De la ciudadanía a la servidumbre
Con elemental conocimiento del desarrollo del pensamiento y de las ideas políticas, se podría afirmar que el liberalismo es resultado de la gran revolución del intelecto que fue la Ilustración, pero también hay que decir –aunque para algunos esto le suene a herejía– que el socialismo democrático también tiene sus raíces incrustadas en la ilustración. Hay conceptos –como el de la democracia– que se desarrollaron en el liberalismo hasta las mayores alturas de la grandeza humana, pero que también son parte esencial del pensamiento de las izquierdas modernas y progresistas.
El concepto de la democracia ha sido sustento para darle verdadero sentido transformador a las revoluciones liberales, como la de la independencia de las trece colonias de Norte América, y desde luego, a la Revolución francesa, que con su declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, instalaron una nueva era en la historia de la humanidad. Sin embargo, hay que decir que en el nombre de la democracia también se han llevado a cabo contra revoluciones y se ha instalado sistemas autoritarios y regímenes de terror.
En la realidad histórica, la democracia ha sido contrapuesta al poder monárquico, al oligárquico, y desde luego a las dictaduras, y en tal función, el elemento sustantivo de la democracia, ha sido el reconocimiento de la igualdad entre los hombres (y esto debiera entenderse entre todos los hombres y todas las mujeres).
Las revoluciones liberales establecieron el final del sistema monarca-súbditos y lo substituyeron por la relación ciudadanos-estado, en donde la igualdad se materializa en el concepto de ciudadanía, y con el cual se hace posible acceder, sin limitaciones, a todos los derechos individuales y a todos los derechos sociales y colectivos. Hannah Arendt dice “que la ciudadanía es el derecho a tener derechos, y el mejor lugar en que se concretizan, es en los espacios públicos”.
Lo anterior viene en referencia a que los regímenes totalitarios, lo primero que destruyen es la condición de ciudadanía para restablecer el de servidumbre y con ello, despojar a los ciudadanos de toda singularidad y hacerlos parte de una masa uniforme, homogénea, en donde el todo prevalece por sobre las partes y en donde la individualidad se disuelve para integrarse en un súper individuo que es el pueblo, que lo es el todo, pero que también es el nada.
En México, la modernidad apenas ha hecho presencia con momentos de fulgor intensos, que apenas duran, para luego ser apagados por la voluntad de los caudillos. Así sucedió en el siglo XIX, lo mismo en el siglo XX después de la llamada Revolución mexicana, y cuando la ciudadanía y fuerzas políticas democráticas terminábamos con el régimen de partido de Estado y cuando empezábamos a construir una verdadera república, de nueva cuenta, el caudillo nos pretende regresar a la premodernidad, a la edad antigua, al tiempo de los caudillos omnipotentes
Ahora mismo, el presidente que fue electo democráticamente, se asume como un monarca que reclama para sí la facultad y el deber de “cuidar de sus súbditos” como si de cachorritos se tratara –dice. Con ello desde luego despoja a los individuos de toda independencia, de su condición de ciudadanos, y el instrumento para ello se llama asistencialismo.
Con el asistencialismo se cancela ciudadanía y se restituye la servidumbre; no se combate la pobreza y la desigualdad, pero se afirma la dependencia; no se garantizan los derechos humanos, pero se privilegia a la corte de los zalameros de incondicionalidad ciega; no se posibilita el desarrollo de la democracia y el bienestar, pero si se mantiene la precariedad y la ignorancia.
Lo de López Obrador no es liberalismo y menos izquierdismo, es una reedición de su alteza serenísima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario