Reflexiones sobre la política desde el punto de vista islámico
1- Introducción
¿Por qué deberíamos interesarnos en la política?
La política es parte de la vida. Nadie puede vivir al margen de una sociedad política. El hecho de que los seres humanos deban convivir produce de por sí la necesidad de autogobernarse, de establecer normas, de resolver conflictos, de administrar los bienes comunes y de auto defenderse de la agresión de otros, de cualquier índole que ésta sea. Así es como surge necesariamente la sociedad política. Solamente un eremita puede quedar al margen de ella.
Sin embargo, el concepto de “política” ha sido metamorfoseado y corrompido al extremo en la actualidad, en las sociedades capitalistas, estructuradas en base a la representación de los partidos políticos, como también en las del sistema socialista, hoy en retroceso. Si miramos la historia, de cualquier pueblo, de cualquier época, encontramos que en general la política ha estado asociada a la protección del beneficio de unos pocos. El fundamento de un sistema político más justo requiere, entonces, de cambios profundos como la concepción de una base material que no sea el único factor determinante de la sociedad aunque resulte estrictamente necesaria para su desarrollo .
La sociedad opresora de hoy es extremadamente materialista y evalúa las relaciones sociales estrictamente en base a la producción, el nivel de ingresos y las clases sociales. El error más evidente radica en que el eje de la vida social está constituido por la economía, tanto en la sociedad capitalista liberal, como en la socialista marxista, dejando de lado cualquier otro aspecto de la vida de la gente.
La sociedad humana puede ser comparada con el cuerpo de una persona. Este está constituido por órganos fijos, como el corazón, el hígado, y el estómago, órganos que están en continuo funcionamiento, sin por ello cambiar su estructura. Del mismo modo que el cuerpo humano se enferma, la sociedad degenera en la opresión en beneficio de unos pocos y detrimento de la mayoría, corrompiéndose todos sus órganos.
En conclusión, la sociedad humana, como el cuerpo, cumple ciertas funciones para la vida que pueden ser normales o enfermas. El fin de la sociedad humana, como el fin de un cuerpo, es el de permitir la vida en comunidad, en forma armónica y pacífica, y en tanto no se descomponga o corrompa, la sociedad logrará naturalmente su finalidad.
La política debe ser, entonces, el medio para establecer la Paz y la Justicia.
2- El gobierno y el gobernante verdadero
Existe un principio que no se tiene habitualmente presente: el hecho de que ningún líder por su cuenta puede salvar a un pueblo. La falsa idea salvacionista constituye una fantasía que ha creado el mundo moderno y que resulta improbable en todos los casos ya que nadie puede salvar a un pueblo entero por más esfuerzos que haga ya que resulta incluso difícil salvarse a sí mismo. La salvación de toda una comunidad de personas es menos factible aún si se trata de un pueblo subyugado por falsarios que con doctrinas filosóficas, religiosas, políticas o de cualquier otra índole que nos imaginemos, intentan atraer a la gente hacia ilusiones diversas que esconden fines egoístas y sectarios.
Entre los políticos específicamente, se encuentran muchos de los grandes mentirosos e hipócritas de nuestra época, principales forjadores de falsas doctrinas con las que engañan a la gente.
Una sociedad saludable debería reconocer que uno de los principales crímenes consiste en obedecer a un gobernante corrupto, maligno, opresor, aquellos dirigentes que responden a intereses de otros que no son los que se hallan bajo su gobierno. Esto no equivale, sin embargo, a levantarse en armas contra él mientras no sea necesario, aunque una medida de estas características se justifica en caso de extrema necesidad ya que a lo largo de la historia las comunidades más justas han reconocido como legítimo el derecho de rebelarse contra el opresor que llega a los límites aberrantes de abuso de poder.
En toda sociedad política el uso de la mentira es un medio al que apelan los falsos dirigentes para eliminar a sus adversarios y acceder al poder, siendo los más frecuente que los adversarios procedan a su turno de la misma manera.
