El pasado fin de semana, la estupidez estuvo a cargo del propio presidente Obrador, quien dijo que “lo que no se sabe” es que los barcos que cruzan el canal de Panamá, usan más gasolina de que los autos.
La tontería le valió al presidente la tendencia en redes no sólo por lo insólito de su declaración y por la inédita revelación, sino porque el mandatario mexicano fue el hazmerreir de propios y extraños.
Luego vino la esposa del presidente, la “doctora” Beatriz Gutiérrez, quien en entrevista se aventó la puntada de citar al poeta Amado Nervo al que bautizó como “mamado nervo”, lo cual rompió todos los registros posibles de las tendencias en redes –en México–, por la mayor estupidez posible.
Los memes hicieron talco a la esposa del presidente quien, a su vez, hizo todo lo digitalmente posible para conseguir un control de daños. Y, claro todo sin suerte. Incluso de nada le sirvió pagar con dinero público miles de bots contra los críticos.
Y es que el daño estaba hecho y lo único que consiguió fue ratificar que las redes pueden ser lo mismo “benditas” que “malditas”; en todo caso son despiadadas.
Pero como el mundo digital no tiene horario ni fecha en el calendario –porque su dinámica el global–, ayer por la mañana tocó el turno a la titular de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, quien pretendió salir de un pantano informativo dando brincos y agitando sombrerazos.
Es decir, pretendió salir de un pantano informativo y se hundió más gracias a la competencia de estupideces entre las secretarías De la Función Púbica, de Gobernación, el vocero presidencial y el propio presidente Obrador.
El problema es que la señora Sánchez Cordero es “una ricachona” de siete suelas y, por tanto, le cuesta trabajo justificar decenas de millones de pesos que, sin duda atesoró de manera legítima junto con su esposo, durante su paso por los privilegiados empleos que los dos han tenido.
El problema es que tanto el vocero de la señora Sánchez Cordero, como el vocero presidencial y los voceros de la Función Pública, son tontos sin el menor oficio –si no es que idiotas igual que sus jefes–, incapaces de pensar una solución elemental para el control de daños.
Y es que la titular de Gobernación hizo lo correcto en su declaración patrimonial y también hizo lo correcto la Función Pública.
El problema es que ninguna de las dos dependencias supo explicar lo que hicieron y por qué se vio mal a los ojos ciudadanos.
Pero la perla del día de ayer –la tarde del día 38 del nuevo gobierno–, estuvo a cargo de uno de los más tontos jefes de la Hacienda Pública que ha tenido la historia de los gobiernos mexicanos.
Nos referimos, claro, al señor Carlos Urzúa, quien para justificar la estupidez de quitar el presupuesto a las guarderías –lo que ya es un escándalo internacional–, justificó el recorte con otra estupidez propia de Morena.
Dijo que las guarderías no sirven de nada, que son una carga para el gasto público y que lo mejor es que los niños se queden con sus abuelas.
“Las abuelitas son mejores que las guarderías”, dijo.
Confirmó el señor Urzúa que el gobierno para el que trabaja, el de López Obrador, es un gobierno picado por una epidemia; la epidemia de la torpeza, la imbecilidad y que lleva a todos los servidores públicos a competir por ganarle al presidente, la mayor estupidez posible.
Y es que todos los secretarios de Estado, los líderes parlamentarios de Morena, la propia presidenta del partido y hasta el presidente Obrador, han cometido repetidos errores que confirman que el gobierno mexicano compite por cometer la mayor estupidez.
Será posible mayor estupidez.
Se los dije.