El mayor crimen de la historia
Por: Sergio Rodríguez Gelfenstein
En agosto de 1945, Japón estaba
militarmente derrotado, la guerra en Europa había terminado 3 meses
antes con la derrota de los aliados del Imperio del Sol Naciente, los
fascistas italianos y los nazis alemanes habían sido desplazados del
poder ante el empuje de las fuerzas del Ejército Rojo soviético y las
tropas de Occidente que habían irrumpido en el continente europeo por
Normandía en Francia y por el sur de la bota italiana. La resistencia
heroica de los pueblos europeos recibió desde el este, el oeste y el
sur el apoyo necesario para su liberación.
Años antes, en 1941, Japón había
subestimado la reacción de Estados Unidos ante un ataque a su
territorio. El 7 de diciembre había lanzado una gigantesca ofensiva
aérea contra la flota estadounidense del Pacífico basificada en Pearl
Harbor, en la isla Oahu de Hawái. Aunque algunos historiadores han
afirmado que el objetivo de la acción era liberar al imperio nipón del
bloqueo económico a que era sometido y crear condiciones para una
negociación en mejores condiciones, es difícil suponer eso en el año
1941. Parece más acertado suponer que con la destrucción de la flota
estadounidense pretendía reasumir el control y la consiguiente
hegemonía sobre el Océano Pacífico y ocupar los territorios coloniales
de Estados Unidos y Europa en ese vasto territorio, estratégico para un
país insular como Japón.
Desde la otra cara de la moneda, lo que
Estados Unidos ha querido presentar como una sorpresa, no lo fue tanto.
Desde 1932, había estado preparado para un ataque sorpresa contra Pearl
Harbor y había entrenado a sus tropas para esa eventualidad que
consideraba como la "mejor manera" de atacar la isla.
En 1939 la Oficina de Inteligencia Naval
(ONI) había redactado un informe secreto que contenía ocho medidas para
inducir a Japón a atacar a Estados Unidos. El presidente Roosevelt puso
en marcha las ocho medidas propuestas por la ONI en su informe. La
primera de ellas consistía en situar a la flota en Hawái como cebo
dentro del radio de alcance de los portaviones nipones. La
implementación de estas medidas produjo resistencias y opiniones
contrarias de diversos funcionarios, incluso entre algunos miembros de
las Fuerzas Armadas. Todos ellos fueron oportunamente removidos de sus
cargos y desplazados a otros sin relación con el tema.
A partir de ese momento se comenzó a
montar una de las operaciones de inteligencia mejor implementadas de la
historia. Una de los argumentos que se ha utilizado es que las fuerzas
atacantes mantuvieron un estricto silencio de radio, lo cierto es que
desde agosto de 1940 la inteligencia naval de Estados Unidos
interceptaba y descifraba los mensajes de los diplomáticos y militares
nipones. Estudiosos del tema afirman que "entre el 16 de noviembre y el 7
de diciembre de 1941 Estados Unidos interceptó 663 mensajes por radio
entre Tokio y la fuerza de ataque, o sea, aproximadamente uno cada hora,
entre ellos uno del almirante Yamamoto, Comandante en Jefe de la Flota
Combinada de la Armada Imperial Japonesa, no dejaba ninguna duda de que
Pearl Harbor sería el blanco del ataque japonés.
El 27 y 28 de noviembre de 1941,
Roosevelt ordenó expresamente al almirante Kimmel y al general Short,
los más altos mandos militares de Estados Unidos en Hawái permanecer a
la defensiva pues "Estados Unidos desea que Japón cometa el primer acto
abierto".
Inmediatamente después del ataque,
Roosevelt anunció que Estados Unidos se lanzaría a la guerra: "Nuestro
pueblo, nuestro territorio y nuestros intereses están en grave
peligro... He pedido que el Congreso declare que desde que Japón lanzó
este cobarde ataque sin provocación alguna el domingo 7 de diciembre,
Estados Unidos y el Imperio japonés están en estado guerra".
