LA GUERRA ES UN LATROCINIO - WAR IS A RACKET (1935) Mayor General del Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos Smedley Darlington BUTLER http://en.wikipedia.org/wiki/Smedley_Butler CAPÍTULO UNO LA GUERRA ES UN LATROCINIO La guerra es un latrocinio. Siempre lo ha sido. Es posiblemente el más viejo, sobradamente el más provechoso, seguramente el más vicioso. Es el único de alcance internacional. El singular en el cual los beneficios se cuentan en dólares y las pérdidas en vidas.
Un latrocinio se describe lo mejor posible, creo, como algo que no es lo que parece a la mayoría de la gente. Solamente un pequeño grupo "interno" sabe de qué se trata. Es dirigido para el beneficio de muy pocos a expensas de muchos. Por la guerra un pequeño número de personas hace enormes fortunas.
En la Primera Guerra Mundial un mero puñado acopió los beneficios del conflicto. Por lo menos se hicieron veintiún mil (21.000) nuevos multimillonarios en los Estados Unidos durante la Guerra Mundial. De ellos, muchos admitieron sus enormes y sangrientas ganancias en sus informes al Impuesto sobre la Renta. ¿Cuántos otros millonarios de la guerra falsificaron sus declaraciones de impuestos?; nadie lo sabe.
¿Cuántos de estos millonarios de la guerra llevaron un rifle sobre sus hombros? ¿Cuántos de ellos cavaron una trinchera? ¿Cuántos de ellos supieron lo que significó estar hambriento en una cueva infestada de ratas? ¿Cuántos de ellos pasaron noches de miedo y desvelo, evadiendo cascos de metralla y balas de ametralladoras? ¿Cuántos de ellos rechazaron una carga de bayoneta del enemigo? ¿Cuántos de ellos fueron heridos o muertos en batalla?
Por la guerra las naciones adquieren territorio adicional, si son victoriosas. Simplemente lo toman. Este territorio recientemente adquirido es prontamente explotado por pocos – los mismísimos pocos que exprimieron dólares de sangre en la guerra. El público en general lleva la cuenta sobre sus hombros.
¿Y cuál es esta cuenta? Esta cuenta rinde una contabilidad horrible. Lápidas recientemente colocadas. Cuerpos despedazados. Mentes quebrantadas. Corazones y hogares rotos. Inestabilidad económica. Depresión y todas sus miserias concomitantes. Impuestos agobiantes para generaciones y generaciones.
Por una gran cantidad de años, como soldado, tuve la sospecha de que la guerra era un latrocinio; y hasta que me retiré a la vida civil la pude comprobar completamente. Ahora que veo juntarse las nubes de la guerra internacional, como están hoy, debo encararlo y hablar claro.
Otra vez están eligiendo partido. Francia y Rusia se reunieron y acordaron mantenerse lado a lado. Italia y Austria se apresuraron para llegar a un acuerdo similar. Polonia y Alemania se lanzaron miradas de soslayo, olvidándose por el momento [una ocasión única], de su disputa sobre el Corredor Polaco.
El asesinato de rey Alexander de Yugoslavia complicó las cosas. Yugoslavia y Hungría, por mucho tiempo acérrimos enemigos, casi estaban por agredirse. Italia estaba lista para saltar. Pero Francia esperaba. Igual hacía Checoslovaquia. Todos están anticipando la guerra. No la gente --no los que luchan y pagan y mueren--, solamente los que fomentan guerras y permanecen en la seguridad de sus casas para obtener beneficios.
Hay cuarenta millones (40.000.000) de hombres bajo las armas hoy en el mundo, y nuestros estadistas y diplomáticos incurren en la temeridad de decir que no se prepara una guerra. ¡Campanas del infierno! ¿Estos 40.000.000 de hombres están siendo entrenados para ser bailarines?
No en Italia, de seguro. El Primer Ministro, Mussolini, sabe para lo que les están entrenando. Él, por lo menos, es bastante franco al hablar claro. Solo el otro día, Il Duce dijo en "Internacional Conciliation”, la publicación de la Carnegie Endowment for International Peace:
"Y sobretodo, el Fascismo, cuanto más considera y observa el futuro y el desarrollo de la humanidad, absolutamente aparte de las consideraciones políticas del momento, no cree en la posibilidad ni en la utilidad de la paz perpetua… La guerra solamente trae hasta su tensión más alta toda la energía humana y pone la estampa de la nobleza sobre el pueblo que tiene el valor de resolverla."
Indudablemente Mussolini quiere decir exactamente lo que dice. Su bien entrenado ejército, su gran flota de aeroplanos, e incluso su marina están listos para la guerra – ansiosos por ella, al parecer. Su reciente posición al lado de Hungría en el último conflicto con Yugoslavia demostró eso. Y la urgente movilización de sus tropas en la frontera austriaca después del asesinato de Dollfuss lo evidenció también. Hay otros así mismo en Europa cuyos sonidos de sables presagian guerra, más pronto o más tarde.
El señor Hitler, con su rearme alemán y sus constantes demandas por más y más armas es una igual, si no mayor, amenaza a la paz. Francia solo recientemente aumentó el término del servicio militar para su juventud de un año a dieciocho meses.