Lo contradictorio es que el falso dirigente espiritual, o social, o económico, o comunitario, o familiar, que apela a la mentira para alcanzar poder, va incluso en contra de sí mismo, pues en principio la mentira no puede servir para fundar ningún derecho. Es decir, ese poder que quiere ejercer el falsario es falso también, y él será indefectiblemente combatido con la misma arma, la mentira. Así se corrompe y confunde el verdadero bien de una sociedad, o de una comunidad, o de una familia.
El gobierno de una comunidad no consiste exclusivamente en mantener la paz y la seguridad, sino que es antes que nada un magisterio. El gobierno no es un mero poder político, donde los gobernantes son simples administradores de las arcas públicas, como sucede hoy, sino antes que nada deben ser maestros de sus pueblos. El sentido de la conducción pública, del gobierno de la gente, es que el gobernante debe ser un modelo de los que lo siguen, aparte de la seguridad y de la paz que se deben garantizar a la gente. Esto significa, entre otras cosas, que el gobernante debe mantener la paz y la seguridad públicas, respetando la propiedad de cada cual, porque no es dueño de la propiedad de los individuos. Pero aparte de la paz y la seguridad está la justicia, que el gobernante debe implantar lo máximo que pueda.
Sabemos que la justicia en este mundo nunca es perfecta, aunque los anarquistas, los marxistas, y otras utopías imposibles prometan falazmente un estado de justicia perfecta, donde no haya más necesidad de gobierno. El gobernante debe llamar a realizar el bien, y hacer justicia tanto cuanto sea posible, aunque en forma absoluta sea imposible en este mundo. Por lo tanto, la función de hacer justicia es la más difícil de ejercer, porque la perversidad humana no permite que se logre totalmente.
Este es un mundo de pruebas, no de perfecciones. Es imposible que individuos imperfectos produzcan una sociedad perfecta. Tal es un viejo axioma universal, que vale tanto para la sociedad civil o política como para una sociedad comercial, o bien el matrimonio. Es imposible que una sociedad comercial constituida por estafadores no sea una sociedad estafadora.
Existe una relación, entre los dirigentes y los dirigidos debido a que ambos son responsables en su medida de la situación que impera en la comunidad en la que viven. No porque los dirigidos tengan una menor participación en la elaboración del error o de la maldad son por ello menos responsables que los dirigentes, ya que aceptaron el error y adhirieron a él.
Es verdad que existe, por una parte, un momento de aceptación del error de corazón, y por otra parte, otro momento de su difusión entre la gente. Pero es necesario que en ambos intervengan no solamente los dirigentes, sino también los dirigidos. Por lo tanto, los dos grupos están asociados íntimamente a la misma causa y son responsables ambos. Si, por ejemplo, la gente de un país vota a un inmoral sabiendo que lo es, a un borracho, o a un corrupto, o alguien cuyos fondos proceden de la droga, o vota a reconocidos tiranos, se está solidarizando con ellos en el mal. El que vota se hace socio de los votados por él, aunque no participe para nada del poder de gobierno.
Aunque la tarea de los dirigentes es más importante y aunque ellos sean los principales factores del error, quien ve un mal acto y no lo condena, adhiere de ese modo a él y tiene la misma culpa que quien lo realiza.
Es necesario ciertas virtudes éticas que debería presentar un gobernante, cualquiera sea. Podemos destacar la justicia, la templanza, la valentía, la fe y la sabiduría. Lógicamente, estas virtudes determinan que sea objetivo e imparcial en su juicio, evite las pasiones, el egoísmo, la maldad, que llevan a los gobernantes a ser injustos, y provocan la infelicidad de los gobernados.
Y por último debe poseer un conocimiento del estado real de la humanidad y de sus necesidades presentes, y el conocimiento de las características propias e históricas de la época en la que él ejerce su función.