El secretario de Guerra escribió en su
diario: "Cuando recibimos la noticia del ataque japonés, mi reacción
inicial fue alivio porque la indecisión había terminado y ocurrió de tal
manera que podría unificar a todo nuestro pueblo. Ese sentimiento
persistió a pesar de las noticias de catástrofes. Este país, si está
unido, no tiene nada que temer. Por otro lado, la apatía y las
divisiones que fomentaban personas antipatrióticas eran muy
desalentadoras".
Era la guerra que el gobierno de Estados
Unidos quería. Como siempre necesitaban argumentos para mostrarse ante
su pueblo como víctima de una agresión extranjera. De esa manera, se
justificaba su respuesta "en defensa de la integridad de América". Así
se fraguó la entrada de Estados Unidos en la guerra en contra de lo que
expresaba su propia opinión pública, adversa a tal decisión. Así,
también se comenzó a diseñar la manera en que debía concretarse la peor
venganza de la historia. Con ello, el imperio estadounidense quiso
sentar las bases de una hegemonía sustentada en el horror y el terror
que produce el eso indiscriminado de la fuerza.
Fue el propio Emperador Hirohito quien
el 22 de junio de 1945 en una sesión del Consejo Supremo de Guerra,
declaró lo que otros altos dignatarios no querían o no se atrevían a
insinuar: "el Japón debía hallar un medio para terminar la guerra,
porque no hay forma de continuar con este estado de cosas. Oleadas tras
oleadas de bombarderos estadounidenses reducen a cenizas las principales
ciudades del Japón. El bloqueo se hace sentir en todos los aspectos de
la vida. Acecha el hambre y las enfermedades, no hay combustibles, la
distribución de agua es intermitente, no hay energía eléctrica, la
distribución de alimentos está llegando a niveles trágicos y los
servicios de salud atienden sólo casos de gravedad". No era esta la
situación de una potencia fortalecida y desafiante.
Por el contrario, buscaba
desesperadamente negociar. Ya lo habían comenzado a hacer con la Unión
Soviética. Mientras tanto, se incrementaban los bombardeos de Estados
Unidos contra el inerme territorio japonés, destruyendo lo poco que
quedaba de su poderío militar y naval. Se trataba de "ablandarlo" antes
del golpe decisivo, que nadie imaginaba de tal magnitud. En otro orden,
Estados Unidos recelaba de las conversaciones y acuerdos a los que
pudiera llegar Japón con la Unión Soviética, los que le podrían hacer
quedar en una situación complicada en la región del Pacífico de cara a
un escenario mundial distinto en la posguerra.
En este contexto, los triunfadores se
reunieron en Potsdam, Alemania, en una reunión cumbre de los mandatarios
de las potencias vencedoras en la guerra. El tema de Japón estaba
presente como punto sobresaliente de la agenda. Estados Unidos, Gran
Bretaña y China (aún no había triunfado la revolución de 1949)
proclamaron que la única alternativa era la "rendición incondicional".
Además de ello, se exigía privar a Japón de todas sus ganancias
territoriales y posesiones fuera de las islas metropolitanas, y que se
ocuparían ciudades del Japón hasta que se hubiese establecido "un
gobierno responsable e inclinado a la paz" de acuerdo con los deseos
expresados por el pueblo en elecciones libres. Dos días después de
publicada la Proclama de Potsdam, Japón rechazó los términos de
rendición incondicional.
Aunque existían muchos puntos a
resolver, había uno sobre el que los aliados no se habían manifestado y
que para Japón era de honor: el status de su Emperador, por el cual los
japoneses estaban dispuestos a las últimas consecuencias. El asunto no
era difícil de resolver toda vez que ninguna de las potencias se había
manifestado reacia a una decisión favorable a la continuidad de la
monarquía. La única línea de comunicación de Japón con los aliados era
la Unión Soviética, que aunque tenía información de inteligencia acerca
de la posesión por Estados unidos del arma atómica, se encontraba al
margen de los preparativos bélicos de sus aliados occidentales. Por su
parte, Estados Unidos dudaba de las negociaciones soviéticas e incluso
suponía que la URSS, -en realidad- estaba ganando tiempo para una acción
bélica propia que les diera el control futuro sobre Japón. En ese
contexto, el nuevo presidente estadounidense Harry Truman ordenó el
lanzamiento de las bombas atómicas.
