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lunes, 27 de abril de 2020

Huellas de la Cruzada en el imaginario colectivo europeo

Huellas de la Cruzada en el imaginario colectivo europeo

Como se sabe, una cultura nunca está hecha del todo. Dificilmente podemos decir que un determinado ciclo cultural está cerrado. Sin embargo, el tiempo y los siglos aparecen en nuestra memoria histórica como cargados de acontecimientos, rebosantes de ideas. Del pasado sólo tenemos memoria y documentos, testimonios y sobre todo opinión.
Si por un momento salimos del universo de los historiadores y especialistas, y nos situamos en la mente del hombre medio europeo, vemos que su imaginación sobre el pasado, en una elevada proporción, se compone de tópicos y juicios de valor, de figuras que poco o nada han cambiado a lo largo de los siglos. Esto es así, porque al margen del análisis científico e historiográfico de las edades y de las culturas, están los pueblos y nacionalidades que se constituyen reconociéndose en unos rasgos DISTINTIVOS que forman sus "señas de identidad".
Cuando tras el desplome de la Modernidad, se invocan valores universales y se pide a los ciudadanos de muchos pueblos que superen estereotipos de raza, cultura o territorio, vuelven a resurgir con virulencia, fantasmas que se consideraban superados hace ya mucho tiempo.
Precisamente, la naturaleza diferenciada y excluyente de esos rasgos es uno de los grandes obstáculos que se oponen al entendimiento y a la colaboración entre los pueblos y las culturas.
Secularmente, el nivel de una civilización se ha medido a través de su comparación con el poder de sus enemigos. Guerras y genocidios han escrito la historia de las culturas, tanto o más que los descubrimientos científicos o las expresiones artísticas.
Conmemoramos hoy un milenario, que es al mismo tiempo la onomástica de las Cruzadas y la del nacimiento de los Estados Europeos, que por primera vez se aliaban y confederaban en torno a un ideario, un proyecto común de conquista y defensa de intereses. Mil años hace ya que el Mediterráneo, pasa de ser un escenario de comunicación y de intercambio, a convertirse en un espacio que media entre dos mundos diferentes, muchas veces contrarios y excluyentes, enemigos estructurales que van a consolidar una identidad.

La Historia de las Cruzadas es la misma Historia Europea si nos atenemos a la evolución de la Cristiandad como realidad no sólo religiosa sino, sobre todo, política.

¿Cómo si no podrían explicarse muchas y equivocadas ideas que, mil años después, siguen vigentes en la imaginación de muchos europeos contemporáneos?.

Muchas paradojas de la historia sólo encuentran su explicación en la incapacidad del ser humano o en la falta de una voluntad verdadera de entender al "otro".
De la misma manera que para los europeos de hace mil años, los musulmanes eran "los árabes", y no se entendía o no se quería entender que había musulmanes persas o bereberes, para los musulmanes de la época, los europeos eran los "frany", francos, sin querer o poder darse cuenta de que poco o nada tenían que ver los primitivos ingleses o los normandos con los pueblos del Norte Mediterráneo. Los "moros" y los "frany", han servido así a lo largo de mil años para ocultar una realidad mucho más variada y compleja, una diversidad que hubiese sido más enriquecedora de haber existido en los respectivos imaginarios.

Sin embargo, me gustaría puntualizar algunas cosas.

