La familia islámica
La familia está en la cabeza. No hay forma de demostrar que es la sangre necesariamente la que se encarga de sostener las conexiones.
15/12/1997 - Autor: Sabora Uribe - Fuente: Verde Islam 8
"Y entre Sus portentos está el haber creado para vosotros parejas de vuestra misma especie, para que os inclinéis hacia ellas, y haber engendrado amor y ternura entre vosotros: ¡ciertamente, en esto hay en verdad mensajes para una gente que reflexiona!"
(Corán 30-21)
La familia es una estructura elástica, multiforme, cambiante, puede ser amplia o reducida y mostrar innúmeros rostros, ¿qué tiene de peculiar, qué es lo que permanece en su trasfondo para que podamos llamar familia a una pareja sin hijos, a un hombre con dos mujeres y diez hijos, a un matrimonio con su parejita, a una mujer sola con sus hijos o aún otras combinaciones posibles? Únicamente el mutuo compromiso y las diversas expectativas que sus componentes mantienen entre sí es lo que persiste tras los cambiantes decorados en los que vemos desenvolverse la acción de la familia a través de los tiempos y de las geografías.
Cuando el individuo se hace adulto, en términos generales, sale de sí mismo para buscar otra persona con la que establecer un núcleo familiar, es decir, una trabazón de vínculos e intereses afectivos, de compañía, protección, bienestar y economía, un proyecto vital que suele concentrar las mejores energías, los mejores anhelos y, cuando menos, programas prácticos. La fe, la pasión puesta en el proyecto como dimensión destacada de la realización personal y el intercambio de buenas intenciones son los primeros cartuchos bien quemados en aras de conseguir una comunicación de intereses y una participación en opiniones y actitudes que hagan viable y satisfactoria la convivencia.
La familia está en la cabeza. No hay forma de demostrar que es la sangre necesariamente la que se encarga de sostener las conexiones. No obstante, sea en parte la sangre, sea en parte la mitología que le acompaña, la cuestión es que el concepto de familia abarca tradicionalmente a todas aquellas personas que están emparentadas en mayor o menor medida por lazos sanguíneos.
La otra cara de la moneda es la unión que se ejecuta voluntariamente, en un intento de organizar nuestras vidas fuera de esa viscosa red en la que a veces nos sentimos atrapados, para terminar formando otra maraña, otro nido capaz de proporcionarnos lo mismo desde otra perspectiva: en el mejor de los casos, afecto, protección, cuidado, educación y transmisión de bienes, tanto materiales como espirituales. Una perpetuación de uno mismo en el linaje; cada generación una puesta al día, una versión actualizada.
El niño emerge a la vida en un ámbito inicial en el que sus primeras incursiones, sus primeras vivencias de seguridad, de temor, de satisfacción o disgusto se entrelazan y conectan con las personas que constituyen el inmediato ambiente familiar, un ambiente que sus componentes elaboran, dándole un aire particular. Y en esas escaramuzas iniciales por el descubrimiento del mundo y de uno mismo se sella el pacto de familia, un pacto tan sagrado como el de la propia existencia y que suele mantenerse hasta la muerte; la familia es un compuesto orgánico lleno de olores, sabores, sonidos y demás arrebatos sensoriales: un mundo sensual y primitivo que nos marca de forma indeleble y que se localiza en la cabeza y en el corazón.
A veces esta tupida red adquiere rasgos amenazantes; algunas personalidades perciben la presión del cerco familiar como asfixiante, como negadora de la individualidad, del estilo propio. A veces resulta difícil explorar los límites de uno mismo bajo la mirada de unos familiares atentos que parecen leer en los entresijos del alma. Sin embargo, si uno se empeña en hacer incursiones por terrenos peligrosos o sufre un accidente de cualquier género, el círculo se concentra y estrecha, como un moderno ‘airbag’ que se activa y retiene la caída o protege de los golpes.
Fundamentos y límites
El término familia es ambiguo. Designa a varios grupos sociales que, pese a semejanzas funcionales, exhiben importantes puntos diferentes. Proponemos aquí una definición operativa para usar en el contexto islámico; así la familia es un tipo de estructura cuyos miembros están ligados entre sí por lazos de sangre y/o matrimoniales que implican ‘expectativas mutuas’, prescritas por la religión, reforzadas por la ley e internalizadas por el individuo.
