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martes, 2 de febrero de 2016

¿Qué es lo que defiende la OTAN? El orden mundial delincuencial

70af0-otan_obnuspanispor Raúl Prada Alcoreza – ¿Qué es lo que defiende la OTAN? ¿El orden mundial? ¿No es más bien, ahora, el desorden mundial? Cuando se evidencian las conexiones entre la OTAN y el ISIS, aunque hayan tratado de ocultarlas; por ejemplo, cuando hacen como no ocurriera nada con el Estado turco, miembro de la OTAN.
El Estado turco, que compra petroleo al ISIS, que desde su territorio salen comboys cargados de armamentos para el ISIS, que derriba un bombardero ruso en la fontera, en territorio sirio, porque esos bombardeos efectuados destruyen las lineas de abastecimiento de ISIS; el Estado turco, que ataca al pueblo kurdo que combate heroicamente al ISIS. Se hace evidente el juego geopolítico de la OTAN, en la cuarta generación de la guerra [1]. Guerra que habría que calificarla como de la tercera guerra mundial, ya comenzada; empero, con caracteristicas de baja intensidad, afectando todo el orbe.
Cuando escribimos Estados delincuenciales [2], decíamos que esta figura contra-“ideológica” ayuda a describir a los Estado-nación potencias mundiales, dominantes en el sistema mundo capitalista, en la etapa del capitalismo tardío, concretamente del capitalismo especulativo. Esta figura aparece como complementaria y contrapuesta al seudo-concepto, inventado por la inteligencia tradicionalista, por los “ideólogos” del conservadurismo norteamericano, de Estado canalla. Lo sorprendente es que los estados dominantes, que califican de estados canallas a los estados subalternos no sumisos, un tanto rebeldes, un tanto pretendidamente autónomos, han terminado convirtiéndose en estados delincuentes. Amparan, promueven, usan las delincuencias, que atraviesan el mundo, en su provecho. Controlan los tráficos; cuando no pueden hacerlo, los atacan; por lo tanto, a parte de los circuitos de estos tráficos, blanquean en gran escala a través del sistema financiero internacional, ocultando metódicamente este procedimiento. Conforman grupos radicales de yihadistas; primero, para combatir al ejército rojo en Afganistan; después, para atacar y destruir el Estado libio; actualmente, para destruir el Estado-nación árabe sirio, después de haberlo hecho con el Estado de Irak, por medio de una invasión convencional. En la actual coyuntura del Medio oriente, trasladan el armamento empleado y capturado en Libia a Siria, a través de Turquía, para armar al ISIS. Encubren el contrabando de petroleo robado a Siria por el ISIS en los territorios ocupados, encubren toda la logística armada para la “guerra santa” emprendida por el ISIS. Encubren entonces todos los métodos delincuenciales empleados tanto por ellos, la OTAN, como, de manera más tosca, por el Estado turco.
¿Cuál es el orden mundial que defienden? Ya no nos encontramos en el capitalismo pujante de la revolución industrial del siglo XIX, ya no estamos en el capitalismo monopólico y financiero, que dio lugar a los imperialismos del capitalismo de Estado, como caracterizaba el marxismo austriaco; estamos ante un capitalismo delincuencial, no solo especulativo. Este capitalismo no solo busca las tasas de retorno cortas y rápidas, para evitar no solamente el prolongamiento de las inversiones de largo plazo, como las industriales, sino para administrar la crisis de sobre-producción, convirtiéndola en crisis financiera. En otras palabras, esquilmando a las poblaciones. Abre créditos a gran escala, con muchas facilidades; promueve la venta, sobre todo de inmuebles, a los que valoriza con precios inflacionarios; empuja a los deudores a una situación donde no pueden pagar; refinancia sus deudas, para después quitarles los inmuebles impagables. Así, como en este caso, ocurre en todos los casos donde circula la deuda financiera. Los pueblos se han convertido en los deudores de estos esquilmadores mundiales [3]. ¿No son estos actos delincuanciales?
