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domingo, 17 de abril de 2011

LAS CIUDADES DEL CIELO. Marte Trejo

LAS CIUDADES DEL CIELO. Marte Trejo
PRÓLOGO





La herencia de las antiguas culturas mexicanas constituye un invaluable Tesoro, mismo que puede ser recuperado por aquellos que perseveran en lograr su rescate aplicando a ello lúcida inteligencia y paciente esfuerzo.




Afortunadamente, el número de investigadores dedicados al estudio de las civilizaciones mesoamericanas es cada vez mayor, lo cual se ha traducido en la comprensión siempre creciente de muy diversos aspectos de estas asombrosas culturas.





En lo que respecta a los restos de ciudades precolombinas, el interés de los investigadores ha ido variando a lo largo del tiempo. Inicialmente, historiadores y arqueólogos centraban sus trabajos en descubrir el mayor número posible de sepultadas ruinas. Posteriormente, dominó la preocupación de lograr técnicas de restauración cada vez mejores. Hoy en día empieza a manifestarse un afán de intentar desentrañar cuales eran realmente los propósitos ceremoniales de México y cuales fueron las funciones que dichos centros descubrimientos a través de los siglos.



La presente obra se inscribe precisamente en esta tercera categoría: ello significa que no se trata de una descripción más de los aspectos puramente externos de los centros sagrados prehispánicos, sino que intenta revelar algunos de los múltiples misterios que estos centros encierran, tarea nada fácil dada la compleja cosmovisión plasmada en cada una de las construcciones que integran La Ciudades del Cielo.





Para realizar su tarea Marte Trejo Sandoval requirió, no solo una vasta información histórica y una auténtica pasión por el tema, características que se ponen de manifiesto desde las primeras páginas de la obra y también profundos conocimientos astronómicos, requisito si el cual es prácticamente imposible intentar comprender las obras de la antigua arquitectura mexicana, pues si algo hay por lo que esta arquitectura se singulariza es justamente por su dimensión cósmica, o sea, por un permanente intento de plasmaren piedra las leyes y los aconteceres celestes.





Poseedor de un estilo ameno, que le permite exponer en forma sencilla y directa los más complicados temas, Trejo Sandoval lleva al lector de asombro en asombro, explicándole el oculto significado de símbolos y plazas, observatorios y palacios. La inserción de un gran número de dibujos complementan muy acertadamente la exposición, de tal forma que en cada una de las ciudades que se analizan resulta posible adquirir una visión de conjunto y valiosa información sobre una serie de interesantes detalles.





Ojala y el autor prosiga sus investigaciones y éste sea el primer volumen de una larga serie de obras sobre tan fascinante materia. Un número de lectores, que estoy seguro será siempre creciente, se agradeceremos sinceramente.





Antonio Velasco Pina









CAPITULO I
CUANDO AUN ERA DE NOCHE





“Los abuelos Aun no había gente, ni árboles, ni animales, ni huatales, ni nada
Popol Vuh







Esa tarde había gran agitación en el pequeño puerto. Por las angostas calles no se hablaba de otra cosa. Todos deseaban asistir al malecón. Desde la noche anterior, el tema recorría los calurosos hogares de olor salitroso. Los alarmistas mencionaban malos presagios como hambrunas, muerte y hasta el fin del mundo; las ancianas mejor optaban por rezar. Para mis padres, que eran profesores, solo se trataba de un acontecimiento científico, y, tomado de su mano, asistiría al singular evento.





Cuando el astro rey despareció en aquel verde y espumoso mar de mi niñez, sólo el anaranjado color del crepúsculo quedó como reducto al paso de la despejada noche otoñal. De pronto, frente a la mirada atónita de todos los asistentes, emergió en el cielo una brillante estrella presumiendo una larga y borrosa cabellera. Como buen maestro, mi padre señaló hacia el horizonte, exclamando con voz grave: Es un cometa similar al que significó la desgracia de Moctezuma. ¿Se imaginan lo que pensó el emperador azteca cuando apareció en el cielo esa terrible señal?.





Yo apenas cumplía seis años de edad. Sin embargo, el espectáculo y las palabras de mi padre quedarían grabados para siempre en mis recuerdos. Mucho tiempo después serian determinantes en la realización de este trabajo.





Los astrónomos actuales catalogan los cometas como bolas de nieve sucias. La cola crece como consecuencia de su acercamiento al sol, debido al proceso físico de sublimación que lleva al hielo a evaporarse. Pero al hombre del pueblo no le cabe la menor duda de que cada uno de estos visitantes eventuales que aparece en el cielo presagia alguna desgracia, o anuncia un gran acontecimiento.