Esta definición se centra en torno a estas mutuas expectativas que religan a los miembros que se adscriben a su estructura por lazos de sangre o a través del matrimonio. Ambos criterios no son mutuamente excluyentes ni necesariamente complementarios.
Formas de la familia en el Islam
La definición no hace referencia al factor residencia pues sus miembros pueden ocupar o no la misma unidad residencial; carece de relevancia cómo o dónde residen mientras se mantengan las mutuas expectativas. La familia musulmana puede ser extensa, poligámica o de cualquier otro tipo. No hay prescripción acerca de la forma que debe adoptar ni hay posicionamiento en pro o en contra del tipo de familia nuclear; la forma organizativa es una cuestión abierta.
Las posiciones sociales que constituyen la familia musulmana tal y como la definimos aquí incluyen, en primer lugar, el sujeto, el esposo/a, los ascendientes y/o descendientes inmediatos. Son posiciones primarias, es decir, los constituyentes inmediatos del sistema familiar. Tales posiciones no son siempre necesariamente interdependientes. Por ejemplo, el sujeto puede tener esposa pero no ascendientes o descendientes y/o puede tener algunos de éstos pero no esposa.
Además, puede haber otras posiciones cuyos ocupantes constituyen categorías adicionales. Son posiciones suplementarias y no hay unanimidad acerca de sus implicaciones. Las posiciones primarias mas las suplementarias forman el sistema familiar musulmán al completo. La única diferencia entre ambas categorías es que en la primera las expectativas mutuas son inequívocas mientras que en la segunda fluctúan más.
Los derechos y obligaciones de la familia no son cuestiones estrictamente privadas, en términos generales se administran privadamente, pero si la situación se hace difícil de manejar, la sociedad, por medio de autoridades o individuos conscientes, debe tomar riendas en el asunto para hacer cumplir la ley y mantener la justicia y la armonía.
Tales derechos y obligaciones no vienen determinados sólo por los sentimientos de los miembros implicados ni se basan en las disposiciones y actitudes de las partes interesadas. Implican la identidad lineal y el mantenimiento, la sucesión y el afecto, la socialización de los jóvenes y la seguridad para los ancianos y el máximo esfuerzo para asegurar la continuidad de la familia y su bienestar.
No se promueve ningún tipo particular de organización familiar, sin embargo, parece que las familias extensas son las que con más frecuencia y facilidad se han adaptado tradicionalmente al medio musulmán.
El principio de identidad
Cualquier persona cuya línea de nacimiento se conoce debe ser identificada por ella. Cada individuo tiene derecho a su verdadera identidad y en correspondencia tiene la obligación de identificarse por su verdadero linaje y cuantos le rodean están también obligados a ayudarle en este propósito.
El Islam establece una hermandad religiosa que anula todos los demás lazos incluidos los de sangre y los del matrimonio si entra en conflicto con ella. Esta hermandad tiene seguridad, permanencia y universalidad. No niega al individuo ni reemplaza su personalidad, cada uno es responsable de sus actos y debe autorrealizarse por medio de ellos: la individualidad no se puede reducir ni transferir. La protección de la verdadera identidad de la persona lo ejemplifica el caso de la mujer casada, pues aunque tiene una nueva identidad como esposa de..., conserva su antigua identidad lineal. No hay confusión o mezcla, ninguna absorbe a la otra. Cada cual implica deberes y obligaciones que persisten y se mantienen.
Con la insistencia en preservar la auténtica identidad lineal, el Islam quería también templar el orgullo de los poderosos con modestia e imbuirles el precepto coránico de que la nobleza genuina no es cuestión de linaje, sino de piedad y buenos actos. O sea, situar y diferenciar socialmente a cada uno por su linaje, pero evitar que se avergüence o enorgullezca en exceso, pues ante Dios sólo cuentan las buenas acciones y los logros espirituales.
La uniformidad religiosa
Por otro lado, la familia no presupone entre sus características una uniformidad religiosa. Los miembros de la familia poseen ciertos derechos y deberes recíprocos que se mantienen aunque las creencias religiosas de sus miembros sean diferentes. Y esto hace referencia a los fundamentos primarios de la familia, a los lazos de sangre y a la relación establecida mediante el matrimonio, tanto entre padres e hijos como entre marido y mujer.
