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lunes, 22 de febrero de 2010

EL MITO DE LOS SEIS MILLONES DE JUDIOS MUERTOS

PROPAGANDA SIONISTA



----- Original Message -----
From: Claudio Ernesto Gershanik
Sent: Sunday, February 21, 2010 11:36 AM
Subject: [diasporaNoticias] Re: [SusNoticiasVerdade ras] EL MITO DE LOS 6 MILLONES -----------] Fósforo blanco en Gaza, premiado en World Press Photo-


La población judía en Europa


En 1933, la población judía de Europa era de aproximadamente 9.500.000 de personas, una cifra que representaba más del 60% de la población judía mundial del momento, estimada en 15.300.000 personas.

La mayoría de los judíos en la Europa anterior a la guerra residían en la Europa oriental, y las comunidades más grandes se encontraban en Polonia, con cerca de 3.000.000 de judíos; la parte europea de la Unión Soviética tenía 2.525.000; Rumanía 980.000, y los tres Estados bálticos tenían una población judía combinada de 255.000 personas (95.000 en Letonia, 155.000 en Lituania y 5.000 en Estonia).

En la Europa central, la comunidad judía más importante era la de Alemania, con unos 525.000 miembros; después venía Hungría, con 445.000, Checoslovaquia con 357.000 y Austria con 220.000. En los países occidentales la comunidad más grande era la de Gran Bretaña, con 300.000 judíos; Francia, con 220.000, y Holanda, con 160.000. En la Europa del sur, Grecia tenía la mayor comunidad, con 73.000 judíos; también había comunidades importantes en Yugoslavia (70.000), Italia (48.000) y Bulgaria (50.000).

Antes de la llegada del Nazismo al poder, en 1933, Europa tenía una cultura judía dinámica y altamente desarrollada. En poco más de una década, la mayor parte de Europa sería conquistada, ocupada o anexada por la Alemania nazi y la mayoría de los judíos (dos terceras partes) fueron asesinados.

Aproximadamente seis millones de judíos murieron en el Holocausto. Las comunidades judías de toda Europa fueron transformadas durante los doce años que duró el Tercer Reich. Muchos de los supervivientes tuvieron la determinación de abandonar Europa y comenzar una nueva vida en Israel o los Estados Unidos. Los cambios demográficos provocados por el Holocausto y por la emigración judía fueron asombrosos.

La población judía pasó de 9.500.000 de personas en 1933 a menos de 3.500.000 en 1945. En 1933, el 60% de la población judía vivía en Europa; en 1950, la mayoría de la población judía (51%) vivía en América (del Norte o del Sur), mientras que sólo una tercera parte de la población mundial continuaba viviendo en Europa.

Las comunidades judías de la Europa oriental fueron devastadas. En 1933, Polonia tenía la población judía más importante de Europa, superando los tres millones, mientras que en 1950 se había reducido a unas 45.000 personas. Lo mismo sucedió en Rumanía, que pasó de 980.000 a 280.000 personas, en el mismo período. La población judía checa se redujo de 357.000 personas en 1933 a 17.000 en 1950, y la de Austria de 220.000 a apenas 18.000.

En la Europa occidental, las comunidades más importantes continuaron siendo la de Gran Bretaña, con aproximadamente 450.000 judíos (300.000 en 1933) y Francia, con 235.000 personas (225.000 en 1933). En el sur de Europa, la población judía cayó dramáticamente: en Grecia pasó de 100.000 en 1933 a 7.000 en 1950; en Yugoslavia de 70.000 a 3.500; en Italia de 48.000 a 35.000, y en Bulgaria de 50.000 a 6.500, aunque la reducción de la población judía búlgara fue el resultado de la emigración de posguerra.

Por tanto, podemos ver que el foco demográfico de la población judía europea pasó de la zona oriental a la occidental.

zona
1933
1950
diferencia
Europa
Polonia
Rumanía
Alemania
Hungría
Checoslovaquia
Austria
Gran Bretaña
Francia
Grecia
Yugoslavia
Italia
Bulgaria
9.500.000
3.000.000
980.000
565.000
445.000
357.000
250.000
300.000
225.000
100.000
70.000
48.000
50.000
3.500.000
45.000
280.000
37.000
190.000
17.000
18.000
450.000
250.000
7.000
3.500
35.000
6.500
36,84%
1,50%
28,57%
6,55%
42,70%
4,76%
7,20%
150,00%
111,11%
7,00%
5,00%
72,92%
13,00%

Antes de la toma del poder nazi, en 1933, Europa tenía una cultura judía vibrante y madura. Hacia 1945, la mayoría de los judíos europeos habían sido asesinados, y la mayoría de los supervivientes decidió abandonar Europa. Cientos de miles se establecieron en Israel, los Estados Unidos, Canadá, Australia, Gran Bretaña, América del Sur y Sudáfrica.

La comunidad judía en Alemania, antes de 1933

De acuerdo con el censo del 16 de junio de 1933, la población judía de Alemania, incluyendo la región del Sarre, que en aquellos momentos estaba bajo administració n de la Liga de Naciones, era de aproximadamente 505.000 personas, de una población total de 67.000.000 (menos del 0.75%). Este número representaba una reducción de la cifra estimada de 523.000 judíos que vivían en Alemania en enero de 1933, una reducción que fue debida, en parte, a la emigración que siguió a la llegada al poder del nazismo; se estima que unos 37.000 judíos emigraron de Alemania durante 1933.

Aproximadamente el 80% (unas 400.000 personas) de los judíos de Alemania tenían la nacionalidad alemana. El resto eran mayoritariamente judíos de ciudadanía polaca, aunque muchos de ellos habían nacido en Alemania y tenían estatus de residentes permanentes.

Aproximadamente un 70% de los judíos en Alemania vivían en zonas urbanas, con un 50% viviendo en las diez ciudades alemanas más grandes. La comunidad más importante estaba en Berlín: unas 160.000 personas en 1925, aunque representaba menos del 4% de la población de la ciudad. Otras grandes comunidades judías estaban en Frankfurt am Main (26.000), Breslau (20.000), Hamburg (17.000), Colonia (15.000), Hannover (13.000) y Leipzig (12.000). Sin embargo, en 1933 una quinta parte de los judíos alemanes vivía aún en pequeñas ciudades.

Aunque a comienzos del siglo XIX la población judía alemana vivía mayoritariamente en zonas rurales y pequeñas ciudades, hacia 1900 la tendencia se había invertido y casi toda esa población, aunque no toda, vivía en grandes ciudades. Mientras el 60% de los judíos alemanes en 1910 vivían en zonas urbanas con más de 100.000 habitantes, en 1933 más del 70% residía en ciudades. Sólo el 10% vivía en zonas rurales, el 20% en pequeñas ciudades y pueblos. De acuerdo con el censo de 1925, 564.973 judíos vivían registrados en la República de Weimar, el 71.5% de ellos residiendo en la provincia alemana más grande, Prusia.

Se desarrolló una organización única en la Europa central, la Gemeinde (comunidad), que servía como punto focal para la vida judía alemana. Creada para centralizar las actividades locales judías, la Gemeinde abarcaba a todos los judíos del país, incluyendo a los no-ciudadanos alemanes. Estas comunidades, que durante la República de Weimar se convirtieron en corporaciones públicas, fueron convertidas en las interlocutoras del gobierno a la hora de organizar los asuntos comunales y religiosos de la comunidad judía: alquilaban rabinos y funcionarios religiosos, mantenían y construían sinagogas, establecían una serie de instituciones, entre ellas periódicos, asociaciones sociales, bibliotecas y fondos de caridad. Los impuestos recogidos por el gobierno en beneficio de los judíos o por la comunidad misma, eran destinados a mantener las actividades comunales.

Dentro de las Gemeinden, los judíos expresaban identidades comunitarias en diferentes formas: participación en movimientos juveniles, en el ámbito local, en grupos sionistas, nuevas escuelas judías, fraternidades estudiantiles, sociedades deportivas, bibliotecas judías, sociedades corales, artes visuales y museos judíos.

En el ámbito nacional, los judíos se organizaron en 1893 contra los ataques antisemitas, en la Unión Central de Ciudadanos alemanes de Fe Judía. Otras organizaciones, como la Asociación del Reich de Soldados del Frente judíos (más de 100.000 alemanes judíos sirvieron durante la Primera Guerra Mundial, y unos 12.000 cayeron en combate), o la Liga feminista de mujeres judías, fundada en 1904, indican las muchas formas de solidaridad étnica entre los judíos alemanes antes y después de la Primera Guerra Mundial.

Los intentos de promover un sentido de identidad judía en Alemania diferían en aspectos importantes de la vida asociativa judía en la Europa oriental. Los judíos alemanes no desarrollaron sindicatos y muy pocas asociaciones profesionales. Aunque muchos judíos individuales eran aclamados en actividades artísticas y culturales, como la música y el teatro, pocas veces se organizaban bajo auspicios judíos.

