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sábado, 13 de abril de 2013


Un oasis para el horror de la guerra

Un centro de rehabilitación de MSF en Amán trata las secuelas físicas y psicológicas que están dejando las diversas guerras de Oriente Próximo

13/04/2013 - Autor: Mónica G. Prieto - Fuente: periodismohumano.com
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Haidar Fadel Abed, víctima de un coche bomba en Irak
Haidar Fadel Abed, víctima de un coche bomba en Irak
Desde que comenzó la revolución siria en su localidad natal de Homs, Yassin al Baroudi, de 26 años, había optado por una de las labores más difíciles: trasladar a los hospitales de campaña a los heridos que iban dejando las bombas y los disparos de francotirador. “No recuerdo por qué empecé a hacerlo. Dios quiso que me ocupara de ellos”, dice con un susurro, con la timidez de quien considera que el azar le está jugando una broma pesada. “Tenía una furgoneta, una Suzuki, y como no había ambulancias los llevaba a las clínicas. Y cuando era necesario, al cementerio. A veces les enterraba yo mismo, si no había nadie más”.
El 10 de marzo de 2012, una operación militar del régimen sirio se abatió contra su barrio, Bab al Sbaa, en pleno centro de la ciudad. Los accesos quedaron cortados y Yassin quedó fuera. “Los shabiha y el Ejército rodeaban las entradas. Ayudé en la evacuación de las casas próximas, pero no pude entrar en Bab al Sbaa hasta la tarde siguiente. Había cadáveres en las calles, muchas casas habían sido quemadas. Corrí a la vivienda de mi familia y estaba vacía. Entonces fui a una casa próxima. Mi familia había sido confinada allí junto a los vecinos. Habían sido ejecutados. Los hombres fueron quemados, las mujeres y los niños habían sido acuchillados”.
Yassin muestra el vídeo que tomó aquel día con su teléfono móvil. Una hilera de cadáveres, la mayoría de mujeres y niños, yace en varios sofás, muchos con disparos en la nuca. De fondo se escucha nítidamente su llanto histérico, el hipo que le cortaba la voz, mientras narraba la escena ante la cámara. “Recuperé los cadáveres de 12 niños. El más pequeño tenía tres años”, recuerda hoy con una serenidad angustiosa.
El joven perdió a sus padres, hermanos y hermanas, sobrinos y a un abuelo en aquella ejecución.  El trauma que le supuso el hallazgo de su familia asesinada no es esa la razón por la que este joven sirio está ingresado en el centro: al intentar salir del barrio, tras colocar 15 cadáveres en su furgoneta para llevarlos a enterrar, recibió dos disparos en la pierna y en la cadera por parte de un francotirador del régimen. Trasladado a un hospital de campaña por activistas y combatientes, quedó inconsciente dos días. Sus heridas requerían tratamiento fuera de una Siria desbordada por el desgaste sanitario de la guerra. Cuando el Ejército Libre de Siria, la facción rebelde en armas, le trasladó a la frontera, volvería a ser disparado: la bala perforó su pantalón pero ni siquiera rozó su pierna.
Yassin, más conocido como Abu Jaafar, es uno de los milagrosos casos de supervivencia en zonas de guerra que atiende el Programa de Cirugía Reconstructiva de Médicos Sin Fronteras, destinado a tratar las secuelas de heridas que, una vez tratadas de urgencia, no pueden ser seguidas en escenarios bélicos por falta de personal médico y de medios. Desde que se creara este programa único en la región, en agosto de 2006 –cuando la violencia en Irak había obligado a las ONG a abandonar la antigua Mesopotamia- MSF ha acogido a unos 2.000 pacientes en su centro de rehabilitación de Amán (el antiguo hotel privado Qaser Jaddah) y en el hospital con el que trabaja. Los casos susceptibles de ser tratados suelen ser víctimas de heridas de bala, explosiones e incendios con heridas maxilofaciales, secuelas ortopédicas y quemaduras severas. No se trata sólo de emplear la medicina para mejorar calidad de vida del paciente: la atención psicológica es una de las prioridades del programa.
