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jueves, 1 de diciembre de 2011

El canto del derviche. Parábolas de la sabiduría sufí

El canto del derviche. Parábolas de la sabiduría sufí
Extraído del libro Sufismo en Occidente, Ediciones Dervish International
Yamal Od-Din Rumi
Barcelona, Grijalbo-Mondadori, 1997, 192 pp., 995 ptas.,
ISBN: 84-253-2797-0

Decía el poeta romántico alemán Heinrich von Kleist que los hombres se podían dividir en dos clases: los que entienden de "fórmulas" y los que entienden de "metáforas". Concluía que los que entienden de ambas cosas son tan pocos que no constituyen una clase. Este ideal expresado por Kleist se asemeja a los pretendidos por los sufis:

Los sufis se oponen a los intelectules puros y filósofos escolásticos, en parte porque creen que tal adiestramiento de la mente es obsesivo y que el pensamiento unilateral es malo para dicha mente y para todas las demás. Igualmente, los que creen que lo único importante es la intuición o el ascetismo son combatidos con fuerza por la enseñanza sufi. Rumi insiste en el equilibrio de todas las facultades,
La unión de la mente y la intuición, que produce la iluminación y el desarrollo que buscan los sufis, se basa en el amor, siempre en el amor. Este insistente tema de Rumi está expresado del mejor modo en sus escritos, y también dentro de los muros de una escuela sufi. Así como el intelectualismo trabaja con materiales palpables, el sufismo trabaja tanto con materiales perceptibles como internos. Mientras la ciencia y el escolasticismo limitan sin cesar sus horizontes para concentrarse en áreas del estudio cada vez más pequeñas, el sufismo continúa abarcando todas las evidencias de la gran verdad fundamental dondequiera que pueda encontarse (Idries Shah, Los sufis, Barcelona, Kairós, 1994, p p. 182)
El canto del derviche. Parábolas de la sabiduría sufí es una adaptación de una obra, el Maznawi-e-Mawlawi (Dísticos del significado interior), de Yamal Od-din Rumi, escrita en el siglo XIII. Al pensamiento lógico (aristotélico) y analítico, característico de nuestra cultura occidental, se contrapone esta forma de expresar la sabiduría propia del sufismo: la parábola. Frente a los sistemas de argumentación o demostración, los textos que componen esta obra muestran cómo es posible condensar una sabiduría en fórmulas narrativas. El sufismo, como el gnosticismo, preconiza el camino interior; el auténtico conocimiento se encuentra buscando en el interior de uno mismo. Como se nos dice en "Nombres":

«El árbol que andas buscando a veces se llama "sol", o también "lago", o "nube". Pero también puedes llamarlo "mar", "arena" o "viento". En cada uno de ellos encuentras el árbol de la vida. Lo que te ha engendrado está producido por otro, y así sucesivamente. Lo que tú llamas "padre", para otro es "hijo". Si te atienes a los nombres pierdes de vista el Uno. Los nombres son muchos, mientras que el Uno es único. Ese es el árbol que estás buscando. Te has tomado tu misión al pie de la letra, por eso has fracasado. ... Así fue como descubrió las raíces del árbol, buscando en su propio corazón» (pp. 92-93)
La versión que ahora comentamos es una recreación de las parábolas para acomodarlas a los nuevos tiempos: "se ha considerado dar una nueva redacción a las historias y parábolas de la obra, sin perder de vista la esencia de estas enseñanazas". El sufismo es una doctrina que se presta a ser utilizada y divulgada con arreglo a las distintas circunstancias de tiempo y lugar" (p. 15), nos dice el prologuista de la edición italiana, Leonardo Vittorio Arena, que es la que se traduce aquí. En efecto, este tipo de narraciones no tienen una vocación textual, es decir, de cierre del discurso. Son formas de transmisión de un conocimiento cuya resistencia no depende de sus aspectos externos, sino de su contenido. Es decir, son historias cuya pervivencia temporal se basa en su adaptabilidad a las circunstancias. Como historias didácticas que son, buscan la repetición, la transmisión de boca en boca, para garantizar que la enseñanza circula socialmente. El poeta no buscaba la admiración por su texto, sino la efectividad de sus contenidos, y esta efectividad, a su vez, necesitaba de la repetición social. Al igual que sucede con los mitos, las variaciones textuales, acomodaciones a espacios y tiempos diversos, son síntomas de su vitalidad interior. En aquel mundo de transmisión oral mayoritariamente, lo que permanecía inmodificable se olvidaba o se vaciaba de significado.

Los autores de la adaptación moderna han elegido esta vía de la recreación, tratando de hacer llegar el mensaje del sufismo al público actual.