Las carreras profesionales de los judíos alemanes diferían marcadamente de las de la población en general. Las prohibiciones históricas para ejercer muchas profesiones provocaron que los judíos estuvieran desproporcionadamen te representados en algunas áreas de la economía, como el periodismo, el derecho, la medicina, etc. Concentrándose en un número reducido de profesiones, los judíos eran especialmente visibles a las críticas, a menudo violentas, de la República de Weimar. Mientras muchos judíos alemanes eran de clase media, una proporción significativa de los judíos que vivían en la República eran refugiados de la Europa oriental que hablaban yiddish, y tenían una existencia humilde como trabajadores industriales, artesanos o vendedores ambulantes. La hiperinflació n de comienzos de los años 1920 y la Gran Depresión de los 1930, complicaron enormemente las vidas de la práctica totalidad de los judíos alemanes.

Cuando los nazis llegaron al poder, en 1933, los judíos vivían en prácticamente la totalidad de los países de Europa: más de nueve millones vivían en los 21 países que fueron ocupados por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.

Las poblaciones judías más grandes se concentraban en la Europa oriental, incluyendo Polonia, la Unión Soviética, Hungría y Rumanía, y muchos de ellos vivían en ciudades y pueblos predominantemente judíos, denominados shtetls. Estos judíos orientales vivían completamente separados, dentro de una cultura minoritaria: hablaban su propia lengua (yiddish, que combinaba elementos de alemán y hebreo), leían libros, iban al teatro y veían películas en yiddish. Aunque muchos jóvenes judíos en las grandes ciudades habían comenzado a adoptar formas modernas de integrarse y vestir, los más ancianos a menudo se vestían tradicionalmente.

En comparación, los judíos de la Europa occidental (Alemania, Francia, Italia, Holanda y Bélgica) tenían comunidades mucho menos importantes, y tendían a adoptar la cultura de sus vecinos no judíos. Se vestían y hablaban como sus homólogos no judíos y las prácticas religiosas y la cultura yiddish jugaban un papel mucho menos importante en sus vidas. Tenían una educación más formal que los judíos orientales y vivían en zonas predominantemente urbanas.

Los judíos “asimilados” podían ser encontrados en todos los aspectos de la vida diaria como agricultores, sastres, mano de obra, doctores, profesores, maestros, propietarios de empresas, etc. Esto llevó a la conclusión de que todos pertenecían a estos grupos, pero algunas familias tenían posibilidades económicas, mientras otras eran pobres.

A pesar de todas las diferencias, todas estas familias eran similares en un aspecto: hacia mediados de los años 1930, con la llegada al poder del nazismo en Alemania, se convirtieron en víctimas potenciales y sus vidas cambiaron para siempre.



El 20 de febrero de 2010 22:20, GM4-GMAIL escribió:




EL MITO DE LOS 6 MILLONES

Joaquín BOCHACA
[ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]



Aquí publicamos el libro de Joaquín Bochaca El Mito de los Seis Millones, porque resume numerosos trabajos que no están disponibles en español. No necesariamente compartimos -- hace falta aclararlo acaso -- las ideas de este autor. Disponemos de una versión que ya está publicada en el web, que es una versión scanneada de manera apresurada. Le hemos corregido una gran cantidad de erratas, pero quedan algunas que no podemos corregir, por no tener a nuestro alcance la versión original sobre papel. Si aparece algún lector que nos pueda prestar su ejemplar, haremos las últimas correcciones en breve. Es un ejemplo de la forma nuestra de trabajar: ponemos los documentos a disposición del lector, lo mejor posible, pero sabiendo que el resultado dista de ser perfecto. Agradeciendo su comprensión : AAARGH.



Según el Honorable Winston Churchill, la primera victima de la guerra es la verdad. Difícil resulta discutir la justeza de esta afirmación del viejo león británico. A partir de la guerra franco-prusiana de 1870, y en el curso de todos los conflictos bélicos de nuestro siglo, la propaganda basada en atrocidades, reales o supuestas, del adversario, ha entrado a formar parte delarsenal ideológico, cada vez más indispensable para la obtención de la victoria final.

En el curso de la Primera Guerra Mundial, los Aliados, que monopolizaban casi por entero las agencias de noticias en todo el mundo, acusaron a Alemania de las mayores barbaridades. La propaganda sobre las atrocidades se convirtió en manos de hombres inteligentes pero desprovistos de escrúpulos, en una ciencia exacta. :Increibles historias de la barbarie germánica en Francia y Bélgica crearon el fraude de una excepcional bestialidad de los alemanes; fraude que continúa coloreando la mente de muchas personas en la actualidad. Los ulanos se informó gravemente al mundo se divertían arrojando al aire a los bebés belgas y ensartándoles con sus bayonetas al caer; también cortaban las manos de las enfermeras de la Cruz Roja. La prensa y la radio anglosajonas anunciaron la crucifixión de prisioneros canadienses. Aunque tal vez, la «noticia» más repulsiva y ampliamente puesta en circulación se refería a una fábrica para el aprovechamiento de cadáveres, en la cual, los cuerpos de los soldados, tanto alemanes como aliados, muertos en combate, eran «fundidos» para aprovechar la grasa y otros productos útiles al esfuerzo de la guerra de los Imperios Centrales. El hecho de que Arthur Ponsonby, eminente historiador y político británico, demoliera la fábula, no impidió al Fiscal soviético en el Proceso de Nuremberg de acusar otra vez a Alemania de haber montado una fábrica de jabón hecho con grasa humana, en Danzig, en 1942.

Aún cuando numerosos escritores de la escuela revisionista histórica, tanto en Francia como sobre todo en Estados Unidos, desmitificaron la imagen maniquea de vencedores y vencidos, los que se llevaron la palma del «fair play» fueron, dicho sea en su honor, los ingleses, y su Ministro de Asuntros Exterio res, ante la Cámara de los Comunes, presentó públicamente excusas por todos los ataques al honor de Alemania, reconociendo explícitamente que se trataba de propaganda de guerra. En realidad, esto era normal. En tiempo de guerra la necesidad determina la ley y preciso es reconocer que el coktail de sinceridad, nobleza y cinismo servido por el Secretario del Foreign Office resulta impar en la Historia. Ahora bien, una confesión de ese talento no se ha hecho tras la Segunda Guerra Mundial. Al contrario, en vez de difuminarse con el paso del tiempo, lá propaganda sobre las atrocidades alemanas y, de manera especial, la manera co mo fueron tratados los judíos europeos durante la ocupación de buena parte del Continente por las tropas de la Wehrmacht, ha ido en aumento. Hoy en día, en la Televisión australiana y en la noruega, en la soviética y en la norteamericana aparecen docenas de films sobre los campos de concentración. La literatura concentracionaria, a los treinta y tres años de finalizada la trage dia, continúa lanzando nuevas ediciones al mercado. Matilleando retinas y cerebros de las gentes, una cifra horrorosa: Seis millones de judíos asesinados por los alemanes. El mayor genocidio de la Historia, perpetrado con increíble brutalidad en la tierra que vió nacer a Kant y a Beethoven, a Goethe y a Schiller.

La misma magnitud de tan horrendo crimen colectivo ha movido a centenares de historiadores a ocuparse del tema. Desde las ediciones de lujo, encuadernadas en piel y gravemente recomendadas por los titulares de cátedras univesitarias, hasta las ediciones de bolsillo con cubiertas alucinantes han llegado a imponer como axiomática la tesis de que, efectivamente, seis millones de personas, sin otro motivo que su pertenencia a un grupo racial determinado, fueron exterminadas por diversos procedimientos, destacando entre ellos, los gaseamientos y las incineraciones, en vivo, en los hornos crematorios. Pero muchos otros escritores e historiadores han puesto en duda, o han negado resueltamente, la realidad del holocausto. En las páginas que siguen creemos haber demostrado, de manera irrefutable, que éstos tienen razón y que el hecho de pretender sostener, hoy en día, que entre 1939 y 1945 seis millones de judíos fueron exterminados, a consecuencia de una política Oficial de las autoridades alemanas es una acusación cuyo único fundamento son sus móviles políticos. El Autor se da perfecta cuenta de que, como toda afirmación que no sigue la corriente de las verdades oficiales, la conclusión establecida en el párrafo precedente será mal acogida por los más. No obstante es el resultado de una investigación iniciada sin ideas preconcebidas, varios años ha, y basada en la lectura de casi tres centenares de obras versando sobre este tema, así como más de un millar de artículos periodísticos. Es también resultado de innumerables conversaciones con supervivientes de la persecución nazi, todos ellos milagrosamente salvos. Y es, finalmente, consecuencia del sencillo manejo de la Aritmérica y del sentido común.

Tal como el lector podrá comprobar por la lectura de las páginas que siguen y por la bibliografía de la presente obra, se excluyen deliberadamente los testimonios exculpatorios de los acusados o de personas que hubieran desempeñado un cargo público en Alemania o en Austria entre 1933 a 1945. Unicamente citanios, en apoyo a nuestra demostración, a testimonios de parte contraria, a enemigos de Alemania o del régimen nacionalsocialista y a diversos autores políticos judíos. En las páginas.que siguen se revela, no solo la falsedad de la imputación de que seis millones de judíos fueron exterminados por los nazis, sino los motivos que hay para que poderosas Fuerzas Internacionales estén desesperadamente interesadas en la persistencia de ese fraude.