El Islam intenta reforzar la estructura familiar sin insistir en la uniformidad religiosa ¿por qué? Muy sencillo, no hay compulsión en la religión, la verdad se hará evidente por sí misma. Tal declaración de libertad de creencia y de conciencia haría del Islam algo internamente inconsistente o en evidente contradicción si insistiera en la uniformidad religiosa. Paradójicamente tal posición se puede interpretar como debilidad o confianza, pero en ningún caso la religión aparece como hostil o incompatible con las lealtades familiares.
Además, sugiere también que la solidaridad familiar es crucial, pero no significa absorción de los miembros individuales por la colectividad. La personalidad precisa de cierto grado de libertad para desarrollarse en el seno de la colectividad, para que el individuo no se vea sofocado. Para evitar apatía, extrañamiento o autoritarismo hay que poner en marcha mecanismos de integración que permitan al grupo y al individuo coexistir e interactuar con beneficios mutuos. Para ello los miembros de la familia mantienen expectativas mutuas sin pretender controlar la conciencia individual, diferenciando entre fines intermedios y últimos, señalando los diferentes niveles de responsabilidad y lealtad. Puesto que en última instancia el individuo es responsable directamente ante Dios, nadie puede responder por él y el Islam insiste en que se oriente hacia un fin último más allá de lo inmediato y social, mostrándole cómo reconciliar sus convicciones privadas con sus requerimientos sociales. Las altas miras no justifican dejadez o descuido y falta de delicadeza con sus compañeros o parientes.
Además, sabe el Islam que la uniformidad religiosa es difícilmente alcanzable. Los hombres han de socializarse y acomodarse unos a los otros a pesar de sus diferencias y un camino efectivo hacia este fin se inicia en el hogar. Al calor de la experiencia familiar se cultivan algunos principios de las relaciones humanas.
De este modo el Islam concluye que uno pertenece a una familia y está ligado a ella por lazos de sangre o por un pacto matrimonial. No son condiciones suficientes, pero sí indispensables como premisas sobre las que se asientan las expectativas que mantienen en funcionamiento la estructura familiar. Así pues, el Islam sólo reconoce los lazos de sangre y/o matrimoniales. Y se subraya que los fundamentos de la familia deben sostenerse en cimientos sólidos capaces de proporcionar garantías de continuidad, seguridad e intimidad y de ser, en la medida de lo posible natural y gratificante. No hay relación que parezca más natural que la de la sangre.
El afán que el Islam muestra en proteger la familia no implica que una unidad familiar concreta no pueda deshacerse. Se preserva la institución, pero no es necesario mantener la estructura de un grupo familiar en particular, si los inconvenientes superan a los beneficios que se derivan de su mantenimiento.
De este modo el Islam concluye que uno pertenece a una familia y está ligado a ella por lazos de sangre o por un pacto matrimonial. No son condiciones suficientes, pero sí indispensables como premisas sobre las que se asientan las expectativas que mantienen en funcionamiento la estructura familiar. Así pues, el Islam sólo reconoce los lazos de sangre y/o matrimoniales. Y se subraya que los fundamentos de la familia deben sostenerse en cimientos sólidos capaces de proporcionar garantías de continuidad, seguridad e intimidad y de ser, en la medida de lo posible natural y gratificante. No hay relación que parezca más natural que la de la sangre.
El afán que el Islam muestra en proteger la familia no implica que una unidad familiar concreta no pueda deshacerse. Se preserva la institución, pero no es necesario mantener la estructura de un grupo familiar en particular, si los inconvenientes superan a los beneficios que se derivan de su mantenimiento.
El matrimonio
No se puede concebir la vida social sin regular de algún modo la conducta humana y, dentro de ella, el comportamiento sexual. Bajo la urgencia del impulso sexual el ser humano puede comportarse de modo que amenace las relaciones de cooperación sobre las que descansa la vida social.
Es cierto que el sexo permite su canalización, es más adaptable que otros impulsos a formas sustitutivas de expresión o sublimación. Sin embargo, las modernas investigaciones clínicas y la evidencia cotidiana indican que la deprivación sexual excesiva provoca desajustes de la personalidad, impide las relaciones satisfactorias y pone en peligro la salud mental de la sociedad.