La historia de Mushkil Gusha
Había una vez, a menos de mil millas de aquí, un pobre leñador viudo que vivía con su pequeña hija. Todos los días iba a las montañas a cortar leña para hacer fuego, que traía a casa y que ataba en haces. Después de tomar el desayuno, caminaba hasta el pueblo más cercano, donde vendía la leña y descansaba un rato antes de regresar. Un día, al volver ya tarde a casa, la niña le dijo: -Padre, a veces deseo tener mejor comida, más cantidad y diferentes clases de cosas para comer-. -Muy bien mi niña-, dijo el viejo, -mañana me levantaré más temprano que de costumbre, iré más lejos en la montaña donde hay más leña y traeré una cantidad mucho mayor que la habitual-. Llegaré a casa más temprano y así podré atar la leña más rápido y luego iré al pueblo a venderla para que tengamos más dinero, y te traeré toda clase de cosas ricas para comer-.

A la mañana siguiente, el leñador se levantó antes del alba y se fue a las montañas. Trabajó duramente cortando leña, e hizo un enorme haz que acarreó sobre su espalda hasta la pequeña casa. Cuando llegó, todavía era muy temprano. Puso la carga en el suelo y golpeó la puerta diciendo: -Hija, hija, abre la puerta que tengo hambre y sed, y necesito comer algún alimento antes de ir al mercado-.

Pero la puerta permaneció cerrada. El leñador estaba tan cansado que se acostó en el suelo y pronto se quedó dormido al lado del atado de leña.
La niña, como había olvidado la conversación de la noche anterior, estaba profundamente dormida. Cuando el leñador se levantó, unas horas después, el sol ya estaba alto. Golpeó nuevamente la puerta y dijo: -Hija, hija, ven pronto. Debo comer algo e ir al mercado a vender la leña pues es ya mucho más tarde que los otros días-.

Como la niña había olvidado aquella conversación de la noche anterior, mientras tanto, se había levantado, arreglado la casa, y había salido a caminar. Dejó la casa cerrada suponiendo en su olvido que su padre estaba todavía en el pueblo. Fue así que el leñador se dijo: -Ya es demasiado tarde para ir a la ciudad, regresaré a las montañas y cortaré otro haz de leña, que llevaré a casa y mañana tendré doble carga para llevar al mercado-. Trabajó duro ese día en las montañas cortando leña y dando forma a la misma. Era de noche cuando llegó a su casa con la leña sobre los hombros.

Puso el atado detrás de la casa, golpeó la puerta y dijo: -Hija, hija, abre que estoy cansado y no he comido nada en todo el día. Tengo doble cantidad de leña que espero llevar mañana al mercado. Esta noche tengo que dormir bien, para sentirme fuerte-.

Pero no hubo respuesta, pues la niña, como sintió mucho sueño al regresar a su casa, se preparó la comida y se fue a la cama. Al principio estuvo preocupada por la ausencia de su padre, pero luego se tranquilizó pensando que se había quedado a pasar la noche en el pueblo.

Nuevamente el leñador al ver que no podía entrar en su casa, cansado, hambriento y sediento, se acostó al lado de la leña y de inmediato se quedó dormido. Le fue imposible permanecer despierto a pesar de la preocupación de lo que hubiera podido pasarle a su pequeña hija.

Entonces, el leñador, porque tenía tanto frío, tanta hambre y estaba tan cansado, despertó muy, muy temprano a la mañana siguiente, aún antes de que hubiera luz.

Se sentó, miró a su alrededor, pero no pudo ver nada. Entonces ocurrió algo extraño. Le pareció escuchar una voz que decía: -Rápido, rápido, deja tu leña y ven aquí. Si lo necesitas mucho y deseas poco, tendrás una comida deliciosa-. El leñador se puso de pie y caminó en dirección hacia donde venía la voz. Anduvo, anduvo y anduvo, pero no encontró nada.

Entonces sintió más cansancio, frío y hambre que antes, y además se había perdido. Había tenido muchas esperanzas pero eso no parecía haberlo ayudado. Ahora se sintió triste, con ganas de llorar, pero se dio cuenta de que el llorar tampoco le ayudaría. Así es que se acostó y se durmió. Muy poco después despertó nuevamente, tenía demasiado frío y hambre para poder dormir. Fue entonces que se le ocurrió relatarse a sí mismo, como si fuera un cuento, todo lo que había ocurrido después de que su hija le había pedido una clase de comida diferente.

Tan pronto como terminó su historia, le pareció oír otra voz en algún lugar por encima suyo, como saliendo del amanecer, que decía: -Viejo hombre, viejo hombre, ¿qué haces tú sentado aquí?- -Estoy contándome mi propia historia-, respondió el leñador. -Y, ¿cuál es?-. El leñador repitió su narración.