De la misma manera que en mi país, España, la historia nos habla de reconquista cristiana cuando, en la realidad de los hechos, no hubo previamente conquista alguna, Europa, que se autoconsidera en gran medida heredera del mundo romano, llega a concebir el Mediterráneo como un territorio que le pertenece por derecho. Sin embargo se olvida el papel del Islam como propiciador de cultura en ese Mare Nostrum, como transmisor de una cultura filosófica y científica clásica, la cultura griega del Helenismo, en un momento en el que el continente europeo se hallaba a decir de sus propios historiadores, atravesando un momento cultural especialmente oscuro y regresivo. Se olvida a menudo que en esos siglos medievales, las formas y usos que transmitió el Islam por esa vía mediterránea, tenían mucho que ver con la capacidad de integrar rasgos de distintas sociedades, el gusto por la ciencia y la tecnología, el afán de aplicar los descubrimientos en beneficio de las comunidades. También tenían que ver con el comercio y el intercambio. Cierto que el Islam no inventó el comercio ni los regadíos, pero si transmitió a la incipiente Europa los conocimientos necesarios que la iban a sacar de un prolongado letargo.

La memoria colectiva suele ser bastante olvidadiza. Estamos en Ginebra o en París, sentados en una cafetería charlando de todas estas cosas mientras degustamos un café. Una imagen bastante "europea" que sin embargo no hubiera sido posible si, hace mil años, los musulmanes no hubieran difundido la estimulante costumbre de tomar café. Una simple anécdota, ilustrativa del olvido cultural en que normalmente vivimos.

Mil años después, en un país de tan honda huella islámica como España se sigue llamando "moros" a los musulmanes, o "árabes" a los marroquíes. Podríamos pensar que ello es fruto de la incultura sin más, pero lo cierto es que esas confusiones obedecen más a la necesidad de establecer identidades, de marcar diferencias, que a la incultura o la ignorancia. Si de verdad tuviésemos la intención de conocer al "otro", de valorarlo en toda su extensión, haríamos el necesario esfuerzo.

Pueblos más lejanos y con menos historia compartida son más conocidos por el europeo de nuestros días. ¡Cuánto no sabemos de la cultura norteamericana, de sus costumbres y modos, a través de la difusión cultural de los medios de comunicación!. Una extensa filmografía que nos muestra cómo viven, qué hacen, como piensan sobre muchas cuestiones cotidianas. Qué poco en cambio sabemos del Islam, a pesar de que la misma Historia de Europa es impensable sin su existencia.

Con esta reflexión, quiero hacer hincapié en el contrasentido que supone, por un lado alinearse con las propuestas del llamado "Nuevo Paradigma", que aboga por la supresión de fronteras, por la globalidad y la universalidad, y por otro no desterrar definitivamente los fantasmas de ese imaginario colectivo que no sólo persiste, sino que en nuestros días conoce un peligroso renacimiento.

Europa ya no puede denominar "infieles" a los musulmanes como una forma de establecer las diferencias, porque Europa ya no es cristiana, al menos la Idea de Europa, la Europa en la que se piensa. Europa muestra por todas partes un evidente laicismo. La diferencia tiene ahora que establecerla, precisamente en esa laicidad, en ese modelo que dice haber superado a la antigua sociedad de los creyentes, a los estados confesionales. De ahí que la dialéctica se construya hoy entre el laicismo y la confesionalidad, y se descalifique a un pueblo si quiere regirse social y políticamente de acuerdo a leyes que considera establecidas por un Dios en el que cree. En esa dialéctica se acuña y surge el término "integrismo". Integristas son los nuevos infieles, aquellos que no aceptan el paradigma aconfesional.

Dejando a un lado los tristes y lamentables ejemplos que todos conocemos, fruto de la intransigencia en una etapa tardía de las luchas de liberación frente al colonialismo, podemos sorprendernos de que un vocablo latino, de significado positivo, íntegro, completo, sea usado en nuestro tiempo como término peyorativo. Y sin embargo no debiera sorprendernos, a nosotros que somos europeos y henos vivido la mayor desestructuración social y cultural de la Edad Moderna, su epílogo coincidente con la propuesta de la Unión. (No sé si ustedes recuerdan que el mismo día que se firmó el Tratado de Maastrich, en varias capitales de Europa se entonaba el Requiem de Mozart, transmitido por todos los medios de comunicación).

