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martes, 12 de octubre de 2021

Estado Islámico en el Khorasan les muestra su cara implacable a los talibanes

 

Estado Islámico en el Khorasan les muestra su cara implacable a los talibanes

La mezquita de Kunduz, destruida después de un ataque suicida de EI-K, que dejó muertos y heridos
Europa Press/Contacto/Ajmal Kaka

ISLAMABAD.– Estado Islámico en el Khorasan (EI-K), el grupo jihadista más radical de Afganistán, lanzó una campaña de atentados para desestabilizar el “emirato” proclamado por los talibanes con el objetivo de arrebatarles la antorcha de la guerra santa, según los analistas.

La organización nació oficialmente a finales de 2014, cuando juró lealtad a Abu Bakar al-Baghdadi, jefe del efímero “califato” islámico en Irak y Siria. “El grupo armado se convirtió en pocos años en un conglomerado de antiguas organizaciones jihadistas, entre ellas uigures y uzbekos, o talibanes desertores”, dice Jean-Luc Marret, investigador de la Fundación para la Investigación Estratégica.

EI-K pretende restablecer su propio califato en Asia Central, en una región histórica llamada Khorasan, a caballo entre Afganistán, Irán, Pakistán y Turkmenistán.

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Según las Naciones Unidas, EI-K tiene entre 500 y varios miles de combatientes en Afganistán, principalmente en el norte y el este del país, y dispone de células en la capital. Desde 2020, lo dirige el misterioso Shahab al-Muhajir, cuyo nombre sugiere un origen de la península arábiga.

Sobre ese dirigente circulan muchas teorías, desde que podría ser un exmilitante de Al-Qaeda hasta que podría tratarse de un infiltrado en la red talibana Haqqani.

Hasta 2020, EI-K era una organización que estaba en decadencia y cuyo estado mayor había sido diezmado por los ataques estadounidenses. Pero la llegada del nuevo jefe “desembocó en un cambio radical para la organización, que pasó de ser una red fragmentada y debilitada a la temida falange que es hoy”, dice Abedul Sabed, experto de los grupos para la plataforma especializada Extra.

Bajo su dirección, los combatientes clandestinos “hicieron hincapié en la guerra urbana y la violencia simbólica”. En 2021, EI-K reivindicó más de 220 ataques en Afganistán, incluidos tres atentados suicidas desde que los talibanes volvieron al poder: contra el aeropuerto de Kabul, una mezquita en la capital y otra en Kunduz. El atentado contra el aeropuerto dejó más de 100 muertos, entre ellos 13 soldados estadounidenses, y el de Kunduz, en el norte del país, más de 55.

“Aunque los talibanes siguen siendo su objetivo principal, EI-K elige principalmente objetivos fáciles, como lugares de culto, instituciones educativas y hospitales”, para obtener un mayor impacto psicológico, dice Sabed.

Familiares y amigos sepultan a las víctimas del ataque de EI-K a la mezquita de Kunduz
HOSHANG HASHIMI


Familiares y amigos sepultan a las víctimas del ataque de EI-K a la mezquita de Kunduz (HOSHANG HASHIMI/)

En el centro de la ideología de EI-K, que se presenta como el único garante de una visión consumada del islam, hay un enfoque genocida de las minorías chiitas, consideradas “heréticas”, en particular de los hazaras. Los talibanes y EI-K son sunnitas y por momentos combatieron juntos, pero actualmente sus estrategias son opuestas. Los talibanes se ciñen a Afganistán, mientras que EI-K busca internacionalizar la guerra santa.

EI-K dijo que los talibanes se habían “vendido a los estadounidenses”. Sin embargo, existe cierta porosidad entre algunos talibanes y EI-K, en particular en algunas localidades remotas, dice Sabed. Barbara Kelemen, analista del grupo de estudios Dragonfly, dice que “miembros descontentos de los talibanes” se pasaron a EI-K.

“El principal mensaje de los talibanes a la población afgana desde el 15 de agosto es que restablecieron la estabilidad poniendo fin a la guerra. Pero estos ataques terroristas, como el de Kunduz, socavan significativamente ese relato”, dice Michael Kugelman, experto del centro Woodrow Wilson.

A diferencia del régimen anterior, los talibanes tienen por ahora medios limitados en términos de inteligencia y contraterrorismo.

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A largo plazo “tendrán que apoyarse en la red Haqqani, en Al-Qaeda y otros actores armados para los efectivos, la experiencia de combate y el apoyo logístico”, asegura el think tank Soufan Group.

El fantasma de los atentados recobró fuerza hoy con una alerta para los hoteles de Kabul, un día después del primer encuentro entre representantes estadounidenses y talibanes desde mediados de agosto, donde trataron temas de seguridad.

Washington y Londres advirtieron a sus ciudadanos del riesgo de atentados en los grandes hoteles de Kabul, como el Serena, un establecimiento de lujo situado en pleno centro de la capital.

“A causa de la amenaza a la seguridad, recomendamos a los ciudadanos estadounidenses que eviten alojarse allí y eviten la zona”, indicó el Departamento de Estado, aludiendo a ese hotel, que fue atacado varias veces en los últimos años.

En los hoteles de alta gama de Kabul suelen alojarse tanto extranjeros que están de paso por la ciudad como periodistas, trabajadores humanitarios y talibanes con puestos de responsabilidad, que organizan allí reuniones de trabajo.

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