Es posible que alguien ponga en duda la necesidad de todas estas condiciones en un gobernante cualquiera, lo cual sería cierto en la mayoría de los casos en las sociedades civiles, donde es imposible que un gobernante las tenga en su totalidad, ni algunas pocas de ellas. De hecho, la mayoría de los que gobiernan no las cumplen de ningún modo, ni las constituciones de los países democráticos o de los totalitarios, las exigen de ellos. Cada gobernante es de algún modo un reflejo de los gobernados, y aún más, en los regímenes democráticos al elegir demuestran las aspiraciones que tienen respecto de sus gobernantes, de sus cualidades, idoneidad, sabiduría, y ética.
3- La sociedad
LA CONFIANZA Y LA LEALTAD COMO PILARES DE LA CONVIVENCIA CIVILIZADA
Una comunidad cualquiera, inclusive una sociedad política o civil, como en la que vivimos nosotros, aunque sea muy caótica, debe tener a la confianza como uno de los fundamentos principales, a la lealtad, la veracidad en el testimonio de las personas y en las transacciones entre ellos. Cuando esto es violado y se degrada, se degrada toda la sociedad. El testimonio veraz, la lealtad y la confianza en las relaciones entre sí de los miembros de una sociedad, o de una comunidad cualquiera, es parte de la obediencia a una autoridad verdadera, a una autoridad digna de ser obedecida. Pero cuando empieza la mentira empieza la deslealtad y entonces se corrompe la sociedad. Por eso, por ejemplo, el soborno es malo.
4- La riqueza
características, condiciones y distribución
En principio, es indispensable la elevación de los pobres a un nivel de dignidad. Organizar la sociedad política de acuerdo a la justicia constituye la idea central de una comunidad sana. La justicia se impone a través de un modo de vida correcto de parte de todas las clases de grupos que componen la sociedad del cual el gobernante debe ser el primer modelo.
No hay otra forma de imponer la justicia. Ninguna ideología política, puede lograr la felicidad de los pueblos sino es a través de un comportamiento correcto tanto de dirigentes como dirigidos.
Hay que repulsar la ostentación de riquezas, es decir mostrar lo que se posee para humillar con ello a los pobres. No debe, el que ha recibido bienes materiales, ostentarlos públicamente como signo de poder, éxito o categoría social. Esta mentalidad es tan propia del capitalismo como del marxismo, porque ambos ubican como eje de la vida de los pueblos a la economía. Tampoco es necesario el despilfarro, es decir, invertir las riquezas en las cosas vanas. No quiere decir eso que sean recomendables la mezquindad o cicatería, la avaricia o tacañería. Lo que se recomienda es el justo equilibrio entre los extremos, tanto al gastar o consumir como al actuar, alejándose de los extremos y manteniendo una conducta lo más acorde posible con el justo medio. Lo mejor para cualquier ser humano es llevar una vida sobria, sin privaciones ni excesos. Si todos intentáramos esto comenzando por los gobernantes, sería un primer paso hacia la justicia y la equidad en la sociedad, además de ser lo mejor para la vida moral, física y psíquica de sus individuos.
También es necesario valorar y respetar la diversidad de categorías, de oficios, de funciones dentro de cada sociedad, para que la vida se pueda constituir. Es claro que un hombre no puede subsistir por sí mismo, ni puede cubrir todas sus necesidades, precisa ineludiblemente de otros.
Actualmente se ha llevado al mundo a un gran caos social, moral y económico debido a la usura internacional que es comparable al cáncer en el sentido de representar un descontrol, un caos que afecta a la producción de las células, por desórdenes en la comunicación entre ellas. Comienzan a generarse más y más células y los tejidos crecen, entonces desaforadamente con un incremento nocivo. De igual modo la usura se expande en el tejido social donde el crecimiento de los medios financieros aparenta responder al progreso, cuando en realidad es un desarrollo nocivo donde aumenta periódicamente el número de segregados y la acumulación de dinero en unas pocas manos. Los usureros siempre piensan que fomentan el comercio argumentando que “la usura es algo meramente igual al comercio", es decir una actividad lícita, aprovechando la falsa semejanza para tratar de justificar su nocividad.