El estereotipo se rompe cuando, hace poco tiempo, descubrimos con sorpresa que existen musulmanes europeos. No esos moros emigrantes y pobres que saltan por el estrecho de Gibraltar en frágiles barcas, sino ciudadanos de una nación que aparece cuando se desarticula la estructura soviética. Nadie nos había dicho nunca nada. Unos musulmanes que no son moros, sino rubios y eslavos como muchos habitantes continentales, y que sin embargo son musulmanes. Pero, si no son moros ni árabes: ¿qué son?. Difícil respuesta a una pregunta que ha costado el mayor genocidio en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Difícil situación, no sólo para los habitantes comunitarios sino para toda la órbita occidental.

Ha sido más fácil entender el drama del pueblo bosnio, porque aunque son musulmanes, no son "moros", no se les puede identificar fácilmente con el estereotipo de raza y territorio. No están en Africa ni son oscuros.

¿Quiere esto decir que detrás del estereotipo, más que un problema de identidad cultural o religiosa, lo que existe es un asunto de simple xenofobia?. Europa asiste hoy, en Francia, en Alemania, incluso en mi propio país, a un despertar de esos sentimientos de barbarie racial y racista, que son el fruto de una honda ignorancia, propia de pueblos que aún no han accedido a la civilización y están todavía anclados en modelos culturales tribales y anacrónicos.

Explicar, convivir, compartir. Si queremos entendimiento, si de verdad lo que quiere Europa es acceder a una nueva conciencia debe sobre todo reflexionar sobre los orígenes de su identidad cultural.

Hemos de reconocer que, en un sentido llevaba razón Gustave Le Bon, cuando hace más de un siglo escribió: "Una de las más funestas consecuencias de las cruzadas fue haber establecido en el mundo la intolerancia religiosa por muchos siglos, dándole ese carácter de crueldad bárbara que ninguna religión tuviera hasta entonces...Las matanzas de Judíos, de Albigenses, y de otras diferentes categorías de herejes, la Inquisición, las guerras religiosas y todas esas luchas salvajes que ensangrentaron a Europa durante tantos siglos, nacieron del funesto principio de intolerancia que desarrollaron las cruzadas."

La matanza de diez mil musulmanes dentro de la mezquita de Umar, en Jerusalén, durante la primera cruzada, fue seguida de otra por toda la Ciudad Santa en la que fueron asesinados sesenta mil entre musulmanes, judíos y cristianos unitarios en el plazo de una semana.

Pero a menudo se olvida un hecho de importancia crucial. Normalmente se tiende a relacionar las cruzadas con las luchas entre musulmanes y cristianos por la posesión de los santos lugares, como un fenómeno de pugna por un territorio emblemático para las tres grandes religiones monoteístas. Se pasa por alto la psicología de masas que implica la cruzada, la gran trascendencia política que para la naciente Europa supone su ideario.

Quiero recordar aquí un episodio que no se dio precisamente en Palestina, sino en el mismo continente europeo. Paralelamente al desarrollo de las ocho cruzadas que se libraron en el Oriente Próximo, en España se produjo uno de los más cruentos genocidios que recuerda la Historia. Una esplendorosa civilización científica, artística y tecnológica fue exterminada por completo en el transcurso de varios siglos. El puente secular entre Oriente y Occidente fue cerrado a golpe de intolerancia, inquisición y exterminio. Los que murieron o emigraron, en su inmensa mayoría, no eran árabes ni bereberes sino andalusíes, no se trataba de expulsar a un extraño sino de borrar de suelo europeo el testimonio de una cultura que, siendo distinta, era superior. Mil años después, el mismo fantasma recorre la antigua Yugoslavia.

Se da la paradoja de que en el alma de muchos españoles de hoy, conviven la sensibilidad y el talante de los viejos moriscos con la paulatina asimilación de unos valores que le hacen de nuevo sospechar de las gentes del sur. La misma tierra que hace mil años fuera ejemplo de tolerancia y convivencia es recorrida hoy por los fantasmas de la crisis de identidad que vive la cultura europea. Durante este año, en las ciudades de Madrid y Barcelona se han producido más de trescientas agresiones a emigrantes, mayoritariamente magrebíes, "moros sucios" en la jerga de sus rapados agresores.