Sí, todo está hecho, las naciones están acampando en sus armas. Los perros de la guerra de Europa están de fiesta. En el Oriente el maniobrar es más diestro. En 1904, cuando Rusia y Japón lucharon, pateamos a nuestros viejos amigos los rusos y apoyamos a Japón. Entonces nuestros muy generosos banqueros internacionales estuvieron financiando a Japón. Ahora la tendencia es envenenarnos contra el japonés. ¿Qué significa la política de "puerta abierta" con China para nosotros? Nuestro comercio con China es de noventa millones de dólares ($ 90.000.000) por año aproximadamente.
¿O las islas filipinas? Hemos gastado cerca de seiscientos millones de dólares ($ 600.000.000) en las Filipinas en treinta y cinco años y tenemos (nuestros banqueros e industriales y especuladores) inversiones privadas allí por menos de doscientos millones de dólares ($ 200.000.000).
Entonces, para salvar ese comercio de cerca de $90.000.000 con China, o proteger estas inversiones privadas de menos de $200.000.000 en las Filipinas, debemos instigar el odio contra Japón e ir a la guerra -un conflicto bélico que pudiera costarnos decenas de millones de dólares, de centenares de miles de vidas de estadounidenses, y de muchos más centenares de millares de hombres físicamente mutilados y mentalmente desequilibrados.
Por supuesto, para esta pérdida habría un beneficio compensatorio – las fortunas que serían hechas. Billones de dólares serían acumulados. Por algunos. Los fabricantes de municiones. Los banqueros. Los armadores. Los fabricantes. Los embaladores de la carne. Los especuladores. A ellos podría irles bien.
Sí, ellos están listos para otra guerra. ¿Por qué no deberían estarlo? Ella paga altos dividendos. ¿Pero en qué beneficia a los hombres que resultan muertos? ¿En qué ayuda a sus madres y hermanas, a sus esposas y a sus novias? ¿En qué protege a sus niños?
¿En qué se favorece cualquier persona excepto los muy pocos para quienes la guerra significa beneficios enormes? Sí, ¿y en qué se beneficia la nación? Tomemos nuestro propio caso. Hasta 1898 no poseíamos un pedacito de territorio fuera del continente de Norteamérica. En aquella época nuestra deuda nacional era poco más de un mil millones de dólares ($1.000.000.000). Entonces nos convertimos en "inclinados al internacionalismo”. Olvidamos, o echamos a un lado, el consejo del padre de nuestro país. Nos olvidamos de la advertencia de George Washington sobre "la complicación de las alianzas". Fuimos a la guerra. Adquirimos territorio exterior. Al final del período de la Guerra Mundial, como resultado directo de nuestros enredos en asuntos internacionales, nuestra deuda nacional había saltado a veinticinco mil millones de dólares ($25.000.000.000).
Nuestra balanza comercial favorable total durante el período del año veinticinco era de aproximadamente veinticuatro mil millones de dólares ($24.000.000.000). Por lo tanto, sobre una base puramente contable, funcionamos poco a poco año por año, y ese comercio exterior pudo ir bien para nosotros sin guerras.
Pudo haber sido de lejos más barato (por no decir más seguro) para el estadounidense medio que paga las cuentas permanecer fuera de los enredos extranjeros. Para muy pocos este fraude, como el del contrabando de bebidas alcohólicas y otros del mundo terrenal, trae fantásticos beneficios, pero el costo de las operaciones se transfiere siempre a la gente – a quienes no se favorecen.
CAPÍTULO DOS ¿QUIÉN GENERA LAS GANANCIAS? La guerra mundial, a pesar de nuestra breve participación en ella, ha costado a los Estados Unidos unos cincuenta y dos mil millones de dólares ($52.000.000.000). Calculemos. Eso significa cuatrocientos dólares ($400) para cada hombre, mujer y niño estadounidenses. Y todavía no hemos pagado la deuda. La estamos pagando, nuestros niños la pagarán, y los niños de nuestros niños probablemente todavía estarán cancelando el costo de esa guerra.
Los beneficios normales de un establecimiento comercial en los Estados Unidos son seis, ocho, diez y a veces doce por ciento. ¡Pero los del tiempo de guerra! – ¡ah! ésa es otra cosa – veinte, sesenta, cien, trescientos y hasta mil ochocientos por ciento – el cielo es el límite. Todo ese tráfico rendirá. El tío Sam tiene el dinero. Consigámoslo.
Por supuesto, esto no se expone tan crudamente en tiempos de guerra. Se viste de discursos acerca del patriotismo, del amor al país, y "debemos todos poner nuestros hombros a la tarea," pero las ganancias brincan, saltan y se elevan prodigiosamente – y son felizmente embolsadas. Permítannos tomar solo algunos ejemplos:
Consideremos a nuestros amigos los du Ponts, la gente de la pólvora – ¿no atestiguó uno de ellos recientemente ante un Comité del Senado que su pólvora ganó la guerra?; ¿o que salvó al mundo para la democracia?; ¿o algo?; ¿cómo hicieron en la guerra? Ellos eran una corporación patriótica. Bien, las ganancias medias de du Ponts para el período 1910 a 1914 fueron de seis millones de dólares ($6.000.000) por año. No era mucho, pero los du Ponts salieron adelante. Miremos ahora su beneficio anual medio durante los años de guerra, 1914 a 1918. ¡Hallamos cincuenta y ocho millones de dólares de beneficio anual! Casi diez por el de épocas normales, y los de épocas normales eran bastante buenos. Un aumento en utilidades de más del 950 por ciento.