Recordemos que el sistema capitalista en que vivimos ( y no estamos en contra del capital, sino contra el capitalismo, que son dos cosas muy diferentes) ha surgido sobre la base de la acumulación de capital como fruto de la usura y que las grandes finanzas internacionales siguen existiendo gracias a ella. No hablamos de política, sino del sistema económico que existe en el plano nacional e internacional. Y recordemos también que en una sociedad donde no hay justicia y hay, en cambio miseria, no puede existir intelectualidad, ni ciencia, ni arte, ni espiritualidad alguna. Esto es muy conocido desde antiguo: el ocio genera el conocimiento, es decir la libre disposición del tiempo que permite que la gente se dedique a lo suyo. Si ellos están en la miseria seguramente no podrán hacerlo. Es por eso que, desde el punto de vista del espíritu, deseamos una sociedad donde haya dignidad para todos, donde no haya estafa, usura, avaricia de los grandes capitales para ahogar a la gente que trabaja.
Tampoco creemos que sea ilícita la riqueza de los individuos, todo lo contrario creemos que la riqueza es individual y licita, por lo tanto no es posible colectivizarla ni se la puede usurpar, como proponen marxistas y capitalistas.
El poder de los opresores, sobre el que está constituido el mundo actual, siempre se basa en una doctrina política pervertida como la de Maquiavelo, por ejemplo, un gran opresor. No acatar interiormente a los opresores es clave para no aliarse a ellos. Debemos obedecer las leyes en todo lo justo que contengan. No pretendemos ser «revolucionarios» sino justos que es otra cosa. Los «revolucionarios» quieren destruir todo orden posible, como los anarquistas, los marxistas y otros grupos que terminan por expandir el caos y la mayor opresión sobre los pueblos, como sucedió en Rusia. Nosotros obedecemos las leyes en todo lo que entendemos firme y justo y queremos simplemente lo que es mejor para todos.
5- El poder
El poder no es solamente una parte de la vida social, no es sólo «el poder ejecutivo», la máxima autoridad. El poder está en todos lados, en cada uno de los miembros de una sociedad. Por eso se debe tener bien en claro qué significa el poder y cuál es su ejercicio más adecuado. Devolvérselo a la gente es devolverle su libertad verdadera. Los buenos gobernantes deben restituir la libertad a la gente, el poder a cada uno, porque los opresores se lo han usurpado. Poco importa que éstos hablen de «democracia» o de «libertad» si en realidad han robado el poder de la gente.
Los opresores se apoderan de las tres bases principales del poder: la economía; la religión u opinión pública; y las armas o fuerza. Y cuando tienen estas tres bases en sus manos las ponen al servicio de ellos mismos. La ideología opresora (que se reviste de falsos ropajes sagrados) es como la cabeza del sistema injusto; las armas son como sus brazos y piernas; y la economía es como su sangre.
Hoy podemos ver como los medios de comunicación trabajan en conjunto con el poder injusto, distrayendo a la gente para que no despierte a la realidad de que el poder verdadero está en sus manos.
Los aliados del poder opresor contribuyen a que el oprimido sufra toda clase de privaciones creando la apariencia de falsas soluciones y apelando al nacionalismo, a la democracia o a otros tantos recursos, burdos o sutiles, que justifican el mantenimiento de la opresión y son productos del mismo sistema.
La opresión funciona esencialmente proyectando un falso paradigma del hombre y la sociedad y engaña al ser humano respecto de la finalidad real de su existencia y sobre su verdadera felicidad.
