I. Insistiendo en el Mito de Sísifo: “la condición humana”.
Capítulo I del libro Trascendiendo la noción de condición humana
02/12/2016 - Autor: Esteban Díaz - Fuente: http://www.estebandiaz.es/
1. Hay un mito clásico, que si no fue de los más atendidos en los años en los que fui universitario, sí podría decirse que fue intensa y ampliamente reflexionado en el fuero interno de muchos intelectuales progresistas y no progresistas, pero sobre todo en los ámbitos de la izquierda de nuestra cultura occidental, desde la segunda Guerra Mundial hasta los años ochenta del pasado Siglo. Este mito fue el del transgresor Sísifo, con el que Albert Camus nos recordó -en su bello y persuasivo texto “El mito de Sísifo” (1942, en su primera edición francesa)- que la “humanidad” del colectivo humano es un valor que hay que considerar por encima de los criterios ideológicos y de las voluntad de “idear mundos personales o colectivos” que motiva a un escritor o pensador, artista o político (rara avis, si encontramos uno de éstos ideando un mundo que no sea el que le rente, en lo personal, o satisfaga sus ambiciones). Ésta fue entonces mi lectura respecto de la intención última, o de la más íntima intención, si lo prefieren, de Albert Camus. No obstante de mi feliz “hallazgo”, mis años de residente en India, me han permitido comprender el sentido del mito desde una perspectiva -además de no conllevar tintes ideologizados- que estuviera más en sintonía con la nueva sensibilidad que, desde los años cincuenta del pasado Siglo, viene abriéndose paso entre los mercantilistas, aguerridos y beligerantes valores con los que la sociedad occidental ha organizado su cultura, circunscrita por reglas y normas de exclusivo “valor mercantilista” que se acomodaba en la psique humana individual y colectiva, y que ha invadido, en nuestros días, todo el territorio planetario, sobre el que ha sobreimpuesto las reglas del juego del capitalismo de mercado y de consumo, regido por el sector financiero.
Pero aún recuerdo mi contento y complacencia al leer el texto de Albert Camus y descubrir en aquellas páginas cómo Sísifo tomaba conciencia del momento en que, situado en la cima de la montaña, dejaba rodar la piedra ladera abajo, sintiéndose feliz (si bien, no libre, en esos instantes de deshago físico y mental: “Uno debe imaginar feliz a Sísifo”, escribe Camus) al contemplar (o imaginar, ya que era ciego, según algunos autores) la hermosura del paisaje en ese intervalo, en el que su degradado destino le daba el tiempo para respirar liberado, momentáneamente, de la roca, y descender, acto seguido, por la pendiente, sintiéndose acaso superior a los dioses mismos que lo habían castigado. Fue una extraordinaria revelación, cuya impresión aún hoy me acompaña, dejando en mi mente de universitario, entonces, una idea que fue madurando y adecuándose a mi proceso de formación intelectual. Que el texto de Camus caló, sobre todo en los jóvenes universitarios de la década de los setenta, lo probaba cómo nos pasábamos el libro manoseado que publicó la argentina editorial Losada para regocijo, y posterior debate, de quienes estábamos interesados en la transformación del ser humano y del sistema ideológico y brutalmente represivo en el que nos hallábamos aprisionados por aquellos años. Hoy me sirve de referencia esa experiencia intelectual de juventud para testimoniar cómo hemos creado conceptos, nociones e ideas, de acuerdo con los hechos vividos, personales y colectivos de un país, traducidos en cultura y conocimiento, pasados siempre por el tamiz de nuestras experiencias personales y nuestra capacidad de interpretarlos y acomodarlos en el interior de nuestra mente (“fondo de armario”, integrado por todo el bagaje de experiencias y de conocimiento acumulado), que determinará nuestra formación intelectual y la explicación que les concedamos a nuestras experiencias. Y sobre todo, me mueve a reflexionar, una vez más, acerca de la “condición humana”, un enigma todavía para científicos y pensadores de las ciencias humanas y sociales.