Tomemos a una de nuestras pequeñas empresas siderúrgicas que dejaron patrióticamente a un lado la fabricación de rieles, de vigas y de puentes para elaborar materiales de guerra. Bien, sus ganancias anuales 1910-1914 hicieron un promedio de $6.000.000. Entonces vino la guerra. Y, por lealtad a la ciudadanía, la Bethlehem Steel prontamente giró hacia la fabricación de municiones. ¿Saltaron sus beneficios – o dejaron al tío Sam entrar al negocio? ¡Bien, su promedio 1914-1918 fue de $49.000.000 por año!
O permítannos considerar a la United States Steel. Las ganancias normales durante el período de cinco años antes de la guerra eran $105.000.000 por año. No era malo. Entonces vino la guerra y arriba se fueron las utilidades. El beneficio anual medio fue de $240.000.000 para el período 1914-1918. Nada malo.
Allí tienen ustedes algunas de las utilidades del acero y de la pólvora. Miremos algo más. Un poquito de cobre, quizás. Eso siempre hace bien en tiempos de guerra.
Anaconda, por ejemplo. Ganancias anuales medias de $10.000.000 durante los años de la preguerra 1910-1914. Durante los años de guerra 1914-1918 los beneficios saltaron a $34.000.000 por año.
O la Utah Cooper. Promedio de $5.000.000 por año durante el período 1910- 1914. Saltó a un promedio de $21.000.000 en beneficios anuales para el período de la guerra.
Agrupemos a estos cinco, con tres compañías más pequeñas. Los beneficios medios anuales totales del período de la preguerra 1910-1914 eran de $137.480.000. Entonces llegó la guerra. Las ganancias anuales promedio para este grupo se elevaron súbitamente a $408.300.000. Un pequeño aumento de aproximadamente el 200 por ciento.
¿La guerra paga? Les pagó a ellos. Pero no son los únicos. Todavía hay otros. Tomemos el cuero. Para el período de tres años antes de la guerra los beneficios totales de Central Leather Company eran de $ 3.500.000. Eso era aproximadamente $1.167.000 por año. Bien, en 1916 Central Leather Company retornó utilidades de $15.000.000, un pequeño aumento del 1.100 por ciento. No hay más de qué hablar. La General Chemical Company registró un promedio de beneficios por los tres años antes de la guerra de un poco más de $ 800.000 por año. Vino la guerra y las ganancias se alzaron hasta $12.000.000, un salto de 1.400 por ciento.
International Nickel Company –y usted no puede hacer una guerra sin níquel– demostró aumento en utilidades de un simple promedio de $4.000.000 por año a $73.000.000 anuales. ¿Malo?; un aumento de más de 1.700 por ciento.
Atendamos al documento No. 259 del Senado. El sexagésimo quinto congreso, reportando ganancias corporativas y réditos del gobierno. En vista de los beneficios de 122 embaladores de carne, de 153 fabricantes de algodón, de 299 fabricantes de ropa, de 49 plantas siderúrgicas y de 340 productores de carbón durante la guerra. Los beneficios bajo 25 por ciento eran excepcionales. Por ejemplo las compañías del carbón hacían entre 100 por centavo y 7.856 por centavo sobre su capital social durante la guerra. Los embaladores de Chicago doblaron y triplicaron sus ganancias.
Y no nos olvidemos de los banqueros que financiaron la gran guerra. Si alguien obtenía la crema de los beneficios eran los banqueros. El ser más bien consorcios que organizaciones corporativas les relevaba de informar a los accionistas. Y sus beneficios eran tan secretos como inmensos. Cómo hicieron los banqueros sus billones no lo sé, porque esos pequeños secretos nunca llegan a ser públicos – incluso ante un cuerpo investigador del Senado.
Pero he allí cómo algunos de los otros patrióticos industriales y especuladores obtuvieron fraudulentamente su camino a los beneficios de la guerra. Veamos a la gente del calzado. Les gusta la guerra. Ella trae negocios con beneficios anormales. Obtuvieron ganancias enormes en ventas a nuestros aliados en el exterior. Quizás, como los fabricantes de municiones y de armamento, también vendieron al enemigo. Porque un dólar es un dólar venga de Alemania o de Francia. Pero les fue bien de parte del tío Sam también. Por ejemplo, le vendieron 35.000.000 pares de botas rústicas de servicio. Había 4.000.000 de soldados. Ocho pares, y más, para un soldado. Mi regimiento durante la guerra tenía solamente un par por soldado. Algunas de esas botas probablemente existan todavía. Era buen calzado. Pero cuando la guerra terminó el tío Sam tenía el problema de 25.000.000 de pares sobrantes. Comprados – y pagados. Las ganancias registradas y embolsilladas.
Quedaba cantidad de piel sin usar. Así que la gente del cuero vendió a su tío Sam centenares de miles de sillas de montar McClellan para la caballería. ¡Pero no había ninguna caballería estadounidense en ultramar! Alguien tuvo que deshacerse de ese cuero, sin embargo. Alguien obtuvo un beneficio en ello – así que teníamos muchas sillas de montar McClellan. Y probablemente todavía las tengamos.
También algunos tenían mucho tejido para mosquiteros. Vendieron 20.000.000 de éstos al tío Sam para el uso de los soldados en ultramar. Supongo que se esperaba que los muchachos los colocaran sobre ellos mientras intentaban dormir en fosos fangosos – una mano rasguñando piojos y la otra haciendo pases a las escurridizas ratas. ¡Bien, ni uno de esos mosquiteros llegó a Francia!