Entre los primeros musulmanes también estaba arraigada la idea de que la falta de práctica del sexo conduce a perturbaciones mentales y físicas, es contraria a la preservación de la especie, dañina para la salud y destructiva de la integridad moral.
Así pues, el sexo es crucial para la pervivencia social y para el desarrollo individual ya que encierra profundas gratificaciones psicológicas. Por esta razón el Islam pone un gran énfasis en el matrimonio, fuera del cual no se autorizan las relaciones sexuales, por el amplio número de fines que persigue:
- Gratificación sexual y emocional.
- Mecanismo para reducir la tensión.
- Procreación legítima.
- Situación social.
- Abordaje de alianzas interfamiliares.
- Solidaridad de grupo.
- Cumplimiento de un acto piadoso.
Sin embargo, el matrimonio no es un sacramento, puesto que la idea de sacramento surge donde hay un cuerpo eclesiástico fuerte y se concibe el matrimonio como una especie de sentencia moral. Además, la distinción entre lo que es sagrado y lo que no lo es nunca se ha explicitado en el Islam, antes al contrario, toda acción o transacción tiene implicaciones religiosas.
El matrimonio tiene una naturaleza contractual, requiere el mutuo consentimiento, esta abierto a condiciones adicionales que se pueden negociar, puede disolverse y sus términos pueden alterarse dentro de los límites legales. Es una institución divina que tiene elementos del sacramento y del contrato civil.
Condiciones del matrimonio
La normativa para establecer un matrimonio carece de complicaciones, como se puede comprobar en la siguiente enumeración de requisitos:
- Una propuesta y una aceptación claras y explícitas, oralmente si la pareja está presente o por escrito.
- Un firme compromiso ante Allah, ante uno mismo y entre sí.
- La entrega de una dote por parte del marido.
- La intención de que dure toda la vida, si es posible.
- La presencia de dos testigos, como símbolos de la sociedad.
De hecho la publicidad diferencia las uniones legítimas de las ilegítimas. Por esta razón el profeta Muhammad animaba a celebrar las bodas y favorecía las fiestas en tales ocasiones.
Roles maritales. Los derechos de la mujer; las obligaciones del marido.
Traducido a normas comportamentales, los principios éticos que subyacen a los roles maritales confieren a la mujer ciertos derechos, que son obligaciones del marido, y ciertas obligaciones correspondientes que son los derechos de aquél.
Puesto que el Corán y la Sunna del Profeta ordenan bondad hacia la mujer, es responsabilidad del marido convivir con su mujer de forma bondadosa y justa. Una consecuencia específica de este mandato divino es que el marido es responsable del mantenimiento de la mujer, una tarea que ha de cumplir alegremente, sin reproches o malos modos.
El derecho de la esposa a la manutención queda establecido por la autoridad del Corán, la Sunna, el acuerdo unánime de los juristas y la razón y el sentido común. A este respecto es indiferente que la mujer sea musulmana o no, rica o pobre y, joven o mayor, sana o enferma. Adquiere este derecho por estar entregada a la compañía del marido y permanecer apegada a su hogar, o por la simple razón de ser esposa. Sin embargo, la manutención no es una pura ecuación matemática o una transacción comercial calculada. La esencia del matrimonio es compasión y el marido ha de cumplir con sus obligaciones financieras de forma generosa y desprendida. Además de los derechos materiales, la mujer tiene el derecho de ser tratada con equidad, a que se respeten sus sentimientos y se le trate con bondad y consideración. Como una extensión de esto se infiere que el marido no debe retener a la mujer con la intención de hacerle daño o limitar su libertad. Si no tiene amor o simpatía por ella o ella quiere emprender un nuevo camino, no debe interponerse.
Desde el sexo y el afecto, con sus manifestaciones, que es lo más íntimo de las relaciones hasta la economía, que es lo más externo y determina la ubicación social, el grado de bienestar y el estilo de vida, pasando por la comprensión y la aceptación, ambos, marido y mujer, tienen roles que han de desempeñar con reciprocidad. El equilibrio entre estos factores —sexo, comunicación, proyección social— se baraja como criterio de idoneidad de la pareja, a la que se le exigen o de la que se esperan determinadas respuestas en estos campos. El afecto y la bondad proporcionan tranquilidad y dulzura, quietud, como afirma el ayat del Corán que hemos citado al comienzo.
