La batalla de Trípolis
"En Trípolis los rebeldes han ganado una guerra civil, aunque no todavía una batalla política"
El 22 de agosto de 2011 será un buen día para todos los demócratas del mundo. En esa larguísima lucha que desde las revoluciones democráticas de los siglos XVlll y XlX sigue arrastrándose hasta nuestros días, me refiero a la lucha entre democracia y dictadura, la democracia ha ganado una batalla más; y esta vez en las calles de Trípolis.
Pero vamos más lento: la caída de una dictadura, cualquiera que sea, no trae consigo de modo automático la instauración de una democracia. Ese es un camino mucho más largo. Lo más que podemos esperar de las revoluciones democráticas del mundo árabe a cuyo ciclo pertenece la batalla de Trípolis, es la constitución de repúblicas relativamente estables, repúblicas que deben ser construidas con materiales de los cuales esos países disponen; y no son muchos. La construcción de la democracia es una carrera de largo aliento.
En Trípolis los rebeldes han ganado una guerra civil, aunque no todavía una batalla política. Hay que tener en cuenta que esa guerra no surgió de la revolución de febrero/marzo sino de su criminal aplastamiento militar. Fue así que las multitudes democráticas fueron reemplazadas por hombres jóvenes dispuestos a luchar. Y los comandos populares fueron sustituidos por acuerdos tribales. Sin embargo, hay que volver a alegrarse. No sólo el tirano ha sido derribado. La democracia en Libia ha dejado de ser una quimera y se convierte, de nuevo, en latente posibilidad. La toma militar, y muy simbólica, de la Plaza Verde, hizo posible que, otra vez, y de modo multitudinario, la población civil, la misma que originó la revolución de comienzos de año, saliera a las calles a manifestar su profundo deseo de libertad.
Cierto es que la batalla de Trípolis nunca habría sido ganada sin el apoyo aéreo y logístico de Occidente, sobre todo de la NATO. Con muchas vacilaciones, torpezas y deserciones, este ha sido también un triunfo militar y político europeo. Hizo bien Obama entonces al hacer pasar a los EE UU a un segundo plano y delegar a la irresoluta Europa una mayor responsabilidad en los acontecimientos militares. Pues no hay que olvidar que Europa y el Medio Oriente conforman una muy paradójica “unidad dual”. Todo lo que ocurra en una de las dos partes de esa unidad repercute inmediatamente en la otra, y eso ha sido así desde siglos. Ahora, el hecho de que los colonialistas del pasado reciente hayan alineado sus filas al lado de las tropas anti-dictatoriales de Libia, debe ser considerado como una marca histórica de enorme magnitud. Una Europa comprometida a fondo con las luchas democráticas del mundo árabe es la mejor garantía para un encuentro conciliatorio entre las dos partes de esa estratégica unidad.
Solo cabe volver a lamentar la deserción militar alemana.
Una Europa unida sólo puede ser plenamente posible sobre la base de un sólido eje constituido por Francia, el Reino Unido y Alemania. Este último país no puede limitar su tan proclamado compromiso con Europa, a insuflar subvenciones financieras –cada vez más antipopulares- a las naciones europeas en quiebra. Una Europa económicamente unida sólo puede surgir sobre la base de una Europa políticamente unida, y esta última es imposible –en un mundo que está lejos de ser el paraíso de la paz- sin una mínima unidad militar. No existe ni debe existir un “camino propio alemán”; ni uno militarista, como ocurrió en pasado; ni uno pacifista, como está ocurriendo en el presente. O Alemania se integra en todos los niveles con Europa o se hunde junto con Europa. No hay otra alternativa.
El triunfo militar –aún no político- de la rebelión libia, ha llegado en el momento más preciso. Sin duda significará un gran impulso para las demás luchas democráticas que en este momento tienen lugar en el espacio árabe, sobre todo en Siria, cuyo sanguinario dictador sigue punto por punto el horrendo ejemplo de Gadafi: disparar sobre las masas inermes. Incluso, en la “lejana Latinoamérica” el triunfo de los rebeldes de Trípoli debe ser festejado por los demócratas de todos los colores, sobre todo ahora, cuando en uno u otro país comienzan de nuevo a escucharse sórdidos rumores que vienen desde los cuarteles, secundados por turbas dispuestas a desconocer elecciones y derrumbar instituciones en nombre de designios delirantes. ¿Quiénes son esos? Esos son los mismos que son incapaces de alegrarse por un mundo sin Gadafi.
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