Aunque así lo pretendan los sistemas de poder opresores no pueden justificarse nunca por la búsqueda de un ideal de justicia, porque sus propios actos niegan la a cada momento. La opresión existe porque las condiciones del mundo son contradictorias con el establecimiento de la justicia y en ello basa también su discurso. Por ejemplo, todo tirano apela primeramente al cambio y a la reforma de la sociedad y hasta a la eliminación de la injusticia y la tiranía creando una ficción de vida social, que no se basa en ninguna verdad, sino en la opinión transitoria de sus exponentes.
Los tiranos confesos o encubiertos ejercen la violencia en sus más variadas formas porque no pueden recurrir a la persuasión, la cual nace del reconocimiento de que el hombre es portador de realidades intelectuales y morales y no un simple objeto aplicable a los fines de un déspota.
Por otra parte, el tirano se presenta como modelo a imitar y suplanta en el conocimiento de la gente al verdadero modelo, el del hombre justo, pues la perpetuación del poder opresor exige que su ejemplo se difunda. Crea el "reino del más fuerte", donde la única relación admitida es la de la violencia, no la de los derechos. Este sistema que predomina en el mundo de hoy tiene diferentes grados de concreción y distintos modos de sutilidad. El sistema se completa cuando la gente acepta pasivamente las convenciones creadas por el régimen y practica el modo de vida impuesto.
6. La familia
La familia es la unidad base y fundadora de toda a sociedad y si no hay justicia en nuestras familias nunca la habrá en nuestra sociedad.
La responsabilidad social en el orden moral de la mujer es en cierto modo mayor a la del hombre. En primer término porque ella es el fundamento del hogar, la base de la familia y así es como su conducta moral resulta más influyente en la sociedad a través de la familia.
Pero, si bien la influencia de la conducta moral femenina es mayor sobre la sociedad que la masculina, ello no significa que sea la mujer por sí misma la causante de la corrupción social, sino por el contrario es el hombre que la impulsa a la corrupción, y una vez corrompida la mujer es fácil pervertir a la sociedad por los vasos comunicantes de las familias. Pero sucede que los corruptores tienen por mira algo más allá del simple hecho del caos generalizado, pues lo que desean a través de esto es el poder. Así, el estado del matrimonio y la familia, la corrupción moral de la mujer y la perversión de los hombres, están ligadas a la vida social y política, porque lo que se busca con ello es el poder. Por eso la mujer y la familia, especialmente, deben orientarse por normas sociales justas, para que no se produzca su corrupción y ésta se generalice al resto de la gente.
Estas normas que deberían regir la vida social y familiar se basa en la conciencia innata y espontánea de los hombres que repugna toda corrupción de la familia.
Esto es mas necesario hoy en día, cuando la gente que modela la existencia actual de occidente cree haber llegado a la perfección en muchos órdenes, admitiendo nada más algunas falencias, las que, según dicen, se van a ir arreglando con el tiempo. Ellos definen todas las cosas, el matrimonio, la sociedad política o civil, la cultura, la enseñanza, etc. El gobernante no calificado cree hoy tener poder para modificar la cultura de una sociedad, y esto es lo que está sucediendo en los países occidentales más atrasados.
La sociedad humana debe basarse sobre bases estables, seguras, firmes, que reconozcan con sabiduría los derechos de la naturaleza humana, y los respeta, dándole un cauce natural y justo. Por ejemplo, acerca de ambos géneros, masculino y femenino, mantener una distinción equitativa, sin recurrir a un abstracto igualitarismo que finalmente resulta injusto, ni desconocer los derechos del más débil. Lo mismo sucede con los niños, y con los incapaces de ejercer sus derechos.
Los promotores de la vida moderna están imbuidos de una ideología parcial y tendenciosa que distorsiona la ley, la cultura, y todo el resto. Si dejaran a la gente organizarse espontáneamente saldría todo mejor, porque actuarían de acuerdo a la esencia humana. Pero no, sino que ellos imponen su teoría, su concepción abstracta, y tratan de que todo entre dentro de ese molde, que por lo general es un fracaso. Fijémonos sino en el comunismo de Rusia, o en la crisis de la sociedad liberal capitalista de los Estados Unidos. Allí la familia no existe, el trato entre la gente es despiadado, el crimen aumenta sin límite, y la violencia contra los pueblos, y dentro mismo del país, es salvaje.
