Ofensiva para tomar la Berlín del ISIS
El escritor francés recorre junto a los ‘peshmerga’ varios de los lugares clave en la ofensiva militar que, con el Ejército de Irak y milicias chiíes, han lanzado para recuperar Mosul
Regreso al Kurdistán. Lo primero que hago es ir a los Montes Zartik, visitar el lugar en el que Magdid Harki, el joven general de cabello blanco héroe de los peshmerga, vivió sus últimos instantes.
No ha cambiado nada. Ni los sacos de arena que le sirvieron de magro escudo. Ni la casamata que él insistía en que no estuviera más fortificada que las de los soldados y que ellos han conservado devotamente, en la que está colgada junto a la puerta su cantimplora, con el último sorbo de agua que no tomó. La única diferencia es que ahora son las fuerzas especiales estadounidenses las que ocupan el sitio.
Un soldado examina con los prismáticos el valle, en el que en cualquier momento pueden aparecer los terroristas suicidas del ISIS. Otro apunta su telescopio 20 kilómetros más allá, a las afueras de Mosul. Un tercero, de cabello largo y rizado y bigote a lo Errol Flynn, recupera un dron que acaba de aterrizar a nuestros pies en medio de un remolino de polvo. Otro, con rostro de intelectual, como el cartógrafo del 112º regimiento de San Antonio que describía Norman Mailer, descifra bajo la sombra de un toldo los datos que llegan al ordenador. Y otro, el de más rango, originario de Tennessee, los transmite. ¿Quiénes son estos jóvenes estadounidenses, aplastados por el calor, que observan la luz como un ciego la noche? ¿Qué hacen? Estos soldados que vigilan Mosul son la avanzadilla de la coalición que ha decidido por fin ayudar a los peshmerga y al Ejército regular iraquí y apoderarse de la capital del Estado Islámico.
Estoy en la zona de Khazir, en Sheikh Amir, el último pueblo liberado antes de la ciudad cristiana y mártir de Qaraqosh. Llegan tres camiones Toyotas nuevos y relucientes de los que sale una escuadra de hombres con uniformes negros que no son los de los peshmerga.
"¿Qué hacéis?", protesta el general Hajar, que me acompaña desde Erbil— capital del Kurdistán iraquí—. "¡No tenéis derecho a estar aquí!"
"¡Esta es nuestra casa!", responde un hombre mal afeitado, de mirada dura, amenazadora, que parece ser el jefe del grupo.
"¡No!", replica Hajar, mientras muestra, a lo lejos, un poblado prefabricado que, desde la carretera, nos había parecido un campo de refugiados. "Vuestra casa está allí abajo; los acuerdos están claros, no podéis salir de vuestro campamento mientras no forméis parte de la ofensiva".
"Vete a la mierda", dice otro de los hombres de negro, "nuestra casa es todo". Sin embargo, como Hajar endurece el tono y el altercado tiene pinta de que va a acabar mal, el jefe susurra una vaga excusa, ordena a los suyos que vuelvan a subir a las camionetas e inicia el camino de vuelta al campamento, en el que distinguimos, desde aquí, tres helicópteros que están aterrizando.
Todo esto ha pasado muy deprisa. Los hombres de negro forman parte de los miles de milicianos chiíes que Bagdad ha incorporado a toda prisa a las fuerzas regulares iraquíes. Y el incidente, aunque no tenga importancia, dice mucho sobre las tensiones reinantes entre los distintos participantes (los peshmerga de un lado y el Ejército de Bagdad, de mayoría chií, del otro) llamados a liberar la Berlín del Estado Islámico.
Otra señal. Estamos unos kilómetros más allá, en el pueblo cristiano de Manguba. Aquí, el ISIS ha ofrecido poca resistencia. Pero en su retirada ha dejado un campo lleno de explosivos ocultos en botellas de refrescos, bidones y, a veces, un Corán. Anuar, el comandante cristiano de los peshmerga, es uno de los pocos que se ha atrevido a ir a ver qué queda de su casa. Nos ha citado sobre una azotea vecina, la más alta del pueblo, que, a juzgar por el balón de fútbol desinflado y las canicas de vidrio multicolores mezcladas con casquillos vacíos, debía de servir de terreno de juego a los niños antes de convertirse, hoy, en el puesto de vigilancia de la unidad.
