¿Qué tienen en común Venezuela, Ucrania y Siria?
En los tres países se intentan instrumentalizar las protestas y las demandas populares
El objetivo de silenciar las protestas se lleva a cabo mediante la fuerza.
Manifestantes en pie en una barricada en una calle de acceso a la plaza de la Independencia (Maidán) de Kiev Efe
Tres contextos muy diferentes en términos políticos, económicos y sociales. Una república bolivariana, una democracia parlamentaria, y una república hereditaria en la que a las elecciones se presenta un único partido, que obtiene por sistema un 99 por ciento de los votos. Y sin embargo, resulta difícil no pensar en Siria, el caso más extremo de represión contra manifestantes desarmados de las últimas décadas, al ver las imágenes de Euromaidan y las de los estudiantes recibidos a balazos por las autoridades en Venezuela.
El abuso de fuerza por parte de las autoridades y los intentos de silenciar las expresiones de descontento son una tendencia que avanza en todo el mundo. Las leyes anti-protesta aprobadas en países tan dispares como Egipto, Bahréin, España, Canadá, Reino Unido y México, apuntan a un aumento de las restricciones a la libertad de expresión y asociación, y a un avance hacia el autoritarismo que ya no es monopolio de las dictaduras. Las restricciones contra quienes expresan públicamente su descontento con políticas gubernamentales y violaciones de los derechos humanos tienen sus manifestaciones más recientes en la represión de las protestas en Venezuela y Ucrania, ambos con gobiernos elegidos en las urnas.
El sentimiento de rechazo al presidente Yanukovich, unido a la crisis económica, las desigualdades sociales, la corrupción, la pobreza y el deterioro de los servicios sociales son el motor de la insurrección popular en Ucrania, según un representante del sindicato de trabajadores autónomos del país. En Venezuela, la escasez de productos de primera necesidad, la tasa de inflación más alta del mundo y la inseguridad - Caracas es considerada la segunda ciudad más peligrosa del planeta - unidas a la detención de manifestantes, crearon las condiciones propicias para el estallido social. En palabras de Roland Denis, ex-ministro de Chávez, la revolución bolivariana, planteada como centro soberanista, democratizador y socializante, ha derivado en una pequeña burguesía que ha acaparado el poder político y que obstaculiza la transparencia y la participación popular directa, "creando una contradicción irreversible entre el Estado y el pueblo en lucha."
El intento de silenciar las protestas no sólo se lleva a cabo mediante la fuerza, sino también de la deslegitimización de quienes participan en ellas. Las autoridades ucranianas se han referido a los manifestantes repetidamente como "terroristas". Sólo en la última semana, Nicolás Maduro calificó a los estudiantes venezolanos de "fascistas", "insectos", "polillas" y "enfermedad infecciosa". Adjetivos que recuerdan a las "ratas" con que Gadafi llegó a comparar a quienes se manifestaban contra su gobierno, y a los "gusanos" con los que los equiparó Asad.
No sorprende esta deriva hacia una mayor represión y deslegitimización de las demandas ciudadanas. Los abusos en Oriente Medio y la violencia contra los levantamientos populares que han derivado en transiciones difíciles en unos casos y en guerras abiertas en otros, han puesto el listón muy alto.
La impunidad del régimen sirio, responsable de la muerte de más de cien mil personas, del desplazamiento de millones y de haber abierto la veda a Al-Qaeda a un país conocido por su diversidad religiosa, étnica y cultural, ha elevado el umbral de lo que la comunidad internacional está dispuesta a aceptar. Que el régimen de los Asad pueda haber llegado tan lejos y continúe siendo un actor internacional legítimo envía un mensaje peligroso al resto de líderes políticos, electos o no, legítimos o ilegítimos. La impunidad avanza, día a día, en todo el mundo, y Ucrania y Venezuela son los ejemplos más recientes y llamativos.
Ante las restricciones, la propia ciudadanía ha tomado el control de la transmisión de lo que sucede sobre el terreno, lo que resulta en un enorme flujo de documentación compartida a través de internet, un flujo que también ha acompañado a otros movimientos de protesta como el 15 M y Occupy Wall Street. Esa documentación ciudadana proporciona un acercamiento enormemente valioso en muchos casos, pero también incluye fabricaciones y manipulaciones de los hechos en un contexto de caos e impunidad creciente.
El ruido generado en torno a las protestas y la dificultad a la hora de verificar algunos de los contenidos ha llevado a algunos analistas a cuestionar no sólo los contenidos en concreto, sino las protestas en sí, y su legitimidad. En palabras del periodista venezolano Luis Carlos Díaz, "tus fotos falsas sirven a la izquierda caviar para cerrar los ojos ante Venezuela," en referencia a una serie de imágenes falaces colgadas en los primeros días de las manifestaciones, que han servido al gobierno y quienes le apoyan para desoír la cobertura de hechos reales.