Camus me ofrecía con aquel ensayo la punta de hebra desde donde yo podía desliar una madeja que me aventuraría a adentrarme en el enigma de la “condición humana”,y tal vez descubrir un significado más profundo del que la filosofía y la literatura le han atribuido, vinculado a la idea de saberse el individuo “atado/limitado/ceñido” en su anhelo vivir libre de “condicionantes” y ataduras; y si esa “condicionada naturaleza humana” viene dada, impuesta como un destino adquirido en nuestro proceso evolutivo, llegándonos por nacimiento y naturaleza, o bien nos es dada culturalmente. Una madeja que yo veía compactada por diferentes hilos, de muy diversos colores y tamaños. No obstante, la hebra que se me dio a elegir desde aquellos instantes nunca quedó bloqueada o partida, aun cuando pudo ser obstruida en algunos puntos de la envoltura del ovillo por el contacto con otros hilos, que como el que yo había elegido, formaban parte de la madeja, siendo separados en el momento de su aparición. Sólo hubo que tener paciencia y deseo de llegar al final de la madeja. En el camino no encontré fuertes contradicciones o inconvenientes ideológicos, éticos o intelectuales, que me hicieran retroceder al origen ideológico desde donde partí, aunque sí me exigió una apertura de mente que me proporcionó mi encuentro con la cultura oriental. Y esfuerzo. Y tiempo.NOTA 1
2. Los años y los cambios culturales modifican el sentir y el pensamiento de los seres humanos. Si los años setenta fueron para nosotros, los españoles, el final de un duro combate por lograr salir de la represión y del oscurantismo del fascismo, los años ochenta fueron tiempos de rupturas y novedosas expresiones del sentir y del vivir de los jóvenes, y también de los mayores, prefiriendo aquéllos, especialmente, derivar sus inquietudes y compromiso social y político hacia una pseudocultura que, con el atractivo y categórico, brillante y novedoso enunciado de “posmodernidad”, encubría una crisis cultural y de valores que los fuegos fatuos de aquello que se ofrecía como nuevo, “la posmodernidad”, no dejaban entrever el alcance y, todavía más, el deterioro de los valores que se fraguaron en los primeros años de nuestra iniciada democracia, siendo la nueva etapa -que arrinconaba la “modernidad” en los anaqueles de las bibliotecas públicas o universitarias- no sólo aclamada, promovida y económicamente gestionada por los organismos públicos, que la subrayó y la difundió para que tan celebrada “cultura transgresora” fuera asimilada por el tejido social, en nuestro país, pues fue, el nuestro, territorio de su gestación y desarrollo, arrastrando con su música de faquires cosmopolitas a los medios, a los intelectuales, a los políticos, a los pensadores…, siendo aplaudida entusiastamente en una Europa en la que se constataba un notable deterioro cultural y se verificaba una recesión económica que, en la década de los noventa, veríamos, en nuestro país, cómo se destapaba la caja de Pandora que guardaba dentro el cofre de una crisis que se abría a todos los ámbitos de la actividad económica y a la fragilidad del pensamiento filosófico de entonces.