Los derechos del marido; las obligaciones de la mujer
La principal obligación de la esposa es contribuir al éxito y bendición del matrimonio en la medida de lo posible. Estar atenta a su bienestar. No ofenderle ni herir sus sentimientos. De aquí derivan el resto de las obligaciones: obedecer, no permitir a ningún otro hombre el acceso a la intimidad sexual ni estar a solas en compañía de otros sin el permiso del marido, para evitar celos, habladurías y sospechas.
La cuestión de la obediencia al marido es, con toda probabilidad, la que más debates suele originar. Todo adulto tiene una serie de derechos y servidumbres, obligaciones con Dios, consigo mismo, con sus semejantes, y nadie tiene la propiedad exclusiva de la obediencia de otro. Sin embargo, queda establecido que la mujer ha de obedecer al marido en lo que es razonable, es decir, en lo que es lícito y entra en la esfera de competencia del marido: que no reciba visitas y/o regalos de otros hombres, que no abandone la casa si el marido no lo juzga conveniente y que le siga si decide cambiar de domicilio.
Todos los grupos humanos tienen una determinada estructura de poder o mejor una estructura múltiple de ejes entrecruzados, de manera que si el marido es decisivo en ciertas áreas, la mujer lo es en otras, aunque se podría decir que en todas las sociedades, incluido el sistema igualitario occidental, los niños y las mujeres están sujetos a la autoridad del hombre que vive con ellos.
Todas las observaciones hechas por los sociólogos coinciden en que la autoridad es un elemento necesario en cualquier grupo y no es general ni anónima, se sitúa en determinadas posiciones y se delega en los ocupantes de dichas posiciones. No obstante, la autoridad no es monolítica, ni de un solo tipo. Es necesaria, pero no absoluta y puede ser revisada, cambiada y compartida.
La base textual de la obediencia en el Islam son dos versículos del Corán (4:34) y (2:228). En éste se afirma que los hombres tienen un grado sobre las mujeres y son sus guardianes y protectores.
Por otra parte se dice que Dios ha destacado a unos sobre otros y de aquí se ha llegado a veces a la idea de que "todos" los hombres están sobre "todas" las mujeres, probablemente como reflejo de las condiciones sociales del momento y de las disposiciones mentales dominantes. En realidad del versículo sólo se puede inferir que alguna personas destacan sobre otras personas y del primero que, en efecto, los hombres son guardianes y protectores de las mujeres.
El hecho de que, dentro de la familia, el hombre detente el poder instrumental y financiero no significa que sea superior en todos los ámbitos.
Los hombres se desempeñan mejor en ciertas tareas y las mujeres en otras. La autoridad del marido no es despótica, está limitada por los principios éticos del Corán y se basa en la equidad, en la compasión, la responsabilidad y la conciencia, que son los principios que subyacen a la relación entre los esposos en el esquema islámico.
El Islam establece una autoridad siempre que hay un grupo, aunque sea sólo de dos, y tanto si es temporal como permanente. Por ejemplo, entre dos que establecen la oración, uno la dirige y se elige la persona que parece más capacitada para ello. Si un grupo viaja, también una persona se pone al mando. Así ocurre que, dentro de la familia, el marido asume la responsabilidad porque se le supone más capacitado para cumplir esa función. Si viola las reglas o abusa de su cargo, deja de estar cualificado. Su autoridad es cuestionable en ese caso.
Roles intergeneracionales: los derechos del niño
En el Corán no hay demasiadas referencias específicas a las obligaciones de los padres, quizás porque los padres, en general, no necesitan que se les estimule a atender a su progenie; el cuidado de los hijos se considera un impulso natural, una obligación social y una respuesta afectiva. Además, los hijos son vistos como una fuente de contento, satisfacción y orgullo, así como un peligro para la vanidad y también una fuente de conflicto.