Quienes seguimos de cerca, desde hace años, la realidad siria, nos encontramos a diario con esa negación basada en la falsedad de las imágenes a la que apunta el periodista venezolano. Una negación fundamentada en la existencia de propaganda y en la dificultad de comprender un contexto plagado de ruido y fabricaciones, pero también en una visión del mundo en dos ejes geopolíticos irreconciliables.
Estas lecturas basadas en la visión del mundo en dos ejes pasan por alto el tejido social, económico y político de cada país, la complejidad de sus demandas y tensiones internas. Por posicionamiento ideológico en algunos casos, por puro desconocimiento de esa complejidad en otros, se simplifican reivindicaciones, demandas y movimientos en su conjunto.
Tanto en Venezuela como en Ucrania y Siria, existen claros intentos de instrumentalizar las protestas y demandas populares, tanto por parte de sectores de la oposición política como por fuerzas externas. Estados Unidos, la UE, Rusia y el resto de potencias juegan sus cartas para promover o silenciar las protestas en su beneficio. Sin embargo, ni los juegos políticos internos ni los externos deslegitiman la expresión de un malestar social que avanza en todo el mundo, a medida que aumentan los intentos de reprimirlo.
Siria, Venezuela y Ucrania no son equiparables, ni en su contexto político y social, ni en la legitimidad de sus gobiernos, ni en el nivel de represión. Siria es un ejemplo extremo, que sirve como indicador del aumento de la impunidad, la censura, la desprotección de la ciudadanía, y hasta dónde puede llegar un gobierno sin rendir cuentas por ello. Es también la muestra más clara de que los filtros geopolíticos no bastan para comprender la complejidad de los contextos y las tensiones internas, y de una narrativa ciudadana que documenta y comparte sus propias demandas. Una narrativa que cuestiona las carencias en materia de derechos y libertades más allá de propagandas, tamices ideológicos y visiones reduccionistas.
Leila Nachawati es profesora de la Universidad Carlos III y especialista en Oriente Próximo y el Norte de África.
El abuso de fuerza por parte de las autoridades y los intentos de silenciar las expresiones de descontento son una tendencia que avanza en todo el mundo. Las leyes anti-protesta aprobadas en países tan dispares como Egipto, Bahréin, España, Canadá, Reino Unido y México, apuntan a un aumento de las restricciones a la libertad de expresión y asociación, y a un avance hacia el autoritarismo que ya no es monopolio de las dictaduras. Las restricciones contra quienes expresan públicamente su descontento con políticas gubernamentales y violaciones de los derechos humanos tienen sus manifestaciones más recientes en la represión de las protestas en Venezuela y Ucrania, ambos con gobiernos elegidos en las urnas.
El sentimiento de rechazo al presidente Yanukovich, unido a la crisis económica, las desigualdades sociales, la corrupción, la pobreza y el deterioro de los servicios sociales son el motor de la insurrección popular en Ucrania, según un representante del sindicato de trabajadores autónomos del país. En Venezuela, la escasez de productos de primera necesidad, la tasa de inflación más alta del mundo y la inseguridad - Caracas es considerada la segunda ciudad más peligrosa del planeta - unidas a la detención de manifestantes, crearon las condiciones propicias para el estallido social. En palabras de Roland Denis, ex-ministro de Chávez, la revolución bolivariana, planteada como centro soberanista, democratizador y socializante, ha derivado en una pequeña burguesía que ha acaparado el poder político y que obstaculiza la transparencia y la participación popular directa, "creando una contradicción irreversible entre el Estado y el pueblo en lucha."
El intento de silenciar las protestas no sólo se lleva a cabo mediante la fuerza, sino también de la deslegitimización de quienes participan en ellas. Las autoridades ucranianas se han referido a los manifestantes repetidamente como "terroristas". Sólo en la última semana, Nicolás Maduro calificó a los estudiantes venezolanos de "fascistas", "insectos", "polillas" y "enfermedad infecciosa". Adjetivos que recuerdan a las "ratas" con que Gadafi llegó a comparar a quienes se manifestaban contra su gobierno, y a los "gusanos" con los que los equiparó Asad.
No sorprende esta deriva hacia una mayor represión y deslegitimización de las demandas ciudadanas. Los abusos en Oriente Medio y la violencia contra los levantamientos populares que han derivado en transiciones difíciles en unos casos y en guerras abiertas en otros, han puesto el listón muy alto.