El resto de la historia es conocida, el 6
de agosto la aviación estadounidense dejó caer la bomba en la indefensa
Hiroshima y el 9 del mismo mes se repitió la acción contra Nagasaki. El
Emperador japonés se vio obligado a aceptar la rendición incondicional
ante la visión apocalíptica de más de 220 mil muertos en ambas ciudades.
Se iniciaba la era nuclear, la era del terror nuclear. El mayor acto
terrorista de la historia de la humanidad se había consumado.
Datos de interes, tomados de Discrepando.com
Uno
de los muchos relojes encontrados en los alrededores de Hiroshima;
todos permanecen parados a la misma fatídica hora, las 8,15 h., la hora
exacta de la explosión.
En
muchas superficies el calor y la fuerza salvaje de la explosión dejaron
una impronta sobre paredes y suelos. En algunos casos, puentes situados
a un kilómetro del centro de la explosión, se ven claramente la
denominada “sombra nuclear” que dejó la deflagración detrás de los
pilotes.
En
otros lugares, como en las paredes, la explosión imprimió las siluetas
de algunas personas, cuyos cuerpos fueron pulverizados de forma
instantánea.
El
6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, la bomba lanzada por el
Enola Gay estalló a una altura de 580 metros sobre el centro de
Hiroshima y mató a unas 70.000 personas al instante. La onda expansiva, a
unos 6.000 grados de temperatura, no dejó un edificio en pie y
carbonizó los árboles a 120 kilómetros de distancia.
Varios
minutos después, el hongo atómico se elevó a unos 13 kilómetros de
altura y expandió una lluvia radiactiva que condenó a muerte a las miles
de personas que habían escapado del calor y las radiaciones. Dos horas
después habían muerto unas 120.000 personas, 70.000 habían resultado
gravemente heridas y el 80% de la ciudad había desaparecido.
Según Wikipedia, el área inmediatamente afectada fue de 5 kilómetros cuadrados densamente poblados. Hubo miles de casos de incineración súbita, carbonizaciones parciales y quemaduras de personas expuestas hacia el hipocentro del estallido, a más de 10 km de la zona cero.
Según Wikipedia, el área inmediatamente afectada fue de 5 kilómetros cuadrados densamente poblados. Hubo miles de casos de incineración súbita, carbonizaciones parciales y quemaduras de personas expuestas hacia el hipocentro del estallido, a más de 10 km de la zona cero.
Pero
el horror no había terminado. Días después de que la bomba atómica
destruyera la ciudad, los médicos comprobaron asombrados que la gente
seguía muriendo en forma enigmática y aterradora, de síntomas
desconocidos; "al principio los médicos y cirujanos trataban las
quemaduras como cualquier otra, pero los pacientes se licuaban por
dentro y morían. Ningún médico había visto nada igual".
"Sin
alguna razón aparente, su salud comienza a deteriorarse -escribía
Wilfred Burchett en su reportaje-,... Los médicos japoneses les inyectan
vitaminas, pero la carne de los enfermos se pudre al contacto con la
aguja. Hay algo que acaba con los glóbulos blancos, pero no sabemos qué
es".
Hibakusha
Hibakusha ("persona bombardeada") fue el
término con que los japoneses designaron a los supervivientes.
Oficialmente hubo más de 360.000 hibakusha de los cuales la mayoría,
sufrieron desfiguraciones físicas y otras enfermedades tales como cáncer
y deterioro genético.
El ojo de una víctima de ‘cataratas por
radiación’. Muchos de los afectados estaban en un radio de dos
kilómetros. La mayoría de los casos aparecieron años después.
Paradójicamente,
muchos de los hibakusha fueron víctimas dobles: de los norteamericanos y
de sus propios compatriotas, que le discriminaron durante años debido a
que “la radiación se creía contagiosa”.
'La
gente normal no nos dejaba acercarnos', explicaba uno de los hibakusha
años después. "Algunas víctimas de las bombas ocultaron los ocurrido y
pudieron encontrar trabajo, pero, en cuanto se les declaraba alguna de
las mil y una dolencias derivadas de la radiación, eran fulminantemente
despedidas".