Realmente, el imaginario europeo conserva los tópicos que se gestaron durante las cruzadas. Imagen del moro sucio, mentiroso, ladrón y lascivo. Parece que la revolución científica y el domino tecnológico de Occidente no han producido una verdadera civilización, no han creado una sociedad culta en el amplio sentido de la palabra. Una sociedad cuyos individuos conocen su propia historia es una sociedad culta. Una sociedad que es capaz de asimilar los avances de otras diferentes está ya construyendo la civilización. Cultura, Civilización y reconocimiento del otro van unidos inevitablemente. Como bien decía hace poco un amigo entrañable en las páginas de una revista de pensamiento, la tolerancia es pobre, es un paso intermedio. La plenitud y la madurez culturales están no en la tolerancia sino en el pleno reconocimiento del otro.

Si analizamos un poco ese imaginario colectivo sobre el Islam, vemos que no se sostiene, que no resiste la confrontación con la realidad ni con la historia. Expresa más bien en sus figuras las propias carencias existenciales de los habitantes de la vieja Europa. El europeo medio no sabe de donde viene ni adonde va. Ha renunciado a encontrar las respuestas a sus preguntas trascendentes. Muestra gran ignorancia cuando al imaginar al musulmán lo ve como un ser sucio, enemigo del agua. Lleva a cuestas todavía el mito de la superioridad étnica. Cuando propone la carta de derechos humanos, la no discriminación por motivos de raza o religión, olvida que ha de aplicarse a sí mismo y en primer lugar esa loable consigna. Las atrocidades del "hombre blanco" para con otras pigmentaciones no han tenido parangón en la Historia. Córdoba era la capital del califato en el año mil, y contaba entonces con un millón de habitantes. La ciudad disfrutaba de sistemas de saneamiento y conducción de agua para toda la población y más de seis mil baños públicos para hombres y mujeres.

Si comparamos esa higiénica realidad con el hecho de que el agua corriente en las viviendas ha sido en Europa algo muy reciente, podremos entender un poco mejor lo que trato de decir. Lavarse con frecuencia era suficiente para ser considerado sospechoso en la España Inquisitorial de los siglos del genocidio. Se suele pasa por alto que el musulmán debe lavarse muchas veces al día, hacer la ablución prescrita para orar... cinco veces como mínimo cada día de su vida.

O los libros de Salud y de Higiene, como ese maravilloso tratado de Ibn Al Jattib, precursor en muchos siglos de muchas de las propuestas más avanzadas y ecológicas que hoy se plantean, precisamente aquí, en esta Europa. No en otro sitio.

También la figura del moro lujurioso ha poblado la imaginación de muchos. Cuentos y relatos orientales que nos muestran al hombre lascivo en un harén lleno de pobres mujeres encerradas contra su voluntad, satisfaciendo oscuros y animales instintos.

Tal vez la figura trata en este caso de conjurar la institución de la poligamia, pero no lo consigue.

Con poco que miremos la historia aprenderemos pronto que la poligamia es una realidad anterior al Islam y práctica común de muchos pueblos. Incluso en la cultura europea, la monogamia sólo existe en las leyes, en los códigos, pues rara vez se cumple en las costumbres. ¿En qué es inferior la poligamia de los musulmanes a la hipócrita poligamia de los occidentales?. La poligamia en el Islam es el reconocimiento legal de una institución que se da de hecho en casi todas las sociedades. En ese sentido hay en el Islam una mayor coherencia entre la Ley y el orden natural. El harén, en el Islam, está prohibido. ¿Han dicho eso tal vez los cuentistas europeos que nos hablaron del Oriente?.