Por los motivos, razones, excusas o pretextos que fueran, la Alemania Nacionalsocialista, considerando a su comunidad judía como un elemento halógeno y hostil a la nación, tomó una serie de medidas administrativas y políticas, destinadas a limitar progresivamente, hasta llegar a la eliminación de su influencia social y política dentro de los límites territoriales del III Reich. No es propósito de esta obra elucidar el fundamento o la improcedencia de los reproches formulados por el gobierno alemán contra los judíos de nacionalidad alemana, No obstante, preciso es dar un salto atrás para examinar los antecedentes históricos que determinaron la hostilidad del Pueblo Alemán contra su comunidad judía. Si la expresión «Pueblo Alemán» parece desenfocada y excesiva en este caso, puede sustituirse por «Movimiento Nazi», pero no debe olvidarse que los nazis, llegados al poder a consecuencia de una victoria electoral, no disimularon nunca sus tendencias antijudías, perfectamente plasmadas en su programa, conocido desde 1923 y reiteradamente proclamado en múltiples ocasiones, y que una mayoría de electores dieron su voto a este programa.



A mediados del Verano de 1916, el Gabinete de Guerra Británico, obligado por las circunstancias adversas, empezó a considerar seriamente la posibilidad de aceptar la oferta alemana de una paz negociada sobre la base de un statu quo ante. La situación era desesperada para Inglaterra. Las trópas alemanas ocupaban gran parte Bélgica y Francia; Italia se tambaleaba ante los rudos golpes del Ejército Austro-Húngaro; el gigante ruso se desmoronaba. La campaña submarina alemana había logrado un efectivo bloqueo de Inglaterra, cuyas reservas de alimentos apenas alcanzaban para tres semanas; el Ejército Francés de amotinaba... Desde el principio de la guerra, la Gran Bretaña había prodigado sus aperturas hacia prominentes financieros norteamericanos, de origen judío-alemán con objeto de enrolar a los Estados Unidos al servicio del esfuerzo de guerra británico. Esas aperturas no se vieron en principio, coronadas por el éxito, debido especialmente al hecho de figurar en el bando Aliado la Rusia Zarista, cuya actitud hacia los judíos fue, tradicionalmente hostil. Ello trajo como consecuencia un fuerte sentimiento de hostilidad a Inglaterra por parte de la Finanza norteamericana. Además, Alemania estaba demostrando una dosis de consideración y benevolencia para con los judíos del Este de Europa, particularmente en la ocupada Polonia, donde eran muy numerosos. La diplomacia inglesa fué incapaz de contrarestar, desde 1914 hasta 1916, los fuertes Sentimientos pro-alemanes de los financieros norteamericanos.

Los sionistas se enteraron pronto de la oferta de paz hecha por Alemania a Inglaterra. También se enteraron de que el Gábinete de Guerra británico estaba considerado seriamente la posibilidad de aceptar la oferta germánica. Lossionistas, encabezados por Lord Rothschild y Lord Melchett, de Londres, propusieron un acuerdo entre el Gobierno Británico y la Organización Sionista Mundial, según la cual, a cambio del reconocimeinto de un Hogar Nacional Judío en Palestina, se comprometían a usar su influencia para conseguir la entrada de los Estados Unidos en la guerra, al lado de Inglaterra y sus Aliados. Con objeto de lograr mantener su liderazgo mundial, la Gran Bretaña optó por seguir luchando, con los Estados Unidos como Aliado, rechazando las ofertas alemanas. La sagacidad tradicional de los políticos ingleses falló en esta ocasión. Olvidaron que los que buscan protectores, sólo encuentran amos, y sólo vieron que con la ayuda norteamericana y el desangre de Francia podrían derrotar a Alemania e impedir la construcción de la vía férrea Berlín-Bagdad que, evidentemente, ponía en peligro la hegemonía mundial inglesa.

Los hombres de Westminster y del Foreign Office, aparentemente, sólo veían un aspecto de la situación. Creían que la aceptación de la oferta de paz alemana, una paz empate, dejaría al Reich las manos libres para proceder a la puesta en marcha del proyectado ferrocarril, que, en sólo ocho días permitiría trasladar un ejército desde Hamburgo, en el Mar del Norte, hasta Bassorah, en el Golfo Pérsico, por la concesión otorgada al Kaiser Guillermo II por su amigo personal y aliado, el Sultán del Imperio Otomano.

En el momento de estallar la I Guerra Mundial, el Imperio Otomano incluía los territorios conocidos desde las Conferencias de Paz de Versalles, en 1919, como Turquia, Líbano, Siria, Irak, Arabia Saudita, Yemen, Kuwait, Palestina y Jordania. Según la concesión otorgada por el Imperio Otomano al Reich Alemán, la vía férrea enlazaría, en territorio otomano, las ciudades de Constantinopla y Bassorah. Alemania tendría un rápido, eficaz y seguro acceso a los mercados y a los recursos naturales del Lejano Oriente, sin estar a la merced de la «Home Fleet». Hasta entonces, el tráfico alemán sólo podía hacerse por vía maritima, a través del Mediterráneo, con la aún inexpugnable fortaleza de Gibraltar en un lado y en el Canal de Suez, controlado por Inglaterra, en el otro. Sólo quedaba la ruta del Cabo de Buena Esperanza, igualmente dominada por Inglaterra. La ruta más corta entre Hamburgo y Bombay requeria, entonces, cuatro semanas, que los ingleses podían convertir en seis o siete con sólo crear problemas burocráticos en Port-Said o en Suez, y la más larga de nueve o diez semanas. El mismo viaje requeriría de seis a ocho días, a un costo mucho más reducido, por la yia férrea Berlin-Baghdad.

Salta a la vista que la realización de esa Vía férrea era un peligro para la hegemonía militar y comercial, y, en definitiva, política, de Inglaterra. El joven Imperio Alemán era, potencialmente, un contrincante peligroso. Además el Sultán del Imperio Otomano, tras ser derrotado por la Rusia Zarista poco después de la Guerra Franco-Prusiana de 1870, concertó un acuerdo con Guillermo II para la reorganizació n de su ejército por instructores militares alemanes. Una gran amistad personal surgió entre el Kaiser y el Sultán, lo que evidentemente facilitó la concesión de la Vía férrea Berlin-Baghdad. La diplomacia británica apeló sin éxito a toda fase de halagos y presiones para que la concesión fuera cancelada, pero fracasó en sus propósitos. En vista de ello, Inglaterra ofreció costear la construcción de la vía férrea, a cambio de la mitad de los derechos de la concesión. La propuesta inglesa se completaba con la oferta de dividir, prácticamente, el mundo, en dos esferas de influencia, esperando con ello monopolizar el comercio mundial entre la Gran Bretaña y el Reich, lo cual prometía inmensos beneficios mutuos, aún cuando Inglaterra seguiria siendo, en ese caso, el «primus inter pares», políticamente hablado.

Alemania era una joven nación que aún no pocha financiar, sóla, la realización de aquella inmensa obra, Pero la oferta inglesa fué rechazada. Alemania entonces, podía sólo financiar la construcción de tramos limitados, y aún ello con la asistencia de los banqueros alemanes, muchos de ellos y los más prominentes de raza judía, y deseosos de prestar dinero a su gobierno. Los políticos ingleses, cada vez más preocupados por el creciente pretigio del «Made in Germany» y por el inmenso aumento de poder militar, comercial y político que concedería a Alemania la construcción del ferrocarril Berlin-Baghdad, decidieron que la única solución que les quedaba era aplastar a Alemania en una guerra que eliminara para siempre la amenaza de la tan temida vía férrea. Estaba claro que si el Reich era derrotado, en su caída arrastraría a su aliado otomano, cuyo territorio se convertiría en botín de guerra en la posterior conferencia de paz dictada por Londres,cortando así el paso terrestre de Alemania, Austria-Hungrí a o Rusia hacia la India, la clave de bóveda de todo el Imperio Británico.

Con tal propósito Inglaterra premeditó, provocó y precipitó la I Guerra Mundial para aplastar a Alemania. En. 1904, la Gran Bretaña hizo aperturas diplomáticas a Francia, en busca de una «alianza defensiva conjunta» contra Alemania. Los franceses, humillados por el recuerdo de la severa derrota en 1870, aceptaron inmediatamente la propuesta. El recuerdo da Sedán no fué el único motivo, ni siqúiera el principal. Más importantes fueron el temor francés ante la fenomenal expansión militar e industrial de Alemania, y la dependencia política de Paris con respecto a Londres, después del bofetón diplomático de Fashoda. Francia no estaba en posición de rehusar la oferta. Inglaterra propuso luego a la Rusia Zarista una alianza similar, también «defensiva» y también contra Alemania. A cambio de la participación rusa en la Entente, Gran Bretaña se comprometía a hacer posible la realización del viejo sueño moscovita del control de los Dardanelos, como paso a los «puertos de aguas calientes». Rusia seria recompensada con los despojos del Imperio Otomano, el aliado de Alemania.