7- La responsabilidad individual
Hay dos aspectos, tanto sociales como psicológicos o interiores del hombre,: el control y el autocontrol. El control corresponde a la sociedad humana, que debe estar regida por leyes claras, objetivas, justas y aplicar procedimientos ecuánimes, equitativos, para que el derecho pueda regir. De lo contrario la sociedad se corrompe, desde su misma cabeza hasta el último de los individuos y de ello tenemos numerosos ejemplos. “Control” no significa quitar la libertad a las personas, sino tener buenos procedimientos, una buena aplicación de la justicia, un correcto desempeño de los gobernantes y controlar socialmente la mala conducta pública, lo cual hoy ya parece perdido.
Pero el control externo depende del autocontrol de uno sobre sí mismo. ¿Qué significa autocontrol?: simplemente que cada uno evite perjudicar a los otros y perjudicarse a sí mismo, obedeciendo al principio que dice: “No hagas al otro lo que no desearías que te hagan a tí”, como robar, mentir, matar, estafar, cometer iniquidad y maldad. Este es un primer paso, es decir hacer el bien para recibir el bien. Pero hay otro paso todavía más profundo que afirma: “El otro soy yo”, principio que me lleva a identificarme con él y a no hacerle el mal, porque entonces me lo haría a mí mismo. Antes de perjudicarlo violo mi propio bien, mi bienestar, mi conciencia, pues el principal perjudicado de toda malignidad, aunque se perjudique otro, es uno mismo. Entonces, el otro resulta ser uno mismo, y cada vez que le haga el bien, me haré el bien a mí mismo.
El más importante de ambos aspectos es el autocontrol, pero ambos están determinados en ordenar el bien y vedar el mal. Como dice el dicho: “El que vea cometer un mal y no lo condene es como el que lo realiza”. Por ejemplo, si alguien ve que están robando y no actúa ni dice nada está siendo partícipe del hecho aunque probablemente esté actuando precautóriamente. Aquí hay un ejemplo de control social. Cuando hay descontrol hay caos, desastre, como sucede hoy con la justicia, el gobierno, la escuela, la misma familia, en la que termina o quizás empieza el descontrol.
Todo ello a causa de omitir ordenar el bien y vedar el mal, que constituye socialmente un principio de acción y de autocontrol. Se basa en no hacer al otro lo que no me gustaría que me hagan a mí, y de ser posible, hacer al prójimo el bien que querría que me hagan. Pero más que eso, es considerar al otro como yo mismo.
La práctica de ordenar el bien y vedar el mal tiene diversos aspectos, empieza por la persona de uno mismo, ordenarse el bien y vedarse el mal a uno, lo cual constituye el autocontrol. Si hay algo que hoy ya no existe en la gente en general, o al menos está muy relajado, es el autocontrol, de manera que las personas no son severas consigo mismas como lo eran antes, ni se exigen en el orden moral, espiritual e intelectual tanto como en otros tiempos. El asunto está muy diluido y las personas reciben cierto mensaje del medio cultural y social donde viven que dice que el autocontrol es “reprimirse”, que deben, por el contrario, “transgredir”, para descubrir “su verdadero yo”, o por lo menos para adecuarse a las condiciones imperantes. Esto es contrario a la vida espiritual, moral y psíquica del ser humano y la sociedad por más que se lo sostenga con mucha literatura, y haya muchas personas que lo repitan. En general la cultura social se corrompe, y llega a sostener ciertas teorías aceptadas por la generalidad, aunque sean erróneas. La lección del pasado es que muchos pueblos y civilizaciones han quedado al margen de la humanidad por corromperse, hasta el punto de llegar a la pura bestialidad. Y en este mismo camino está la civilización actual. En el aspecto moral o ético ya no se fomenta ninguna valla, ninguna corrección, ningún límite, y así en otros aspectos.