No obstante de tan notoria crisis, que se expandía por el mundo occidental, que se debatía entre lo moderno y lo postmoderno y las nuevas vías en materia económica de corte neoliberal, nosotros aún arrastrábamos el síndrome y la inercia de lo “postmoderno”. Y aun no sólo lo veíamos declinar, sino que comprobábamos, estupefactos, cómo se apuntalaban sus derrumbes por aquellos que del fenómeno postmoderno aún se servían, especialmente los políticos y los artistas promovidos por aquéllos. El debate sobre modernidad y posmodernidad se debilitó -pues nunca tuvo consistencia verdaderamente intelectual- aderezado, cómo no, al aparecer en escena una nueva variable que Europa bien conocía y que los españoles ansiábamos, desde que en 1982 la socialdemocracia tomó el poder. Tan apetecible variable era el “Estado del bienestar”, que conduciría al tejido social, sin lugar a dudas, a una “sociedad del bienestar”, en cuya textura se encontrarían cómodamente hasta los sindicatos, que desde entonces algunos intelectuales prefirieron llamarlos grupos de acción, claramente ideológica y política al servicio del “Estado del bienestar”, que los sostenía económica e institucionalmente. El Estado del bienestar se encontró tejido a la declinada cultura de lo postmoderno, ya en precaria fase. Y en ese ínterin se fue gestando el mayor grado de deshumanización del tejido social (del obrero, del trabajador de la cultura, del intelectual, de los colectivos de profesión liberal…), porque nada de otra “cosa cultural” se ofrecía en la Europa que se restregaba los ojos, aturdida por comprobar que una crisis de incalculables consecuencias se avecinaba, sin que se hubiera previsto plan alguno ante la catástrofe que se avistaba cruzando el Atlántico hacia el viejo continente, pues fueron las “irregularidades” en las finanzas en los EE. UU las que provocaron el inicio del desastre económico global, siendo el sector financiero el eslabón que desgarraba el engranaje de los “Estados del bienestar”.
Coincidía, en esos momentos de eclosión de la crisis financiera/económica, con el hecho de que lo “postmoderno” se había convertido en cultura “no rentable” para las instituciones públicas, y que las sociedades del bienestar se había vuelto ineficaces para sostener el “bienestar social”, al alejarse las estructuras de las instituciones que las accionaban de la defensa de los derechos del tejido social y laboral, al tiempo que se visualizaba cómo los Estados del bienestar terminaron de abducir a los sindicatos, logrando que fueran un instrumento del engranaje del “sistema”, que ya no sólo no producía “bienestar”, sino que fortalecía políticas de precariedad y desempleo.
Ya en la década de los noventa, la ceja de Zapatero ganó a la locura belicista de Aznar, quien apoyó la mentira que, por intereses económicos espurios del lobby duro del capitalismo neoliberal, indujo a Bush y a Blair a una guerra genocida en tierras iraquíes, iniciándose una nueva Guerra Mundial solapada, pues el mundo global quedaba bien atado, no sólo por la economía mercantilista y financiera y sus valores deshumanizadores con los que se colonizaba a todos los pueblos de la Tierra, sino también por la guerra que, iniciada en Iraq, se extenderá, en la modalidad que el terrorismo islámico elegirá, como respuesta al genocidio que provocó la invasión de Iraq. Genocidio, por otro lado, que aún sigue provocando cientos de muertes diarias aquella injusta guerra en una zona mucho más amplia que la del territorio iraquí, pues se ha extendido por todos los países de entorno, mundializando una guerra motivada por la locura que provoca la ambición promovida los intereses económicos y de poder. Las consecuencias de esa guerra obscena son expuestas diariamente en las primeras páginas de toda la prensa mundial. Terror de poblaciones inocentes, violencia, terrorismo, destrucción de casi la totalidad de las naciones islámicas de Oriente Medio, más Egipto, Libia, Túnez. Y líbranse aquellas otras del Asia menor que financian el terrorismo, Qatar, Arabia Saudí…, con la connivencia de los dos países promotores del genocidio, el que generó el inicio de la guerra de Iraq, y el que la continuidad de tan ingente locura genera en estos días, no menos convulsos que los de entonces. Y mirando el paisaje de dolor y barbarie, encontramos la ineficacia de siempre de las Naciones Unidas.