La activa y admirable diplomacia inglesa logró enrolar aún nuevos miem bros en la Entente, como Italia apartandola de la alianza alemana el Japón, Portugal, Serbia y Montenegro. Habiendo completado el cerco estratégico de Alemania, los diplomáticos británicos esparcidos por todo el mundo, hicieroncuanto estuvo en su mano para provocar a Alemania con objeto de que ésta cometiera un «acto de agresión» calificado. La oportunidad codiciada por Inglaterra se produjo en Julio de 1914, con motivo del asesinato del Principe heredero de la Corona Austríaca, Francisco Fernando. Ninguna persona en su sano juicio, puede aceptar que ese asesinato fué la «razón» o la «causa» de la I Guerra Mundial. Ello fué sólo la excusa para la puesta en marcha del plan británico para aplastar a Alemania. No importa establecer si fué Alemania, o si fué la Rusia Zarista quien movilizó primero a sus tropas, o si fué un ejército o el otro quien primero se internó, en unos centenares de metros, en territorio enemigo. La confusión, intencionadamente creada, por el retraso en las comunicaciones, hizo la guerra inevitable.

No obstante, en el transcurso de los dos primeros años, la suerte de las armas fue totalmente adversa a Inglaterra y sus Aliados, Pero la entrada en guerra de los Estados Unidos como nuevo y decisivo aliado de Inglaterra transformó las victorias alemanas de 1914 hasta 1917 en la ignominiosa derrota de 1918. Es innegable que el Acuerdo de Londres, del que saldría la posterior Declaración Balfour para la creación de un Hogar Nacional Judío en Palestina fué el causante de la entrada de los Estados Unidos en la contienda y la posterior derrota de Alemania.

Los alemanes han estado siempre convencidos de que si los sionistas no hubieran propuesto los Acuerdos de Londres al Gabinete de Guerra Británico, el Gobierno Inglés hubiera aceptado la propuesta alemana de paz y la guerra hubiera terminado en 1916 y no en 1918.

Siempre existieron relaciones sumamente cordiales entre Alemania y la Organización Sionista Mundial, cuya sede central, hasta el año 1915, se hallaba en Berlín. Durante siglos Alemania había sido el refugio de los judíos procedentes de Rusia y Polonia, de donde huían por la frecuencia de los «pogroms» que allí sufrían. El Edicto de Emancipación, dictado en 1812, dió a los judíos la igualdad de los derechos civiles con los alemanes, en la mayor parte de los territorios de la actual Alemania. Ningún otro país, ni siquiera la Francia Republicana, había concedido aún la total igualdad a los judíos. El Edicto de Emancipación atrajo a los judíos a Alemania con preferencia a otros países..

El Kaiser apeló en numerosas ocasiones, entre 1895 y 1915, al Sultán, en favor de los sionistas. Guillermo II deseaba que el Imperio Otomano garantizara una concesión territorial a los sionistas para la creación de un «Estado Judío» en Palestina; incluso se desplazó personalmente a visitar al Sultán con este propósito. Los esfuerzos del Kaiser en pro de la causa sionista continuaron hasta 1916, cuando se produjo el Acuerdo de Londres, calificado por un judío norteamericano, Benjamín Freedman, de «puñalada por la espalda». (1) La mala disposición del Sultán hacia el proyecto, el hecho de que Alemania ofreciera a Inglaterra una «paz tablas», sin cambios territoriales y con retomo a las fronteras de 1914; la situación en que se encontraba Inglaterra, que la obligaría a aceptar cualquier condición a cambio de la ansiada participación norteamericana en la contienda, movieron a los prohombres del Sionismo a proponer su ayuda a la Gran Bretana.

Numerosos escritores norteamericanos (2) han narrado detalladamente las medidas tomadas por el movimiento sionista para hacet entrar en la guerra a los Estados Unidos. Curioso es el cambio, que, en unos meses, se hace dar al Presidente Woodrow Wilson, un auténtico «détraqué» sujeto a deficiencias psico-sexuales. Cuando, al principio de 1916, el Sionismo todavía espera que el Kaiser obtendrá para los judíos el territorio de Palestina y Wilson hace tentativas para obtener la paz (una «pax germanica») y Londres y Paris ni siquiera se dignan responder a sus propuestas, Wilson exclamará que «ingleses y franceses hacen gala de una exasperante malafé». (3)

Por otra parte, la Gran Prensa americana cambió bruscamente de orientación a partir del Acuerdo de Londres; la propaganda aliadófila alcanzó grados de delirante apología y las provocaciones antialemañas se multiplicaron al mismo tiempo que se organizaba la masiva ayuda norteamericana a Inglaterra. Finalmente, en Abril de 1917, y tomando como pretexto el hundimiento del transatlántico «Lusitania», que iba armado y cargado de municiones con destino a Inglaterra, el Gobierno de los Estados Unidos declaró la guerra a Alemania. En realidad, no era más que un burdo pretexto pues, al fin y al cabo, el Lusitania fué hundido en febrero de 1915 y los Estados Unidos declararon la guerra en Abril de 1917, veintiseis meses más tarde. (4)
El pueblo alemán no tuvo conocimiento de esa traición de quien se suponía un viejo y fiel aliado hasta el año 1919, en plena Conferencia de Paz de Versalles el tratado que los alemanes de todos los matices políticos calificaron «Diktat» cuando 117 dirigentes sionistas, casi todos ellos nacidos en Alemania u oriundos de la misma, le reclamaron a Inglaterra el pago de su «libra de carne», es decir, la entrega de Palestina.

Hemos considerado necesario extendernos tal vez excesivamente en los antecedentes históricos que marcan la ruptura de la vieja alianza, al menos en términos de Política entre Alemania y el Movimiento Sionista, y transforman la amistad tradicional en profunda aversión. Dicha aversión iría en aumento a medida que se hacían patentes las duras cláusulas de paz impuestas a Alemania: pérdida de todas sus colonias; incautación de su Marina; amputaciones territoriales en la metrópoli y una tremenda contribución de guerra.

Es evidente que no se podía hacer cargar a los judíos alemanes con las culpas del Movimiento Sionista, a pesar de la representatividad que éste quisiera irrogarse. Pero también es evidente y comprensible que, en la post-guerra, y en la crisis que siguió, se desarrollara en Alemania una corriente anti-judía. Los pueblos se mueven por sentimientos, por corrientes de simpatías y antipatías, y no por silogismos más o menos bien construidos.

Además, ciertos prohombres sionistas, en vez de guardar prudente silencio consideraron necesario estallar una absurda arrogancia. Así, por ejemplo, cuando Lord Melchett (a) Alfred Mond (a) Moritz, judío oriundo de Alemania y presidente del trust «Imperial Chemical Industries» declaró ante el Congreso Sionista, reunido en New York:

«Si yo ós hubiese dicho en 1913 que discutieramos sobre la reconstrucció n de un Hogar Nacional Judío en Palestina, me hubieseis tomado por un ocioso soñador; si os hubiese asegurado entonces que el archiduque austríaco seria asesinado y que, de todo lo que se derivaría de tal crimen surgiría la posibilidad, la oportunidad y la ocasión de crear un Hogar Nacional Judío en Palestina me hubierais tomado por loco. ¿Se os ha ocurrido alguna vez pensar cuán extraordinario es que de toda aquella confusión y de toda aquella sangre haya nacido nuestra oportunidad? ¿Creéis de veras que sólo es una casualidad todo esto que nos ha llevado otra vez a Israel?». (5)

O la frase lapidaria del israelita francés, oriundo de Alemania, Simon Klotz, cuando se discutía la cuantía de la contribución de guerra a imponer a Alemania: «Le boche payera tout» (El alemán lo pagará todo).

Otra causa que contribuyó poderosamente a deteriorar las relaciones entre alemanes y judíos fué la desproporcionadamen te elevada cantidad de hebreos que tomaron parte en las llamadas «revoluciones sociales» que estallaron en Alemania en 1918; revueltas comunistas que minaron la moral del pueblo en momentos críticos de la contienda y contribuyeron a la derrota del país. Judío era el comisario del pueblo Hugo Haase líder de los «socialistas independientes» , así como el abogado Karl Liebknecht y la escritora Rosa Luxemburg, jefes de la «Liga Espartaquista» . Esta liga anunció, el 14 de Diciembre de 1918, que su finalidad era implantación del Comunismo en Alemania.

El Dr. Oskar Khon, Subsecretario de Justicia, recibía dinero del agente soviético Joffe, para la financiación de la revuelta comunista del 9 de Noviembre de 1918. Cuando Joffe, el Embajador soviético, debió abandonar Alemania al haberse descubierto sus actividades, fué substituido por otro correlegionario suyo, Karl Radek (a) Sobelssohn, a cuyo cargo se encomendó la dirección de la propaganda comunista en Alemania. El punto culminante de la acción bolchevique se alcanzó en Munich. El agitador principal en la capital bávara era otro judio, Kurt Eisner quien, en el verano y el otoño de 1918, cuando el combate en el frente estaba en todo su apogeo, excitó a la huelga de los obreros de las fábricas de armas de Munich y quien organizó la revolución, instaurando en Baviera un «Tribunal Revolucionario» ; Eisner se proclamó Presidente del Consejo de Baviera y en calidad de tal dirigió un llamamiento a todas las regiones de la Confederación Germánica, el 10 de Noviembre de 1918 que, en los Códigos Civiles y militares de cualquier pueblo seria considerado como alta traición. Secundaban a Eisner, compartiendo con él las tareas de gobierno una serie de literatos judios, tales como Kurt Muhsam, Levine -Nissen, Levien, Gustav Landauer y Ernst Toller. Otro judio. Karl Kaustky, Subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich, dió la máxima publicidad a todos los documentos que pasaban por sus manos y podian presentar matices más ensombrecedores, debilitando así la posición de Alemania en las negociaciones de paz. Le secundó en ese trabajo el influyente redactor jefe de la «Vossische Zeitung», su correlegionario Georg Bernhard quien abogó con todas sus fuerzas por la firma del Tratado de Versalles que, desde el punto de vista alemán, representaba un verdadero atropello.

