Lo que esconde la presidenta con 'burka' de la mesa electoral
Se llama Latifa, nació en Lérida, estudió Economía y Finanzas, tiene 27 años, dos hijos y un marido que la repudió que es miembro de la misma secta radical a la que pertenecía el cerebro del 11-S. Su hermana pequeña intentó ir a Siria con 14 años. Niega que vista el niqab "por sumisión". "A mí nadie me impone nada", nos dice. "El 80% de mis amigas son cristianas"
El sol empieza a desaparecer en la Cuesta de la Parisina, una barriada de Ceuta entre la zona de Hadú y la Almadraba, bautizada popularmente con ese nombre a principios del siglo pasado cuando se instaló allí una popular madame de París. Son las nueve de la noche, acaba de terminar el iftar, la ruptura del ayuno en Ramadán, y los musulmanes salen de sus casas camino a la mezquita. Entre las mujeres llama la atención la única que va con niqab, una túnica que cubre el cuerpo y la cabeza, dejando sólo los ojos al descubierto. Los suyos son grandes y negros como el carbón.
«Vive aquí con sus dos hijos. Su marido, un argelino, la abandonó», dice el vecino de Latifa Dailal, la mujer de 27 años que viste un niqab de color granate. El mismo que llevaba el pasado domingo cuando le tocó ser presidenta de una de las 96 mesas electorales de Ceuta. Era la primera vez que se veía a una mujer tapada en esa posición, presidiendo la Mesa A del colegio Ramón y Cajal, escoltada por sus vocales Hafsa y Arafa. En las urnas de ese centro el PP obtuvo el 39% de los votos. Aunque la noticia saltó a los medios por otra cuestión de índole más religiosa.
A mediodía, debido al colapso en el aula del colegio provocado por la llegada de varios apoderados de los partidos, Latifa les pidió que salieran para dejar espacio a los votantes. No le hicieron caso. Especialmente se opuso a marcharse Carlos Verdejo, secretario general de Vox en Ceuta, que no llevaba la identificación de su partido. «Tú no eres nadie», la increpó. Entonces Latifa, después de encararse con el representante de Vox, llamó a los agentes de la Policía Nacional que estaban en el centro para que desalojaran a los apoderados. Parecía que la situación se calmaba hasta que, desde Madrid, Santiago Abascal, manifestó su descontentó en Twitter: «Con burka o como lo llamen. (Encapuchada decimos aquí). Presidiendo una mesa electoral e increpando a los apoderados de VOX. Es intolerable que la Junta Electoral haya permitido esta situación bochornosa. Nadie debería poder entrar en un colegio electoral encapuchado».
Desde la formación de ultraderecha dijeron que iban a impugnar los resultados de la mesa electoral de Latifa por «no poder identificarla». Al día siguiente, la delegada del Gobierno en Ceuta, Salvadora Mateos, aseguró que la mujer se había quitado el niqab en la intimidad, delante de la vicepresidenta de la mesa, para poder ser identificada.
ELLA Y VOX
El domingo Latifa se convirtió en una de las protagonistas de la jornada. Su rostro «encapuchado» (como dice Vox) dio la vuelta por las redacciones de todo el país. A muchos no les gustó verla de presidenta de mesa. Otros pidieron respeto hacia ella y su libertad de vestir como quiera. Lo que se desconoce es que su historia -y la de su familia- va más allá de la anécdota electoral.
El sol empieza a aparecer por la Cuesta de la Parisina. El reloj marca las 8.40 horas. Latifa sale con el coche de su casa para llevar a sus hijos (una niña de seis años y un niño de tres) al colegio y a la escuela infantil. Antes, se detiene para explicar que ella nació en Lérida («Mis padres, musulmanes de Ceuta, se fueron a trabajar a Cataluña»), que ha estudiado un grado superior de Economía y Finanzas y que ha estado trabajando en los planes de empleo de Ceuta y después en el departamento de administración de una empresa. Ahora mismo se encuentra desempleada. También dice, al principio, que es madre soltera. Después asegura que está casada. «No me pongo el niqab por sumisión, a mí nadie me impone nada. Yo me lo puse un año antes de casarme», sentencia.
Latifa se casó en Melilla con un takfir, un argelino perteneciente a un grupo salafista radical (Takfir Wal Hijra, que surgió en 1969 en Egipto y que figura en la lista de organizaciones terroristas de la UE) con una doctrina contra los musulmanes «renegados». Consideran apóstatas a aquellos que no siguen su extremismo, aunque pueden obviar los preceptos religiosos del islam para pasar desapercibidos e infiltrarse en la sociedad occidental. Miembros de este movimiento eran los terroristas del atentado de Las Ramblas en 2017, que fueron adoctrinados en esta corriente por el imán Aldelbaky es Satty. También Mohamed Atta, jefe de los suicidas del 11-S, era un takfir, al igual que varios de los autores del 11-M.