Por más legalizados e institucionalizados que se encuentren, incluso a escala mundial, estos procedimientos no dejan de ser delincuenciales. Estamos, entonces, ante un orden mundial delincuencial, conformado por estados delincuenciales. La pregunta es: ¿Cómo el orden mundial imperial, ya consolidado, después de la caída de la URSS, ha podido incursionar esta ruta provisional, del desorden mundial, de carácter delincuencial? ¿Es que la Federación Rusa y la República popular China estorban en la proyección de una dominación mundial unipolar? ¿O es que la crisis orgánica y estructural del capitalismo ha llegado a fondo y se requiere estrategias de emergencia, de carácter miltar; empero, de una cuarta generación estratégica, para buscar salidas conspirativas de alto nivel y extremadamente sofisticadas? ¿O, de manera más pedestre, la decadencia de la civilización moderna, ha caído en juegos de poder tan teatrales, aunque peligrosos, en contraste de lo que fueron estos juegos de poder antes? Sin dejar de ser juegos de poder, la diferencia es que ahora se efectúan, usando una figura para ilustrar, como deporte de estos complejos aparatajes de inteligencia, tecnología, militar y mediática. En estos juegos de poder se juega a ganar como en los juegos devideo tape, sin importar los costos humanos y sociales. De lo que se trata es de la astucia de la estrategia que, por cierto, puede ser cada vez más audaz y sorprendente.
Estamos ya en un orden mundial delincuencial, operativo, aunque no todavía institucionalizado; sin embargo, practicado. Un orden donde no son los delincuentes comunes los que han asumido el poder, tampoco exactamente los jefes de los cárteles o de los monopolios de los tráficos, sino aquellos que ya tenían el control del poder mundial que, llamativamente, encuentran en los procedimientos y métodos paralelos de la economía política del chantaje las formas de su propia continuidad. No es, entonces, la asunción del control mundial, ni de los delincuentes comunes, ni de los cárteles, sino que ambos, mas bien, han sido subordinados y subsumidos a la maquinaria de dominación del capitalismo financiero. En la etapa financiera del ciclo del capitalismo vigente, los procedimientos de la economía política del chantaje son adecuados para la apropiación del excedente por parte del capitalismo especulativo.
En los juegos de poder, en el contexto de este orden munidal delincuencial, todo vale, con tal de ganar, en este caso, ganar la guerra inventada. No importa cómo, los fines justifican los medios. Se puede ser más fundamentalista que los propios fundamentalistas; se puede promover el terrorismo; se puede dejar que los yihadistas ataquen no solo en sus territorios, sino también en los propios territorios de las potencias, a la propia población, con tal que se obtenga lo buscacado; aislar al enemigo, no solamente de sus bases sociales, sino también de cualquier simpatía o apoyo de la propia sociedad. Para ganar la guerra se pueden emplear todos los medios, incluso los más excecrables, como el terrorismo contra la propia población, para educarla, para que aprenda qué y quien es el enemigo, de qué es capaz; por eso debe confiar en sus conductores, en su ejército, en sus servicios de inteligencia. Por eso, debe darle independencia, sin restricciones, para que se haga lo que se debe hacer, para ganar la guerra.
¿A dónde nos conduce todo esto? ¿Pueden ganar la guerra de este modo? ¿En caso que les surtiera efecto sus conspiraciones y montajes, habrían ganado la guerra? No. Desde el momento que emplean estos métodos, estos procedimientos de prácticas de poder paralelas, perdieron la guerra. Puede que sus objetivos se cumplan; empero, son objetivos conseguidos sobre montajes; son objetivos cumplidos en el mapa simple, esquemático, de la geopolítica de la cuarta generación de la guerra. Donde el enemigo se vuelve una caricatura, el amigo otra caricatura; estas caricaturas resuenan por su simpleza. Se trata del perfil caricaturesco de los combatientes opuestos. El mundo efectivo no se reduce, de ninguna manera, a la simpleza de este plano abstracto de caricaturas. No ganarán la guerra, pues solo la ganaran imaginariamente, en el mundo de las representaciones. Mientras que, en el mundo efectivo, los espesores y los planos de intensidad, siguen articulados como estaban antes. Ésta, la de la ilusión de la victoria, es ya una derrota.
El problema es que todos estos juegos de poder causan estragos. Destruyen estados, países, sociedades. Este es un costo demasiado alto, no solo para el enemigo, como los conspiradores piensan, sino sobre todo para los amigos; incluso para el propio Estado potencia, involucrado en tamaño juego arriesgado. Los únicos que ganan, en sentido concreto, ganar en mantener altos presupuestos injustificados, son los servicios de inteligencia y estos complejos aparatos militares-tecnológicos-cibernéticos-comunicacionales.