De todos modos, estos creativos fabricantes querían cerciorarse de que ningún soldado quedara sin su mosquitero, así que 40.000.000 de yardas adicionales de tejido para su fabricación fueron vendidas al tío Sam.
Hubo beneficios bastante buenos en los mosquiteros en esos días, incluso si no había mosquitos en Francia. Supongo que si la guerra hubiera durado un poco más, los emprendedores fabricantes de mosquiteros habrían vendido a su tío Sam unas cuantas parejas de mosquitos para plantar en Francia y así muchos más mosquiteros estuvieran a la disposición.
Los fabricantes de aeroplanos y motores sentían, también, que debían conseguir sus justos beneficios de esta guerra. ¿Por qué no? Los demás estaban obteniendo los suyos. Así que mil millones de dólares ($1.000.000.000) --¡cuéntenlos si viven lo suficiente!-- fueron gastados por el tío Sam en construir motores de aviones que nunca despegaron. Ni un aeroplano, ni un motor, de los solicitados al costo de billones de dólares, intervinieron jamás en una batalla en Francia. A pesar de eso los fabricantes obtuvieron pequeñas ganancias de 30, 100, o quizás 300 por ciento.
El costo de fabricación de la ropa interior para los soldados era de 14 centavos y el tío Sam pagó de 30 a 40 centavos cada uno --un pequeño y agradable beneficio para el fabricante de la ropa interior. Y los fabricantes de medias, de uniformes, de gorras y de cascos de acero – todos consiguieron los suyos.
Ciertamente, cuando la guerra estaba sobre unos 4.000.000 de juegos de equipaje --las mochilas y las cosas que van a llenarlas-- abarrotaron almacenes en este lado. Ahora se están desechando porque las regulaciones han cambiado sus contenidos. Pero los fabricantes recibieron sus beneficios de guerra correspondientes a ellos – y lo harán de nuevo la próxima vez.
Había cantidades de ideas brillantes para realizar beneficios durante la guerra. Un patriota muy versátil vendió al tío Sam una gruesa de llaves de 48 pulgadas. Oh, eran llaves muy simpáticas. El único problema era que había solamente una tuerca lo bastante grande para estas llaves. La que sostiene a las turbinas en las cataratas del Niágara. Bien, después que el tío Sam las hubo comprado y el fabricante se había embolsillado el beneficio, las llaves fueron puestas en coches de carga y puestas a circular alrededor de los Estados Unidos en un esfuerzo por encontrar uso para ellas. Cuando el armisticio fue firmado la tristeza se abatió sobre el fabricante de las llaves. Estaba justamente fabricando algunas tuercas que calzaran con ellas. Entonces planeó venderlas, también, a su tío Sam.
Otros tuvieron la brillante idea de que los coroneles no deben montar en automóviles, ni siquiera a lomos de caballo. Probablemente alguien haya visto la foto de Andy Jackson cabalgando un carretón. ¡Bien, unos seis mil (6.000) carretones fueron vendidos al tío Sam para el uso de los coroneles! Ni uno de ellos fue utilizado. Pero el fabricante de carretas consiguió su beneficio de la guerra.
Los armadores sentían que algo les debía corresponder también. Construyeron muchas naves que produjeron grandes ganancias. Más de $3.000.000.000. Algunas de las naves estaban muy bien. ¡Pero el valor de $635.000.000 de ellas fue hecho de madera y no flotaría! Las costuras se abrieron – y se hundieron. Pagamos por ellas, sin embargo. Y alguien se guardó los beneficios.
Ha sido estimado por estadísticos, economistas e investigadores que la guerra costó a su tío Sam cincuenta y dos mil millones de dólares ($52.000.000.000). De esa suma, $39.000.000.000 fueron gastados en la conflagración propiamente dicha. Ese gasto rindió $16.000.000.000 en beneficios. Así es como los 21.000 multimillonarios consiguieron serlo. Esta utilidad de $16.000.000.000 no debe ser tomada a la ligera. Es verdaderamente una suma considerable. Y llegó a muy pocos.
El Comité de indagaciones del Senado (encabezado por Gerald P. Nye, N. del T.) de la industria de las municiones y de sus beneficios en tiempo de guerra, a pesar de sus declaraciones sensacionalistas, apenas ha rasguñado la superficie.
Aún así, esto ha tenido cierto efecto. El Departamento de Estado ha venido estudiando "por algún tiempo" mantenerse fuera de guerra. El Departamento de Guerra decide repentinamente que tiene un plan maravilloso por presentar. La Administración nombra a un Comité --con los Departamentos de Guerra y de Marina hábilmente representados bajo la presidencia de un especulador de Wall Street-- para limitar beneficios en tiempos de guerra. En qué medida no se sugiere. Hmmm. Posiblemente los beneficios de 300, 600 y 1.600 por ciento de los que convirtieron sangre en oro en la guerra mundial pudieran ser limitados a una cierta cifra más pequeña.
Al parecer, sin embargo, el plan no llama a ninguna limitación de pérdidas -- es decir, a las pérdidas de los que luchan en la guerra. Por lo que he podido comprobar no hay nada en el esquema para limitar a un soldado a la pérdida sino de un ojo, o de un brazo, o limitar sus heridas a una o dos o tres. O para limitar la pérdida de la vida.
Nada hay en este esquema, aparentemente, que diga que no más del 12 por ciento de un regimiento será herido en batalla, o que no más del 7 por ciento de una división será muerto.