La literatura ha sido en la mayoría de los casos la matriz formadora de los estereotipos. Hoy en día los medios de comunicación son más poderosos. El cine y la televisión nos muestran rápidas imágenes que van actualizando y precisando los clichés. La tendenciosidad con que se facilita la información nos remite al sustrato de confrontación que persiste a la hora de considerar las relaciones entre Europa y el Islam. Mil años no han bastado para cerrar la herida. Las mismas ideas en diferentes soportes y formatos, en diferentes "tempos" como el compás de una histórica y recurrente marcha militar.

No todos los lugares y tiempos de esta relación han sido conflictivos. Ya hemos dicho que hubo y hay un incesante intercambio de cultura y conocimientos. Sin embargo, es la imagen de la confrontación la que persiste en el imaginario colectivo, en las mentes bienpensantes de los ciudadanos de esta parte del globo.

Una de las figuras que hoy se manifiestan con mayor persistencia en el panorama imaginario europeo es sin duda el de la mujer musulmana. Por las pantallas de nuestros aparatos de televisión cruzan imágenes de mujeres veladas. Términos como "represión" o "dominio" connotan la digna figura con oscuras asociaciones y color medieval. Paradójica ingratitud que la literatura, aunque sea la de los media muestra tener hacia la mujer musulmana. Cuando la novela o el cine occidentales han querido mostrarnos el misterio y la sensualidad no han tenido ningún reparo en llevarnos de viaje al Oriente, tierra donde siempre halló su fecundo contraste la agotada clase intelectual europea. Y digo ingratitud porque uno de los temas que con más frecuencia aparecen en los medios de comunicación, en relación con el Islam, es el tema de la mujer. La necesidad que tiene el paradigma occidental de definirse por contraste, hace que se presente una imagen tendenciosa y falseada de la situación de la mujer en el Islam.

Un primer gran equívoco que existe es la confusión entre la sociedad islámica y las sociedades en que actualmente viven las mujeres musulmanas. No son lo mismo las consideraciones que tiene el Islam que las costumbres y tradiciones culturales que muchos pueblos mantienen desde tiempos muy anteriores al Islam. Puedo poner el ejemplo el tratamiento que se ha dado al tema de la circuncisión femenina en diarios de gran prestigio y emisoras de televisión europeas, con la mayor intencionalidad, con el propósito de mantener viva la imagen negativa del Islam, la imagen agresiva y bárbara. En estos medios se ha relacionado la práctica salvaje de ablación de clítoris con la Ley Islámica, por el hecho de que se practica sobre niñas musulmanas de ciertas partes de Africa. No se ha dicho ni aclarado que el Islam prohibe esta práctica, como cualquier otro tipo de vejación contra el cuerpo. Un europeo poco informado, sentirá lógicamente rechazo hacia una doctrina que condena a la mujer a la insensibilidad.

Otro gran equívoco con relación al tema de la mujer es el de los roles sociales. Se dice y se escribe que la mujer musulmana he de vivir recluida en la casa bajo el dominio de su marido. Esto no es cierto. En el Islam no existen restricciones para el acceso de la mujer a la vida laboral, salvo para desempeñar la función de juez. La propia esposa del Profeta, que Allah le bendiga y le dé paz, dirigiendo a los musulmanes en la batalla es buena prueba de ello. El Corán reconoce con insistencia la igualdad de derechos, lo cual no tiene que interpretarse necesariamente como una identidad en los roles respectivos. En lo que se refiere a las relaciones entre los sexos, se recomienda siempre la mutua consulta.

Lo que la Europa Posmoderna parece no entender es que un creyente no es un militante adoctrinado en una ideología de las tantas que han visto su fracaso, sino un ser humano cuya existencia está impregnada de fe. La mujer musulmana no ve en el hiyab, en el velo, una imposición vejatoria sino una protección de su intimidad. El Islam reconoce que el ser humano, sea hombre o mujer, tiene derecho no sólo a la intimidad de su cuerpo, sino, lo que es más importante, a la intimidad de sus ser interior. La idea del velo como instrumento de represión parece más bien ser fruto de una proyección imaginaria que la cultura europea hace de su propia carencia de intimidad y de erotismo.