Aún después de firmado el tratado de paz, parece persistir una cierta fraternidad entre derrotismo, comunismo y judaísmo, o, al menos, determinados judíos. El «deus ex machina» de la propaganda comunista en Alemania era el israelita Willy Münzenberg, millonario propietario de periodicos de gran circulación, como «Illustrierte Arbeiter Zeitung», «Die Welt am Abend» y «Magazin für Alle». El «Socorro Rojo». otro instrumento comunista bajo capa de beneficiencia social, contaba entre sus fundadores con los judios Arthur Holitscher, Alfons Goldchsmitd, Paul Ostreich, Einstein, Max Harden, Leonhardt Frank y el profesor Elzbacher. Los comandos de acción los asesinos que actuaban por cuenta del Partido Comunista Alemán habían sido fundados y organizados por otro judío, Hans Kippenberger, verdadero causante moral del asesinato de Horst Wessel, considerado por los nacionalsocialistas como su héroe nacional, en cuyo asesinato desempeñó además un importante papel la judía Else Cohn, organizadora del atentado. Estos comandos llevaron a cabo una labor tan eficaz, que los nacionalsocialistas acusaron al Presidente de la Policía de Berlin, Grzesinski, hijo de judío y polaca, de propiciar solapadamente sus actividades. Por otra parte, cuando los miembros de los comandos caían en manos de la Justicia, eran defendidos con notorio éxito por el abogado judio Litten que, convicto de haber tratado de influir en los testigos de sus procesos, fué expulsado del Colegio de Abogados. Los comunistas orientaron sus principales esfuerzos a la infiltración en las escuelas y universidades. La «Karl Marx-Schule» (Escuela Carlos Marx) estaba dirigida por el judío Doctor Fritz Karsen (a) Krakauer, y había sido fundada por otro judío, el Profesor Lowenstein.

También les fué reprochado a los judíos que un miembro de su comunidad Magnus Hirschfeld, fuese patrocinador de la legalización de la Sodomía y su correlegionaria, la Doctora Kienle-Jacubowitz, del Aborto. Pero donde más se destacaron los judíos fue en la literatura bélica y post-bélica: Siegfred Jacobssohn, Kurt Tucholsky, Peter Panter, Ignaz Wrobel, Bernhard Citron, Theobald Tiger, Kaspar Hauser, Alfred Polgar, Fritz Sternberg, Rudolf Leonhardt, Hans Siemsen, Emil Ludwig, Thomas y Ludwig Mann, Remarque, Arnold Zweig y muchos más, todos ellos lanzaron acerbas críticas, durante y después de la guerra, contra todo lo alemán, y en especiañ contra el Ejército. Tucholsky llegó a escribir: «Los militares son asesinos... Los voluntarios de 1914 murieron por una porqueria... El himno nacional es un mal verso, de poesía charlatana». (6)

Otro motivo de crítica de muchos alemanes hacia su comunidad judía lo constiuía el predominio exagerado de ésta en determinados sectores primordiales de la vida de la nación. Así, por ejemplo, una comunidad que, como la Judía, representaba, numéricamente, entre el 0,5 y el 0,7 % (según las épocas) del total de la población, daba un porcentaje de 7,4 % entre los magistrados de todo el país, de ellos doce presidentes de Audiencias Territoriales y de Senados, 109 Magistrados de Tribunales Supremos y altos funcionarios de Audiencias Territoriales. En Berlin, en 1925, los médicos judíos totalizaban el 47,9 %; los abogados el 50,2 %; los farmacéuticos, el 32,2 %; los actores y directores de escena, el 13,5 %; los dentistas, el 37,5 %, los redactores de periódicos el 8,5 %. Los alemanes alegaban que esa preponderancia se había conseguido por medios desleales; los judíos, naturalmente, lo negaban. La misma discrepancia de puntos de vista se observaba con respecto a la afluencia de judíos en la escena política de Alemania, completamente desproporcionada con la población judía del país. En efecto ¿Qué ocurrió en el momento en que Alemania cambió de régimen, en 1919?. en el Gabinete de los Seis, que ocupó el puesto del antiguo Gobierno Imperial, predominaba la influencia de los hebreos Landsberg y Haase; este último se ocupaba de los Asuntos Exteriores, asistido de su correlegionario Kautsky, un bohemio que un año antes ni siquiera poseía la nacionalidad alemana. El judío Schiffer dirigía el Ministerio de Hacienda, con otro judío, Bernstein, como Subsecretario. El Ministro de Gobernación era Preuss, y su Subsecretario, Freund. Otro judío, Fritz Max Cohen era el Jefe del Servicio Oficial de Información. A director del Negociado de Colonias ascendió el hebreo Meyer-Gerhard, y Kastenberg al de Letras y Artes.

En los gobiernos regionales la aportación judía era aún más desproporcionada con relación a su importancia numérica. En el prusiano, ocupaban carteras ministeriales los israelitas Hirsch, Rosenfeid, Futran (un ruso con ciudadania alemana recientemente estrenada), Arndt, Simon, Wurm, Stadthagen y Cohen, este último Presidente del Consejo de Obreros y Soldados. El judio Ernst era Jefe de la Policía de Berlin, mientras el mismo cargo en Frankfurt y en Essen lo detentaban sus correlegionarios Sinzheimer y Lewy. En el Estado de Baviera, el omnipotente Eisner, que se autonombró; residente del Estado. puso a otro judío, Bretano, al frente de los Ministerios de Comercio. Industria y Tráfico. En Hesse, la máxima figura politica era el hebreo Fulda, mientras en Wurtemberg ocupaban relevantes cargos Haiman y Taiheimer.

Dos plenipotenciarios alemanes en las Conferencias de la Paz eran judíos; los principales consejeros también lo eran, empezando por Rathenau y continuando con el banquero Max Warburg, el Doctor von Strauss, Merton, Oscar Oppenheimer, Struck, Brentano, Mendelssohn- Bartholdy y Wassermann. Según la opinión de los nacionalistas alemanes, los judíos nunca hubieran alcanzado tal posición sin la Revolución Marxista que se hizo estallar en el país en el momento critico de la 1 Guerra Mundial, y la Revolución, en cambio, no hubiese estallado son que ellos mismos la hubiesen preparado o própiciado. Según los portavoces de Judaísmo, tal acusación carecía de fundamento. Pero Mr. George Pitter-Wilson, corresponsal del periódico londinense «The Globe» escribió que

«... el bolchevismo significa la expropiación de todas las naciones cristianas, de manera que ningún capital permanecerá en manos cristianas y que los judíos en conjunto ejercerán el dominio del mundo a su antojo». (7)

Por desgracia para la comunidad judia alemana, el quesería apodado «Judas del pueblo alemán» resultó ser un hebreo, Maximilian Harden que con su publicación «Die Zukunft» hizo, durante veinte años, política en gran escala. Ningún otro político ha dado pruebas de mayor versatilidad de principios. Actuando, primero, como censor moralista del Imperio, dió, con sus escritos escandalosos, el golpe de gracia a la monarquía de los Hohenzollern. Durante la guerra mundial, y hasta el giro copernicano dado por el Congreso. Mundial Judío a su orientación política en 1917, fué el único verdadero anexionista de Alemania, que exigía como premio a la victoria nada menos que toda Bélgicá, la costa francesa del Canal de la Mancha y el Congo Belga. (8)

Luego al cambiar la política sionista, este «ultra» del anexionismo prusiano, se opuso a los nacionalistas alemanes que querian continuar la lucha y se convirtió en admirador declarado del Presidente Wilson. Una vez firmado el Armisticio de Compiégne atacó inesperadamente la resistencia nacional contra las onerosas condiciones de paz denominándolas «furia simulada y miserable harto de embustes». (9)

Una parte numéricamente importante del pueblo alemán hizo, al menos, parcialmente responsable a los judíos, o a una parte notable y representativa de la comunidad judía, alemana y extranjera, no tanto de la derrota de 1918 como de las inusitadamente duras condiciones de paz. Esto quedaría confirmado con una inaudita declaración del Ex-Primer Ministro Britanico, Lloyd-George, que manifestaría, años más tarde, ante una sorprendida Cámara de los Comunes:

« En 1917, el Ejército Francés se amotinaba, Italia está derrotada, Rusia muere por la Revolución y América aún no está luchando a nuestro lado.. .Repentinamente nos llega la información de que es de una importancia vital para los Aliados conseguir el apoyo de la comunidad mundial judía...». (10)