Yamahata, el fotógrafo de Nagasaki
El día 10 de Agosto de 1945, menos de 24 horas después del estallido de la segunda bomba, Yosuke Yamahata,
fotógrafo del Ejército japonés, llegó a la ciudad de Nagasaki con el
encargo de documentar los efectos del "nuevo tipo de arma". Yamahata
caminó durante horas entre los escombros del escenario más dantesco que
jamás hubiera imaginado. Sus fotografías son una de las pruebas más
desgarradoras de la monstruosidad humana
“Un
viento caliente comenzó a soplar – explicó años después – En todos
lados se veían pequeños incendios, como antorchas apagándose: Nagasaki
había sido totalmente destruida… prácticamente tropezábamos con cuerpos
humanos y de animales que yacían a nuestro paso…"
"Era
en verdad el infierno en la tierra. Aquellos que apenas pudieron
sobrevivir la intensa radiación -con los ojos quemados y la piel
calcinada y ulcerada- deambulaban apoyándose en palos para poder
sostenerse esperando ayuda. Ni una sola nube amortiguaba los rayos del
sol de ese día de agosto, brillando inmisericorde en ese segundo día
después del estallido”.
Veinte
años después, el 6 de agosto de 1965, cuando se recordaba el vigésimo
aniversario del bombardeo a Hiroshima, Yamahata enfermó súbitamente. A
los 48 años de edad, le fue diagnosticado cáncer terminal de duodeno,
probablemente debido a efectos radiactivos residuales recibidos en
Nagasaki en 1945. Murió el 18 de abril de 1966 y fue enterrado en el
cementerio de Tama en Tokio.
¿Fue necesario este crimen contra la humanidad?
Reputados intelectuales como Albert Camus o Albert Einstein,
e incluso varios científicos que trabajaron en el Proyecto Manhattan
que desarrolló la bomba con James Franck a la cabeza. Denunciaron el
bombardeo como un acto «inmoral» y acusaron a quienes lo autorizaron de
cometer «crimen contra la Humanidad».
Algunos historiadores, como Howard Zinn,
basan sus críticas en el hecho de que el bombardeo no era necesario y
que Japón se habría rendido igualmente. Un informe del Departamento de
la Guerra realizado en 1946 a partir de entrevistas a funcionarios
japoneses parece darles la razón al concluir que «con toda probabilidad
Japón se habría rendido antes del 1 de noviembre de 1945 aunque no se
hubieran lanzado las bombas». «Si EEUU no hubiera insistido en una
rendición incondicional, aceptando la condición de que el emperador
permaneciera en el poder, los japoneses habrían aceptado parar la
guerra», sostiene Zinn en su libro 'A People's History of the United
States'.
Nagasaki segundo blanco atómico
El 9 de agosto de 1945 se lanzó sobre
Nagasaki la segunda bomba atómica. El bombardero estadounidense
"Bockscar", en busca de astilleros, en cambio encontró la fábrica de
armas Mitsubishi. Sobre este objetivo dejó caer la bomba atómica Fat Man,
la segunda bomba atómica en ser detonada sobre Japón y más poderosa que
la de Hiroshima. (ver Hiroshima para un relato de la primera
explosión).
Inicialmente el blanco era Niigata, pero
estaba lloviendo; se cambió a Kokura, pero había niebla espesa y no se
pudo ubicar, y a falta de combustible y con la misión en peligro Charles
Sweeney se decidió finalmente por el último blanco alternativo, por
Nagasaki, el Great Artist, actuando como avión meteorológico informó que
existía un claro visible entre las nubes, el Bockscar solo tenía
combustible para una sola pasada. Al llegar el avión encontró un cerrado
techo de nubes, tenía que tomar una decisión o la arrojaba o volvía, se
decidió el bombardeo por radar.
Efectos del 2do bombardeo
A pesar de que la bomba falló por una
distancia considerable, no perdonó y aun pudo arrasar casi la mitad de
la ciudad al caer a un costado del valle de Urakami, donde se emplazaba
la ciudad. 75.000 de los 240.000 habitantes de Nagasaki murieron
instantáneamente, seguidos por la muerte de una suma equivalente por
enfermedades y heridas. Se estima que la suma total de muertos fue de
bastante más de 140.000 personas, en su inmensa mayoría civiles.
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