Para el europeo medio, lo religioso es un fenómeno específico de gentes dedicadas al culto. Le resulta difícil admitir que todo hombre o mujer es intrínsecamente un ser religioso, como ocurre en el Islam. Una sociedad que lanza mensajes de libertas a través de la moda y censura la forma de vestir de otras sociedades ¿puede ser tenida por culta?.

La dignidad que una mujer musulmana expresa en su forma de vestir, contrasta con el papel indigno a que ha sido relegado el cuerpo femenino en el mercado de la publicidad occidental.

Sin embargo, estamos viviendo ahora en Europa un tiempo en el que lo moderno ya no vende tan bien. Tal vez por esa crisis de valores de la Modernidad, por esa muerte de las ideologías y de Fe en el progreso, la cultura que la hizo posible se vuelve más agresiva e intolerante. Intolerancia es. sobre todo, destruir al otro por la vía subliminal, poco a poco, impunemente, reducirlo a la caricatura, desposeyéndolo de toda dignidad, ridiculizando su intimidad y su creencia.

El análisis de las razones que llevan a las sociedades europeas a una dinámica de desigualdad económica y social, inseguridad ciudadana, alcoholismo, drogadicción, nos lleva directamente hacia el vacío existencial que corroe a los individuos que forman estas sociedades. La falta de un marco de referencias morales deja al ser humano abandonado a su suerte, solitario adorador del individualismo, insolidario y deprimido.

No me caben muchas dudas de que en el terreno de la información y, a pesar de que se afirme lo contrario, existen consignas, ideas que van destilándose a través de los medios de comunicación de masas. ¿Por qué la insistencia en el atraso, el medievalismo y la represión asociados con ese otro modo de vivir, con el Islam?.

Para responder a esa pregunta tengo que retomar la idea inicial de que Europa necesita definirse frente al otro. Dependiendo de las necesidades sociales y culturales, los estereotipos referidos al otro van adquiriendo matices adecuados a dichas necesidades.

Europa, que vivió en la más profunda suciedad durante la Edad Media, al aprender de los musulmanes las bases de la higiene, tuvo que definirse como tierra de hombres limpios frente a los otros, que por eso mismo y desde ese momento pasaban a ser sucios, a pesar de haber sido en este caso los civilizadores.

Pero la situación es ahora otra muy distinta. Hoy en día el Islam no tiene, como antaño, el liderazgo científico y cultural, a pesar de que demográficamente, supone una quinta parte de la población en nuestro mundo.

Europa no tiene ya necesidad de marcar las distancias en ese terreno, no siente amenazada su economía ni su comercio. Lo que ahora teme sobre todo es la integridad moral de una sociedades que, a pesar del colonialismo, conservan sus principios y sus creencias. Una integridad que supone unos límites existenciales en la forma de vivir.

La Europa Moderna ha quebrado las instituciones básicas tradicionales en aras de su idea del Progreso, entendiéndose éste fundamentalmente como progreso material. Para ello ha tenido que eliminar todos los obstáculos que se oponían a ello, sobre todo las restricciones que implican las leyes morales, el derecho a satisfacer las necesidades espirituales y trascendentes en el marco de la propia forma de vivir, en la propia estructura de la sociedad y en la vida cotidiana, en el derecho, en la Cultura y en las relaciones interpersonales.

Cuando ahora se plantea la necesidad de un entendimiento, de un acercamiento que yo considero posible y deseable, podemos estar seguros de que habría que fomentar el desarrollo de una visión flexible que permita el mutuo reconocimiento, la valoración intelectual de la humildad como herramienta que nos enseña a escuchar, que nos limita muchos juicios a priori, prejuicios que no son sino la continuación de una visión históricamente acabada e inoperante.