Es preciso hacer constar que Lloyd-George no era, ciertamente un antisemita que buscara desprestigiar a los judíos o crearles dificultades; es más, durante varios años fué abogado del Movimiento Sionista de Inglaterra. Para agravar aún más el deterioro de las relaciones entre alemanes y judíos, en los procesos que se incoaron entre 1919 y 1930 contra acaparadores «millonarios de guerra» y, en general, toda clase de delitos de estafa, diversos miembros de la comunidad israelita aparecieron con monótona regularidad en los lugares de honor (sic). Así, hombres como Sklarz, Barmat, Kasmarek, Parvus-Helphand, Kutisker, emigrantes recien llegados de los ghettos del Este de Europa. Jaques Meyer, dirigente de la Central de Compras Alemana en Holanda, que se enriqueció a costa de sus conciudadanos, Ludwig Katznellenbogen, director del mayor de los consorcios cerveceros de Alemania, condenado a prisión por malversación de fondos; los hermanos Fritz y Alfred Rotter, propietarios de un inmenso trust teatral, que huyeron a Francia antes de ser procesados. Todo esto puede ser calificado de «anecdótico», e incluso de «poco representativo» . Pero lo que, según muchos alemanes no necesariamente nazis era verdaderamente representativo es que jamás, en ningún caso. ningún judío prominente, de algún peso específico dentro de la comunidad, alzó su voz para condenar a sus correlegionarios. Esto fué interpretado como una aprobación tácita de su conducta. Esa condena hubiera sido muy útil, aún cuando sólo hubiera servido para contrarestar las campañas anti-alemanas que otros judíos, particularmente desde Francia y los Estados Unidos, desencadenaron entonces, con notoria falta de oportunidad, varios años antes de la llegada de Hitler al poder. Incluso en la propia Alemania, el judío Weiszman Secretario de Estado de Prusia, intervino a favor del convicto estafador Sklarz, destituyendo al fiscal.

La desproporcionada participación de la comunidad judía en la delincuencia alemana fué atestiguada por el escritor hebreo Ruppin quien, a base del manejo de las estadísticas llega a un resultado mucho mayor de criminalidad judía para delitos comerciales a los que puedan corresponderle en relación a la participación hebrea en el comercio. Según ese autor, los judíos eran trece veces más numerosos que los no judíos, atendiendo a las respectivas cifras de población, en los delitos de especulación ilícita y usura; nueve veces más én los de quiebra fraudulenta y cinco veces más en los de encubrimiento y complicidad. (11)

Comprobaciones similares hace el israelita Wassermann, en las que demuestra que la criminalidad de los judíos en el año 1900, y en lo que se refiere a la quiebra simple fué diecisiete veces mayor para las quiebras fraudulentas. Tales cifras las obtuvo tomando expresamente en consideración la participación porcentual en las profesiones comerciales. (12)

No debe omitirse la participación judaica en determinados delitos especialmente vituperables, como el contrabando de drogas y la pornografía. El organismo oficial «Central para la lucha contra el uso de estupefacientes» comprobó que en el año 1921, de los 232 traficantes internacionales de estupefacientes, 69, es decir, el 26 por ciento, eran judíos. Teniendo en cuenta que la comunidad judía representaba aproximadamente el 0,7 por ciento de la población total de Alemania en aquella época, resulta que su participación en tal tipo de delitos era treinta y siete veces mayor de lo normal. En 1933, la participación israelita aumentó hasta un 30 por ciento. El ya citado Ruppin confiesa: «El hecho de que los israelitas habiten generalmente las ciudades tiene como consecuencia el que se les coja sobre todo en los delitos afectos a las grandes urbes, como alcahuetería y complicidad en la prostitución. (13)

Desde el Edicto de Emancipación, en 1812, hasta 1933, en que el pueblo alemán, democraticamente, manda al Nacional Socialismo al poder, se ha ido produciendo un cambio total. El matrimonio judeo-germánico se ha roto.



El programa racial nacional socialista

El 30 de Enero de 1933, el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, encabezado por Adolf Hitler, subía al poder, merced a una victória en las urnas.

Aparte de los otros puntos programáticos del N.S.D.A.P., liberación de las cadenas de Versalles, reforma financiera, reforma agraria, superación de la lucha de clases y creación de una colectividad nacional, igualdad de derechos para Alemania, lucha contra la delincuencia y el parasitismo y promoción de las ciencias y las artes, había uno, concreto que atrajo especialmente la atención: el que se refería a la eliminación de los judíos de la dirección política del país.

El denominado antisemitismo no es. como algunos han pretendido hacer creer post mortem, una invención de Hitler. Ese es un problema tan añejo como la propia historia del pueblo judío, a lo largo de todo su deambular por el mundo. La Iglesia Católica veintinueve de cuyos Papas dictaron cincuenta y siete bulas, edictos y decretos antijudíos (14) participó tanto en la persecución (versión judía) o en la defensa (versión cristiana) contra los israelitas como Martin Lutero que escribió el folleto titulado «De los Judíos y sus Mentiras». Todos los pueblos, en uno u otro momento de su historia, tomaron amparándose en diversos motivos, razones o pretextos, medidas contra las comunidades judías que, habiendo inmigrado en el país, se mantenian voluntariamente segregados y participaban de los ideales e inquietudes de los autóctonos. En numerosas ocasiones incluso, la chusma se había desmandado, dando lugar a horrorosas e inexcusables matanzas. Esta clase de abusos eran especialmente frecuentes en el Este Europeo, en Polonia y Rusia, hasta en punto de que la palabra «Pogrom», que en ruso significa «devastación» o, «tumulto» llegó a ser intencionalmente asimilada a «matanzas de judíos». Precisamente a causa de estos «pogroms», que entre 1881 y 1917 alcanzaron una virulencia inusitada, los hebreos rusos y polacos emigraron en gran número a Alemania. Ya hemos tratado, en el epígrafe precedente, de la progresiva degradación de las relaciones entre la población autóctona y la comunidad judía en Alemania. Este éxodo masivo contribuirá en gran manera a empeorar aún más la situación. Cuando los nazis llegan al poder, en el Parlamento se sientan ya seis diputados antisemitas no nazis. Estos, por su parte, pronto evidencian que se hallan dispuestos a poner en práctica, integramente. los veinticinco puntos de su programa hechos públicos trece años atrás, concretamente el 25 de Febrero de 1920, en una asamblea en el Hofbrauhaus, en Munich.

El punto 4º especificaba. bien claramente:

«Sólo puede ser ciudadano el que sea miembro del pueblo. Miembro del pueblo sólo puede serlo el que tenga sangre alemana, independientemente de su confesión religiosa. Ningún judío puede, por consiguiente, ser miembro del pueblo».

El punto 5º aseveraba:

«El que no es ciudadano, sólo puede vivir como huésped en Alemania y debe estar sometido a la legislación de extranjeros», mientras el 6 º deducía: «El derecho a determinar la conducción y las leyes del Estado ha de ser privativo del ciudadano. Por eso exigimos que todo cargo publico.. sólo pueda ser desempeñado por ciudadanos».

El punto 7º, continuando por el mismo sendero, afirmaba:

«Exigimos que el Estado se comprometa a asegurar en primer término, la subsistencia y el poder adquisitivo de los ciudadanos. Si no es posible alimentar la población total del Estado, entonces los miembros de naciones extranjeras no ciudadanos deberán abandonar el Reich».

El punto 8º recomendaba que los no-arios que inmigraron a Alemania des pués del 2 de Agosto de 1914 fueran obligados a abandonar inmediatamente el Reich. En el punto 23º se prohibía a los no-ciudadanos (a los judíos, en la práctica) ser editores o colaboradores en periódicos publicados en idioma aleman. También se prohibía a los no-ciudadanos toda participación financiera en periódicos alemanes. Finalmente, en el punto 24º, tras afirmar que «el partido defiende el punto de vista de un Cristianismo positivo, sin atarse confesionalmente a una doctrina determinada», se remacha: «Combatimos el espíritu judeo-materialista dentro y fuera de nosotros...» Como se ve, el programa nazi, sin eufemismos de ninguna clase, y con una claridad que algunos juzgaron impolítica, propugnaba, prácticamente la eliminación de los judíos en la vida política y administrativa del país. La procedencia o imporcedencia de los puntos programáticos antijudíos del NSDAP, democráticamente llevado al poder por la mayoría guste o no del Pueblo Alemán, podrán ser discutidas, pero lo que no podrá afirmarse es que constituyan una novedad en la Historia. En todas las épocas, y en la actualidad, numerosos paises discriminan en la teoria y en la práctica, contra determinados sectores de su población en razón de su pertenencia a ciertos grupos raciales, políticos o religiosos. En 1933, cuando el programa nacionalsocialista empezó a ser puesto en práctica en los Estados Unidos deAmérica, donde los judíos gozaban de la plenitud de los derechos civiles, los negros cuyo porcentaje con respecto a la población total quintuplicaba el de los judíos de Alemania carecían de ellos, mientras los indios americanos, supervivientes del mayor genocidio organizado que registra la Historia, estaban aparcados en reservas para satisfacción de la curiosidad turística. En Inglaterra, Madre de las Democracias, un divorciado veía como una parte de sus derechos eran limitados, hasta el extremo de que Eduardo VIII debia abdicar de la Corona de Inglaterra por haberse casado con Mrs. Simpson, una divorciada. En el Dominio de la Unión Sudafricana se discriminaba contra los negros y en el de la Unión India existía una complicada organización de castas que equiparaba casi, a las bestias, a treinta millones de parias. Finalmente, un católico no podía, constitucionalmente , ser Rey ni Primer Ministro de tan admirada democracia como la británica. Hoy en día podríamos citar casos de discriminació n, de hecho o de derecho, contra sectores de población numéricamente mucha más importantes que la comunidad judía en Alemania. El más aleccionador de todos nos parece el caso del Estado de Israel que engloba casi tres cuartos de millón de árabes en Cisjordania y en la zona de Gaza; esos árabes no son inmigrados recientes, como la mayor parte de los judíos alemanes en 1933, sino que llevan varias generaciones viviendo en Palestina, pero carecen de los más elementales derechos políticos. Se arguira que pueden ser elegidos e incluso miembros del Parlamento, pero se omitira que no pueden ostentar cargos gubernamentales y que no tienen voz ni voto en la política del pais: un pais cuya ciudadania solo puede ser ostentada por personas cuya madre fuera judía. (15)
Las muy criticadas «Rassenschutz Gesetz» (Leyes Raciales de Nuremberg) no fueron tan drásticas como las actuales leyes raciales imperantes en el Estado de Israel. Por ejemplo, en Alemania, el individuo que tuviéra tres abuelos arios sólo podía contraer matrimonio con persona aria, y el que tuviera tres abuelos judios, o no arios, sólo podía casarse con no arios. Las personas con sólo dos abuelos arios podían casarse con individuos de diferente grupo si obtenían la consiguiente autorización del Estado. No vamos a emitir un juicio de valor sobre tales medidas; nos limitaremos a hacer constar que en la actualidad, en el Estado de Israel, sólo se consideran ciudadanos judios los hijos de madre judía; los matrimonios con no judios estan prohibidos tanto por la ley civil como por la religiosa. Y los no judios no estan autorizados a residir permanentemente en el país. Como se verá, en el aspecto racial, la politica del Estado de Israel, es una reedición, corregida y aumentada. aunque en sentido contrario, de la del III Reich. (16)
Una parte del Judaismo Aleman publicó un manifiesto en favor del régimen nacionalsocialista, en el cual se decia:

«Nosotros, miembros de la Asociacion de Judios Nacionales Alemanes, fundada, en el año 1921, hemos colocado siempre. en la guerra y en la paz, el bienestar del pueblo alemán, nuestra patria. con lo cual nos sentimos entrañablemente unidos. por encima de nuestros intereses personales Por este motivo hemos saludado el alzamiento nacional de Enero de 1933. a pesar de habernos ocasionado ciertos perjuicios, porque hemos visto en el el unico medio para eliminar los daños causados durante catorce años por elementos antialemanes» .

Pero en su discurso del 1 de Abril de 1933. Goebbels repuso que hubiera sido mucho más util y creible que tal declaracion de simpatia al Nazismo, o, simplemente, de adhesión a Alemania, la hubiera hecho, dicha Asociación de Judíos Nacionales Alemanes, antes de las elecciones del 30 de Enero, en el curso de los catorce años en que los aludidos «elementos antialemanes» . cuyo núcleo lo constituian precisamente los judíos, tantos daños causaron al pais. Anunció Goebbels la puesta en marcha de. las medidas tendentes a eliminar la desmesurada influencia judía» en los asuntos alemanes e incitó a sus compatriotas a que boicotearan los comercios judíos y «compraran aleman». (17)
El bando judio devolvio el golpe. Las grandes agencias de noticias internacionales. en las que la influencia de judíos. sionistas o no, era muy grande, por no decir determinante, desplegaron una campaña contra Alemania, parangonable a la que las mismas agencias desencadenaron desde 1917, a partir del Acuerdo de Londres, hasta la conclusión del Tratado de Versalles. Empezáron a aparecer, con toda seriedad, espeluznantes relatos de amputación de miembros a judíos, de violaciones de muchachas judias, y de ojos arrancados de sus órbitas. Naturalmente, tales relatos sólo aparecían en determinado tipo de publicaciones, pero no por ello dejaban de surtir su efecto en amplios sectores de la llamada opinión pública. Pero en publicaciones con reputación de objetivas aparecieron criticas más razonables pero no por ello menos adversas a Alemania y su régimen. Otra vez escritores hebreos estuvieron en vanguardia de la campaña periodística: Bertoldt Brecht, Remarque, Heinrich y Thomas Mann, Franz Werfel, Ernst Lissauer, Arnold Zweig son las autoridades que se citan en Francia como demostracion del aserto de que el pueblo alemán no es más que un hato de fanaticos sedientos de venganza y animados de los más bajos instintos.

La situación se irá agravando a medida que las medidas antijudias nazis se iran poniendo en práctica. No óbstante. conviene tener muy en cuenta que la campaña exterior de los judíos contra Alemania empezó ya antes de la subida de Hitler al poder. No se puede soslayar el hecho de que el Judaismo o si se prefiere, el movimiento político internacional, que se suele llamar Sionismo, y que se irroga la representació n de los judios, con abstracción de sus patrias de nacimiento habia declarado la guerra politico económica a Alemania con anterioridad a la victoria electoral hitieriana. Ya en 1932 el diario «New York Times», propiedad de judíos y editado por judíos, publicaba anuncios a toda página: «Boicoteemos a la Alemania antisemita!». El bien conocido sionista Samuel Fried escribió, también en 1932:

«La gente no debe temer la restauración del poderío militar alemán. Nosotros, judios, aplastaremos todo intento que se haga en este sentido y, si persiste el peligro, destruiremos esa odiada nación y la desmembraremos» .

El 12 de Febrero de 1933, otro israelita, Henry Morgenthau, Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, declaró que «América acaba de entrar en la primera fase de la Segunda Guerra Mundial». (18)

Observemos que sólo habían transcurrido doce dias desde la victoria electoral de los nazis y que aún no se habian tomado medidas contra los judíos alemanes. Observemos, también, que Morgenthau involucra a «América» por algo que va a sucederles a correligionarios suyos, de nacionalidad alemana. Cinco días después, el Rabino Stephen Wise, miembro prominente del «Brain Trust», camarilla de consejeros del Presidente Roosevelt anunció, por la radio la «guerra judía contra Alemania». (19)

Por su parte, el editor del «New Morning Freiheit», un periódico comunista escrito en yiddisch, dirigió un llamamiento a los judíos del mundo entero para unirles en la lucha contra el Nazismo. Estas manifestaciones causaron en Alemania un efecto que es de suponer, especialmente la alusión de Morgenthau a una «Segunda Guerra Mundial», en 1933. (20)
Mientras tanto, en Alemania se empiezan a aplicar medidas discriminatorias contra los judíos. En realidad, esas medidas sólo pueden ser calificadas de discriminatorias si se considera a los judíos alemanes como ciudadanos del Reich; no pueden, aún, ser calificadas como tales si se les considera como extranjeros. En ningún país del mundo pueden los extranjeros ocupar cargos públicos; determinadas profesiones les están vetadas y otras limitadas por un «numerus clausus». Según la Gran Prensa norteamericana la limitación de los derechos civiles a los judíos alemanes era un atentado contra los derechos humanos; esa misma Prensa no demostraba igual sensibilidad con respecto a la limitación de los derechos civiles de los autóctonos irlandeses.. . en Irlanda, impuesta porlos ingleses. Y tengamos en cuenta que la población de orígen irlandés es, numéricamente, muy superior a la de orígen judío, en los Estados Unidos.

Los judíos eran expulsados de la vida política y administrativa del Reich. También les era vetada toda actividad relacionada con la prensa. Se estableció un «numerus clausus» que regulaba la participacion judia en la abogacia. jueces, abogados o médicos judios que fueron combatientes en 1914-18 quedaban, de momento, excluidos de estas medidas. En 1935, dos años después de su aplicación, la participación de los judíos en la profesión de abogado bajo. en Alemania, de un 29,7 por ciento a un 20,6 por ciento, aunque en la capital, Berlin, el porcentaje de judíos ejerciendo la profesión de abogado llegaba a un 39 por ciento, cuando sólo un 1 por ciento de berlineses eran judíos.

Los judíos fueron expulsados del Ejército. Los militares de origen israelita que hubieran participado en la Primera Guerra Mundial se retiraban con una pensión equivalente a su paga integra. Los mismos derechos les eran reconocidos a sus hijos. Los militares o funcionarios públicos que no hubieran tomado parte en la guerra, sirviendo en el Ejército Alemán, eran retirados de sus cargos, cobrando la indemnización que reglamentariamente les córrespondiera.