En edades tempranas, el Islam es consciente de la total dependencia del niño respecto a sus padres, la gran influencia que éstos tienen en la constitución de su personalidad y los efectos de largo alcance de la socialización. En virtud de tal dependencia, el niño se hace acreedor del derecho a la vida, a la legitimidad, a ser socializado y a recibir cuidados generales. El profeta Muhammad amaba a los niños y expresó su convicción de que la comunidad musulmana se distinguiría de las demás por su bondad hacia ellos. Atender al bienestar y a las necesidades educativas de los niños siempre ha sido un objetivo prioritario para los musulmanes.
Los derechos de los padres
El Corán resume la actitud de los hijos respecto a los padres en un concepto clave que es el de ihsan. Lo que significa en el contexto islámico amabilidad, compasión, reverencia y preocupación. Obediencia mientras son pequeños, entendiéndose que no se busca una obediencia absurda que acate lo que es dañino para él mismo. Una vez que el hijo ha alcanzado la edad que le acredita responsabilidad, el padre ya no puede asumir la responsabilidad por él ni viceversa. Entonces el hijo tiene la obligación de ser agradecido, de tener paciencia con sus padres, de honrarles y venerarles.
Recordemos el dicho del Profeta en el que por tres veces consecutivas afirma el débito que cada ser humano tiene con su madre, por encima de toda otra consideración, después de Dios. Y si en su vejez necesita ayuda, el hijo deberá también cuidar de la provisión de los padres y rezar por ellos después de muertos.
Planificación familiar
Este es un fenómeno relativamente moderno que ha surgido como resultado de varios factores y ha despertado gran interés entre los estudiosos de la familia y los llamados ingenieros sociales que están preocupados por la explosión demográfica. Hasta ahora los musulmanes habían abordado el tema como una cuestión privada y permitida o no según la Ley, incluyendo el aborto y los métodos de contracepción. Los expertos musulmanes muestran un criterio unánime respecto al aborto después del cuarto mes, que es completamente ilegal, salvo si peligra la vida de la madre, en cuyo caso se apela al mar menor.
También están todos de acuerdo en aceptar cierta limitación de la descendencia, pero no una planificación que imponga un número máximo. En las demás especificaciones discrepan, hay algunos que consideran permitido el aborto antes de que concluyan los cuatro primeros meses, puesto que al no tener espíritu, no es realmente un ser humano; otros, sin embargo, no lo aceptan, dado que es un ser vivo de algún modo. Y poco a poco, bajo la presión de factores económicos y políticos y mientras crece la preocupación internacional por la demografía, hay cierta aceptación de estos puntos de vista y esta práctica entre los musulmanes.
Sin embargo, es paradójico que aunque el Islam no se opone en principio a la planificación familiar, los musulmanes están entre los pueblos con mayores tasas de natalidad, probablemente porque su estilo de vida es muy favorable para la natalidad: se fomenta el matrimonio, se dan los matrimonios tempranos, el divorcio es relativamente fácil, los hijos se valoran mucho y se confía en la providencia de Allah.
Quizás cuando se dé un mayor conocimiento de las técnicas contraceptivas, cambie esta tendencia a una alta natalidad, si bien la minorías musulmanas en países de occidente también muestran tasas de natalidad muy superiores a la medias nacionales, como ocurre actualmente en los Estados Unidos y en Europa. De manera que, hasta ahora, la inclinación de los musulmanes a tener muchos hijos no ha experimentado apenas variaciones a lo largo de la historia.
Cuando el marido no puede mantener a la familia
Si la situación financiera del marido no le permite cumplir con sus obligaciones hacia ella, la opinión de la Escuela Hanafi es que sus obligaciones persisten y la esposa debe ser mantenida por el pariente que habría de hacerse cargo de ella, de no estar casada. Por otro lado, ella puede pedir prestado proporcionalmente a sus necesidades y lo que gaste es una deuda o reclamación del marido que éste tendrá que pagar cuando mejore su situación económica. De acuerdo con esta escuela, la insolvencia financiera del marido para mantener a su mujer no da pie al divorcio. Tampoco le libera a él completamente de su obligación. Una variante extrema de esta posición la ha adoptado la Escuela Zahirí, que sostiene que el matrimonio ha de mantenerse con independencia de las condiciones económicas del marido. Si tiene medios, la esposa debe mantenerse a sí misma y a su marido pobre, que no carga con la responsabilidad de restituir lo que haya gastado. Pero la gran mayoría de los juristas musulmanes garantizan a la esposa el derecho a elegir. Puede mantener los lazos conyugales si lo desea o acudir a un tribunal que deberá atender sus demandas.