Por supuesto, el Comité no puede ser incomodado con tan insignificantes cuestiones.
CAPÍTULO TRES ¿QUIÉN PAGA LAS CUENTAS? ¿Quién proporciona los beneficios – esas agradables pequeñas ganancias de 20, 100, 300, 1.500 y 1.800 por ciento? Todos los pagamos – en impuestos. Pagamos a los banqueros sus beneficios cuando compramos Liberty Bonds (bonos emitidos por el gobierno durante la primera guerra mundial) a $100.00 y se los vendimos luego en $84 u $86. Estos banqueros recolectaron $100 más. Era una manipulación simple. Los banqueros controlan los mercados de valores. Era fácil que deprimieran el precio de esos bonos. Entonces todos nosotros --la gente-- caímos en pánico y vendimos los bonos en $84 u $86. Los banqueros los compraron. Luego esos mismos banqueros estimularon un auge y los bonos del gobierno fueron a par – y con prima. Después cobraron sus beneficios.
Pero el soldado paga la mayor parte de la cuenta. Si usted no lo cree, visite los cementerios estadounidenses en los campos de batalla del exterior. O visite cualquiera de los hospitales de veteranos en los Estados Unidos.
En un viaje por el país, en el medio del cual estoy al momento de escribir esto, he visitado dieciocho hospitales del gobierno para los veteranos. En ellos hay un total de aproximadamente 50.000 hombres destruidos –hombres que eran la flor y nata de la nación hace dieciocho años. El cirujano principal en el hospital gubernamental en Milwaukee, donde hay 3.800 de los muertos vivos, me dijo que la mortalidad entre veteranos es tres veces mayor que entre aquellos que permanecieron en sus casas.
Muchachos normales fueron arrancados de los campos, de las oficinas, de las fábricas y de las aulas de clases y arrojados a filas. Allí fueron amoldados, refabricados, les hicieron cambiar de conducta, a considerar el asesinato como la orden del día. Fueron puestos hombro con hombro y, mediante la psicología de masas, completamente cambiados. Los utilizamos por un par de años y les entrenamos para no pensar sino en matar o ser muertos.
¡Entonces, repentinamente, les dimos de baja y les hablamos de ejecutar otros "cambios de conducta"! Esta vez tuvieron que hacer su propio reajuste, sin psicología de masas, sin ayuda ni asesoría de los oficiales y sin propaganda a escala nacional. No los necesitamos más. Los dispersamos alrededor sin ningún discurso "tres-minutos" ni desfiles del “Liberty Loan” (préstamo de la libertad). Muchos, demasiados de estos jóvenes excelentes están al final mentalmente destruidos, porque no pudieron realizar ese final "cambio de conducta" por sí solos.
¡En el hospital del gobierno en Marion, Indiana, 1.800 de estos muchachos están en jaulas! Quinientos de ellos en barracas con rejas de acero y alambres alrededor de los edificios y en los pórticos. Casi han sido destruidos mentalmente. Estos jóvenes incluso no parecen seres humanos. ¡Oh, las miradas en sus caras! Físicamente están en buena forma; mentalmente, están ausentes.
Hay miles y miles de estos casos, y más y más están llegando a cada momento. El enorme entusiasmo de la guerra, el corte repentino de ese entusiasmo – los muchachos jóvenes no podrían soportarlo.
Esa es una parte de la cuenta. Demasiado para los muertos – han pagado su parte de los beneficios de la guerra. Tanto más para los heridos mental y físicamente – ahora están pagando su parte de los beneficios de la guerra. Pero otros también pagaron, --con angustias cuando fueron arrancados precipitadamente de sus hogares y de sus familias-- para vestir el uniforme del tío Sam, sobre el cual había sido obtenida una ganancia. Pagaron otra parte en los campos de entrenamiento donde estaban sujetos a disciplina mientras otros tomaron sus trabajos y sus lugares en las vidas de sus comunidades. Pagaron por ello en los fosos donde dispararon y eran blanco de disparos; donde duraban días sin comer; donde durmieron en el fango, el frío y la lluvia – con los quejidos y los chillidos de los moribundos como arrullo horrible.
Pero no olviden – el soldado pagó parte de la cuenta de los dólares y de los centavos también. Hasta la guerra España-Estados Unidos teníamos un sistema de premios, y los soldados y marineros luchaban por dinero. Durante la guerra civil eran primas pagadas, en muchos casos, antes de que entraran al servicio. El gobierno, o los estados, pagaban tanto como $1.200 por un alistamiento. En la guerra España- Estados Unidos dieron premios en dinero. Cuando capturábamos cualquier nave, los soldados compartían lo obtenido – al menos suponíamos que lo hacían. Entonces nos hallamos conque podíamos reducir el costo de las guerras reteniendo todo el dinero de los premios y guardándolo, pero reclutando igualmente al soldado. Entonces los soldados no podrían convenir por su trabajo; cualquier otro podría negociar, pero no el soldado.
Napoleón dijo una vez, "todos los hombres están enamorados de las condecoraciones… definitivamente tienen hambre de ellas." Así que desarrollando el sistema napoleónico --el negocio de las medallas-- el gobierno aprendió que podría conseguir soldados por menos dinero, porque a los muchachos les gustaba ser adornados. Hasta la guerra civil no había medallas. Entonces la Medalla del Honor del Congreso fue repartida. Ello hizo los alistamientos más fáciles. Después de la Guerra Civil no fueron emitidas nuevas medallas hasta la guerra España-Estados Unidos.