Desde entonces -siguiendo el esquemático análisis que definía la crisis que comenzaba a vivir nuestro país-, desatada la crisis que aun hoy nos estremece y de la que no encontramos una vía de salida, socialdemócratas y neoliberales sólo pudieron accionar políticas prescritas por el neoliberalismo financiero del BCE. Y nuestros políticos progresistas de izquierdas y liberales de derechas, izquierdistas y antisistema -pues modernos y postmodernos habían desaparecido del mapa político-, todos, hoy, viven revueltos y abrigados en un mismo espacio político, por mucho que quieran diferenciar sus programas de gobierno. E incluso su ideología de izquierda o de derecha, o izquierdista o de antisistema, todos comen de la mano del capitalismo trans-neoliberal, porque éste es el (pro)motor y alma del “sistema” global que no les permite variaciones “gruesas”, de significado ideológico contrario al “sistema” global que transversa la vida social y económica planetaria, en cualquier punto del globo terráqueo en donde ésta se encuentre. Los enconados enfrentamientos, insultos, descalificaciones, falsos testimonios, mentiras urdidas malévolamente, vocerío y fraseología de ineducados e insanos políticos, y de los adeptos a éstos, presuntuosos periodistas (y otros…) “expertos en todo”, que abundan entre los medios, a quienes vemos a diario como paisaje cotidiano utilizando un lenguaje turbio y cínico, despreciativo, maleducados en sus gestos, no cabe duda que es el signo evidente de que todos quieren que la gobernanza tenga las mismas exigencias que el “sistema” promueve y les permite. Distinguidos, en apariencia, en el caso de aceptar las “diferencias” programáticas de sus discursos, todos son cómplices y adictos del “sistema”. Son el motor que engrasa e impulsa la maquinaria del “sistema”, en el que todos los demás somos “sísifos”, seres que arrastramos la roca de la cotidianidad con la que alimentamos al “sistema”; seres destinados a una “condición irrenunciable”que el “sistema” nos impone. ¿No hablaba Albert Camus de los desheredados como “seres condicionados” por un destino/o circunstancial vida de desamparados impuesta por el sistema capitalista, hoy global y trans-neoliberal?
El ser humano del Siglo XXI se ha convertido en el Sísifo del tercer milenio. Las preguntas que nos deberíamos hacer tal vez sean: ¿es la desnaturalización/deshumanización/enajenación impuesta como “condición humana” por el “sistema” susceptible de ser superada/trascendida por una visión del ser humano que lo libere de tan “ajena” vida humana? ¿Tendremos que sufrir la “condición” de “sísifos”, cada cual con la roca que nos corresponda arrastrar hasta el final de nuestros días, conociendo hoy, por la ciencia, que la vida terrestre, de la cual formamos parte integrante, en su entramado inteligente de redes conectivas, es auto-reguladora y equilibrada por la misma “sustancia” que la sostiene, cooperativa, interdependiente…, siéndose toda ella una misma vida que se auto-organiza por el mismo principio que la rige: el de su unidad incontestable y regidora del orden y equilibrio de la misma? ¿Somos los seres humanos los únicos seres, sobre el suelo terrestre, que no conocemos cómo la vida es algo tan natural que sólo con dejarla manifestarse mantiene su regulada y equilibrada existencia? ¿Aprender cómo se organiza (¡y cómo se vive! a sí misma) la vida, nos ayudaría a resolver los graves problemas que nos aterran -justificando con semejante terror nuestra insolidaria deshumanización- y nos atrincheran en ideas de credos o de territorialidad nacionalista…, que dividen, separan, excluyen y violentan el tejido social? Las migraciones, el deterioro del medioambiente, las desigualdades económicas y sociales, la carestía de alimentos para una gran parte del colectivo humano, las luchas por los recursos naturales, la beligerancia y la desfachatez intelectual de los políticos y de los propietarios del dinero al no tener la voluntad de cooperar para lograr el bienestar de los ciudadanos del mundo global a los que han de servir… y no desamparar, ¿no nos hacen pensar que hemos elegido un camino errado y terrorífico, por no utilizar el adjetivo “apocalíptico”, que nos conduce a nuestro propia extinción? Pensar sabiamente es construir sabiamente el mundo que queremos, exponíamos en otro lugar. “La condición humana”, en tanto que destino trágico o dramático, es una idea; tan sólo una idea auto-impuesta por el mismo ser humano; una idea circunstancial/temporal, mientras perdure el rol individual/social que la crea, fruto de una cultura, y como tal puede ser corregida, liberando al colectivo humano de muchas desgracias que ideas semejantes le hayan podido ocasionar. Pensemos sabiamente y construyamos sabiamente el mundo en el que los conceptos y las nociones que se transmitan culturalmente y en los programas educativos sean los que definan los valores que ha de conocer, desarrollar, promover y practicar porque le son inherentes a la genuina naturaleza del ser humano, los valores o cualidades que le conferirán la auto confianza, como valor de reafirmación del ser humano que ha llegado a conocer su esencial naturaleza. Las cualidades o valores que las tradiciones de sabiduría en Oriente y en Occidente reseñan como consustanciales al ser humano se resumen en cinco: Verdad, Acción Correcta, Paz, Amor compasivo, No violencia. Podrán conocerse con otros nombres, pero no diferirán del significado y del sentido ético y moral de las cinco cualidades mencionadas.
