Fundamentalismo sionista y racionalidad marxista
Se queja el profesor Mayer Tropper, en su artículo publicado en el Semanario No. 1904, de que los comunistas domésticos un día justificaron “la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia”, otro “la intervención (de la URSS) en Afganistán” y, en un tercero, callaron acerca de los pecados geopolíticos de Krushev y otros en África y el Medio Oriente. Más aún le molesta que “los filósofos antisionistas” (porque ahora ya no hay comunistas, se acabaron, según Tropper, con la caída del muro de Berlín, cuya acta de defunción –esto lo digo yo– aparece firmada por Francis Fukuyama) no protesten contra los gobiernos opresores del Magreb y del mundo árabe en general, pues solo se limitan a inculpar a Israel “por la muerte de terroristas (sin gentilicio) en el conflicto árabe-israelí”.
Don Mayer, atinado en su empeño, convoca a sus contendores ideológicos a elevar su voz de protesta contra los regímenes antidemocráticos y represivos del Magreb y más allá; pero se prejuzga al afirmar que no lo harán, pues “(…) no tienen ningún interés en defender a los civiles que se enfrentan a los ejércitos de los dictadores, excepto que puedan inventar cómo culpar de los sucesos a Israel”.
Sin pretender defender a ningún comunista –que de paso no lo necesitan, ya que desde Platón con su “República”, los hoy desaparecidos por la historia del neoliberalismo fueron capaces de leer certeramente la realidad social y escribirla, y sus teorías continúan alimentando los sueños de los oprimidos, que las adoptan y defienden aquí y allá, y todo un continente, el nuestro, levanta los cimientos de la justicia y la felicidad sobre el sustrato filosófico de la utopía socialista–, considero que el principio marxista de la no intervención y la libre autodeterminación de los pueblos, aunque haya sido pisoteado por líderes que debieron guardarlo como sagrado, es hoy tan actual que pueblos como el libio y el sirio cierran filas en contra de la intervención imperialista que solo busca succionar las riquezas del mundo. En lugar de lanzar comida, medicinas y la más avanzada herramienta científico-tecnológica para paliar el hambre en el Cuerno de África, los imperialistas, con su discurso democratizador, lanzan bombas sobre Libia, también en África.
El profesor Tropper, según el contenido de sus artículos recurrentes, hace suya la causa del sionismo y, que yo recuerde haber leído en Universidad, nunca su discurso ha esgrimido crítica alguna contra la política expansionista de Israel, la cual por su forma violenta de expresión, se ha ganado la condena de muchos. ¿Acaso, con su fundación en los primeros años post holocausto nazifascista, la ONU asignó todo el territorio de Palestina al Estado hebreo? Además, uno se pregunta: ¿tiene autoridad moral o caballeresca quien exige de su rival ideológico lo que no practica? Desde la racionalidad histórica no, y aún menos desde la moral socialista, que deriva de los principios éticos de la ciencia marxista-leninista. Cosa distinta sucede con las ideologías fundadas a partir de la irracionalidad, sea esta de origen mítico-religioso o que responda a intereses egoístas como los del mercado y la propiedad privada.
Aquí hay una diferencia de fondo entre el deber moral de quien profesa algún tipo de fundamentalismo –el sionista del señor Tropper, por ejemplo– y el del marxista: el último debe guardar celosamente, desde su ética científica, el principio de correspondencia entre el decir y el hacer; mientras que los fundamentalismos suelen emplear el principio maquiavélico a la hora de trazar el camino para el logro de sus objetivos; entonces el engaño se vale. ¿No vinieron los fundamentalistas católicos con el mensaje “civilizatorio” de Dios a arrasar con las culturas y riquezas del nuevo mundo?
El fundamentalismo, en tanto doctrina irracional, atenta contra la paz y la armonía en la convivencia humana, y más aún si se erige en bandera geopolítica de algún imperio, como sucede con el sionismo y el imperialismo norteamericano.
