Khutba: La cueva de Hira
﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
La luna decrece, desaparece ante nuestros ojos y este bendito mes de Ramadán poco a poco llega a su fin. Un final que concluye con nuestro ayuno durante las largas horas de sol, con el cuerpo purificado y nuestra conciencia ante Allāh, exaltado sea su nombre, esta en su cenit. Y escondido como un diamante en la roca, los últimos días de Ramadán esconden un tesoro inmenso: laylat al-qadr, la noche del poder.
Fue en la cueva de Hira, en la ciudad de Meca, donde a nuestro amado Profeta ﷺ se le reveló el Mensaje una noche de final de Ramadán. Allí fue donde el majestuoso Jibrīl, que sobre él sea la paz, mostró un gran regalo a la humanidad lleno de sabiduría, poder y bendiciones. La cueva de Hira es el maqām (lugar) por antonomasia pues es un lugar más allá de lo físico, es un auténtico estado que solo se puede entender desde la pureza más absoluta de nuestro corazón. Por eso, a este sublime lugar le dedicamos hoy la khutbade este viernes de final de Ramadán. Mientras buscamos laylat al-qadr.
No es extraño que esta cueva esté en la montaña de la luz (Jabal Nūr). Pues no hay revelación sin luz (nūr), cegadora y absoluta, ni sin insondabilidad (quddusiyya) como la gruta que se revela oscura incognoscible para el ser humano. Luz cegadora e insondable oscuridad es la experiencia del islam. Del auténtico islam que experimentamos, con mucha más fuerza, durante el mes Ramadán.
La experiencia que nos transmite el Profeta Muḥammad ﷺ nos invita a estar atentos a las señales, a prepararnos para lo que Allāh dispone y construir en nosotros mismos un espacio donde la revelación viva en sonido y presencia como lo hizo con nuestro amado Mensajero ﷺ. De hecho, en ese contexto y en ese espacio, espiritual, se revelaron los primeros versos del Corán:
«¡Lee, en el nombre de tu Señor! que te creó; / que creó al ser humano de un coágulo de sangre/ ¡Lee! Pues tu Señor es el más poderoso / ¡Lee! Pues tu Señor es el más poderoso / quien enseñó a escribir con la pluma, /aún cuando no sabías» (96:1-5)
Estos versos, tan llenos de fuerza y poder, marcan el origen del Libro. Un mensaje que rompe las lógicas, lo evidente y trae consigo lo oculto y lo manifiesto, que guarda los secretos de la creación. Y esto no es algo que debamos verlo en tanto lejano, al contrario, pues de esos secretos nace la excelencia (ihsan), y sobre esa excelencia se construye el islam. Allāh, el altísimo, escribió en el corazón de Muḥammad ﷺ el Mensaje. Él lo recito, lo transmitió y nosotros debemos imitar su actitud. Debemos ser receptores, debemos estar, siempre que podamos, en la cueva de Hira esperando el Mensaje.
Por eso, la cueva Hira está más allá de la historia y lo físico, pues se presentifica en cada uno de nosotros. Si creemos que es algo físico pierde poder, pues es el espacio que nos conecta con la experiencia profética y con la revelación en sí misma. Es en estos últimos días de Ramadán cuanto más visible y comprensible se hace la cueva para nosotros gracias a la luz (nūr) de nuestro amado Profeta Muḥammad ﷺ.
***
Se dice en el Corán que la noche de laylat al-qadr es mejor que mil meses y que los ángeles y Jibrīl, sobre él sea la paz, descienden a la tierra (97:3-4). ¡Cuan afortunados somos de que esto ocurra! Las bendiciones, en una noche así, son para los seres que Allāh ha creado y que le adoran. El sometimiento a su majestad (rubbubiyya) se ve recompensado con la luz (nūr) muḥammadiana que descienden sobre nuestros cuerpos purificados en Ramadán.
Por esa razón buscamos laylat al-qadren los últimos días de este mes, aunque las bendiciones se manifiestan una vez que la encontramos. Y la encontramos no con la razón (‘aql) sino con el corazón (lubb) De hecho, este es el valor del secreto (sirr) que como otros tantos que Allāh, el altísimo, ha dispuesto para nosotros. Y, por eso, es nuestra misión descubrir ese secreto y, tras vivirlo, preservarlo de problemas o de riesgos de divulgar el secreto y el poder.
Es el corazón (lubb) el que esconde tanto la clave para encontrar la noche como para establecer el lugar (maqām) de Hira. El islam no necesita de lugares fetiches, pues los lugares son, realmente, estados de consciencia. De hecho, nos purificamos cómo hacía el Profeta ﷺ cuando entraba en Hira y empezaba su retiro. Pura tazkiyya, pura purificación.
El Mensajero ﷺ, nos enseña a trascender la cueva Hira física, entrando r en nuestro propio corazón, a usar el dhikr, hendirlo con la qudusiyya de Allāh, el altísimo, y construir allí nuestra gruta. Así se experimenta el secreto y se reciben las bendiciones, en una Hira que está en nuesto corazón.
En ese preciso momento solo existe luz (nūr) muḥammadiana, solo reconocemos a Allāh, el altísimo y comprendemos el secreto de laylat al-qadr mientras que nuestro corazón (lubb) se deslumbra ante tal grandeza; y en la que nuestra mente (‘aql), frágil y débil, lo olvida una vez que con en el tiempo humano termina esa noche. ¡Dichoso aquel que se mantiene en el bendito secreto de laylat al-qadr! ¡Dichoso aquel que rompe el espacio y el lenguaje para mantenerse en Hira!
Y así, en la auténtica de experiencia Hira podamos experimentar la grandeza eterna de laylat al-qadr, pedimos a Allāh subhana wa t’ala que como Al-Quddus nos permita, junto a la luz de su Profeta ﷺ, nos permita trascender y beneficiarnos del secreto de laylat al-qadr junto a nuestra familia, nuestra comunidad, nuestros hermanos y el resto de la humanidad.
Pedimos Allāh paciencia para aceptar nuestras responsabilidades y el mandato divino.
Pedimos Allāh luz para todos los pueblos que están en conflicto.
Pedimos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pedimos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Pedimos a Allāh que nos guie puros en el ṣirāṭ al-mustaqīm (camino recto) y que acepte nuestra ‘ibada (adoración).
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.
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