Aunque oficialmente Europa se declara aconfesional en sus estados y el modelo que se propone es a todas luces laico y laicista, me consta que entre los millones de europeos de hoy existen muchas personas que se consideran a sí mismas creyentes.

Tal vez desde ese punto de vista fuera posible lograr entendimiento, quizás desde ese reducto de conciencia moral fuese posible poner en práctica la flexibilidad, la humildad y el reconocimiento.

Europa puede estar segura en ese marco de respeto y reconocimiento, de que el Islam aportará su savia civilizadora en un momento en el que se hacen necesarias soluciones. La cooperación se hace inevitable si se quieren resolver las graves cuestiones que hoy se plantean a nivel global.

Puede estar tranquila de que el Islam nada tiene que ver con los nacionalismos ni con la intolerancia étnica, cuestiones sobradamente demostradas a lo largo de siglos. Más allá de los fantasmas imaginarios, tras el rostro del otro se esconden necesarias soluciones, enriquecedores puntos de vista para todos. Más allá de la Cruzada está seguramente la Civilización.

Una necesidad cada vez más apremiante cuando las estadísticas sitúan al Islam como la segunda religión de Europa y el número de musulmanes en torno a los siete millones, entre emigrantes y conversos.

Pero no habría que plantear el problema desde las cifras. Sería un autoengaño. Habría que situarse más allá de los mitos, de las contrafiguras, si lo que se quiere es la construcción de una Europa dinámica y abierta, rica y educativa, plural y civilizadora. Sería un contrasentido mantener los fantasmas que hasta ahora la han hecho imposible.

El hecho de que ahora conmemoremos el milenario de la Cruzada, debiera ser suficiente para cambiar nuestras conciencias, para considerar que mil años son más que suficientes para superar los mitos de una historia que ha sido fundamentalmente la historia de una confrontación.

No vamos a comparar edades tan distintas, pero podríamos establecer un paralelismo en el sentido de que tanto hace mil años como ahora, Europa vive inmersa en una profunda crisis de identidad.

La que ahora padece es fundamentalmente una crisis de valores morales, de referencias éticas, en definitiva una crisis de identidad cultural más que política. Las filosofías que han venido soportando la construcción de las sociedades europeas desde hace mil años, han perdido su fuerza. La clase intelectual europea está hoy perpleja, y propone una lectura fragmentada de la realidad, como si, muertas las ideologías, acabada la Historia, sólo quedaran retazos inconexos, fragmentos de imágenes que nada tienen que ver entre sí, una especie de delirio colectivo que solo puede sostenerse a través del consumo, de la imagen y de la apariencia.

Podremos estar de acuerdo en que, hoy por hoy, el único acuerdo doctrinal que ha establecido la cultura occidental se refiere al mercado, al intercambio de bienes y recursos. Falta en cambio un acuerdo en lo que se refiere al respeto por la diversidad, a la convivencia, a la protección de la Naturaleza y de los recursos, en definitiva a un modelo existencial que garantizara una justa distribución de la riqueza.

Si realmente existe esa voluntad de cooperación, Europa puede estar segura de que el Islam aportará sabias y prácticas soluciones. Si lo ha venido haciendo secularmente ¿por qué no podría hecerlo ahora?. Soluciones a problemas reales que beneficiarían a la humanidad en su conjunto, y no solo a Europa, pero ¿se quieren esas soluciones, mas allá de los intereses estratégicos de la gran política? ¿se quiere realmente avanzar en el camino de la igualdad y el reconocimiento?.

Quedan ahí las preguntas y el deseo de que estos mil años sitúen definitivamente a la Cruzada en el único marco de los tratados de Historia, reducida a una referencia inevitable que nos ayude a comprendernos mejor a nosotros mismos y a los otros.

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