“La realidad que se vive en zona de guerra es otra”, asevera el doctor Espen Collet, jefe del Departamento Psicosocial del Programa. “La gente se termina acostumbrando a vivir entre restos humanos. En el caso de Yassin, él mismo trataba a heridos. Enterraba los cadáveres en el cementerio, a veces con sus propias manos. Tuvimos otro caso, un pintor sirio que ayudaba a familias. Es un caso típico: fue arrestado por la Policía y encadenado al techo de una celda, de forma que sólo podía alcanzar el suelo de puntillas. Estuvo siete días en esa posición. Abusaron de él, le torturaron con cables eléctricos, y al tiempo le dijeron que, si no hablaba, se iban a poner duros. Se echó a reir, y una vez que empezó, no pudo parar. Creyeron que estaba loco y terminaron soltándolo”. El pintor recibió el alta hace unas semanas, y pese a los consejos de los médicos, decidió volver a Siria para combatir contra el régimen. “¿Cómo podríamos pararle?”, se pregunta el médico.
Collet ha dedicado 42 años a la Psiquiatría, pero nunca en su carrera había confrontado a unos pacientes similares. Los relatos que narran, y la tranquilidad con la que los desgranan, arrancan lágrimas al médico y despiertan su asombro. “He encontrado mucho menos estrés post-traumático del que esperaba. Creo que no afecta a más del 20% de nuestros pacientes”, explica.
“Iniciamos terapias en grupo pero sólo se sumaron cuatro pacientes. Tras cuatro o cinco sesiones, declararon sentirse mucho mejor y cancelamos la terapia. Muchos no padecen síndrome post-traumático completo, sino parcial. Las depresiones, en cambio, son comunes. Son sometidos a intervenciones quirúrgicas consecutivas, se aburren, están lejos de los suyos… El nombre paciente cobra un doble sentido en este lugar”, prosigue el doctor Espen.
Algunos de los pacientes llevan en el centro seis años, casi desde el principio del programa. Otros tan sólo hace una semana que llegaron. Haidar Fadel Abed, un antiguo mecánico de Nayaf (Irak), lleva en el centro desde junio de 2011, pero su drama comenzó un día de invierno de 2004, cuando conducía hasta la farmacia para comprar medicamentos para su hija, entonces recién nacida. Carros de combate norteamericanos la invasión había comenzado en 2003 abandonaban la zona en la que él se adentraba cuando un coche bomba explotó a su lado. “No recuerdo nada más que la explosión”, asegura. Perdió la pierna izquierda en el acto y parte del brazo izquierdo: su codo ha desaparecido. La pierna derecha quedó terriblemente dañada: ha necesitado más de 10 operaciones y el último pronóstico médico era pesimista. En él le comunicaron que podrían tener que amputarle la derecha, a la altura de la rodilla, si no hay resultados satisfactorios.
Hasta que fuera seleccionado por el programa de MSF, el seguimiento de sus lesiones en Irak era una pesadilla. “Los hospitales públicos estaban en manos de las milicias armadas. Era peligroso acercarse a ellos. Y también eran objetivo de los atentados: el hospital Mustafa al Sadr de Nayaf llegó a ser objetivo de una explosión. Así que la mayor parte del tiempo me hacían las curas en casa”. Haidar, de tez aceitunada y risa fácil, recuerda el día que le comunicaron que viajaría a Amán como “una sorpresa y una esperanza”. “No es sólo el cuidado de las heridas físicas. Los médicos hablan conmigo, me ayudan, reducen mi tensión. En Irak, por ejemplo, no podía pasar más de 10 minutos jugando con mis hijas. Enseguida me cansaba, pedía a mi mujer que las alejase de mí. Hace cinco meses pude regresar a Irak para verles, y no me cansaba de jugar con ellas”.
Pregunto a Haidar si alguna vez pensó en suicidarse. Estalla en una carcajada cristalina. “No sólo lo pensé. Lo intenté cuatro veces. Con veneno, con electricidad, con el gas… Y nunca funcionaba. Pero desde hace un año y medio ya no tengo tendencias suicidas. Ahora sólo pienso en mis operaciones”, relata desde su silla de ruedas.