Existen registros inquietantes sobre los cometas a lo largo de la historia. Por ejemplo, fueron relacionados con la muerte de Cesar. Les achacaron cierta responsabilidad en la caída del rey sajón Harold. Todavía hay astrólogos que proponen apareció alguno en fechas cercanas al nacimiento de Cristo; el pintor Giotto así lo creía y no vaciló en expresarlo. Y quien no ha escuchado acerca del que lleva el nombre del célebre astrónomo Edmund Halley, cuya última visita fue en 1986.





Y, nadie olvidará jamás la leyenda del retorno de Quetzalcoatl, cuando en una hermosa mañana una estrella de arrogante cabellera sacudió a los tonalpouhques mexicas – señores que llevaban las cuentas de la vida y el destino -, al confirmar la profecía marcada por los siglos.





En aquellos días de mi infancia resultaba común considerar que nuestros antepasados eran ignorantes y supersticiosos; astrólogos y brujos con total desconocimiento del cielo. “Fueron sorprendidos por la aparición del cometa. El miedo de Moctezuma –decía el profesor- lo orilló a ejecutar de inmediato a los descubridores de la aterrada señal”.





Mas todo era falso. Después comprendería que algunos habitantes del Anahuac podían leer el cielo y manifestaron su afición desde el principio de los tiempos. A ello dedicarían gran parte de sus esfuerzos. Crearon escuelas especializadas para interpretar el movimiento de los astros y todo lo aprendido jugaría un papel determinante en el desarrollo de nuestras culturas prehispánica.





Sus estudios fueron olvidado durante los siglos posteriores a la Conquista. Menospreciados y satanizados, pasaron a formar parte de la “superchería” atribuida a los indios. Los investigadores europeos y estadounidenses confundieron saber con leyenda, creando así una extensa mitología. En ella entremezclaron dioses, guerreros, sacerdotes, fechas y acontecimientos para enredar más la historia.





Resultaba fácil confundir a los toltecas con los mayas. Pensar que los teotihuacanos fueron descendientes de Tula. Desconcertarse con el símbolo de Quetzalcoatl y darle a todo épocas equivocadas.





¿Cómo profundizar en nuestras raíces sin saber nada? ¿Cómo tomar conciencia de nuestro país desconociendo nuestra historia? ¿Por dónde empezar? ¿Cuál es el verdadero origen de las cosas? ¿Fueron en realidad tribus ignorantes y guerreras con una gran capacidad de inventiva?.





Las primeras claves resultan fáciles de de encontrar en los restos de cada centro ceremonial, debajo del paso de los siglos. Cuando uno inicia este tipo de estudios, muy pronto comienzan las sorpresas; cavernas hechas a propósito para certificar el paso del sol en un día determinado; balaustradas por donde descienden luces y sombras solares y lunares; ventanillas y construcciones que apuntan a las estrellas. Monumentos testigos del eterno giro de universo.





¿Dónde adquirieron conocimientos tan específicos? Que relación halalron entre el cosmos y su vida cotidiana?. Esas son algunas de las preguntas que trataremos de resolver a través de esta historia. Pero, como en todo cuento, empezaremos desde el lejano principio.





Hace unos 25 años , conocí la región de los Tuxtlas, en Veracruz. Este vaporoso lugar es cruzado por ríos, pantanos, y custodiado por árboles gigantes dónde habitan exóticas especies de animales selváticos. En esa época, llegar ahí todavía guardaba un poco de aventura que vivieron los descubridores de la gran Olmeca. No había puentes, y unas embarcaciones inestables llamadas pangas servían para atravesar los caudalosos ríos.





Los sinuosos caminos se perdían entre la selva y el lodo. Como un remanso al intrincado paisaje, la villa de Catemaco deslumbraba al visitante. Llegaríamos a este lugar al atardecer , cuando el lago semejaba un espejo pulido en plata. Entre el grito del mono, el rugido del jaguar y el reptar de la serpiente, nuestros lejanos antepasados adquirieron conciencia de hombres como producto cósmico, biológico y cultural.





Interactuaban a diario con los elementos de la naturaleza; sol, viento, agua, la tierra, los vegetales, animales y, desde luego, las estrellas que proporcionaron el conocimiento y la inteligencia para sentirse hijos del universo. Vivir con él y de él, desentrañando del aprendizaje, la razón de su existencia.




Tomado de:

http://casadelmayab.org.mx/

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