nagoda 95
Estos datos sugieren que algún acontecimiento hacia el final de Tetimpa
Temprano instó a supeditar la veneración a los ancestros a un culto en el
que el Popocatépetl ocupaba el lugar primordial. ¿En qué forma esto repercutió en la estructura de poder local? No está claro, pero al menos uno de
los edificios comunales fue ritualmente clausurado, aunque se continuó
identificando como un lugar especial, y un gran conjunto habitacional cercano sufrió alteraciones considerables. Poco después la comunidad
abandonaría el sitio por un tiempo, por causas aún no bien definidas, pero
si éstas se relacionasen –como otras veces hemos sugerido– con algún
episodio volcánico, no es de extrañar que a su regreso, en Tetimpa Tardío,
la propiciación al volcán fuera la norma en el culto doméstico, y continuaría siéndolo hasta el día en que ocasionó su abandono definitivo.
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Figura 17 – Vista parcial desde el este de la
Operación 19, con la ocupación de Tetimpa
Temprano todavía cubierta por los camellones de siembra de Tetimpa Tardío. Junto
a los taludes de las plataformas se aprecian
los adobes de muros desmantelados (foto de
las autoras).
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