El programa acoge actualmente a 300 pacientes, la mayor parte, residentes del hotel que MSF ha habilitado como centro de rehabilitación y, los menos, ingresados en un hospital donde la ONG asume las intervenciones que mejorarán sus vidas. Los casos que terminarán en esta aventura son seleccionados por médicos de la organización no gubernamental en Irak, Yemen, Gaza y Siria, aunque la mayoría de los casos de este último país son seleccionados en el campamento de refugiados de Za’atari dada la imposibilidad de MSF de trabajar sobre el terreno. La mayoría de los pacientes provienen de Siria, pero Irak sigue siendo el país original de muchos de ellos. “Todos hablan de Siria y nadie habla de Irak. Creo que allí se sigue viviendo una guerra abierta, según lo que cuentan nuestros pacientes. Lo mismo podemos decir de Yemen: el número de heridos por armas de fuego está aumentando. Con este panorama, a juzgar por el estado de nuestros pacientes, podemos decir que el estado de la salud mental de las víctimas es increíblemente bueno, en especial de los niños. Se adaptan mucho más rápido al centro y al hospital, se portan bien en las clases, se entretienen juntos…”
En una sala de recreo, media docena de chicos juega al futbolín. Uno tiene el rostro y las manos desfigurados por el fuego, a otro le falta un brazo. Dos pacientes más, ambos quemados, juegan al tenis de mesa. En el jardín del centro, tres chicos juegan al baloncesto. A uno de ellos le faltan los dos brazos a la altura de los codos, pero sus muñones son más que suficientes para poner en aprietos a sus compañeros.
“Los niños están menos expuestos al PTSD (desorden de estrés post-traumático, en sus siglas en inglés) porque se sienten protegidos por sus familiares y porque no son coscientes de la amenaza de muerte que se ha cernido sobre ellos. Por eso solemos encontrar más trauma entre los padres o tutores que les acompañan que entre los niños en sí”, prosigue el doctor Espen, mientras pasea por las instalaciones del centro. Los testimonios más recientes con los que tienen que lidiar provienen de Siria. “Los índices de brutalidad del caso sirio son muy altos. Tres pacientes diferentes, procedentes de diferentes puntos del país, me han contado cómo vieron a miembros del Ejército entrar en los hospitales de campaña donde estaban siendo tratados y degollar a los médicos”, relata conmovido. “En Irak, los médicos también se terminaron convirtiendo en objetivo de ataques. Y los abogados. Los profesores. Cualquier profesional era objetivo”.
Riad al Tomeili, agente de Policía iraquí de 24 años, se convirtió en parte del conflicto interno que se libró en Irak tras la invasión anglo-americana, cuando las nuevas fuerzas de Seguridad fueron tachadas de colaboracionistas por las milicias y se transformaron en objetivo frecuente de ataques. “Estaba asignado a un checkpoint de Faluya”, explica el joven. “Me cambiaron mi linterna de servicio. Pusieron en su lugar una réplica exacta repleta de explosivos. Cuando apreté el botón, al acercase un coche, me reventó en la cara”. Riad perdió el ojo y la mano derecha, y buena parte del torso resultó quemado. Sucedió el 16 de octubre de 2010, pero hasta hace siete meses no fue trasladado a Amán. El programa de MSF cubre con todos los gastos, incluido el transporte. “Hoy en día, en Irak hay tecnología médica pero no hay especialistas. No hay profesionales porque les matan. Algunos quieren que el país retroceda, no que se modernice”.
Riad afirma no desprecia a ninguna parte en concreto del conflicto iraquí. En el caso de Haidar, odia abiertamente “al terrorismo global, venga del país, la religión o la secta que venga”. Los pacientes sirios, sin embargo, vienen traumatizados por lo que acaban de vivir. “Lo más difícil es lidiar con el odio”, explica Collet. “Muchos civiles a los que hemos tratado expresan un odio sin reservas contra el Ejército sirio y contra Bashar Assad. Sin embargo, no hemos encontrado a ninguno que se queje del ELS”, prosigue el psiquiatra noruego, secundado por el ex médico militar jordano Mohamed, también psiquiatra: “Nadie sale de las prisiones sirias sin haber sido torturado”, indica éste.
Las secuelas psicológicas se revelan de muchas formas. “Muchos pacientes reaccionan como si ya no tuviesen sentimientos. Se cierran, se vuelven fríos y poco comunicativos. Suele ocurrir con los adolescentes también. En el caso de los niños, el trauma se olvida; en el de los chicos mayores, es algo que van a recordar para siempre. Y lo recordarán como algo horrible, pero también como algo inevitable”, prosigue el psiquiatra noruego.
En el caso de los adultos, el odio suele transformarse en deseo de venganza. Yassin afirma que volverá a su país “el mismo día en que me den el alta”. Tras tres meses en Amán, asegura que su estado físico no es lo peor, sino “los nervios”. “Sólo pienso en volver a Homs, sé que allí estaré mejor psicológicamente. Que me dejen volver a Siria”, dice mirando de reojo a un doctor Collet resignado ante tanto horror.

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