«No fui captada, me casé por amor», le escucharon decir a Latifa los policías de Ceuta en 2013. La investigaban por las sospechas que tenían de que pudiese partir a Siria para «ser una esclava sexual» del IS. Latifa estuvo dos años en Melilla y allí se quedó embarazada de su primera hija. Pero se dio cuenta a tiempo del camino sin retorno que quería coger su marido. Intentó pararlo. Sin éxito. «Porque él la acabó repudiando», cuenta la Policía. «Otra hermana suya, Sanae, también fue a Melilla a casarse con otro fundamentalista, pero se desencantó enseguida y volvió a Ceuta», precisan.
A SIRIA CON 14 AÑOS
Latifa es la tercera de 11 hermanos de una familia del barrio de Rosales, en Ceuta. Una de sus hermanas pequeñas, Nawal, quiso partir a Siria en 2014. Sólo tenía 14 años. Intentó escapar desde la ciudad de Tetuán con otra joven española, la melillense Fauzia Allal, que entonces tenía 19 años. Todo ocurrió en agosto, poco después de que Abu Bakr al-Baghdadi se autoproclamara en Mosul califa del Estado Islámico.
Nawal había cogido sus bártulos de madrugada y fue hasta la ciudad de Castillejos, colindante con Ceuta. Subió a un autobús y llegó hasta Melilla. Fauzia la acogió unos días en su casa. Cuando la Policía las interceptó en la frontera de Beni Enzar, iban camino de Tetuán, donde las esperaba la red que les iba a facilitar el viaje a la yihad.
Fatima, la madre de Nawal, cuando comprobó que su hija no estaba, avisó a tiempo a la Policía. «La embaucaron, la secuestraron a través del WhatsApp. La mujer o el hombre que la engañó le decía que iba a ir al paraíso y que en Irak iban a limpiarle los pecados. Pero, ¿qué pecado va a limpiar una niña de 14 años en un paraíso que es una matanza? El Islam es paz», relató entonces Fatima en una entrevista exclusiva con EL MUNDO. «En la mezquita entró en contacto con las redes y con otras cinco amiguitas que lo estaban preparando todo. Son de Nador, analfabetas, de la montaña, de 16 a 19 años. De repente pasó del bañador al burka y, cuando la detuvieron, la habían aleccionado para dar una versión que protegía a la mayor (a Fauzia), que la escondía en su casa, y no quería hablar ni con psicólogos ni con educadores», contó también el padre, Mohamed.
Nawal fue captada por una red establecida en Melilla y liderada por Yawad Mohamed (el cabecilla), Chimaa Bokhress (distribuía propaganda yihadista para reclutar a mujeres), Wafila Mohand y Francis Carolina Peña (alias Nadia, chilena, encargada de poner en contacto a las chicas con miembros del IS que se encontraban en Siria. También era administradora de un grupo de Whatsapp, Abrázate al Islam, en el que difundía propaganda yihadista. Ese grupo captó a la niña Nawal).
La chica ingresó en un centro de menores en Madrid al cuidado de varios psicólogos que tuvieron que «desprogramarla». Incluso fue testigo del juicio contra sus captadores. La Audiencia Nacional condenó el año pasado a Yawad a cinco años y seis meses de prisión y a las mujeres a cuatro años por integración en organización terrorista.
«Nawal estaba totalmente radicalizada cuando la cogimos, vestía de negro, con burka y, al principio no había forma de convencerla de que ese paraíso que le habían prometido los terroristas, no existía. Pero en unos meses todo pasó, es el cambio más espectacular que he visto», explica el juez que estuvo vigilando a la menor durante los seis meses que pasó en Madrid. «Se quitó el burka, incluso decía que ni siquiera quería llevar el velo. Se dio cuenta de la locura que iba a hacer y salió totalmente rehabilitada. Volvió a Ceuta con su familia y se puso a trabajar en un supermercado».
Los vecinos del barrio de Los Rosales de Ceuta dicen que los padres de Nawal se volcaron en ayudar en la recuperación completa de la chica. También su hermana Latifa, de quien comentan que nunca ha entendido la locura que pudo llevar a su hermana menor a emprender el viaje a Siria. «El islam es paz», repite ella una y otra vez. «Y también respeto. Si ves mis grupos de WhatsApp, el 80% de mis amigas son cristianas», concluye la mujer con niqab, declinando hacer ninguna declaración más.