Algunos judíos no la mayoría interpretaron estas primeras medidas discriminatorias contra los judeo-alemanes como una verdadera exterminación. En Austria se publicó un libro de propaganda anti-alemana, (21) escrito por Leon Feuchtwanger, el autor del famoso libro «El judío Suss», en el qué lás medidas administrativas internas del Reich contra su población de origen israelita eran descritas como «exterminación de la judería alemana». El hecho de que en Dachau, uno de los primeros campos de concentración instalados en el Reich hubieran, en 1936, cien internados judíos pertenecientes al Partido Comunista, fué descrito por Feuchtwanger como una tentativa de las autoridades alemanas de dejar morir a aquellos detenidos, a causa de malos tratos y sub-alimentació n. En realidad, sesenta de esos cien internados ya habían ingresado en el campo de Dachau en 1933. Todos ellos, en calidad de comunistas, y no de judíos; junto a estos convivian los marxistas racialmente arios. También habia judíos comunistas en Sachsenhausen, y esto desde mediados de 1933, pero no representaban ni la décima parte del total de los detenidos. Otro libro escrito poco después de la llegada de los nazis al poder por el comunista, de raza judia, Hans Beimler, que posteriormente mandaria una brigada internacional en la Guerra Civil Española, aseguraba que el campo de Dachau era un campo de exterminación; tal pretensión era incluso sostenida por el propio titulo del libro. (22)

No obstante, el propio Beimler admite en su libro que él fué detenido por pertenecer al Partido Comunista (23) y que fué liberado, y posteriormente expulsado de Alemania, al cabo de sólo un mes de permanecer en Dachau. Incluso la Acusacion Publica en el proceso de Nuremberg afirmó que Dachau se convirtió en un campo de exterminio sólo a partir de 1942. Los campos de concentración en la Pre.Guerra servían para el internamiento de oponentes politicos de extrema izquierda especialmente socialistas y comunistas de todas las tendencias siendo la proporción de judíos muy exagerada con relación a su porcentaje en la población total del país, pero normal si se tiene en cuenta el gran número de judíos que pululaban en las organizaciones ultra-izquierdistas . y muy especialmente en el Partido Comunista. Mientras, por citar un ejemplo que nos parece revelador, en los campos de concentración sovieticos de Siberia y del Circulo Polar Artico habia, según los cálculos más prudentes, de seis a ocho millones de internados, el escritor e historiador hebreo antinazi Reitlinger sostiene que, entre 1934 y 1938, el número de detenidos en campos de concentración raramente pasó de 20.000 en toda Alemania, de los cuales el numero de judíos nunca sobrepasó los 3.000. (24)

La filosofía de las medidas antijudias de Hitler se basaba, en definitiva en la constatación de que la comunidad hebrea constituía un cuerpo halógeno, desinteresado de los avatares de la nación, cuando no hostil a los mismos; un estado dentro del estado, es decir, politicamente hablando, un parásito. En realidad, antes de Hitler habían sido ya muchísimos los que habían sustentado ideas antijudias, y justamente en las generaciones inmediatamente anteriores, desde Wagner (que escribió un libro antijudio titulado «El Judaismo en la Música») hasta Liszt, pasando por Bismarck, Fichte, Grillparzer, Hebbel, Hegel, Kant, Schoppenhauer, Mommsen, Nietzsche, Schiller, Spengler, Luddendorff, la aversión a la influencia judía es indiscutible. Tal aversión no es específicamente alemana ni se circunscribe a los siglos XIX y XX. Al doble juego judío, consistente en recabar todos los derechos de los ciudadanos de un país sin participar en las obligaciones de los mismos, se han opuesto, con frases contundentes, que no dejan el menor resquicio a la duda, grandes hombres de todas las épocas y de todas las naciones: Jorge Washington, Benjamín Franklin, Mahoma, Voltaire, Lope de Vega, Victor Hugo. Gracián, Napoleón, Ortega y Gasset, Cicerón, Pascal, Papini,.Beethoven, Giordano Bruno, Shakespeare, Cervantes, Quevedo, Lutero... (25) Incluso en el Evangelio de San Juan se cita (8, 31.47) una diatriba de Jesucristo contra los fariseos (los sionistas de la época) de una violencia que no superó jamás ni siquiera el Doctor Goebbels.

Pero es que, además, esa filosofía según la cual los judíos no eran alemanes no era exclusivamente sustentada por los nazis, sino que de la misma par. ticipaban los propios judíos, tanto de Alemania como de cualquier otro país. Los judios siempre han reclamado los derechos de ciudadanía para conseguir todo lo que de ello se deriva, para disfrutar de la proteccion de las instituciones públicas con objeto de extraer del pueblo que les ha dado hospitalidad todo el provecho material y moral que pueda resultar de sus actividades. Pero al mismo tiempo han reservado su lealtad a otra nacion, a otra bandera, a otra organización, a otros líderes internacionales, al Sionismo, formando un estado dentro del estado. Ejemplos: El Doctor Chaim Weizmann, un marxista nacido en Rusia, que llegaría a ser el primer Presidente del Estado de Israel, escribió: «Somos judíos y nada más. Una nación dentro de otra nación». (26)

El escritor judeoalemán Ludwig Lewisohn, por su parte, aseguraba: «Un judío es siempre un judío. La asimilación es imposible, porque nosotros no podemos cambiar nuestro carácter nacional». (27)

El rabino Stephen Wise, figura prominente del Judaísmo y uno de los hombres que más trabajó para que estallara la guerra de 1939, como más adelante veremos, declaró en una ocasión: «El judio miente cuando jura obediencia a otra fé, y se convierte en un peligro para el mundo». (28)
Leo N. Levy, presidente electo de la prominente sociedad judeo-americá na «Bnai Brith, manifestó: «No es verdad que los judíos sean sólo judíos por su religión. Un esquimal, un indio americano, podrían conscientemente adoptar cada dogma de la religión judía, pero nadie que reflexionara por un momento les clasificaria como judios. ¿Quién puede decir que los judíos sólo son una religión?. Los judíos son una raza. Un creyente de la fe judía no se convierte en judio por este hecho. En cambio, un judio de nacimiento sigue siendo judío aunque haya abandonado su religión». (29)

Louis Brandeis. que llegó a Presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos definió el hecho de la nacionalidad judía en los siguientes terminos:

«Reconozcamos que nosotros los judíos somos una nación distinta en la cual cada judío es un miembro a parte, cualquiera que sea su país de origen». (30)

Podriamos extendernos citando a centenares de judíos empeñados en darle anticipadamente y también a posteriori razón a Hitler. Nos limitaremos, como colofón, a citar al judeo-húngaro Max Nordau, quien, sin ambages, proclamaba: «No somos alemanes, ni ingleses ni franceses. Somos judíos. Vuestra mentalidad cristiana no es la nuestra». (31)


Organizacion del boicot contra Alemania

En el verano de 1933, se reunió en Holanda una «Conferencia Judía Internacional del Boycot contra Alemania», presidida por el famoso sionista Samuel Untermeyer, que también ostentaba el cargo de la presidencia de la «Federación Mundial Económica Judía» y era miembro del «Brain Trust» de Roosevelt, (32) y acordó el boycot contra Alemania y contra las empresas de otros paises que comerciaran con Alemania. A su regreso a los Estados Unidos Untermeyer declaró, en nombre de los organismos que representaba, la «guerra santa» a Alemania. (33)

Unos meses después, el mismo Untermeyer fundó otra entidad, la «Non Sectarian Boycott League of America», cuya misión era vigilar a los americanos que comerciaban con Alemania. En Enero de 1934, Jabotinsky, el fundador del titulado «Sionismo Revisionista» , escribió en la revista «Nacha Recht»: La lucha contra Alemania ha sido llevada a cabo desde hace varios meses por cada comunidad, conferencia y organización comercial judía en todo el mundo. Vamos a desencadenar una guerra espiritual y material en todo el mundo contra Alemania». A principios de 1934 se fundó en Inglaterra el titulado «Consejo Representativo Judío para el boycot de los bienes y servicios alemanes», entidad cuyo objeto consistía en hacer el vacio comercial a las firmas británicas que trabajaran con Alemania. Con la misma finalidad, extendida a todo el Imperio Británico, los judíos ingleses Lord Melchett y Lord Nathan, crearon la «Joint Council of Trades and Industries», que fué eficacisima en la lucha económica contra el Reich. También se fundaron una «Women's Shoppers League», que boicoteaba especialmente los productos agrícolas alemanes y una «British Boycott Organization» , dirigida por el hebreo capitán Webber, que organizaba la guerra económica en paises en que predominaba la influencia politica inglesa. En Francia, las campañas periodísticas desatadas por numerosos y prominentes judíos contra Alemania superaron en acritud las de otros paises, pero en cambio no hubo un boycot sistemático contra el comercio con Alemania. No obstante, el 3 de Abril de 1933, el «Comité Francés del Congreso Mundial Judío», la L.I.C.A. (Liga Internacional contra el Antisemitismo) , la «Asociación de Antiguos Combatientes Voluntarios Judíos» y el «Comité de Defensa de los Judíos Perseguidos en Alemania», mandaron un telegrama a Hitler anunciando el boycot de los productos alemanes en Francia y en el Imperio colonial francés. El Gobierno francés, en el que predominaba la influencia de los israelitas Leon Blum y Georges Mandel (a) Rotschild, no tomó ninguna medida contra esos judíos a pesar de que, al atacar a una potencia extranjera con la que Francia mantenía realciones diplomáticas normales, se situaban al margen de la ley.

La reacción que provocaron estas campañas fué muy fuerte. El gobierno del Reich empezó, en 1934, a tomar medidas que favorecieran la emigración de judíos a otros paises. En esa época el gobierno compraba negocios de los judíos que voluntariamente preferían emigrar. Una cantidad de judíos difícil de evaluar correctamente emigró a otros paises. Se empezó a pensar en la isla de Madagascar, entonces colonia francesa, como futuro hogar de los judíos; se especuló con la idea de que allí se concentrarian no sólo los judíos procedentes de Alemania sino también los israelitas ortódoxos procedentes de otros paises. La idea no er

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