En la Guerra Mundial usamos la propaganda para hacer que los muchachos aceptaran el reclutamiento. Se les hizo sentirse avergonzados si no se unían al ejército.
Tan depravada era esta propaganda de guerra que hasta Dios fue incluido en ella. Con pocas excepciones nuestros clérigos se sumaron al clamor a la matanza, matar, matar. Matar a los alemanes. Dios está de nuestro lado… es Su voluntad que los alemanes sean muertos.
Y en Alemania, los buenos pastores invitaron a los alemanes a matar a los aliados… para complacer al mismo Dios. Esa fue una parte de la propaganda general, diseñada para hacer de la guerra y del asesinato algo consciente.
Hermosos ideales fueron pintados para nuestros muchachos, enviados al exterior a morir. Esa era "la guerra para terminar todas las guerras." Era "la guerra para hacer al mundo seguro para la democracia." Nadie les dijo, cuando marcharon, que su ida y su muerte significarían enormes beneficios de la guerra. Nadie dijo a estos soldados estadounidenses que podían ser abatidos por balas hechas por sus propios hermanos aquí. Nadie les dijo que las naves en las cuales iban en cruceros podían ser torpedeadas por submarinos construidos con patentes de Estados Unidos.
Solo se les dijo que iba a ser "una gloriosa aventura." Así, atestados de patriotismo hasta sus gargantas, se decidió hacer que colaboraran también con el pago de la guerra. Entonces, les dimos el gran sueldo de $30 por mes.
Todo lo que tuvieron que hacer por esa generosa suma fue dejar a sus seres queridos, renunciar a sus trabajos, yacer en cenagosos fosos, comer conservas enlatadas (cuando podían conseguirlas) y matar y matar y matar… y ser muertos.
¡Pero espere! La mitad de ese salario (apenas poco más de lo que un remachador en un astillero o un jornalero en una fábrica de municiones, seguros en sus casas, hacían en un día) fue tomada puntualmente de él para apoyar a sus dependientes, de modo que no se convirtieran en una carga sobre su comunidad. Luego le hicimos pagar el monto correspondiente al seguro de accidentes --algo que el patrono paga en un estado civilizado-- y eso le costó $6 mensuales. Le quedaba menos de $9 por mes.
Entonces, la más rematada insolencia de todas – el soldado era virtualmente atracado obligándole a sufragar su propia munición, ropa y alimento haciéndolo comprar Liberty Bonds. La mayoría de los soldados no tenían dinero alguno los días de cobro.
Les hicimos comprar Liberty Bonds por $100 y entonces se los compramos nuevamente --cuando volvieron de la guerra y no podían encontrar trabajo-- en $84 y $86. ¡Y los soldados compraron cerca de $2.000.000.000 a valor de esos bonos!
Sí, el soldado paga la mayor parte de la cuenta. Sus familiares también pagan. La pagan con la misma angustia que él. Mientras él sufre, sufren ellos. En las noches, mientras él yace en las trincheras y mira a la metralla estallar a su alrededor, ellos en sus casas se acuestan en sus camas y se agitan insomnes – su padre, su madre, su esposa, sus hermanas, sus hermanos, sus hijos y sus hijas.
Cuando él vuelve a casa con un ojo, o una pierna menos, o con su mente rota, sufren también – tanto como y muchas veces más que él. Sí, y ellos contribuyeron también con sus dólares en las utilidades obtenidas por los fabricantes de las municiones y por los banqueros y por los armadores y por los fabricantes y por los especuladores. También ellos compraron los Liberty Bonds y aportaron al beneficio de los banqueros después del armisticio en el birlibirloque de manipulación de los precios de esos bonos.
Y aún ahora las familias de los hombres heridos y de los mentalmente quebrados y de los que nunca pudieron reajustarse por sí mismos están sufriendo y todavía pagando.
CAPÍTULO CUATRO ¡CÓMO APLASTAR ESTE LATROCINIO! Bien, es un latrocinio, de acuerdo. Algunos se benefician – y la mayoría paga. Pero hay una manera de pararlo. Usted no puede terminarlo mediante conferencias de desarme. Usted no puede eliminarlo con parlamentos sobre la paz en Ginebra. Grupos bien-intencionados pero imprácticos no pueden suprimirlo por resoluciones. Solo puede ser efectiva y eficazmente aplastado tomando el beneficio proveniente de la guerra.
La única manera de romper este despojo es reclutar al capital, la industria y el trabajo antes de que los hombres de las naciones puedan ser llamados a filas. Un mes antes de que el gobierno pueda reclutar a los hombres jóvenes de la nación – debe alistar al capital, a la industria y al trabajo.
Permitir que los empleados, Directores y Ejecutivos de mayor poder en las fábricas de armas y municiones, y los de constructoras navales y aéreas, y los fabricantes de todas esas otras cosas que proporcionan beneficios en tiempo de guerra, al igual que banqueros y especuladores, sean incorporados al ejército con salario de treinta dólares al mes, el mismo que los muchachos de las trincheras obtienen.
Dejar que los trabajadores en esas plantas tengan los mismos salarios – todos los trabajadores, todos los presidentes, todos los ejecutivos, todos los directores, todos los gerentes, todos los banqueros – sí, y todos los generales y todos los almirantes y todos los oficiales y todos los políticos y todos los ocupantes de oficinas gubernamentales – ¡que cada uno en la nación se restrinja a una renta mensual total que no exceda a lo pagado al soldado en las trincheras!