¿Acaso se trata de mantener un estado de guerra permanente? ¿Acaso creen que pueden arrinconar a la Federación Rusa y a la República Popular de China, incluso ganarles una guerra donde, en realidad, solo todos pierden? ¿Cuál es el sentido de esta geopolítica de los juegos de poder de la estrategia de la cuarta generación de la guerra? Todo parece apuntar a la constatación de algo alarmante. En verdad, no hay una estrategia, en el sentido de lo que quiere decir este concepto, por lo menos, en lo que respecta a la estrategia militar. La estrategia militar, que combina la palabra estrategia, que viene del griego stratigos ostrategos,στρατηγός, que literalmente significa líder del ejército, y la palabra militar, que proviene del latín militarius, que se refiere a miles, cuyo genitivo es militis, que quiere decir soldado. La estrategia militar es como el esquema efectuado por las ordenaciones, las distribuciones, las formaciones y las disposiciones militares, en la perspectiva de lograr los objetivos establecidos. La estrategia militar instala el planeamiento y la dirección de las campañas bélicas, así como del movimiento y disposición estratégica de las fuerzas armadas. En las guerras convencionales, tiene por propósito dirigir las tropas en el teatro de operaciones, conduciéndolas al campo de batalla. Esta es uno de los tres aspectos del arte de la guerra. Los otros dos serían: uno, la táctica militar, que gravita en la correcta ejecución de los planes militares y las maniobras de las fuerzas de combate en la batalla; el otro, el tercer aspecto, sería la logística militar, consignada a sostener al ejército y asegurar su disponibilidad, además de su capacidad combativa [4]. En la guerra de cuarta generación, la estrategia se disemina en la proliferación de tácticas casi autónomas, que hacen como distintos trayectos en diferentes planos, no solamente militares, sino políticos, “ideológicos”, mediáticos, culturales. La estrategia no es exactamente ganar la guerra, sino dominar el mundo, aunque aparentemente parezca que se la pierde. En principio, aparece un rasgo característico de la guerra de baja intensidad, en su dimensión local; se trata de la guerra de contención y control. Después, aparece otro rasgo, menos visible; de lo que se trata no es de vencer a las fuerzas enemigas de una manera contundente, sino de mantenerlas ocupadas, desgastándolas, mientras se gana a la opinión pública del país de las fuerzas enemigas, además de ganarse a la opinión pública del propio país, siempre recelosa. Se puede hipotetizar un tercer rasgo; no se trata de acabar la guerra y fundar una paz definitiva; no hay última guerra, sino guerra permanente.
En Estados delincuenciales escribimos:
La “ideología” conservadora estadounidense se ha inventado el seudo-concepto de “Estado fallido”, más conocido como “Estado canalla”. Pretendiendo describir, hasta definir, a los estados no cumplidos, estados que no habrían logrado su legitimidad. Aunque no toquen a propósito el concepto de soberanía, corrigiendo su falla teórica podemos decir que no cumplirían con la soberanía; esto último sobre todo para describir mejor la descripción incompleta que hacen esos seudo-discursos teóricos. Un “Estado fallido” sería un Estado que ha fallado como Estado; es decir, como sociedad política, usando el discurso de la ciencia política y de la filosofía política. Que sintetiza la sociedad civil, plural y diversa. Este discurso prácticamente se queda ahí en cuanto a la descripción del tema que pone en la mesa. No acude a buscar las causas de este fenómeno usando su propia lógica y metodología; salvo sus hipótesis sobre la ausencia institucional, la falta de democracia. Hipótesis dichas de manera general, tan general, que puede ser usada para cualquier parte, por lo tanto, para ninguna.
El problema de este discurso conservador de la “ideología” reaccionaria norteamericana, es que, primero, se basa en un concepto pobre de Estado. Estado como institucionalidad liberal lograda, parecida, obviamente, a los moldes que experimentan en sus países. La misma discusión de la filosofía política, que ya es conservadora desde sus inicios, en el buen sentido de la palabra, es reducida a las grises conclusiones de que el Estado democrático es equivalente al Estado liberal. Sobre esta base pobre y, por cierto, débil, se construye la opaca figura del “Estado fallido”. Sin embargo, lo que les tiene sin cuidado a los “intelectuales” de semejante “ideología” política es la consistencia teórica; esto puede quedar en apariencias, difundidas en ediciones numerosas por el mundo. Lo que interesan son las conclusiones políticas. ¿Qué se hace con los “estados fallidos”? Como no tienen legitimidad, se los ignora, se ignora la soberanía, que no tienen; tienen que ser conducidos hacia el cumplimiento del Estado liberal, el fin de la historia.
A partir de este discurso “ideológico” conservador, se ha montado toda una estrategia mundial; en la práctica se desconoce la soberanía de los identificados como “estados fallidos”. Llevando, primero, a intervenciones dispersas y fragmentarias; para después, convertirse en intervenciones secuenciales, en distintos planos, que pueden terminar con intervenciones militares. Aunque estas intervenciones sean veladas, como en el caso de las concomitancias de sus agencias de inteligencia con los cárteles mexicanos, incluso antes con los cárteles colombianos, o, en su caso, de forma más elaborada, con la conformación de un supuesto Estado Islámico, que destroza la soberanía de Estados-nación árabes. La forma más parecida a las intervenciones imperialistas del siglo XX, son las que son evidentes intervenciones militares de los ejércitos de las potencias dominantes del orden mundial.
