﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
Queridas hermanas y queridos hermanos un juma‘a más nos disponemos a reflexionar y recordar juntos, en tiempos de olvidada reflexión y recuerdo incierto. En nuestro vivir el recuerdo debe ser constante porque es la única forma de que el olvido no se apodere de nosotros, que la idolatría de lo material no nos haga creer que es la realidad. Pero el ritmo de nuestro mundo hace que raramente nos paremos a contemplar, a meditar. Si lo hiciéramos nos daríamos cuenta de quiénes somos en realidad y del porqué de nuestra ‘ibada. Tantas veces nos preguntamos por ella, tan desafiante…
Deberíamos empezar por meditar sobre el Altísimo: Él es el Uno, el Eterno, sin principio ni final y nada puede serle comparable (Corán 112). ¡Que desafiante resulta en el Reino de la Cantidad! Aquí donde lo cuantitativo es ley y lo material es norma. Si no se cuantifica y nuestros sentidos son incapaces de procesarlo no existe. Para muchos no creyentes Allah es un concepto imaginario, para algunos creyentes Allah es un concepto abstracto, para otros incluso un concepto difuso. En tiempos donde la metafísica ha muerto, el creyente nada a contracorriente para volver a sentir que el centro de la realidad es el Altísimo.
Allah da sentido al vacío del cosmos, da sentido al errar existencial del ser humano, marca los ciclos y el latir de la naturaleza y revela Sus signos a los seres humanos. Aquel que observa encuentra, no es un ejercicio de búsqueda sino de contemplación ante la realidad. La contemplación es el previo paso para que se manifieste la hierofanía (tajally) que Él ha dispuesto para nosotros, un tajally que, curiosamente, se revelará en nuestro interior.
A veces no sabemos conceptualizar a Allah y, aunque alguno podría verlo como un terreno peligroso, me gustaría reflexionar sobre ello. Lo vemos como algo muy lejano, si bien Él, Altísimo y Poderoso, nos ha dicho que está más cerca que nuestra yugular (Corán 50: 16). Otras nos asombramos con Sus actos visibles, que se nos hacen incomprensibles para nuestra lógica limitada. Frente a la duplicidad de las posibilidades para nosotros en Él solo hay unicidad que se revela total. Tan solo el recuerdo meditativo (dhikr) puede ayudarnos a purificar el deseo de control de la realidad, haciéndonos que nos postremos ante Su presencia, ante Su mensaje, ante Su realidad (haqiqa). Todo converge en su unicidad (tawhid).
En ese momento se hace el silencio, nada queda. La vacuidad, tan plena, se apodera de la realidad y entonces todo se diluye. Es el instante en el que, prosternados en sujud ante Él, todo toma sentido. ¿Y después?
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El din islámico ofrece al creyente sincero la oportunidad de trascender en el silencio, en una plenitud calmada. La metáfora del mar de conocimiento ha sido usada durante generaciones, un mar proceloso y destructor o un mar en calma. El creyente es capaz de ver que ya sea en la majestuosidad (jalal) o en la belleza (jamal) existe la misma experiencia.
La plenitud calmada, que es una de las manifestaciones de Allah, se manifiesta en ambas por igual. Esta experiencia requiere de un excelente control del cuerpo a través de la ‘ibada, pero también de la mente a través del dhikr. El corazón cuerdo (lubb) coordina a ambas, invitando a purificarse, a la espera de la manifestación de Allah en ese silencio pleno. Hay una experiencia sobrecogedora que es cuando las palabras, durante el dhikr, comienzan a dejar de tener valor, se van diluyendo para perder sus significados, dejan de ser signos para invitarnos a ver que solo se han usado para evocar un recuerdo. Por eso, hay quien traduce ma‘rifa como un re-conocimiento de algo que ya existía en nosotros, de un recuerdo del Altísimo que en sus nombres se había transpuesto… La sakina nos invita a percibir todo esto como un viento agradable.
A diferencia de los mundos orientales, el islam no invoca la nada o el vacío, sino que nos invita a contemplar la plenitud, a veces silenciosa, otras imperceptible, de Allah. La plenitud no se manifiesta ante nuestros sentidos, pero lo hace ante nuestro corazón cuerdo. Como en la historia de Ibrahim (as), Él siempre está ahí y justo en el instante en el que vaya a descender el cuchillo lo hará detener. Así, nuestra época sufre incapacidad para oír el silencio, para oír el instante de Allah, pero también sufre un problema para ver su plenitud. Plenitud que se manifiesta en el propio ser humano, en la Creación (khalq) de la que Él es parte. Dice el Corán:
Sobre Allah se establece la dirección al Sendero y algunos de él se desvían. Si Él hubiera querido todos habríais sido dirigidos. Él es quien hizo descender el agua del cielo, de ella bebéis y con ella emerge el pasto para vuestro ganado, con ella crecen el grano, los olivos, las palmeras, las viñas y todos los frutos. Un Signo es, ciertamente, para la gente que medita. Y rige la noche y el día, el sol y la luna, y las estrellas para vuestro beneficio. Un Signo es, ciertamente, para la gente que medita. Y para vosotros multiplicó en la tierra muchos colores. Un Signo es, ciertamente, para la gente que acepta la admonición. Él rige el mar para que os beneficie para que de él comáis carne fresca y tengáis aderezos que portar. Y contemplas las naves cortando las olas, buscando Su generosidad. Quizás así seáis agradecidos… Y Él arraigó firmemente en la tierra las montañas evitando que sobre vosotros caigan, y dispuso ríos y caminos. Quizás así seáis agradecido… y lindes y astros con los que ellos pueden guiarse. ¿Acaso el Creador es como aquel que no crea? ¿Por qué no recordáis? (Corán 16: 9-17)
En la sura de Las Abejas este fragmento muestra la fuerza de la Creación que no es, sino, un reflejo del Jardín. El islam no niega la realidad ni lo material, solo invita a no absolutizarla, a no idolatrarla, a no convertirla en una realidad completa. Sino a vivirla, a apreciarla, a respetarla y a saber que también es de Allah la plenitud manifiesta. Parte de la crisis climática se debe a esto mismo, un olvido de lo manifiesto, en nuestro mundo. Y esta es una de las señales de un mundo en el que se banaliza la naturaleza, el cuerpo o la vida.
La idolatría lucha contra la oportunidad de reconocer la manifestación de Allah en la realidad, pues quiere circunscribirla a un solo espacio, a una sola palabra, a una idea o a una percepción. Sin embargo, la experiencia del creyente es tener confianza (amana) en que la manifestación, silenciosa o plena, llegará justo cuando tenga que llegar. Ese es el tawakkul, esa es la rahma del instante. Y desde ahí, insh’Allah, que podamos seguir hasta el Jardín. Quiera Allah permitirnos vivir en taqwa, viendo Su silencio y oyendo Su plenitud.
Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.
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