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viernes, 5 de enero de 2018

Sal, oro, té y libros. La sunna del comercio

Editorial

19/12/2017 - Autor: Equipo WebIslam - Fuente: WebIslam
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El te de un vaso al otro
Uno de los grandes valores que nos ha transmitido nuestro Profeta (saws) es la importancia del comercio. Nuestro Mensajero (saws) era un comerciante, un empresario del siglo VII, un hombre emprendedor que transmitía cada día sus valores éticos y metafísicos a través de su carácter práctico. Por eso, la tradición islámica lo define como insān al-kamil (el hombre perfecto). Su perfección está en su equilibrio.
El Profeta (saws) tenía un innato sentido de la justicia (‘adl) lo que le hacía un comerciante justo y respetado. Era un hombre de su mundo, un hombre emprendedor que se casó con una mujer, sayyida Khadija (ra), que amaba el emprendimientotanto como él. Si algo nos resalta su biografía es el enorme equilibrio entre vida espiritual y material. El islam, y el ejemplo profético, nos invita a no descuidar la vida cotidiana, la familia o los negocios por volvernos unos seres ascéticos, que niegan su cotidianeidad, que renuncian al mundo para vivir en el egoísmo de la cueva, en el sufrimiento. El musulmán sonríe y no se mortifica. El musulmán disfruta de toda la creación y se somete a Allāh t‘ala.
En este último editorial de Rabbi al-awwal, el mes del Profeta (saws), queremos incidir en este aspecto. Los musulmanes no nos podemos permitir el lujo de no ser innovadores y emprendedores. Es un deber moral, debemos mejorar a través del emprendimiento en nuestras comunidades y, de forma más generalista, un mundo global, más allá de etiquetas culturales y fronteras. Esta herencia profética ha sido la base de desarrollo del concepto islamicate.
El musulmán sonríe y no se mortifica.
En otros editoriales ya hemos hablado del islamicate. Es la idea de un marco social islámico en el que se engarzan otras culturas, otras religiones, otros mundos. Un compartir las sunnas siendo capaces de beneficiarse de aquello que el islam legisla como lícito (ḥalāl) y como justo (‘adl). A ese mundo islamicate le debemos muchas cosas, muchos transvases no solo de productos o hábitos, sino de información y sabiduría.
Desde tiempos antiguos el oro de Ghana, la sal de las minas del Azawad en Mali o el té y el arroz de China circularon por todo el mundo islámico como símbolos de un comercio más allá de culturas y fronteras. Un comercio que no discriminaba origen ni raza, un comercio que permitía vivir más que dignamente a miles de persones y que, a la vez, llevó el islam transformando la espiritualidad de millones de persona. Así llegó el islam más allá del Sahara o a los confines de Asia. Y poco a poco en los cargamentos de sal, de oro o té se le fueron añadiendo libros. Libros que hablaban de historias míticas, de sabidurías ancestrales, de ḥadīth o de ciencia. Esos libros fueron la mercancía que produjo la ignición del Renacimiento europeo…
Esos libros cambiaron el mundo, protegieron al conocimiento de la debacle y del olvido. El árabe fue el idioma de la protección, y el islam por el amor al conocimiento supo protegerlo e incorporarlo a su canon cultural. El islam es un humanismo, un humanismo que nos exige necesariamente del intercambio, del buen vivir para poder mejorar la sociedad. Ese buen vivir es el que permite que podamos pagar la zakāt, la retribución de justicia para con «otros» que los necesitan.
Esos libros, incluidos en las mercancias de los musulmanes, cambiaron el mundo, protegieron al conocimiento de la debacle y del olvido.
Un comercio de este tipo lleva implícito un adab, una cortesía que hace que el musulmán sea un mu‘min, es decir, alguien digno de confianza. Una confianza que parte de la experiencia profética de alguien que actúa desde la praxis, pero también desde la metafísica. Ese es el valor de los musulmanes cuando hacemos comercio, porque un creyente siempre cumple sus obligaciones (Corán, 5:10). Y como en todo, hay una sunna que podemos reconstruir y que configura nuestra «ética del comercio islámico». La tradición nos sugiere seguir cuatro pasos para cumplir con las praxis que nuestro Profeta (saws) realizaba cuando comerciaba:
El primero siempre disponer de un contrato, y si es posible con testigos. Esto es algo que el propio Corán nos explicita en sura al-Baqarah, 2: 282. Porque supone un pacto, que va más allá de la palabra. Un texto sellado que permita minimizar los malentendidos e invocar justicia si fuese necesario. Consensos muy necesarios en tiempos de post-verdades y olvidos…
El segundo es pagar las deudas. Algo obvio, pero en el que numerosos ḥadīthes, especialmente en Muslim y Bukhari, hacen hincapié. No es algo baladí. Es un asunto de justicia, pero también de credibilidad. ¿Cómo vamos a desarrollar nuestros negocios si no somos creíbles? Piensa en que a tí tampoco te gustaría que te lo hicieran, y piensa que Allāh lleva el mejor libro de contabilidad del mundo…
El tercero es no caer en la avaricia. La avaricia es signo del shaytan porque no permite la expansión de la justicia y del emprendimiento. Una persona avara nunca será emprendedora, caerá en su propia trampa y no dará oportunidades a los demás. Además, esa avaricia lleva consigo la tentación de la usura algo totalmente prohibido dentro de la creencia islámica. Así, la generosidad es un signo de los que siguen al Profeta —y así lo recogen numerosos ḥadīthes de Muslim y Bukhari— y reciben una mayor recompensa de Allah t‘ala.
El cuarto, y último, es ser justo con los negocios y evitar aquello que pueda corrompernos como musulmanes. De nuevo la justicia hace un mundo mejor. La práctica de la ética islámica nos recomienda pagar las nóminas de nuestros empleados justamente y, además, proteger sus derechos. ¿De qué nos sirve tener aparente éxito si no somos capaces de beneficiar a todos los que hacen posible ese éxito? El poder que Allāh nos ha dado, nos lo puede quitar fácilmente si no somos garantes de esa justicia que se espera de nosotros. Del mismo modo, jamás debemos engañar al consumidor porque como cuenta un ḥadīth de ‘Umar —entre otros muchos otros— narrado por Muslim: «El Profeta prohibía vender frutas que no estuvieran en buenas condiciones». Y por supuesto que nos alejemos de comerciar con cualquier producto que Allāh t‘ala ha decretado que es ilícito como puede ser el cerdo, el alcohol, la usura o la pornografía. Elementos que nos corrompen y hacen que cualquier du‘a a Allāh sean inválidos y estériles…
Siguiendo estos simples cuatro pasos nuestros negocios serán mejores y todos nos beneficiaremos de un mundo más justo, dando testimonio práctico de cómo el islam nos ayuda cada día. Ayudémonos de las finanzas islámicas, de la ética y de la espiritualidad. La sabiduría de los libros iba junto al té y al oro. El islam es una vivencia holística, el islam no nos invita a la ascesis sino a una vida extremadamente plena y acomodada desde el cumplimiento con nuestros deberes sociales. Ese es nuestro rizq (sustento), eso es lo que Allāh está ansiando darnos.

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