"Es terrible", cuenta. "No queda nada de mi casa, y han quemado la iglesia". Y añade, mientras contiene un sollozo: "Pero hay otro problema más, monsieurBernard; es verdad que estos cabrones se han ido y, si Dios quiere, no van a volver, pero ¿y después? ¿Quién se va a ocupar después de proteger nuestra comunidad? Tenemos una brigada cristiana en formación dentro de los peshmerga; ¿pero qué será de ella después de la victoria? ¿Bajo que mando recaerá?". Ante las insistentes preguntas de mi amigo Gilles Hertzog, Anuar habla más claro. Ni él ni ninguno de los fieles cristianos de esta región de Qaraqosh confían ya en Irak. No piensa traer de vuelta a su mujer y sus hijos hasta que los kurdos, y sólo los kurdos, aseguren la protección de la llanura de Nínive. ¿De qué manera? ¿Como una provincia? ¿Una autonomía con garantía kurda? ¿Piensa que los iraquíes y los estadounidenses del Monte Zartik aceptarán su idea? Asiente con la cabeza: la vida y la salud de los soldados de Dios no se negocian.
Hasan Sham. Al norte de la ciudad cristiana de Bartella. De nuevo el mismo espectáculo de tierra quemada, restos de los camiones bombas, fuegos mal apagados de las reservas de combustible incendiadas. Y de pronto, a mis pies, un gran agujero. Al principio pienso que es un pozo. Pero no. Hay una escala por la que desciendo, con mi fotógrafo, detrás de un experto en desactivar minas. Y descubro, tres metros más abajo, un túnel de un metro de ancho, con la bóveda abombada y unos muros que tienen unos tramos de cemento y otros de tosca piedra, suficientemente alto para poder ponerme de pie. Al cabo de un centenar de metros de que recorremos con prudencia, sin más luz que la de la linterna del especialista, nos encontramos con otra galería, perpendicular y construida de forma similar, en la que conviene no adentrarse porque en ella se ven todavía cubos de plástico e hilos de contacto. A los dos lados del túnel, unas estancias ocupadas por una docena de colchones sucios y desordenados. Después, en disposición simétrica, una doble sala de control en la que se han dejado un montón de periódicos en árabe.
Es un folleto en blanco y negro, de ocho páginas, una especie de boletín para los combatientes del ISIS titulado Las noticias. En la primera página, bajo la foto de un hombre al que están decapitando, este titular: "Cómo se identifica a los traidores". En las páginas interiores, un artículo sobre una operación terrorista en El Sinaí; un análisis sobre los "derechos ilimitados" de un shahid que ha librado al mundo de un kafer; una información sobre la presencia de células durmientes en Kirkuk; y en la página 2, un balance del año muy especial: "1.031 noticias, 110 infografías, 50 mapas y 112 ejecuciones de traidores". Si, en este pueblo perdido, se han molestado en hacer una obra semejante, ¿qué descubriremos en Mosul? ¿Qué entramado de trampas y cepos? ¿Qué ciudad subterránea secreta, para qué guerra sucia?
¿Qué descubriremos en Mosul? ¿Qué entramado de trampas y cepos? ¿Qué ciudad subterránea secreta, para qué guerra sucia?
Reanudamos el camino hacia el norte, hasta las afueras de Dohuk, a 13 kilómetros de la presa de Mosul. El hombre al que venimos a ver se llama Rawane Barzani. Es el hermano menor del primer ministro, y jefe del primer batallón de las fuerzas especiales kurdas. La base en la que nos recibe está a sólo 300 metros de la línea del frente. En su búnquer amueblado con una sencilla mesa y un lecho espartano, observo a este oficial de rostro aniñado, que tiene la edad de los generales de Napoleón. Le escucho exponer en perfecto inglés, mientras oímos el retumbar de los morteros que van y vienen, su teoría sobre el ISIS, que está formado, según él, 1, por "locos" (los conductores de los camiones bomba), 2, "ratas" (los que están emboscados en los túneles) y 3, "perros de guerra" (mercenarios que resistirán de manera encarnizada).
¿Cómo es posible que alguien de su rango esté tan expuesto, tan cerca de la zona de combate que no me puede conceder, por ejemplo, más que unos segundos para una foto en el exterior? La legendaria valentía de los comandantes kurdos, que nunca se quedan en retaguardia sino que se establecen por delante de sus soldados... Su nombre, que podría suscitar sospechas de nepotismo y por el que se siente aún más obligado... Pero, sobre todo, que el ISIS mantiene aquí, a unos kilómetros de esta presa gigantesca que, en caso de sabotaje, inundaría toda la región hasta Mosul y Bagdad, una de sus posiciones más estratégicas. Y la coalición no tiene más remedio: ni hombres de negro, ni milicianos suníes reclutados a toda prisa para hacer de figurantes a su lado, sino elementos serios, sólidos, comandos aguerridos, capaces de ir detrás de las líneas enemigas y llevar a cabo los golpes de mano más audaces. Y al frente, un nieto del fundador de la nación kurda, el padre de todos los peshmerga, Mustafá Barzani.
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