Hay que decirlo, el “Estado fallido” no es un concepto; es un dispositivo “ideológico” de intervención militar. No ayuda ni a describir una singularidad histórica-política, menos a comprender su estructura, su historia política, por así decirlo. Se trata de un dispositivo discursivo que ayuda a llenar vacíos, con el objeto de una aparente descripción de algo que no se comprende ni se conoce; pero sí se conoce lo que se quiere. Se quiere dominar, expandirse, ampliar las fronteras del extractivismo destructivo.
Al respecto, es indispensable que todos los pueblos del mundo accedan a la información de lo que ocurre, sobre todo los pueblos de estas potencias dominantes. Pues los pueblos de estas potencias son también víctimas de la híper-burguesía dominante, compuesta de capitalismo especulativo y capitalismo extractivista, ahora fuertemente articulado con el capitalismo perverso de las mafias, los cárteles y los tráficos.
Lo irónico de los postulantes del seudo-discurso del “Estado fallido” es que su estrategia mundial contra los llamados “estados canallas”, arrastró a sus países a una metamorfosis perversa, convirtiéndolos en “estados delincuentes”, sobre todo por sus conexiones con cárteles, mafias, para-militares, simulaciones terroristas, tráficos, lavados de dólares en gran escala; particularmente por medio del mismo sistema financiero internacional.
Estado delincuente
En principio vamos a usar este término de Estado delincuente como dispositivo contra-ideológico, por así decirlo. Sin pretensiones conceptuales. Tan solo intentando desarmar no solamente el discurso de “Estado fallido”, sino también poner en evidencia la estrategia policial mundial e intervencionista de las potencias dominantes del orden mundial, que llamamos imperio. También, en segundo lugar, nos interesa describir las características políticas, policiales y militares de estas intervenciones, de guerras de laboratorio. Por último, en tercer lugar, intentaremos pasar del dispositivo contra-ideológico de Estado delincuente a un concepto que quizás tenga que adquirir otro nombre.
El Estado delincuente es un Estado, es decir, una malla institucional nacional, con redes y conexiones mundiales, en lo que llamamos la estructura de poder del orden mundial. Se describe como Estado delincuente por sus conexiones con las redes de los tráficos, los ejércitos paramilitares, con los circuitos de lavados a gran escala, usando los medios institucionales financieros. En principio, se cree usar estas conexiones tácticamente, como sabotaje; sin embargo, lo que ha mostrado la historia reciente, es que se convierte esta provisionalidad en perdurable. Este es el caso, por ejemplo, de la contemplación magnánima, por parte de los servicios de inteligencia, el Congreso y el gobierno de la híper-potencia mundial, de las mallas y redes y concomitancias encadenadas de burguesía y mafias en Colombia. No estamos pues ante una táctica provisional, sino ante una estrategia practicada, aunque no se la quiera, por lo menos, en parte del gobierno y del Congreso.
A pesar de la virulencia, la perversidad de estas formas de manifestarse de lo que llamamos el fenómeno del Estado delincuencial, la característica delincuencial más evidente y extensa es la dada por las formas de la exacción financiera. Se ha empujado, no solamente a los pueblos del sur, sino también a los del norte, a crisis financieras, a precios de inflación, a crisis hipotecarias, llevando no solamente a cientos de miles de familias a la ruina y a la perdición, sino hasta a millones de familias. Como era de esperar, en este capitalismo especulativo, la intervención financiera para salvar de la crisis, atendió a los bancos y al bolsillo de familias de esta híper-burguesía. Si comparamos el impacto cuantitativo de esta destrucción del capitalismo especulativo en la cohesión social, vamos a observar que es muchísimo mayor y más importante que el propio impacto cuantitativo de los tráficos, que también son cifras no despreciables. Entonces no es incoherente afirmar que el capitalismo financiero y el capitalismo de los tráficos, teniendo en el medio al capitalismo extractivista, van de la mano.
¿Por qué las potencias dominantes de la geopolítica del sistema-mundo capitalista han caído en esto? Para no extendernos en esto, remitiéndonos a lo que escribimos, diremos, como hemos dicho, que ya no estamos en el modo de producción capitalista, sino en el modo de des-producción del capitalismo especulativo, que ya no estamos en la política, en sentido incluso restringido, sino en la anti-política; por lo tanto, que ya no estamos en la economía, sino en la anti-economía. Todo esto forma parte del sistema-mundo del capitalismo especulativo. En estas condiciones, lo que menos interesa es la producción; obviamente, mucho más lejos se encuentra alguna alusión al bienestar general y al equilibrio ecológico. Lo que importa es la especulación; lograr súper-ganancias en el más corto tiempo posible; sobre todo vendiendo gato por liebre.