Cada escuela intenta defender su posición en la materia citando el Corán, la Sunnah, el sentido común y argumentos morales. Quienes defienden el derecho de la esposa a elegir argumentan que es desventajoso y dañíno para la mujer conservar un matrimonio que no le proporciona la seguridad que necesita. Quienes apoyan preservar el matrimonio, sin considerar la situación financiera del marido, argumentan que la separación/divorcio es más perjudicial que resistir temporalmente, incluso pidiendo la esposa la ayuda de sus parientes o prestado a favor de su marido. Es una norma general que cuando hay dos males, se debe escoger el mal menor. Las dificultades económicas son malas, pero aún peor es el divorcio o la separación. Es mejor para ambas partes aguantar juntos y esperar a que haya un desahogo. Los problemas económicos son superables.
Es probable —prometido incluso— que la facilidad siga a la dificultad. Al marido se le debe dar la oportunidad de resolver sus problemas en lugar de ofrecerle una confrontación legal que termine en divorcio.
Las mismas fuentes auténticas que hacen del marido responsable del mantenimiento de la esposa estipulan inequívocamente que Dios no carga a nadie con lo que sobrepasa su capacidad. Ibn al-Qayyim indica que el espíritu de la Ley islámica establece lo siguiente: si el hombre engaña a su mujer disfrazando su posición económica o rehusa deliberadamente mantenerla, dejándola indefensa, entonces le asiste el derecho a buscar la separación. Pero si ella se casa sabiendo sus problemas financieros o su situación se endurece después de la comodidad, en tal caso no tiene derecho a buscar la separación alegando pobreza.
Hemos de observar que las escuelas cuyos representantes insisten en mantener los lazos matrimoniales, a despecho de la situación financiera, predominaban en Irak y en menor grado en la España musulmana. Ambas eran las sedes del poder.
Mientras que las escuelas que confieren a la mujer libertad para elegir florecieron en otros lugares del imperio. Puesto que la diferencia entre las dos doctrinas es difícil de explicar en términos de fuentes auténticas de la ley o la adherencia de cada escuela al espíritu de la religión, vamos a ensayar una explicación sociológica. Con la extensión geográfica la diversidad social se hizo creciente, nuevos elementos culturales de los persas y turcos entraron en escena, el sistema administrativo aumentó en complejidad y algunas prácticas de los imperios persa y europeo influyeron en las nuevas normativas musulmanas. Movilidad social y geográfica, frecuentes cambios de fortuna, un cosmopolitismo que hacía desconfiar en los gobernantes, un mundo de hombres; todos estos factores hacían que se viera como humillante para el varón y como una desgracia el verse obligado a separarse de su mujer a causa de su pobreza. Por otro lado también era arriesgado para la mujer dejarlo solo con la posibilidad de encontrar otra esposa. Los intérpretes de la ley en este caso parecen actuar como reformadores religiosos, intentando preservar la familia ante todo, sin considerar otras circunstancias y más allá del grupo familiar abogando por un fortalecimiento de los lazos comunitarios y la solidaridad. En otro orden de cosas, bajo estos cambios socioculturales las mujeres de hecho habían perdido parte de su libertad en cuestiones matrimoniales.
Mientras que las escuelas que confieren a la mujer libertad para elegir florecieron en otros lugares del imperio. Puesto que la diferencia entre las dos doctrinas es difícil de explicar en términos de fuentes auténticas de la ley o la adherencia de cada escuela al espíritu de la religión, vamos a ensayar una explicación sociológica. Con la extensión geográfica la diversidad social se hizo creciente, nuevos elementos culturales de los persas y turcos entraron en escena, el sistema administrativo aumentó en complejidad y algunas prácticas de los imperios persa y europeo influyeron en las nuevas normativas musulmanas. Movilidad social y geográfica, frecuentes cambios de fortuna, un cosmopolitismo que hacía desconfiar en los gobernantes, un mundo de hombres; todos estos factores hacían que se viera como humillante para el varón y como una desgracia el verse obligado a separarse de su mujer a causa de su pobreza. Por otro lado también era arriesgado para la mujer dejarlo solo con la posibilidad de encontrar otra esposa. Los intérpretes de la ley en este caso parecen actuar como reformadores religiosos, intentando preservar la familia ante todo, sin considerar otras circunstancias y más allá del grupo familiar abogando por un fortalecimiento de los lazos comunitarios y la solidaridad. En otro orden de cosas, bajo estos cambios socioculturales las mujeres de hecho habían perdido parte de su libertad en cuestiones matrimoniales.
