Al Jazeera, mucho más que una televisión
Al Jazeera es actualmente una de las plataformas informativas más importantes a nivel internacional, llegando a ser un punto referencial de noticias del mundo árabe con cuotas de audiencia insólitas para un canal de televisión de Oriente Medio. Su máximo apogeo le ha permitido competir con los grandes y tradicionales conglomerados mediáticos, tanto en prestigio, recursos y alcance. Lo que inicialmente se inició como un pequeño proyecto televisivo regional, fue ampliando sus cualidades de manera vertiginosa en poco más de una década, diversificando sus productos para atender a un público cada vez más variado, creando distintas filiales por todo el mundo, con nuevos canales que no tuvieran un cariz exclusivamente informativo y compitiendo férreamente por la exclusividad y primicia de algunas noticias.
Sin embargo, en los últimos años el enorme grupo de canales qatarí se encuentra inmerso en una profunda crisis, derivada de la confluencia de diversos factores externos y endógenos, que le han conducido a un proceso de considerable reformulación y restructuración. La orientación y futuro del grupo Al Jazeera está ahora más que nunca bajo la sombra de la incertidumbre, debido a algunos movimientos errados, como cierre de canales, inversiones infructuosas o despidos de un considerable número de periodistas, que sitúan su futuro a medio plazo entre signos de interrogación.
El sino de la televisión catarí parece encontrarse marcada por los pasos agigantados de la inmediatez del siglo XXI. En los primeros años del nuevo milenio, a los albores de la guerra de Afganistán e Irak, el crecimiento en audiencia y prestigio regional e internacional le llevaron a posicionarse en un nivel preferencial dentro del mapa comunicativo mundial. Durante prácticamente una década alcanzó un monopolio informativo sobre la audiencia de Oriente Medio y del mundo musulmán, pero los vientos favorables parecen haberse vuelto en su contra. La competencia televisiva para el público de la región y árabe se ha ampliado considerablemente en los últimos años. Por otra parte, ha sido muy criticada su cobertura de las revueltas árabes y los conflictos de Siria o Libia, lo que ha afectado severamente a su credibilidad. Todo ello, junto a sus aventuras fracasadas de intentar penetrar en el mercado televisivo norteamericano o europeo, han hecho que uno de los proyectos más cuidados por los Al Thani, familia reinante de Catar, se tambalee de forma prematura.
Historia de éxitos y episodios convulsos
Al Jazeera comienza a emitir en los primeros meses de 1996, con un alcance bastantemente reducido. Inicialmente fue visto como una ocurrencia más de un jeque adinerado del Golfo Pérsico, pero más allá de los tópicos, representaba un proyecto novedoso que no quería quedarse reducido a la escasa audiencia del pequeño país petrolero. Aprovechó el espacio dejado por la fallida prueba de la BBC de crear una filial en la región, para construir su propio margen de actuación exitoso.
A diferencia de otras intentonas anteriores de países y gobiernos vecinos, la familia Al Thani y los directivos de recién creada televisión tenían unas aspiraciones de dimensiones regionales, buscaban convertir a Catar en un referente cultural del mundo árabe a través de una televisión bajo su tutela. El punto determinante para el éxito y el crecimiento exponencial de la cadena, no sólo dentro de su posible área de influencia, sino también a nivel mundial, fue la cobertura de las guerras de Afganistán e Irak a principios del siglo XXI, como explica el libro “The Al Jazeera Phenomenon. Critical Perspectives on New Arab Media”. Si en su momento la primera guerra del golfo y el conflicto de los Balcanes fueron episodios violentos que consagraron internacionalmente a la CNN norteamericana como la plataforma de información que ofrecía las imágenes y las coberturas bélicas más detalladas, Al Jazeera, que mostró un despliegue sorprendente, capaz de introducirse en el corazón de los talibanes, en los recovecos del Irak de Sadam Hussein en decadencia, mientras seguía el recorrido de los marines, se afianzó como la vía de información preferida por otros periodistas, agencias y cadenas que no podían llegar donde sí lo hacía esta televisión catarí.
Tras su consabido y reconocido éxito entre 2002 y 2006, pronto la dinastía Al Thani y el gobierno de Catar decidieron destinar ingentes cantidades de fondos hacia la cadena, que triplicó su personal, diversificó sus canales y creó una línea de televisión en inglés. La producción de noticias en habla inglesa le permitió ir creciendo en el espacio informativo internacional, aunque pronto surgieron las críticas que advertían de las diferencias palpables entre la línea editorial de la matriz árabe y la occidentalizada cadena Al Jazeera English.