Si el Estado, en su genealogía, que para nosotros es un imaginario institucional, alguna vez pareció ser, por lo menos en las formaciones discursivas de la filosofía política, en su inicial modernidad, factor indispensable de cohesión social, de soberanía popular y de democracia formal, es ahora todo lo contrario, por así decirlo. El Estado delincuencial destruye toda cohesión social, hace dependiente a familias, a individuos, a colectivos diseminados. El Estado delincuencial anula toda soberanía popular posible, no solamente en los Estado-nación subalternos, sino, incluso, esto es lo llamativo, en los Estado-nación dominantes. El Estado delincuencial no acepta la democracia, incluso formal, pues atenta contra la propia existencia de esta geopolítica extractivista-financiera-traficante; en este sentido, puede difundir una demagogia seudo-democrática, que en la práctica es la muerte de la democracia, incluso formal. Bastan como ejemplos las llamadas leyes antiterroristas aplicadas en los estados.
¿Dónde se encuentra, si no es la legitimidad, la simulación de legitimidad, de semejante Estado delincuencial? En los medios de comunicación de masas, cuyas cadenas funcionan mundialmente. Para decir algo, no es con la realidad con la que están en contacto y de la que informan estos medios de información y de comunicación, sino con el deseo de la gente, deseo manipulado por los medios de comunicación de masas. Asistimos pues a la transformación del mundo; empero, en el sentido de su radical decadencia.
El nihilismo extremo: la desaparición
Asistimos a la radicalidad extrema del nihilismo, la desaparición. El nihilismo de hoy se diferencia del nihilismo de los siglos pasados, que abarca la llamada modernidad, en que no solo se trata de la suspensión de los valores, la inversión de los valores, la apuesta por la metafísica, incluso la apuesta por la economía política generalizada, sino por la desaparición de todo lo que implica la cohesión social. Algún discurso economicista supone que la intervención confeccionada en el medio oriente, destruyendo la soberanía de los Estado-nación árabes se debe al angurriento control de los recursos petroleros. El control, incluso en caso de propiedades estatales y políticas soberanas, la tienen los monopolios de los mercados, de los procesos industriales, de las ciencias y las tecnologías, de las comunicaciones y del aparato fabuloso militar. No necesitan ni siquiera intervenir para mantener el control. Esta tesis nacionalista siempre pecó de esa debilidad; reducía el conjunto de relaciones de poder a temas de propiedad. Esta ingenuidad, si bien sirvió en el siglo XX para cohesionar discursos ideológicos contra-hegemónicos, ahora son obstáculos epistemológicos para comprender la problemática del poder en la actualidad.
En este desenlace, la primera impresión,es que se trata del deseo del deseo, algo imposible de cumplir. La permanente insatisfacción creciente. Sin embargo, parece que no es tan así, a pesar de lo sugerente de la hipótesis psicoanalítica. En primer lugar habría que decir por qué hay deseo del deseo, en estas condiciones histórico-políticas mundiales y con estas características. Hablando de una manera menos teórica, lo insólito de lo que ocurre es que parece que se trata no solo de dominio y control, sino de verificar, por así decirlo, el dominio y el control. Esta enfermedad metodológica parece atravesar a las mallas institucionales, sobre todo las mallas que cubren al campo opaco de los servicios de inteligencia, de las potencias dominantes del sistema-mundo capitalista. ¿Por qué esta necesidad incontestable? La hipótesis terrible que lanzamos, no tanto para afirmar alguna pretensión de explicación, sino para provocar un debate urgente, es: los dispositivos de poder mundial ahora funcionan para la desaparición.

NOTAS
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Las dos caras de la híper-modernidad. Dinámicas moleculares; La Paz 2015.http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/las-dos-caras-de-la-hiper-modernidad-del-sistema-cultura-mundo-capitalista/.
[2] Ver de Raúl Prada Alcoreza Estados delincuenciales. Dinámicas moleculares; La Paz 2015. También en pradaraul.wordpress:https://pradaraul.wordpress.com/2015/09/09/estados-delincuenciales/.
[3] Ver de Raúl Prada Alcoreza La inscripción de la deuda infinita, su conversión infinita. Dinámicas moleculares; La Paz 2015.http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/la-inscripcion-de-la-deuda-su-conversion-infinita/.

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