Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos llegamos al final de un año solar, pero nuestra vida sigue igual: en qibla hacia Allah, el Altísimo, siguiendo los pasos del amado Mensajero ﷺ. Nuestra vida transcurre inevitable, inexorable hacia lo que se ha dictado para nosotros. Y así, proseguimos en esta khutba por el camino que empezamos en la anterior, explorando los signos asociados al viaje de Maryam (ra) y al nacimiento de ‘Isa (as). Si en la de la semana pasada hablábamos del rizq (sustento) que había en la palmera, uno de los símbolos de lo sagrado en el dunya (mundo mundano), hoy hablaremos del que es uno de los símbolos de lo sagrado en el akhira (mundo que habrá de venir) como es el arroyo (sariyya). Ese arroyo que también aparece en sura Maryam:

Pero una voz, bajo a ella, la llamó: «¡No te aflijas! Pues un arroyo bajo tus pies ha sido puesto por tu Señor y si sacudes el tronco de la palmera, sobre ti caerán dátiles frescos, maduros. Así que ¡come! ¡bebe! ¡regocíjate! Y aún si algún ser humano te viera, tú le dirás: «Yo he hecho, ciertamente, voto de silencio al Rahman. Hoy de palabras estoy ayunando para cualquiera». (Corán 19: 24-26)

Si el mundo presente se representaba por el comer de la palmera y sus dátiles, el mundo que habrá de beber está en el arroyo que bajo sus pies fluye, en eterno devenir, dando vida por doquier. Nunca es igual, nunca es lo mismo y, sin embargo, su esencia permanece. Allah, el Altísimo, nos da el arroyo (sariyya) que ha de recordarnos a su poder presente en todo, eterno, dador de vida, y, a la vez, dinámico a nuestros ojos.

Es el agua de ese arroyo, el agua de la vida, la que permite vivir, refrescar nuestros corazones acalorados por el mundo material y la existencia, donde fluye una baraka que alimenta la palmera que habrá de dar nuestro rizq por mandato de Allah. El arroyo (sariyya) es aquel divino viaje que nos lleva a lo más excelso de la vida. Por eso, es uno de los símbolos del paraíso. Arroyos que no solo portarán agua sino miel, laban y otras bebidas maravillosas:

Tomad el ejemplo de un Jardín, el cual está prometido a los que son conscientes de Allah. En él habrá arroyos de agua tan pura, arroyos de laban de un gusto inmutable y arroyos de vino de gran dulzor para los que lo beban, así como arroyos de pura miel. Para ellos habrá toda clase de frutas y su Señor les hará olvidar… ¿Acaso serán como los que habitarán en el Fuego por toda la eternidad y se les dará a beber un agua hirviente que desgarra sus entrañas? (Corán 47: 15).

La gran diferencia de los ríos del akhira es tan similar a los del dunya, pues en nuestro califato, como sucesores de Adam (as) nosotros somos responsables de los que se nos ha encomendado guardar y custodiar.

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Dicen los sabios que el arroyo (sariyya) corta, reparando y haciendo verdecer, la meseta como lo hace con nuestro nafs. El símbolo del arroyo viene a recordarnos como Allah hace que el rizq, a veces, nos corte en dos para repararnos (y ¡alhamdulillah!) y darnos vida otra vez. Ese arroyo que Allah dispone nos mejora, nos hace reverdecer, se lleva las malas yerbas y nos llena de vida.

No es extraño así, que Allah, el Altísimo, disponga de este símbolo en el Corán donde el paisaje principal es el desierto… ¡Bendito desierto! Queridas hermanas y queridos hermanos. Bendito desierto de búsqueda, de viaje, de soledad y de aparente falta de vida, pues el arroyo subterráneo que dispone Allah nutre cada palmeral, un oasis que ha reverdecido frente a la tierra yerma.

Somos nosotros eso, aprendamos a buscar, como los zahoríes, el arroyo oculto que ha de nutrirnos y el cual hay que guardar como un gran tesoro, pues enfatizaba el Mensajero de Allah ﷺ en Sunna sobre el cuidado del agua como un tesoro importante. Así se relata en un hadith sahih proveniente del Musnad Ahmad:

El Mensajero de Allan, la azalá de Allah y Su paz sean sobre él, pasó junto a Sa‘d mientras realizaba la ablución. El Profeta dijo: «Pero ¿qué negligencia es esta?». Respondió: «¿Hay negligencia con el agua en la ablución?». El Profeta le dijo: «Sí, incluso si estuvieras la orilla de un arroyo que fluye». (Musnad Ahmad, 7065).

La Sunna nos invita a pensar y a aceptar que ese fluir de agua, tan benéfico y lleno de baraka, del arroyo no es ni inagotable ni objeto de desprecio. Se nos recuerda, como siempre en la Sunna, nuestra responsabilidad con el rizq, nuestra conciencia ante lo dado por Allah, el Altísimo. De nuevo, aceptar el califato significa pensar en que lo dado por Allah, que exaltado sean sus nombres, tiene un valor inmenso.

Nuestro mundo no valora lo sagrado del agua, sino que prefiere, peligrosamente, cuantificarla y venderla cuando no le pertenece. Es el mejor ejemplo de como tratamos a la naturaleza, como restringimos el fluir de la baraka para convertirlo algo en lo que cuantificar. Y, curiosamente, cuando abusamos de ello los arroyos se agotan y sentimos morir nuestro mundo…

El ejemplo del agua y el arroyo, de nuevo, queridas hermanas y queridos hermanos, nos vale mucho pues nos da la oportunidad de tener humildad hacia algo que parece inagotable. También de dar gracias tanto cuando está a la vista o está oculto y, sobre todo, cuando nos nutre, fortaleciéndonos, haciéndonos florecer y dar frutos como la palmera que cobijó y nutrió a Maryam (ra) y a ‘Isa (as). Pero que también nos atraviesa como la meseta yerma a la que revivifica devolviéndole la vida.

Que sea esta una constante para nosotros, queridas hermanas y queridos hermanos, valorar y guardar ese rizq que no vemos, es fluir del tawakkul, ese llegar a aceptar, sin límites, la ni‘ama de Allah, el Altísimo. Quiera Allah darnos Su guía para ser arroyos, una vez aceptado nuestro qadr, para que otros puedan revivificarse y florecer. Quiera Allah bendecirnos impregnándonos de la baraka como la tierra en la que va a emerger la cosecha. Quiera Allah alejar lo yermo de nosotros y hacer que a nuestros pies siempre corra un riachuelo que haga dhikr recordándonos a Él. 

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.