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sábado, 22 de octubre de 2016

Español y musulmán

Una parte de la población española no quiere aceptar como compatriotas suyos a los musulmanes

21/10/2016 - Autor: Ángel Álvarez Hernández - Fuente: Webislam
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Hoy podemos crear una nueva sociedad donde todos podamos convivir en paz.
Ya no se trata de historia medieval, ni de recordar antiguos poetas andalusíes. El islam es una realidad palpable en la España de hoy. Según el Estudio Demográfico de la Población Musulmana elaborado por la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE) y el Observatorio Andalusí, los musulmanes españoles pasaron de 718.228 a 779.080, en 2.015, creciendo un 8,4% respecto al año anterior. Existe un islam en España que no es reconocido como un islam español, pero que forma parte del paisaje español, a pesar de que permanece invisibilizado para las instituciones.
Mohamed Ali, como líder de la oposición en la Asamblea de Ceuta, dijo en 2.010:“somos españoles, nos sentimos españoles y no hay nada que debatir al respecto”.
Fátima Ahmed Abdekri, en noviembre del 2.015, relataba al digital, El Español, que nació en el barrio de El Príncipe y se siente ceutí y española, como toda su familia. Su bisabuelo, (también ceutí como su abuelo y su padre), perdió un ojo en la Guerra Civil.
Salima Abdeslam, a quien sus amigos la describen como "una chica inteligente y comprometida, además de religiosa practicante" fue la primera mujer musulmana con hiyab en las cortes de 1.977. Hija, nieta, biznieta y tataranieta de melillenses.
A pesar de estas manifestaciones, una parte de la población española no quiere aceptar como compatriotas suyos a los musulmanes, nacidos en España o nacionalizados. Para esta gente islamófoba, cualquier español converso al islam pasa automáticamente a ser sospechoso de deslealtad o traición.
En una entrevista concedida al diario El Mundo, en febrero de 2.015, Naima El Akil, cofundadora de Achime, (Asociación de chicas musulmanas en España), Omayma Bouiri, estudiante y Chadia Lemrani, (miembro de Musulmanes por la Paz), se reconocían como “Españolas y musulmanas”, pero también decían, “Si me preguntan si estoy integrada digo que sí. Pero el problema no es mío o tuyo, es cómo me ven los otros, no quieren aceptar que somos iguales”.
Mustapha El H, nacido en España y de madre española, nos cuenta su experiencia personal, con estas palabras:
“Hace un par de horas he ido al INEM a inscribirme como demandante de empleo. Al salir, llamo a uno de los anuncios que había en el tablón: Dependiente en una tienda, media jornada, calle ..................., preguntar por C......... Muy bien, llamo y pregunto por la oferta:
-Hola, llamaba para preguntar por la oferta de dependiente.
-Ah, sí. ¿Cómo te llamas?
-M............
-¿Y tu apellido?
-El H............
-¿Qué?
-El H........ Si quiere se lo deletreo.
-No hace falta, no me interesa.
-¿Por qué?
- No me parece español, tú no eres de S.........
-Perdona, soy de S.......... y soy español.
-Pues a mí esos apellidos no me lo parecen. Esos apellidos y ese nombre.
-Pues lo son. Padre árabe, madre española y yo he nacido en S,,,,,,,,.
-Ya, pero es que no me interesa. Yo no quiero nada de eso en mi tienda.”
España tiene una asignatura pendiente con los musulmanes que se remonta a la expulsión de los moriscos ordenada por el Rey Felipe III y que Gaspar Aguilar, poeta valenciano de la época, describió con estos versos:
Un escuadrón de moras y de moros
va de todos oyendo mil ultrajes;
ellos con las riquezas y tesoros,
ellas con los adornos y los trajes.
Las viejas con tristezas y con lloros
van haciendo pucheros y visajes,
cargadas todas con alhajas viles,
de ollas, sartenes, cántaros, candiles.
Un viejo lleva un niño de la mano,
otro va al pecho de su madre cara,
otro, fuerte varón como el Troyano,
en llevar a su padre no repara.
Miguel de Cervantes, en El Quijote, habla de la nostalgia de los moriscos expulsados, poniendo estas letras en sus bocas:
«Doquiera que estamos lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural… es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella, y dejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen; y agora conozco y experimento lo que suele decirse: que es dulce el amor de la patria.»
Siglo antes de la expulsión de los moriscos, el Rey poeta sevillano Al Mutamid, recitaba camino de su exilio estos versos:
Todo lo olvidaré menos aquella madrugada junto
al Guadaquivir, cuando estaban en las naves como
muertos en sus fosas.
Las gentes se agolpaban en las dos orillas,
mirando cómo flotaban aquellas perlas
sobre las espumas del río.
Caían los velos porque las vírgenes no se cuidaban
de cubrirse, y se desgarraban los rostros como otras
veces los mantos.
Llegó el momento, y ¡qué tumulto de adioses, qué
clamor el que a porfía lanzaban las doncellas
y los galanes!
Partieron los navíos, acompañados de sollozos,
como una perezosa caravana que el camellero arrea
con su canción.
¿Ay, cuántas lágrimas caían al agua! ¿Ay, cuántos
corazones rotos se llevaban aquellas galeras insensibles!
Los moriscos del siglo XVI eran tan españoles como los hispano-musulmanes de hoy en día, y solo la intolerancia religiosa hizo de ellos extranjeros en su propio país, desposeyéndolos de su lengua, de su cultura y de su fe, para desnaturalizarlos o expulsarlos. Hoy tenemos la enorme oportunidad de recuperar el pasado andalusí de España y su alma islámica. Hoy podemos crear una nueva sociedad donde todos podamos convivir en paz. En el mundo actual no deberían sobrar musulmanes, judíos, ateos agnósticos o cristianos, sino intolerantes. Los que utilizan la religión para manipular las mentes de las personas, realizar atentados terroristas, justificar invasiones de países, vender armas en el mercado negro, traficar con drogas o petróleo robado, y amasar fortunas en paraísos fiscales, son los verdaderos criminales.
Con Abderramán III, Córdoba rivalizaba en prestigio y esplendor con Bagdad y Constantinopla, llegando a tener casi un millón de habitantes, mil seiscientas mezquitas, trescientas mil viviendas, ochenta mil tiendas e innumerables baños públicos. Su sucesor Alhaken II, construyó una biblioteca con 400.000 volúmenes, que abarcaban todas las ramas del saber humano, y  en uno de sus arrabales vivían mas de 150 mujeres dedicadas a copiar libros. Solo un necio no puede amar Al Ándalus, su cultura y su saber. El poeta andalusí Ibn Hazm, cuyos poemas desconocen hoy los escolares españoles, escribió:
Dejad de prender fuego a pergaminos y papeles,
y mostrad vuestra ciencia para que se vea quien es el que sabe.
Y es que aunque queméis el papel
nunca quemaréis lo que contiene,
puesto que en mi interior lo llevo,
viaja siempre conmigo cuando cabalgo,
conmigo duerme cuando descanso,
y en mi tumba será enterrado luego.
دعـوني من إحراقِ رَقٍّ وكـاغدٍ وقولوا بعلمٍ كي يرى الناسُ من يدري
فإن تحرقوا القرطاسَ لا تحرقوا الذي
تضمّنه القرطاسُ، بـل هو في صدري
يـسيرُ معي حيث استقلّت ركائبي
وينـزل إن أنـزل ويُدفنُ فـي قبري
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