En las demás regiones del Imperio Musulmán, los lazos tradicionales del clan todavía eran fuertes. Había una íntima afinidad en espacio e imagen con la primera comunidad musulmana. Por aquel entonces, las disoluciones de matrimonio y los nuevos matrimonios, al menos justificados, no eran vistos como estigmas morales o vicios que sacudían la tierra La soltería no era la única posibilidad de una mujer normalmente deseable, sobre todo para aquellas cuyo protector tomara interés en su bienestar. Las privaciones de una mujer afectaban más al orgullo de su protector que al suyo propio. Las fluctuaciones económicas y el cambio social al parecer eran mucho más lentas y menos frecuentes que en los centros de poder. En tales circunstancias los intérpretes de la ley consideran religiosamente válido y humanamente justo proporcionar una salida a la mujer de un marido insolvente. Puede conservar el lazo matrimonial y resistir por su propia voluntad o buscar la disolución del matrimonio.
Sería injusto obligar a la mujer a permanecer si no es su libre elección. Por otro lado, la religión pide compasión y cooperación entre los cónyuges. Asumiendo que cada parte mostrará la decencia y la humanidad que se espera de un musulmán consciente, se puede anticipar que el marido hará todo lo posible por minimizar las privaciones de su mujer y ella hará lo propio para estar con él, compartiendo sus altibajos. Una solución al problema es permitir a la parte más dependiente, la esposa, la elección alternativa de separación/divorcio. El que los juristas presentaran este recurso como alternativa implica considerable confianza en la integridad de algunas mujeres y una conciencia de la fragilidad del carácter de otras.
Algunas mujeres preferirán aguantar con sus parejas, lo que hay que permitir y estimular. Otras no serán tan capaces o voluntariosas, y no se las debe presionar. El derecho de la mujer a elegir entre dos alternativas puede tener implicaciones significativas, aunque indirectas. Puede motivar al marido para intensificar sus esfuerzos por prosperar para mantener a su familia. También puede animarle a mostrar lo mejor de su carácter, a adquirir cualidades personales que pueden ser un consuelo para una mujer que ha probado su integridad y entendimiento bajo condiciones adversas. Aquí también el intento de reforma moral y la inclusión de variaciones en la respuesta humana subyace a una doctrina legal que se ocupa de las relaciones interpersonales en el matrimonio, la forma más simple de interacción social.
He elegido este tema porque plantea una problemática destacada en la sociedad de nuestros días, en la que cada vez más mujeres tienen independencia económica, cuando no mantienen incluso a marido e hijos, y porque la respuesta del Islam a esta cuestión me parece representativa del enfoque con el que suele tratar de regular en general las relaciones interpersonales y las vías de solución en caso de conflicto.
Podemos observar —frente a las numerosas ideas preestablecidas acerca del Islam— la flexibilidad en su respuesta que oscila dentro de un abanico de posibilidades, a tenor de diversos factores.
- La justicia es un elemento necesario para establecer la convivencia sobre premisas favorables; elemento necesario, pero no suficiente, por encima de ella está la generosidad, la grandeza de ánimo, o sea, el amor.
- El interés prioritario es siempre la reconciliación, si es posible.
- Se apela siempre a la madurez y a la responsabilidad individuales como perfeccionamiento del ser humano.
- Se le confiere a la mujer, cuya protección es uno de los principales objetivos a conseguir, amplia autonomía.
Estos rasgos que hemos destacado aquí me parecen extrapolables a otros ámbitos de la actuación humana, son las líneas maestras del Islam, el camino de la facilidad.
Quien haya saboreado su dulzura no querrá ya prescindir de ella.
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