De los 3 000
combatientes extranjeros del Estado Islámico, al menos 500 son ingleses
En este artículo: Estado Islámico de Iraq
y el Levante, Estados Unidos, Gran Bretaña, James Foley
Por Marcelo Justo
El video de la decapitación del periodista
estadounidense James Foley, ejecutada por “John, el carcelero
jihadista”, que se dirigía a la cámara con un claro acento británico, volvió a
encender la alarma en el Reino Unido que tiene, después de Francia y Alemania,
la más importante comunidad islámica de Europa. El cálculo es que de los tres
mil combatientes extranjeros del Estado Islámico (EI), al menos 500 son tan
británicos como los cuatro responsables del atentado contra el transporte
público de Londres que dejó 56 muertos y más de 700 heridos en 2005.
Mañana la ministra del Interior
Theresa May va a anunciar nuevas medidas para combatir la radicalización de
sectores de la comunidad musulmana formada por unos dos millones de británicos.
Entre las medidas se encuentra una prohibición más estricta de la incitación a
la violencia y una orden especial de restricción para actividades terroristas.
Más de lo mismo han dicho ONG como Connect Justice, que han analizado el tema
del llamado “terrorismo endógeno” en el Reino Unido. “Con las leyes que tenemos
es suficiente. Lo importante es generar canales de diálogo para impedir que se
produzca este fenómeno. ¿Por qué estos jóvenes se sienten atraídos por EI? ¿Por
qué mecanismos, cómo podemos contrarrestarlo?”, señaló a la BBC la portavoz de
la organización Zubeda Limbada.
La vía clásica de reclutamiento pre
Internet era la mezquita a cargo de imanes que predicaban una resistencia
radical a Occidente, tanto a su política en Medio Oriente como a la
liberalización secular de las costumbres, percibidas como un ataque a la
identidad religiosa y subjetiva. Con las nuevas tecnologías el mensaje se ha
diseminado por un universo inabarcable para los servicios de seguridad. “Esta
propaganda se ha vuelto el arma de guerra más barata y fácil de obtener del
mundo. La brutal imagen del decapitamiento de James Foley es útil porque, a
pesar de que horroriza a la mayoría, ejerce una fuerte atracción sobre
potenciales miembros. Una parte de este mensaje es que son brutales porque
están forzados a serlo. El cuchillo de ‘John, el jihadista’ es el símbolo
perfecto. Frente a los bombardeos del complejo militar, tenemos este cuchillo
con el que estamos dispuestos a todo”, escribió ayer en The Guardian la
comentarista Deborah Orr.
El perfil social de los “jihadistas
británicos” es variado. Entre los ya identificados se encuentran un estudiante
de medicina de 20 años; un ex integrante de las exclusivísimas escuelas
privadas británicas, de 29; un empleado de comercio de 25; dos hermanas
mellizas de 16. El punto en común es la dicotomía Islam-Occidente para entender
tanto el conflicto en Medio Oriente como experiencias de racismo y
discriminación en su propio país. Pero no se trata únicamente de una dinámica
política o “social”. El elemento subjetivo tiene peso. En uno de los videos del
Estado Islámico el británico Abu Bar al Hind les promete a otros occidentales
el fin de la “depresión” con un mensaje que mezcla un tono amistoso con el de
un comercial televisivo. “Sé cómo se sienten. Sé que en sus corazones están
deprimidos. La cura de esta depresión es la Jihad. Comprométanse con la Jihad y
sentirán la felicidad que nosotros sentimos”, dice a la cámara.
Un especialista de la Universidad de
Massachusetts-Lowell, John Horgan, señala que no se puede encontrar un único
elemento para la variedad de motivos que conducen a la Jihad. “Lo más cercano
que tenemos a una caracterización es la búsqueda de sentido para sus vidas, sea
a través de encontrar un camino o responder a un llamado. Hay siempre algo del
orden de lo moral muy fuerte, sea corregir una injusticia o restaurar el honor
perdido”, señala Horgan.
A este elemento subjetivo, Estado
Islámico le ha agregado su enorme efectividad en el terreno. Ninguna otra
organización se ha acercado tanto a esa gran aspiración del fundamentalismo
islámico que es la promesa de un califato. En cuestión de meses el Estado
Islámico ha conquistado parte de Siria e Irak y son tan temidos y odiados como
Al Qaida, pero con una organización diferente, más parecida a una insurgencia
capaz de gobernar regiones enteras que a un grupo de células que ejecutan actos
terroristas de grandes dimensiones. “En los grupos terroristas se necesitaban
años para llegar a algún logro. Con Estado Islámico es diferente. Ellos ofrecen
esta oportunidad de empoderamiento individual, de sentir que están haciendo algo
efectivo”, señala Horgan.
El reclutamiento de los combatientes
extranjeros no es un fenómeno marginal de la organización. Según el Institute
for the Study of War de Washington, EI tiene unos 12 mil combatientes: tres mil
son extranjeros. “La actual ofensiva en Siria es clave para controlar el
trayecto que une la frontera con Turquía para facilitar este ingreso continuo
de nuevos combatientes extranjeros”, señala una fuente diplomática ayer al The
Guardian. Según Horgan, el gran desafío para EI es evitar la desilusión de sus
nuevos miembros. “La desilusión es muy común en todos los grupos terroristas,
sea porque sienten que el grupo ha ido demasiado lejos con sus tácticas o
porque no tienen una estrategia más allá del asesinato indiscriminado, pero
también por desacuerdos con un líder o incidentes de la dinámica cotidiana.
Esto puede tener un efecto tóxico interno, pero por el momento no veo señales
de que esto está ocurriendo”, dice.
Esta evaluación es particularmente
preocupante para el gobierno británico. El 7 de julio de 2005 cuatro británicos
islámicos se convirtieron en mártires suicidas al detonar las bombas que
llevaban en subtes y un autobús de Londres y dejaron un saldo de 56 muertos y
más de 700 heridos. Uno de los fantasmas más temidos es el regreso de estos
combatientes extranjeros o que su ejemplo sirva para extender la actual guerra
por el califato en Medio Oriente a las calles del Reino Unido.
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