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lunes, 1 de febrero de 2016


Teatro: Palmirá está en Teherán

Un momento de la representación de 'Hacia Damasco' en las calles de Teherán. Z. MEMBRADO
Una hiperrealista obra callejera promueve la guerra contra el Califato entre los iraníes
En el parque de Valiasr, en el centro de Teherán, 10 hombres vestidos de negro, con pasamontañas y armados con cuchillos se enfrentan a un grupo de combatientes. Actúan como terroristas del Estado Islámico (IS) llegados a la ciudad siria de Palmira, donde se proponen ejecutar a 25 soldados delante de una aterrorizada audiencia. Los combatientes son militares iraníes de servicio, unidos a las fuerzas gubernamentales de Damasco. Por suerte, la brutal escena no es real. Pero lo fue, el pasado mes de julio, en la histórica urbe siria, cuando el IS utilizó a adolescentes para decapitar a un grupo de infieles. Ahora, en la capital iraní, tiene lugar la representación de unos hechos atroces llevados a escena por el dramaturgo persa . Ali Mohammad Radmanesh.
La obra se llama Hacia Damasco y narra la barbarie del IS y, de paso, hace alarde del papel heroico de Irán en la lucha contra el terrorismo. Pero, hay más. La obra se representa en la calle. Ver a un grupo de actores en plena función en la vía pública de Teherán es algo nada común. El espectáculo demuestra que las cosas están cambiando poco a poco en la capital de República Islámica.
"Hoy es el décimo día que representamos la obra y ha venido a verla muchísima gente. Está haciendo días muy fríos pero aún así la gente se detiene y espera a que la función acabe. Sé que al público le gusta la historia y al final es parte de la obra, porque interactúa con ella haciéndome preguntas. En una sala de teatro ordinaria esto no sería posible", explica a EL MUNDO el director del proyecto, que considera que en Irán el teatro llega más hondo a la gente que la televisión, que es mucho más inconsistente. "El teatro callejero en Irán puede ayudar a la gente a abrir la mente, a ser consciente de las injusticias y de la necesidad de luchar por sus derechos", agrega Ali.
El público observa con asombro cómo los hombres de negro, auténticos atletas, mueven con pericia las dagas cerca de los cuellos enemigos. Mientras en la izquierda del escenario un grupo de militares iraníes trata de derrotar a los enajenados terroristas, en la parte derecha varias mujeres atienden a los heridos y simulan un funeral. La obra no tiene diálogo. Los movimientos y gestos de los actores sirven para narrar los acontecimientos, los cuales, a su vez, lanzan un mensaje político que, no pudiendo ser de otro modo, presenta a Irán como el adalid de la lucha contra el terror suní.
"Palmira es un lugar histórico que conecta diferentes civilizaciones y lo que IS hizo el año pasado en esa ciudad es un asesinato global. Me impresionó mucho. Así que con en esta obra he querido mostrar el apoyo que Occidente brinda al IS, especialmente Europa", afirma el director, remarcando que los terroristas "no matan en nombre del Islam. Actúan bajo el amparo de la religión para encubrir sus asesinatos, para justificarlos, pero lo que quieren es colonizar países y someter a su gente", remacha.
La música y una teatralidad exagerada, con combates que parecen acrobacias y decapitaciones hiperbólicas entretienen a un público nada acostumbrado a disfrutar de la cultura en la calle. Y gratis. A 10 pasos de la farándula se alza el majestuoso teatro de Valiasr, un edificio monumental en forma circular donde se exhiben a diario obras de teatro a un precio prohibitivo para la mayoría de los teheraníes. La representación de Hacia Damasco en plena calle, en sus inmediaciones, es una especie de burla al ya conocido elitismo con el que, debido a sus altos, se suele etiquetar al teatro. Tras la escena final y dos minutos de aplausos, el público rodea al director y lo avasalla a preguntas. Dudas, cabos sueltos, felicitaciones, selfies.
"Este tipo de teatro en la calle permite la interacción entre la gente y los actores.No sabía que había teatro en Valiasr pero pasaba por aquí y me he quedado. Es genial", señala un joven. Para el director, las limitaciones con las que debe bregar la cultura en la república de los ayatolás no es un problema. "La censura y los límites alimentan mi creatividad. Hacer teatro en Europa no tiene la misma gracia", bromea. "Pero aquí, dado que no hay la misma libertad, las limitaciones me obligan a encontrar la manera de expresar lo que quiero de otro modo. Me fuerzan a agudizar el ingenio", zanja.

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