Para ampliar: “Información y contrainformación. El caso de los grandes media internacionales”, Marcos Ferreira en El Orden Mundial en el Siglo XXI
Sin duda alguna, el crecimiento de Al Jazeera en cuanto a sus capacidades se debió también a la bonanza económica que vivía la economía catarí, gracias a unos precios del petróleo y gas elevados y las rentables inversiones financieras que los grupos y empresas estatales realizaban en distintos ámbitos. Este contexto le permitió plantearse horizontes mucho más elevados, como la creación de una cadena exclusivamente de deportes con Bein Sports, aumentar su capacidad de difusión en Europa y abrir un canal propio en Estados Unidos.
No obstante, la plenitud y los años de bonanza en términos económicos, audiencia y reputación, han comenzado a menguar en los últimos cinco años. Su cobertura de las revueltas árabes y los conflictos en Siria, Libia o Yemen, evidenciaron que la cadena estaba muy sujeta a los intereses y objetivos políticos del gobierno del emirato, lo que le restó una enorme credibilidad no sólo ante otros medios, sino ante la propia audiencia árabe, que empezó a modificar sus preferencias televisivas.
Por otra parte, Al Jazeera ha encontrado enormes obstáculos para penetrar en los mercados de Europa y Estados Unidos de una forma solvente. En este sentido, tras el reciente cierre de Al Jazeera America y las dificultades que está encontrado Bein Sports para hacer con el control de los derechos televisivos de los grandes eventos deportivos, desde Doha se ha decidido un cambio de estrategia, que va más encaminado a un control –por capitalización y accionariado– sobre ciertos grupos audiovisuales y de papel tradicionales, que les permite entrar en esos mercados pero abandonando la marca Al Jazeera o cualquier otra identificación catarí.
De esta forma, parece ser que el gobierno de Catar comienza a ser consciente de las limitaciones y dificultades que puede suponer la expansión de Al Jazeera a nivel global, por lo que la tendencia aparente es reducirla a un dimensión regional, mientras para la internacionalización de sus interés comunicativos y culturales se apuesta por otras vías.
La televisión de una dinastía
La creación y crecimiento de la cadena Al Jazeera, la modernización del pequeño emirato en tan sólo dos décadas, su mayor peso regional y el logrado alcance internacional no pueden ser comprendidos de forma aislada e independiente. Todo ello responde a los intereses del gobierno catarí y del emir Hamad bin Khalifa al-Thani y su sucesor en el trono en 2013 su hijo Tamim bin Hamad al-Thani, por desarrollar políticas ambiciosas que hicieran de Qatar un estado relevante en la conflictiva área de Oriente Medio, influyente dentro del mundo árabe y musulmán e interesante socio para las potencias occidentales y emergentes.
La cadena de televisión se enmarcó en una serie de proyectos globales que intentan convertir a la antigua península de perlas y pescadores en un agente internacional con autonomía propia en el desarrollo de política exterior, ya que siempre ha estado bajo el tutelaje de Arabia Saudí y Estados Unidos, así como un interesante y atractivo centro de negocios, investigación y un relevante espacio deportivo y cultural a nivel mundial, como muestra el documental: “Los tentáculos de Qatar”.
Al igual que sucede con la mayoría de empresas del país, el principal accionista de Al Jazeera es el emir de Catar, seguido por miembros de la dinastía Al Thani y finalmente por el gobierno nacional. Aunque la mayoría de los profesionales que trabajaban para la cadena proceden de países árabes y algunos son europeos y estadounidenses, la cúpula directiva sólo está constituida por cataríes y la dinámica final está marcada por las decisiones del jeque Hamad Ben Thamer Al Thani, familiar directo del emir.
Por tanto, es complicado que la cadena, cuyos periodistas en público dicen trabajar con total libertad e independencia, pueda desatenderse de los objetivos últimos de las autoridades cataríes. Al final, Al Jazeera es el propio reflejo de la diplomacia e intereses del gobierno de Catar, quien desea jugar un papel mediador en muchas de las dinámicas y crisis regionales, mostrándose como un socio y aliado fiable de Occidente mientras tiene un trato directo con grupos radicales de la zona.
En Al Jazeera Árabe hay espacio para entrevistas a líderes radicales islamistas, representantes de los talibanes, Hezbolá o Hamás, mientras en otros programas se invita a delegados del gobiernos israelí o del cuerpo diplomático estadounidense. Algunos países de la región, como Arabia Saudí, Irán o Siria en ciertos momentos, directamente han cortado la emisión de la cadena o han prohibido la entrada de sus periodistas. Incluso por parte del gobierno de Riad se ha decidido potenciar mucho más, junto a Emiratos Árabes Unidos, la cadena Al Arabiya, para afianzarla como competidora directa de Al Jazeera por la audiencia árabe y musulmana.