Dejar que todos esos reyes y magnates y amos de los negocios y todos esos trabajadores de la industria y todos nuestros senadores y gobernadores y los alcaldes den de su salario mensual de $30 la mitad a sus familias, paguen el seguro de riesgo de guerra y compren Liberty Bonds.
¿Por qué no deberían? Ellos no están corriendo riesgo alguno de ser muertos o de tener sus cuerpos mutilados o sus mentes hechas añicos. No están durmiendo en trincheras fangosas. No tienen hambre. ¡Los soldados sí!
Désele al capital, a la industria y al trabajo treinta días para meditar acerca de esto y encontrarán, para entonces, que no habrá guerra. Eso aplastará el fraude de la guerra – eso y nada más.
Soy quizá un poco demasiado optimista. El capital todavía tiene algo que decir. Y es que el capital no permitirá tomar el beneficio proveniente de la guerra hasta que la gente --quienes sobrellevan el sufrimiento y además pagan el precio-- determine que aquellos a quienes eligen a los cargos públicos deben obedecer a su mandato y no al de los usureros.
Otro paso necesario en esta lucha para romper el latrocinio de la guerra es el plebiscito limitado para determinar si una guerra debe ser declarada. Un plebiscito no de todos los votantes sino puramente de los que serían llamados a luchar y morir. No habría mucho sentido en tener a un presidente de 76 años de edad de una fábrica de municiones, o al inflexible representante de una firma de actividades bancarias internacionales, o al bizco encargado de una planta manufacturera de uniformes --todos ellos anticipando tremendas utilidades en un acontecimiento bélico-- votando acerca de si la nación debe ir o no a la guerra. Ellos nunca serían llamados a llevar las armas sobre sus hombros – a dormir en una trinchera y a ser blanco de disparos. Solamente aquellos que serían llamados a poner en riesgo sus vidas por su país deben tener el privilegio de votar para determinar si la nación debe ir a la guerra.
Hay amplio precedente para limitar la votación a esos afectados. Muchos de nuestros estados tienen restricciones sobre aquellos a quienes se permite votar. En la mayoría, es necesario ser capaz de leer y escribir antes de poder votar. En algunos, se debe tener propiedades. Sería algo sencillo cada año para los hombres que lleguen a la edad militar registrarse en sus comunidades como hicieron en la conscripción durante la Guerra Mundial y ser examinados físicamente. Los aprobados y que por tanto serían llamados a llevar las armas en caso de guerra serían elegibles para votar en un plebiscito limitado. Deberían ser los únicos con poder de decidir – y no un Congreso de cuyos miembros muy pocos están dentro del límite de edad militar y menos todavía están en condiciones físicas para llevar las armas. Solamente los que pueden sufrir deben tener el derecho de votar.
Un tercer paso en este asunto de aplastar el fraude de la guerra es asegurarse de que nuestras fuerzas militares sean en verdad potencia solamente para la defensa.
En cada sesión del Congreso resurge la cuestión de otras apropiaciones navales. Los almirantes de sillas giratorias de Washington (y hay siempre muchos de ellos) son cabilderos muy diestros. Y son inteligentes. No gritan que "necesitamos muchos acorazados para guerrear en esta o aquella nación." Oh no. Primero que todo, hacen saber que Estados Unidos están amenazados por un gran poder naval. Casi cualquier día, estos almirantes le dirán que la gran flota de este supuesto enemigo atacará repentinamente y aniquilará a 125.000.000 de personas. Simplemente algo como eso. Entonces comienzan a llorar por unas fuerzas navales más grandes. ¿Para qué? ¿Para combatir al enemigo? Oh, no. Para propósitos de la defensa solamente.
Entonces, incidentemente, anuncian maniobras en el Pacífico. Para la defensa. Uh, huh. El Pacífico es un gran océano. Tenemos una enorme línea costera sobre el Pacífico. ¿Serán las maniobras a doscientas o a trescientas millas de la costa? Oh, no. Las maniobras serán a dos mil, sí, quizás incluso a tres mil quinientas millas de la costa.
El japonés, pueblo orgulloso, por supuesto estará indeciblemente contento de ver a la flota de los Estados Unidos tan cerca de las costas niponas. Tan contento como estarían los residentes de California al notar, a través de la niebla de la mañana, a la flota japonesa jugando a la guerra en las afueras de Los Ángeles.
Las naves de nuestra marina, ello puede ser considerado, deben ser específicamente limitadas, por ley, a 200 millas de nuestra línea de la costa. De haber existido esa la ley en 1898 el Maine nunca habría ido al puerto de La Habana. Jamás habría sido volado. No habría habido guerra con España con su concomitante pérdida de vidas. Doscientas millas es un amplio espacio, en la opinión de expertos, para propósitos de la defensa.
Nuestra nación no puede comenzar una guerra ofensiva si sus naves no pueden ir más allá de 200 millas de la línea costera. A los aviones pudiera permitírseles ir hasta a 500 millas de la costa para fines de reconocimiento. Y el ejército nunca debe dejar los límites territoriales de nuestra nación.
Para resumir: Tres pasos se deben tomar para aplastar el fraude de la guerra. Debemos tomar el beneficio producido por la guerra. Debemos permitir a la juventud del territorio que empuñará las armas a que decida si debe o no haber guerra. Debemos limitar nuestras fuerzas militares a los propósitos de la defensa del país.