-Muy bien-, dijo la voz, y a continuación le indicó que cerrara los ojos y subiera un escalón-. Pero yo no veo ningún escalón-, dijo el viejo. -No importa, haz lo que te digo-, ordenó la voz. El hombre hizo lo que se le indicaba. Tan pronto hubo cerrado los ojos descubrió que estaba parado y, levantando el pie derecho, sintió que había algo como un escalón debajo de él.

Comenzó a subir lo que parecía ser una escalera. De rrepente los escalones empezaron a moverse, se movían muy rápidamente, y la voz le dijo: -No abras los ojos hasta que yo te lo indique-.

No había pasado mucho tiempo cuando le ordenó abrirlos. Al hacerlo se encontró en un lugar que parecía un desierto, con el sol quemante sobre él. Estaba rodeado de cantidades y cantidades de pequeñas piedras de todas clases: rojas, verdes, azules y blancas, pero parecía estar solo; miró a su alrededor y no pudo ver a nadie. Pero la voz comenzó a hablar de nuevo. -Toma todas las piedras que puedas, cierra los ojos y baja nuevamente los escalones-.
El leñador hizo lo que se le decía, y cuando abrió sus ojos por orden de la voz, se encontró parado delante de la puerta de su propia casa. Tocó la puerta y su hija le abrió. Ella le preguntó dónde había estado, y el padre le contó lo ocurrido; aunque la niña apenas entendía lo que él decía, porque todo le sonaba muy confuso.

Entraron a la casa y la pequeña niña y su padre compartieron lo último que les quedaba para comer: un puñado de dátiles secos. Cuando terminaron, el leñador creyó oír nuevamente la voz, una voz como la otra que le había dicho que subiera los escalones.

La voz dijo: -A pesar de que quizá tú aún no lo sabes, has sido salvado por Mushkil Gusha. Recuerda: Mushkil Gusha siempre está aquí. Asegúrate que todos los jueves en la noche comerás unos dátiles y darás otros a alguna persona necesitada, y contarás la historia de Mushkil Gusha. De lo contrario harás un regalo en su nombre a alguien que ayude a los necesitados. Asegúrate de que la historia de Mushkil Gusha nunca, nunca, sea olvidada. Si tú haces esto y otro tanto hacen las personas a quienes tú cuentes esta historia, los que tengan verdadera necesidad siempre encontrarán su camino-.

El leñador puso todas las piedras que había traído del desierto en un rincón de su pequeña casa. Parecían simples piedras, y no supo qué hacer con ellas. Al día siguiente llevó sus dos enormes atados de leña al mercado y los vendió muy fácilmente, a muy buen precio. Al regresar a su casa llevó a su hija toda clase de exquisitos manjares que ella hasta entonces jamás había probado. Cuando terminaron de comer el viejo leñador dijo: -Ahora, te voy a contar toda la historia de Mushkil Gusha. Mushkil Gusha significa "El disipador de todas las dificultades". Nuestras dificultades han desaparecido a través de Mushkil Gusha y debemos siempre recordarlo.

Durante una semana, el hombre siguió como de costumbre. Fue a las montañas, trajo leña, comió algo, llevó la leña al mercado y la vendió. Siempre encontró un comprador sin dificultad.

Llegó el jueves siguiente y, como es común entre los hombres, el leñador olvidó contar la historia de Mushkil Gusha. Esa noche, ya tarde, se apagó el fuego en casa de los vecinos. Los vecinos no tenían nada con qué volver a encenderlo y fueron a casa del leñador y le dijeron: - Vecino, vecino, por favor danos un poco de fuego de esas maravillosas lámparas tuyas que vemos brillar a través de la ventana-. -¿Qué lámparas?-, preguntó el leñador. -Ven afuera y verás- , le respondieron. El leñador salió y vio claramente toda clase de luces que brillaban, desde adentro, a través de su ventana. Entró a la casa y vio que la luz salía del montón de pequeñas piedras que había colocado en un rincón. Pero los rayos de luz eran fríos y resultaba imposible emplearlos para encender fuego, así fue que salió y les dijo: -Vecinos, lo lamento, no tengo fuego- y cerró la puerta golpeándola en sus narices. Los vecinos se sintieron molestos y sorprendidos y regresaron a su casa refunfuñando. Y aquí ellos abandonan nuestra historia.

El leñador y su hija, rápidamente taparon las brillantes luces con cuanto trapo encontraron, por miedo de que alguien viera el tesoro que tenían. A la mañana siguiente, al destapar las piedras, descubrieron que eran luminosas piedras preciosas.