El trabajo realizado en algunos conflictos regionales ha hecho evidente las ataduras del gobierno sobre la cadena. Por un lado, no sorprendió a nadie el escaso seguimiento al levantamiento popular en Bahréin, debido a las estrechas relaciones que la dinastía Al Thani mantiene con los gobernantes de la isla vecina, favoreciendo el silencio mediático sobre los graves incidentes. Igual de criticada ha sido su cobertura del conflicto en Yemen, donde ha destacado la preocupación por mantener una línea informativa que no pudiera molestar a Arabia Saudí, aliado y vecino con el que comparte unas relaciones políticas siempre complicadas.
Los sucesivos estallidos y crisis abiertas en Gaza e Israel, son otros casos que ejemplifican como Al Jazeera llega a ser un mecanismo más de la ambigua y discreta diplomacia catarí, combinando reportajes bastante favorables a Hamas con otros mucho más comedidos y respetuosos con la postura israelí. No obstante, las atenciones que más descredito han generado entre el público y otros profesionales de los medios audiovisuales han sido como la cadena catarí ha tratado el derrocamiento de Mubarak en Egipto o las guerras en Libia y Siria.
Al contrario que pasó con otros levantamientos populares, Al Jazeera sirvió como un extraordinario altavoz para los manifestantes de la plaza Tahrir de El Cairo; también se le acusó de tener estrechos vínculos con los Hermanos Musulmanes y ayudar a la llegada de Morsi al poder. De hecho, varios de sus periodistas fueron acusados de espías, incidentes muy parecidos a los que ha tenido en los últimos años con el régimen de Al Asad, en Irán o Arabia Saudí. Si bien es cierto que en el caso sirio apenas ofrecen información desde el bando del régimen y se han preocupado de tener siempre corresponsales en las zonas rebeldes, en los casos del país de los ayatolá y de la familia Saud se han asegurado en los últimos meses de no publicar noticias o informaciones que pudieran complicar las relaciones de Doha con Teherán y Riad. De esta forma, Al Jazeera es foco de influencia para los Al Thani, pero también se evita prudentemente que se convierta en otro elemento de controversia de su estrategia exterior.
Morir de éxito o renacer
En los últimos dos años parece como si Al Jazeera hubiera convocado a la tormenta perfecta, un reto que podría abatirla de forma rápida y sin paliativos. La reducción enorme de la inversión de la familia Al Thani y del propio gobierno catarí en la cadena, las infructuosas y fracasadas aventuras televisivas por Estados Unidos y Europa, junto a la pérdida creciente de cuota de audiencia en la zona, ya sea por la fuerte presencia de otros canales competidores, por las restricciones de algunos gobiernos, o bien, por las constantes acusaciones de falta de imparcialidad y credibilidad, han derivado en que la plataforma televisiva esté viviendo su momento más delicado desde su creación.
El secretismo y el elegante recelo con el que gobierno catarí, desarrolla tanto sus políticas nacionales e internacionales, así como las principales acciones financieras e inversiones de sus empresas estatales, hacen difícil que se pueda conocer de primera mano cuales son las auténticas vicisitudes por las que está pasando el canal. Obviamente la falta de transparencia se haya en uno de los problemas básicos de Al Jazeera, que ha tenido a lo largo de su corta vida, una nube constante de rumores, críticas y sospechas.
Pese a todo ello, resulta apropiado afirmar que detrás de todos los contratiempos que se están desencadenando se encuentra un escenario que no fue imaginado por el gobierno catarí cuando esbozó la idea de crear un gran medio de comunicación árabe para todo el mundo y de tutela catarí. La dirección de la organización no supo gestionar bien el éxito prematuramente cosechado, irremediablemente no ha conseguido separarse, por lo menos estéticamente, de los intereses de la dinastía Al Thani. Además imaginó un escenario televisivo internacional mucho más benévolo y accesible de lo que realmente es. No hay que olvidar que la información siempre es poder en una sociedad internacional tan globalizada. Donde las vías para verter información y comunicación se han diversificado exponencialmente gracias a internet, era previsible que Al Jazeera fuera a encontrar infinidad de retos y obstáculos en un campo de batalla tan despiadado como la televisión. Veremos si sabrá reponerse o quedará relegada a un segundo plano.
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