Aunque Latifa ha estado en el radar de la Policía por su relación con el tarfik en Melilla, nunca «se ha detectado ningún comportamiento que invite a pensar que pueda haber participado en algún movimiento relacionado con la yihad. Todo lo contrario, lo que nos consta es que lo ha repudiado», aseguran los agentes.
El último foco sobre Latifa se puso hace cuatro años, después de que, a través de redes sociales, recibiera ciertos vídeos de las masacres del Estado Islámico y de mujeres alegres vitoreando tras una batalla ganada. También mensajes como: «Nosotros no dormimos nunca por el agravio. Sangre por sangre. Demolición por demolición. Diente por diente». Detrás de los perfiles que mandaban las imágenes y mensajes siempre estaba la fotografía de un león. Le preguntaban por su familia y si era una buena musulmana. Pero Latifa hacía caso omiso.
Después se supo que detrás de algunos de esos perfiles de Facebook estaba la ceutí Asia Ahmed Mohamed, que se unió en 2014 al Daesh por amor a un muyahidín que cortaba las cabezas de sus enemigos para después coleccionarlas y fotografiarse con ellas. Él, Mohammed Hamdouch, conocido en los medios como Kokito cortacabezas o el Degollador de Castillejos, le regaló un cinturón de explosivos en su boda. Tuvieron un hijo. Pero Kokito murió en combate. Y Asia se volvió a quedar embaraza de otro yihadista, al que también mataron. Hace dos años detuvieron a Asia en Turquía -intentando regresar a España- y la extraditaron. Ahora está en una prisión en Madrid.
La viuda de Kokito intentó captar a mujeres de Ceuta. Quería formar un «ejército de leonas para la yihad». Entre ellas tentó a Latifa. «Y también lo intentaron de nuevo con su hermana Nawal, pero ya estaba totalmente desintoxicada de todo eso», afirma una amiga de la familia. Todo ello formaba parte de la estrategia de Daesh para reclutar mujeres que diesen a luz a nuevos muyahidines o que también perpetrasen atentados. Pero, por suerte, Latifa no cayó. «Tiene la cabeza bien amueblada y no se plantea esas tonterías. Es una chica muy preparada», dice una vecina. Latifa sufrió mucho con el caso de su hermana pequeña, Nawal. Y ese no fue la primera vez que la sombra del yihadismo amenazaba a su familia.
UN CAPTADOR EN LA FAMILIA
La mayor de la casa, Leila, se casó con Tarik Mustafa Hamed El Conejo, detenido en 2013 por pertenecer a una organización de captadores vinculados a la organización terrorista Al-Qaeda. Su objetivo era enviar combatientes a Siria. El Conejo era el enlace entre los terroristas y sus presas en España. Ahora en prisión, la Guardia Civil lo señaló como uno de los 26 integrantes del Frente de Cárceles yihadista, cuyo objetivo era captar, adoctrinar y radicalizar a otros presos.
Pedimos, una entrevista formal con Latifa pero ella prefiere no airear su vida personal ni lastrar a sus hermanas, sobre todo a la menor, con una exposición pública, pero sí confirma los datos fundamentales de esta información. Pudimos ponerle rostro a la mujer que fue la protagonista en Ceuta de las municipales. En la ciudad autónoma, el PP fue el más votado (nueve concejales), aunque Vox (con su discurso contra los musulmanes y su promesa de levantar un muro de hormigón entre Ceuta y Marruecos) se quedó a tres concejales de igualar a la fuerza más votada. «Cuando entré en el colegio Ramón y Cajal, una serie de votantes me empezaron a insultar. Entre ellos estaba la señora con burka (Latifa, que en realidad llevaba un niqab ya que el burka tiene una rejilla de tela a la altura de los ojos)», afirma Carlos Verdejo, secretario de Vox en Ceuta. «Lo de que habíamos colapsado el aula era falso. Tuvimos que esperar a que otra presidenta de otra mesa hablase con la Policía para explicarles que no había ningún problema de aglomeración y que podíamos entrar».
Aunque la versión tanto de Latifa como de otras personas y vocales que estaban en el aula, es distinta. Hablan de que el representante de Vox buscaba la provocación y el enfrentamiento con la mujer que llevaba niqab para que lo captaran las cámaras. Desde la formación ultraderechista siguen asegurando que les parece «indignante» que una mujer a la que no se le reconozca la cara pueda presidir una mesa electoral. Aunque desde la Junta Electoral de Ceuta reiteran que «una vez identificada (sin el niqab) por las autoridades correspondientes, puede vestir como crea conveniente».
El viernes, Latifa se pasó todo el día en casa. Era festivo por Ramadán. «El día de los demonios se celebra», dice un vecino. A su lado vive la mujer con niqab que se enfrentó a Vox y que huyó de las redes que querían verla convertida en esposa de aquellos que quieren ver arder el mundo.
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