Si el hombre quiere llegar a la felicidad, no le será posible sin el autocontrol en sus diversos grados, porque la felicidad no es espontánea en el hombre, como lo es en los animales. El animal, quizás, procediendo espontáneamente, es “feliz”, si cumple con lo que le satisface. Pero el hombre no, porque tiene exigencias de tipo intelectual o espiritual, tiene futuro, tiene conciencia de la realidad, una vida interior intensa, una sexualidad abierta, lo cual varía fundamentalmente la vida del hombre (los animales poseen una sexualidad restringida, periodos de celo), tiene una tradición anterior, una cultura que lo rodea, una exigencia por parte de la sociedad. El está inserto en cierta cultura, no llega a la felicidad simplemente cumpliendo con las leyes naturales, se da leyes de otro orden, y al dárselas, si no incluyen en esto el autocontrol, la administración moral e intelectual de sus capacidades y potencias, de su fuerza, de su vida, sus bienes, sus relaciones o vínculos con los otros, nunca llegará a la felicidad.
En resumen, el primer grado de ordenar el bien y vedar el mal es el autocontrol de uno mismo. Cuando los teóricos políticos, o los intelectuales del mundo actual, quieren resolver los problemas de la sociedad, piensan en medidas colectivas, como los impuestos, por ejemplo, como si los hombres fueran una manada a la que se puede dirigir con perros. Pero las medidas colectivas fallan, porque cuando no hay autocontrol por parte del individuo, no hay compromiso real con lo que se intenta, y las medidas no solucionan nada.
El hombre actual se ha acostumbrado a una mentalidad mecanicista, por la que implementa cierto mecanismo para que se produzca un determinado fenómeno. Pero esto no resulta efectivo en la sociedad humana, ni nunca lo será. Ningún mecanismo colectivo puede suplir la conciencia humana individual, de modo que el problema actual de la crisis moral y social se remonta al problema del individuo que no se auto controla.
En definitiva, una vez vencida la valla del primer control, de ordenarse el bien y vedarse el mal a uno mismo puede ser ejemplo para otros, especialmente los padres. Cuando éstos demuestran que no cumplen con un modo de vida bueno, por lo menos para sí mismos, que no tienen ningún control sobre su conducta, no pueden, en consecuencia ordenar el bien y vedar el mal a sus hijos, porque el mal ejemplo proviene de ellos mismos. Y así se desintegra la familia. Un padre, con un vaso de whisky en la mano, que dice a su hijo: “¡Hijo mío no te drogues!”, mientras él chupa de su botella, no tiene ninguna autoridad para transmitir ningún control. Y cuando no hay control, no hay ley alguna, tal ese es el problema actual.
El tercer grado de ordenar el bien y vedar el mal es en lo que concierne a la sociedad misma. Hoy eso ya no existe, una persona puede estar asaltando en la calle y nadie lo censurará. Ya no hay censura pública, la gente pasa al lado de los otros sin interesarle lo que hacen, o cómo se encuentran. No hay control en ninguno de los escalones en que el hombre debe controlarse y cumplir consigo mismo, empezando por cumplir el bien y vedarse el mal a sí mismo. Entonces se generaliza la corrupción desde el nivel estatal, desde el nivel intelectual y de la cultura, desde el nivel económico o de la producción. Se propagan malos ejemplos, corrupción, estafa, difusión de ideas nocivas para la sociedad, canciones hechas para difundir la droga etc. Hoy se cantan las inmoralidades, el adulterio, y los vicios personales y dañinos, como la borrachera, son fomentados con música y poesía. Tenemos entonces un descontrol total y en todos los sentidos, y ya no se ordena el bien, ni se veda el mal.
