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domingo, 3 de junio de 2018

Los sentidos del islam

Reseña del libro "Por qué el Islam. Mi vida como mujer, europea y musulmana"
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Amanda Figueras (2018): Por qué el Islam. Mi vida como mujer, europea y musulmana. Ediciones Península, Madrid.
Narrado en primera persona, Amanda Figueras relata su paulatino viaje hacia el conocimiento y la aceptación del islam como fe y experiencia vital, que contrasta enormemente con la deriva laicista de la sociedad española así como con la visión sesgada y violenta que los medios de comunicación presentan del islam en Europa.
De profesión periodista, sus primeros contactos con el islam llegan de un acontecimiento dramático: el atentado terrorista del 11-M en Madrid. Durante las investigaciones periodísticas que siguieron al evento, Amanda descubre que las comunidades musulmanas españolas o residentes en España son grandes desconocidas del público general.
Una importante parte de este libro autobiográfico se dedica a desmontar tópicos (por ejemplo, que todos los musulmanes son árabes, que el islam es producto de la inmigración, que el islam es una “religión violenta”, que la mujer musulmana está sometida u oprimida) amén de recalcar que los medios de comunicación, cuya calidad ha ido en declive en las últimas décadas, sólo proyectan una imagen nefasta y monolítica de una confesión profesada por un cuarto de los habitantes del planeta.
Mientras la mayoría de la población hace gala de su ignorancia acerca del islam y los musulmanes, y se contentan con describir una realidad que desconocen a base de repetir tópicos ya consabidos, la autora comienza un camino de descubrimiento en el que la verdad refuta todos los estereotipos que circulan en medios virtuales y cadenas de whatsapp. No sólo ello, el descubrimiento de que nuestra sociedad es profundamente xenófoba y orientalista (véase Edward Said y su concepto de “Orientalismo”) va aumentando a medida que se adentra en este viaje.
Es descorazonador llegar a la conclusión de que los españoles desconocen los principales elementos que han constituido su cultura y su patrimonio arquitectónico (la Alhambra sigue siendo el monumento más visitado de España), legislativo (el Tribunal de las Aguas sigue reuniéndose en Valencia), astronómico (no sólo tablas de cálculos astronómicos, sino astrolabios, planisferios y otros instrumentos de navegación), cerámica, miles de palabras y elementos culturales -turrón (gastronomía), albornoz (lengua), agricultura (especies importadas de china), etc.
La gran sorpresa (que también corre el riesgo de engrosar el capítulo negacionista de nuestro país con respecto al islam) de muchos lectores es el descubrimiento de los conversos.
No hemos dado a la historia grandes pensadores y polímatas, como Ibn Rushd (el cordobés más universal, y uno de los máximos exponentes de la filosofía), Ibn Hazm (cuyo “El Collar de la Paloma” es la raíz de la poesía galante), Ibn Tufayl (pensador y autor del “Filósofo autodidacta”, aún vigente), Imam Xatibi (polímata de Játiva) o Azarquiel (toledano, cuyas tablas astronómicas fueron referente en toda Europa). Atrás quedan otros grandes personajes que han sido ninguneados por la historia española, aunque son celebrados por otras naciones: Ibn Bayya Avempace, Hasan Ibn Muhammad al Wasan (o Juan León el Africano), Yahya al-Gazal, Abbas Ibn Firnás de Ronda, etc.
El negacionismo del pasado andalusí hace de España una anomalía en un contexto nacionalista en que los países se esfuerzan por rescatar y exhibir su propia cultura. El islam no se enseña en las aulas y si se hace es como si se tratara de algo ajeno a nuestro solar patrio. Si los niños musulmanes exigen aprender su propia religión en las aulas (los niños católicos hacen lo propio y aquellos que no siguen ninguna confesión disponen de otras asignaturas) se considera algo exótico e incluso alarmante. Es un derecho constitucional, y parece que en determinados casos esa ley no garantiza absolutamente nada. El sistema educativo español desde luego es uno de los espacios donde más se denigran siglos de nuestra historia y derechos de l@s ciudadan@s.
