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martes, 2 de febrero de 2016

La rivalidad entre Al-Qaeda y Estado Islámico acelera la propagación del jihadismo en África

La región se convirtió en un campo de batalla por el liderazgo del terror
PARA LA NACION
LUNES 25 DE ENERO DE 2016
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Mientras los ojos del mundo parecen estar puestos en Medio Oriente, la mecha del jihadismo está encendida en África. Si bien la incidencia del radicalismo islámico sigue siendo superior en países como Siria e Irak, donde se cobra víctimas a diario, África es la región del mundo donde más rápido se ha propagado esta brutal amenaza global.
Según expertos consultados por LA NACION, Libia, Mali, Nigeria y Somalia son hoy los principales bastiones del jihadismo africano, que si bien se encuentra extendido como nunca antes, también está dividido entre Al-Qaeda y Estado Islámico (EI), que pugnan por la hegemonía de la jihad.
Es a la luz de esta rivalidad como deben interpretarse los episodios de violencia terrorista que vienen teniendo lugar en África en las últimas semanas. Los últimos atentados en Somalia, Burkina Faso y Libia, cuya autoría han reivindicado diversas franquicias locales que responden a EI o a su rival, Al-Qaeda, cristalizan la creciente fragmentación del liderazgo de la jihad.
África se presenta así como el principal escenario donde estas organizaciones se disputan la atracción de milicias locales desde mediados de 2014, cuando las discrepancias por la guerra civil siria produjeron la separación de Al-Qaeda y el nacimiento de EI de la mano del autoproclamado califa Abu Bakr al Baghdadi.
"Si bien son rivales, Al-Qaeda y EI son dos organizaciones que proceden de la misma semilla, el wahabismo (interpretación rigorista del islam)", explica el español Javier Martín, que acaba de publicar el libro Estado Islámico, geopolítica del caos. "La diferencia es que mientras Al-Qaeda tiene la idea de fundar un futuro califato, EI la pone en práctica", apunta el especialista.
A pesar de las conquistas territoriales en Siria e Irak por parte de EI, su influencia en África se limita a Libia, Egipto y Nigeria (en este último caso a través de la temible milicia Boko Haram, que le juró su lealtad a mediados de 2015).
Mientras tanto, las filiales africanas que responden a Al-Qaeda predominan tanto en el Sahel (a través de Al-Qaeda del Magreb Islámico y Al-Murabitum, entre otros) como en el cuerno de África por medio de las milicias Al-Shabab en Somalia, que buscan expandirse a Kenia. Así es como se configura el mapa del jihadismo regional que atraviesa al continente de Este a Oeste.
"Hay una clara rivalidad emergiendo. Las milicias fieles a Al-Qaeda están tratando de demostrar que aún son relevantes, mientras EI se focaliza en Libia, donde el caos interno le permitió conquistar parte de su territorio", afirma Jakkie Cilliers, analista del Instituto de Estudios de Seguridad, en Pretoria.

Distinción

La analista cree que hay que distinguir entre el norte de África, donde las milicias están más afectadas por lo que sucede en Medio Oriente, con el nordeste de Nigeria y Somalia.
"La relación de Boko Haram con EI es más simbólica que real. Lo mismo pasa en Somalia con Al-Shabab, que tiene su propia dinámica" explica Cilliers a LA NACION.
Para comprender el modo en que las milicias locales son seducidas por sus aliados, Yan St-Pierre, director del Grupo de Consulta sobre Seguridad Moderna (Mosecon, por sus siglas en inglés), apunta: "Mientras EI garantiza dinero y prestigio, Al-Qaeda puede ofrecer poder político, ya que todavía son muy influyentes en ciertas regiones.
A su vez, si bien puede sonar extraño, Al-Qaeda parece encarnar una forma más "humana" de jihadismo". En cuanto a su financiamiento, subsisten gracias a su participación en las redes de crimen organizado: contrabando de drogas, armas, recursos naturales y de personas.
La amenaza jihadista complica el viejo anhelo de los africanos de alcanzar la estabilidad política y desarrollo económico tras décadas de promesas incumplidas.
África, un continente arrasado por la pobreza, con una inestabilidad política crónica, sin controles en sus fronteras y una corrupción casi estructural, pareciera reunir todas las condiciones para que las milicias radicales, con su interpretación violenta y fanática del islam, sean vistas como una alternativa cada vez más atractiva para los postergados 

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