La impunidad del régimen sirio, responsable de la muerte de más de cien mil personas, del desplazamiento de millones y de haber abierto la veda a Al-Qaeda a un país conocido por su diversidad religiosa, étnica y cultural, ha elevado el umbral de lo que la comunidad internacional está dispuesta a aceptar. Que el régimen de los Asad pueda haber llegado tan lejos y continúe siendo un actor internacional legítimo envía un mensaje peligroso al resto de líderes políticos, electos o no, legítimos o ilegítimos. La impunidad avanza, día a día, en todo el mundo, y Ucrania y Venezuela son los ejemplos más recientes y llamativos.
Censura y manipulación mediática
En los tres contextos nos encontramos un apagón informativo que, en mayor o menor medida, dificulta el acceso a la realidad del terreno. El cierre de medios y páginas web y de canales internacionales que emitían por satélite, como el colombiano NTN24, en Venezuela, al que se le suman las amenazas contra CNN; la interferencia y el acoso de las autoridades a la libertad de prensa en Ucrania; encuentran en Siria el ejemplo más extremo. A la vigilancia de las comunicaciones, la censura y los apagones de internet se suma la detención, asesinato y secuestro de periodistas, que tienen restringida la entrada al país desde la llegada del Baaz al poder.Ante las restricciones, la propia ciudadanía ha tomado el control de la transmisión de lo que sucede sobre el terreno, lo que resulta en un enorme flujo de documentación compartida a través de internet, un flujo que también ha acompañado a otros movimientos de protesta como el 15 M y Occupy Wall Street. Esa documentación ciudadana proporciona un acercamiento enormemente valioso en muchos casos, pero también incluye fabricaciones y manipulaciones de los hechos en un contexto de caos e impunidad creciente.
El ruido generado en torno a las protestas y la dificultad a la hora de verificar algunos de los contenidos ha llevado a algunos analistas a cuestionar no sólo los contenidos en concreto, sino las protestas en sí, y su legitimidad. En palabras del periodista venezolano Luis Carlos Díaz, "tus fotos falsas sirven a la izquierda caviar para cerrar los ojos ante Venezuela," en referencia a una serie de imágenes falaces colgadas en los primeros días de las manifestaciones, que han servido al gobierno y quienes le apoyan para desoír la cobertura de hechos reales.
Quienes seguimos de cerca, desde hace años, la realidad siria, nos encontramos a diario con esa negación basada en la falsedad de las imágenes a la que apunta el periodista venezolano. Una negación fundamentada en la existencia de propaganda y en la dificultad de comprender un contexto plagado de ruido y fabricaciones, pero también en una visión del mundo en dos ejes geopolíticos irreconciliables.
Lecturas geoestratégicas
Tanto en el análisis del estallido popular sirio como en el venezolano y el ucraniano, abundan los filtros geoestratégicos que cuestionan no sólo la legitimidad de las protestas ciudadanas, sino en los casos más extremos su propia existencia. Trincheras ideológicas herencia de la Guerra Fría determinan qué reivindicaciones y qué movimientos sociales merecen o no apoyo, solidaridad y empatía, algo que se vio claramente en el análisis de los levantamientos en Oriente Medio y Norte de África.Estas lecturas basadas en la visión del mundo en dos ejes pasan por alto el tejido social, económico y político de cada país, la complejidad de sus demandas y tensiones internas. Por posicionamiento ideológico en algunos casos, por puro desconocimiento de esa complejidad en otros, se simplifican reivindicaciones, demandas y movimientos en su conjunto.
Tanto en Venezuela como en Ucrania y Siria, existen claros intentos de instrumentalizar las protestas y demandas populares, tanto por parte de sectores de la oposición política como por fuerzas externas. Estados Unidos, la UE, Rusia y el resto de potencias juegan sus cartas para promover o silenciar las protestas en su beneficio. Sin embargo, ni los juegos políticos internos ni los externos deslegitiman la expresión de un malestar social que avanza en todo el mundo, a medida que aumentan los intentos de reprimirlo.
Siria, Venezuela y Ucrania no son equiparables, ni en su contexto político y social, ni en la legitimidad de sus gobiernos, ni en el nivel de represión. Siria es un ejemplo extremo, que sirve como indicador del aumento de la impunidad, la censura, la desprotección de la ciudadanía, y hasta dónde puede llegar un gobierno sin rendir cuentas por ello. Es también la muestra más clara de que los filtros geopolíticos no bastan para comprender la complejidad de los contextos y las tensiones internas, y de una narrativa ciudadana que documenta y comparte sus propias demandas. Una narrativa que cuestiona las carencias en materia de derechos y libertades más allá de propagandas, tamices ideológicos y visiones reduccionistas.
Leila Nachawati es profesora de la Universidad Carlos III y especialista en Oriente Próximo y el Norte de África.
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