Una por una, fueron llevándolas a las ciudades de los alrededores, donde las vendieron a un enorme precio. El leñador resolvió entonces construir un espléndido palacio para él y su hija. Eligieron un lugar que quedaba justamente frente al castillo del rey de su país. Poco tiempo después había tomado forma un maravilloso edificio.

Ese rey, tenía una hija muy bella, que al despertar una mañana vio un castillo que parecía de cuento de hadas frente al de su padre, y quedó muy sorprendida. Preguntó a su servidumbre: - ¿Quién ha construido ese castillo? ¿Con qué derecho hacen algo así tan cerca de nuestro hogar?-. Los sirvientes salieron e investigaron y al regresar le contaron a la princesa la historia, hasta donde pudieron saberla.

La princesa entonces mandó llamar a la hija del leñador, pues estaba muy enojada, pero cuando las dos niñas se conocieron y hablaron, pronto se hicieron buenas amigas. Se veían todos los días e iban juntas a jugar a un arroyo, que había sido hecho para la princesa por su padre.

Algunos días después del primer encuentro, la princesa se quitó un hermoso y valioso collar, y lo colgó en un árbol próximo al arroyo. Al volver olvidó llevárselo y al llegar a casa pensó que lo había perdido. Mas la princesa, recapacitando, decidió que la hija del leñador se lo había robado. Se lo dijo a su padre, quien hizo arrestar al leñador, confiscó el castillo y le embargó todos sus bienes; el leñador fue puesto en prisión, y su hija fue internada en un orfelinato.

Como era costumbre en ese país, después de cierto tiempo, el leñador fue sacado de su celda y llevado a la plaza pública, donde se lo encadenó a un poste, con un letrero alrededor del cuello que decía: -Esto es lo que les ocurre a aquellos que roban a los reyes-.

Al principio, la gente se reunía a su alrededor, burlándose de él y tirándole cosas. El leñador se sentía muy desdichado.

Pero como es común entre los hombres, pronto se acostumbraron a ver al viejo sentado junto al poste y le prestaban cada vez menos atención. A veces le tiraban restos de comida, a veces no.

Un día escuchó decir a alguien, que era jueves por la tarde. Repentinamente, llegó a su mente el pensamiento de que pronto sería la noche de Mushkil Gusha, "El disipador de todas las dificultades", y que había olvidado conmemorarlo desde hacía tanto tiempo. Tan pronto como este pensamiento llegó a su mente, un hombre caritativo que pasaba le arrojó una pequeña moneda. El leñador lo llamó: -Generoso amigo, me has dado dinero que para mí no es de ninguna utilidad, si de alguna manera tu generosidad alcanzara para comprar uno o dos dátiles y venir a sentarte conmigo para comerlos, yo te quedaría eternamente agradecido.

El hombre fue y compró algunos dátiles, se sentó a su lado y comieron juntos. Al terminar, el leñador le contó la historia de Mushkil Gusha: -Creo que tú debes estar loco-, le dijo el hombre generoso. Pero era una persona comprensiva y a su vez tenía bastantes dificultades. Al llegar a su casa. Al llegar a su casa después de este incidente, encontró que todos sus problemas habían desaparecido. Y esto le hizo pensar más seriamente acerca de Mushkil Gusha. Pero él aquí deja nuestra historia.

A la mañana siguiente la princesa volvió al lugar donde se bañaba, y cuando estaba por entrar al agua, vio algo que parecía ser su collar en el fondo del arroyo. Pero en el momento que estaba por recogerlo estornudó, echó hacia atrás su cabeza, y vio que lo que había tomado por su collar era solo su reflejo en el agua. El collar estaba colgado en la rama del árbol, en el mismo lugar en el que lo había dejado hacía mucho tiempo. Tomándolo, corrió emocionada y le contó lo ocurrido al rey. Éste ordenó que el leñador fuera puesto en libertad, y que se le dieran públicas disculpas. La niña fue sacada del orfelinato y todos fueron felices por siempre.

Estos son algunos de los incidentes de la historia de Mushkil Gusha.
Es un cuento muy largo y nunca termina. Tiene muchas formas. Algunas que ni siquiera se llaman la historia de Mushkil Gusha y por eso la gente no las reconoce como tal.

Pero es por causa de Mushkil Gusha por lo que su historia, en cualquiera de sus formas, es recordada por alguien, en algún lugar del mundo, día y noche, donde fuere que haya gente. Así como su historia siempre ha sido relatada, así seguirá siendo contada, por siempre.

¿Quiere usted repetir la historia de Mushkil Gusha los jueves por la noche y ayudar así al trabajo de Mushkil Gusha?
*Por J. Mª Aguirre. Extraído del libro Sufismo en Occidente, Ediciones Dervish International

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