Se queja el profesor Mayer Tropper, en su artículo publicado en el Semanario No. 1904, de que los comunistas domésticos un día justificaron “la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia”, otro “la intervención (de la URSS) en Afganistán” y, en un tercero, callaron acerca de los pecados geopolíticos de Krushev y otros en África y el Medio Oriente. Más aún le molesta que “los filósofos antisionistas” (porque ahora ya no hay comunistas, se acabaron, según Tropper, con la caída del muro de Berlín, cuya acta de defunción –esto lo digo yo– aparece firmada por Francis Fukuyama) no protesten contra los gobiernos opresores del Magreb y del mundo árabe en general, pues solo se limitan a inculpar a Israel “por la muerte de terroristas (sin gentilicio) en el conflicto árabe-israelí”.
Don Mayer, atinado en su empeño, convoca a sus contendores ideológicos a elevar su voz de protesta contra los regímenes antidemocráticos y represivos del Magreb y más allá; pero se prejuzga al afirmar que no lo harán, pues “(…) no tienen ningún interés en defender a los civiles que se enfrentan a los ejércitos de los dictadores, excepto que puedan inventar cómo culpar de los sucesos a Israel”.
Sin pretender defender a ningún comunista –que de paso no lo necesitan, ya que desde Platón con su “República”, los hoy desaparecidos por la historia del neoliberalismo fueron capaces de leer certeramente la realidad social y escribirla, y sus teorías continúan alimentando los sueños de los oprimidos, que las adoptan y defienden aquí y allá, y todo un continente, el nuestro, levanta los cimientos de la justicia y la felicidad sobre el sustrato filosófico de la utopía socialista–, considero que el principio marxista de la no intervención y la libre autodeterminación de los pueblos, aunque haya sido pisoteado por líderes que debieron guardarlo como sagrado, es hoy tan actual que pueblos como el libio y el sirio cierran filas en contra de la intervención imperialista que solo busca succionar las riquezas del mundo. En lugar de lanzar comida, medicinas y la más avanzada herramienta científico-tecnológica para paliar el hambre en el Cuerno de África, los imperialistas, con su discurso democratizador, lanzan bombas sobre Libia, también en África.
El profesor Tropper, según el contenido de sus artículos recurrentes, hace suya la causa del sionismo y, que yo recuerde haber leído en Universidad, nunca su discurso ha esgrimido crítica alguna contra la política expansionista de Israel, la cual por su forma violenta de expresión, se ha ganado la condena de muchos. ¿Acaso, con su fundación en los primeros años post holocausto nazifascista, la ONU asignó todo el territorio de Palestina al Estado hebreo? Además, uno se pregunta: ¿tiene autoridad moral o caballeresca quien exige de su rival ideológico lo que no practica? Desde la racionalidad histórica no, y aún menos desde la moral socialista, que deriva de los principios éticos de la ciencia marxista-leninista. Cosa distinta sucede con las ideologías fundadas a partir de la irracionalidad, sea esta de origen mítico-religioso o que responda a intereses egoístas como los del mercado y la propiedad privada.
Aquí hay una diferencia de fondo entre el deber moral de quien profesa algún tipo de fundamentalismo –el sionista del señor Tropper, por ejemplo– y el del marxista: el último debe guardar celosamente, desde su ética científica, el principio de correspondencia entre el decir y el hacer; mientras que los fundamentalismos suelen emplear el principio maquiavélico a la hora de trazar el camino para el logro de sus objetivos; entonces el engaño se vale. ¿No vinieron los fundamentalistas católicos con el mensaje “civilizatorio” de Dios a arrasar con las culturas y riquezas del nuevo mundo?
El fundamentalismo, en tanto doctrina irracional, atenta contra la paz y la armonía en la convivencia humana, y más aún si se erige en bandera geopolítica de algún imperio, como sucede con el sionismo y el imperialismo norteamericano.
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