La gran sorpresa (que también corre el riesgo de engrosar el capítulo negacionista de nuestro país con respecto al islam) de muchos lectores es el descubrimiento de los conversos. En un país que se dice aconfesional, donde no se nos impone un credo, todavía sorprende a muchos que existan personas que usan de dicha libertad para abrazar el islam, como opción propia y cosmovisión según la cual ordenar su vida. Los españoles musulmanes (o musulmanes españoles, según nuestras prioridades o contexto identitario) somos ciudadanos de pleno derecho. Al igual que los residentes de confesión musulmana (sean indonesios, pakistanís, marroquís o palestinos). Pagamos impuestos, participamos de la vida pública y tenemos un lugar y un papel que desempeñar en el devenir de nuestra patria. ¿Por qué se nos extranjeriza constantemente? ¿Por qué se sigue pensando que el islam es algo ajeno a España, cuando ha sido nuestra base cultural durante siglos, cuando sus principios y valores son los mismos que los otros dos monoteísmos -cristianismo y judaísmo? Amanda pone esta cuestión en la mesa. Es una cuestión importante sobre la que deberíamos reflexionar todos. España no ha puesto en valor a sus minorías, particularmente la musulmana, a diferencia de la política que ha seguido, por ejemplo, Reino Unido.
El fenómeno de la conversión al islam, ejemplificado en el caso de la misma autora, ha de ser puesto en primer plano y con urgencia.
Sadiq Khan (el alcalde de Londres, de confesión musulmana) es un gran ejemplo de cómo podemos conseguir evitar la discriminación si realmente todos los ciudadanos y ciudadanas son de primera categoría. Si realmente se implementan mecanismos para evitar la discriminación. Qué lejos estamos de Reino Unido, de su mentalidad emprendedora y profesional, de su corrección y su ética. Ante cualquier escándalo, un político británico dimite en cuestión de horas. En la corrupta España, es cuestión de muchos meses y mucha agua caliente. Nuestra propia idiosincrasia, la falta de autocrítica y la complacencia de nuestra sociedad no la va a convertir en el motor de Europa.
El fenómeno de la conversión al islam, ejemplificado en el caso de la misma autora, ha de ser puesto en primer plano y con urgencia. Habiendo sido testigo de la evolución de las reacciones de mis compatriotas hacia el velo islámico, compartiré una anécdota. Hace unos años, en los platós de televisión se hablaba del velo islámico de las musulmanas como “símbolo de sumisión”. Después de décadas en que las mujeres musulmanas hemos luchado para erradicar esa falsa concepción, hemos conseguido una pequeña cuota en la pantalla, para al menos poder explicar nuestra opción de imagen en primera persona (como si tuviéramos que justificar porqué elegimos una prenda de vestir. Se imaginan que preguntáramos a nuestro contertulio porqué ha elegido una camisa en vez de un polo o una camiseta, ¿no les parece superfluo, incluso invasivo?).
Hace unos meses un periodista me pidió que propusiera el nombre de una “hijabi” (una musulmana que viste hijab o código de vestimenta islámico) para una tertulia en televisión (nótese cómo los periodistas quieren musulmanas “a la carta” aunque haya muchas que no llevan hijab; para la radio da igual, claro; es el “icono” del velo lo que se busca ahora). Le pregunté acerca del tema de debate, claro está, para recomendar a una persona experta en la materia. A ello respondió que el objeto de la tertulia era, precisamente, el velo islámico. Le dije que no conocía ninguna, pero sí muchas hijabis que podían hablar de leyes, genética, algoritmos o física cuántica, que eran temas mucho más interesantes que un metro cuadrado de tela. Creo que no captó la ironía.
Para concluir, no confundir la idea de islam con los comportamientos y hábitos de muchas personas que se dicen musulmanas. Son igualmente desconocedoras de una cosmovisión tan compleja y profunda como la espiritualidad humana. Este libro debe llamar a la reflexión sobre dicha idea, y nuestro propio comportamiento. ¿Somos de verdad una sociedad respetuosa con los demás? ¿De veras defendemos los derechos humanos, incluyendo el derecho a la fe propia y a su expresión pública y privada? ¿Hasta que punto no sería conveniente recuperar nuestro pasado y reconectar con millones de personas que comparten ideas que se cuajaron y evolucionaron en nuestro propio país? Solo si estamos dispuestos a emprender un camino de descubrimiento honesto y dejar a un lado lecturas simplistas y reduccionistas del islam, o de cualquier otra filosofía o religión, llegaremos a entender mejor nuestro planeta y a muchas de las personas que viven en ellas. Este libro invita a esa reflexión. Empecemos, pues.

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