CAPÍTULO CINCO ¡AL INFIERNO CON LA GUERRA! No soy un tonto como para creer que la guerra es cosa del pasado. Sé que la gente no desea la guerra, pero es inútil decir que no podemos ser empujados a otra.
Mirando hacia atrás, Woodrow Wilson fue reelecto presidente en 1916 con base en una plataforma según la cual él tenía que "mantenernos fuera de la guerra" y con la promesa implícita de que él "nos mantendría fuera de guerra." Con todo, cinco meses después él solicitó al Congreso declarar hostilidades contra Alemania.
En ese intervalo de cinco meses el pueblo no fue interrogado acerca de si había cambiado de idea. Los 4.000.000 de jóvenes que fueron uniformados y marcharon o navegaron a otros lares no fueron interrogados acerca de si querían marchar a sufrir y a morir.
Entonces, ¿qué hizo a nuestro gobierno cambiar de idea tan repentinamente? Dinero. Una comisión aliada, esto debe ser rememorado, vino poco antes de la declaración de guerra e invitó al presidente. Éste convocó a un grupo de consejeros. El jefe de la Comisión habló. Desnudado de su lenguaje diplomático, esto es lo que dijo al presidente y a su grupo:
"No tiene caso que nos sigamos embromando más. La causa de los aliados está perdida. Ahora debemos a ustedes (a los banqueros estadounidenses, a los fabricantes estadounidenses de municiones, a los manufactureros estadounidenses, a los especuladores estadounidenses, a los exportadores estadounidenses) cinco o seis mil millones de dólares.
Si perdemos (y sin la ayuda de los Estados Unidos debemos perder) nosotros, Inglaterra, Francia e Italia, no podemos pagar este dinero… y Alemania no lo hará. Así…" Si el secreto hubiese sido proscrito en lo referente a las negociaciones bélicas, y si la prensa hubiese sido invitada a esa conferencia, o si la radio hubiese estado disponible para difundir los procedimientos, Estados Unidos nunca se habría incorporado a la conflagración mundial. Pero esta conferencia, como todas las discusiones de la guerra, fue cubierta en secreto extremo. Cuando nuestros muchachos fueron enviados lejos a combatir les dijeron que esa era "una guerra para hacer al mundo más seguro para la democracia" y "una guerra para terminar todas las guerras."
Pues bien, dieciocho años después el mundo tiene menos democracia que entonces. Además, ¿qué nos atañe si Rusia o Alemania o Inglaterra o Francia o Italia o Austria viven bajo democracias o monarquías? ¿Si son fascistas o comunistas? Nuestro problema es preservar nuestra propia democracia.
Y muy poco, si lo hay, se ha logrado para asegurarnos que la guerra mundial fuera realmente la confrontación bélica para terminar todas las guerras. Sí, hemos tenido conferencias de desarme y para limitaciones de armas. No significan gran cosa. Una acaba de fracasar; los resultados de otra se han anulado. Enviamos a nuestros militares de carrera, a nuestros marinos, a nuestros políticos y a nuestros diplomáticos a estas conferencias. ¿Y qué sucede?
Los militares de carrera y los marinos no quieren el desarme. Ningún almirante desea estar sin una nave. Ningún general desea estar sin comando. Ambos significan hombres sin trabajo. No apoyan al desarme. No pueden estar de acuerdo con las limitaciones de armamento. Y en todas estas conferencias, al acecho en el fondo pero con gran poder, siempre los mismos, están los siniestros agentes de aquellos que se benefician de la guerra. Ellos ven que esas conferencias no desarman ni limitan seriamente los armamentos.
La principal aspiración de cualquier poder en cualquiera de estas conferencias no ha sido alcanzar el desarme para prevenir la guerra sino para conseguir más armamento para sí mismo y menos para algún enemigo potencial.
Solamente hay una forma para el desarme con cualquier apariencia de factibilidad. Es que todas las naciones se reúnan y desechen cada nave, cada arma, cada rifle, cada tanque, cada avión de guerra. Incluso ésto, si fuera posible, no sería suficiente.
La próxima guerra, según expertos, será luchada no con acorazados, no con artillería, no con rifles ni con ametralladoras. Será luchada con productos químicos y gases mortíferos.
Cada nación está estudiando y perfeccionando secretamente nuevos y más horrorosos medios de aniquilar a sus enemigos al por mayor. Sí, las naves continuarán siendo construidas, porque los armadores deben realizar sus utilidades. Y las armas, la pólvora y los rifles todavía serán manufacturados, porque los fabricantes de municiones deben obtener enormes beneficios. Y los soldados, por supuesto, deben usar los uniformes, porque el fabricante también debe obtener sus utilidades de la guerra.
Pero la victoria o la derrota serán determinadas por la habilidad y la inventiva de nuestros científicos.
Si los ponemos a trabajar haciendo gas venenoso y más y más mecanismos diabólicos e instrumentos explosivos de destrucción, ellos no tendrán tiempo para el trabajo constructivo de edificar mayor prosperidad para todos los pueblos. Poniéndolos a este trabajo útil, todos podemos obtener más dinero fuera de la paz que alejados de la guerra – incluso los fabricantes de las municiones.
Por tanto… digo, ¡AL INFIERNO CON LA GUERRA!
No hay comentarios:
Publicar un comentario