Por eso, si quizás no podemos actuar de echo contra lo que esta mal, podemos al menos rechazar de palabra diciendo “ eso esta mal”, dando un ejemplo a quienes nos rodean. Porque no es posible reformar todo lo que viene siendo mal hecho, detrás de lo cual hay grandes poderes económicos que lo fomentan, pero en la medida de lo posible debemos difundir la palabra de verdad, la condena, la crítica etc., de modo que por lo menos nosotros no participemos de todo el mal que sucede. Siempre va a infiltrarse algo en nuestra conducta, en nuestra persona, pero para nuestro propio bien no deberíamos participar ingenuamente de todo, por el contrario, deberíamos ser unos críticos activos.
Lo principal que debe quedar de esta enseñanza es que si no hay control, tanto a nivel personal, como a nivel familiar y social, habrá caos. El autocontrol se establece mediante ordenar el bien y vedar el mal, algo muy simple. Segundo, para ordenar el bien y vedar el mal se debe conocer el bien, y qué es nocivo. Tercero, se debe ser valiente, no temer a la gente, pues si uno teme a sus hijos, a su cónyuge, a la familia, a la sociedad, no será capaz de la verdad. En realidad estará sometido a lo contrario, a ordenar el mal y vedar el bien.
8 – Conclusiones
En conclusión, mientras que en el marco del sistema opresor el eje de la vida social es la posesión de los bienes económicos, para nosotros debería ser el correcto modo de vida. La sociedad actual es opresora y materialista, para nosotros es posible que exista una sociedad justa.
Existe una parte invariable y otra variable en la vida humana. Por ejemplo, la necesidad de comer, vestirse, asearse, respirar, moverse, descansar, ser saludable, etc. Por el contrario, cambian las lenguas, las vestimentas, las técnicas, la situación económica, las religiones. Cambia la cultura de un lugar a otro, pero no cambia la esencia humana. La corrupción tanto de la vida individual como social se produce en lo que cambia, no en lo invariable.
La meta máxima a que aspira el hombre es sólo una: la felicidad. Para conseguirla es el único animal que debe cambiar su existencia hasta lograrla. Todo el resto de los animales tiene modelada su existencia de forma fija, invariable. Ambos, animal y hombre forman asociaciones en las que se produce la convivencia. En principio, solamente la asociación humana es la que cambia y se corrompe.
Para que la vida social se mantenga sana es fundamental:
1) La justicia;
2) la veracidad de lo que se divulga;
3) la eliminación de la violencia y conservación de la seguridad pública;
4) asegurar la adquisición de los medios de vida y de conocimiento
5); establecer un nivel moral y ético que suprima la corrupción de las costumbres;
6) asegurar el trabajo, que nos evite la miseria tanto como la molicie y el lujo;
7) la eficiencia de los medios de vida, que produzca el bienestar general.
Todo esto sirve a la felicidad, que es el fin último. A esto se llama bien social y debe estar fundado principalmente en la fe, la creencia en que la vida y el universo tiene un sentido, una finalidad útil.
En definitiva, existen dos motores de la sociedad humana: uno es el ser individual, que debe confiar en lo que hace, pues sin fe no estará motivado para lograr nada; otro son los órganos sociales con sus grupos respectivos, que deben mantenerse sanos para alcanzar los objetivos antes mencionados: justicia, verdad, paz, seguridad, moral y ética, trabajo, eficiencia. Para lograr esto es necesario un modo de vida social justo. Cuando el modo de vida se corrompe, comienza a hacerlo por los individuos particulares, luego los grupos sociales y por fin la sociedad toda. Ello puede suceder en un lapso de tiempo muy corto.
Nosotros proclamamos:
1. Una sociedad justa, no clasista ni capitalista.
2. La distribución de las riquezas y de los merecimientos de acuerdo al esfuerzo que realicen los individuos.
3. El objetivo social último es implantar la Paz y la Justicia en la sociedad humana para lograr el bien común y la felicidad de sus miembros.
fin
Prohibida su reproducción total o parcial sin citar las fuentes y autor: "Centro de Altos Estudios Islámicos" Argentina www.senderoislam.net
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