Para que estos valores o cualidades puedan conocerse y desarrollarse en una sociedad, ésta ha de estar articulada por un eje axial incontestable: el principio de unidad, que organice en paz y en concordia las relaciones del tejido diverso y plural que constituye la familia humana; entiéndase ésta como un todo integrado, en el que la exclusión no adquiera valor alguno, porque no tenga realidad social; en el que la tolerancia, como respeto a las diferencias sociales, culturales y de credo, sea una práctica que se haga paso en convivo natural entre los seres humanos, siendo la integración la resultante del desenvolvimiento natural, en las relaciones sociales, del principio de unidad, axiomático y positivo en la cimentación de la conciencia colectiva frente al individualismo que segrega lo que no es idéntico a su yo encapsulado y excluyente; en el que la cooperación trasciende la competitividad y la insolidaridad; o en el que la conservación asegure que la expansión, como consecuencia demográfica humana o como resultado del progreso, permita el desarrollo auto-regulado y auto-sostenido de los ecosistemas en los que la vida planetaria se desarrollan. Construir sabiamente es convivir sabiamente sin conflictos y en concordia fraterna entre todos los pueblos de la Tierra.
Este eje axial o principio de unidad sería el pilar sobre el que se está construyendo, a pasos agigantados, aunque parezca imperceptible para las conciencias más arraigadas en el racionalismo mecanicista, un nuevo paradigma social de corte humanista -pues toda su arquitectura ha de girar sobre el valor de “lo humano”-, que ha de superar radical e irreversiblemente al ya viejo y obsolescente Gran Paradigma de Occidente, racionalista cartesiano-newtoniano, mecanicista, por cuya visión de dualidad y de juego de contrarios y de oposiciones, nos ha traído, como regalo de fin de fiesta, es decir, como final de su dilatada existencia de luchas y ambiciones, de logros y desgracias, de progreso y de barbarie, la crisis de valores o de conciencia, o civilizatoria, en la que la Humanidad, en su experiencia de especie con conciencia hoy de globalidad, está tratando de encontrar una vía de escape a tan dramático y convulsionado final de partida del paradigma del mecanicismo capitalista. Sea.
3. En estos días de húmedo verano monzónico de India, releo El mito de Sísifo. Y me hace admirar la (re)visión lúcida que del mito griego hizo Camus, al actualizarlo con agudeza y realismo, poniendo razonada voz y vigoroso grito al servicio de los desheredados, en época de violencia y de enardecidos y belicosos nacionalismos, de execrables crímenes de estado, no importan las ideologías y el color de las mismas que los cometieran. Fueron y son inhumanos. Me admira aún más la capacidad que tuvo de vislumbrar el valor filosófico del mito al “exponerlo” desde la perspectiva de la ideología marxista a la que él estuvo adscrito. No obstante también nos da las claves para que pueda ser trascendida esa lectura ideologizada, circunscrita al materialismo histórico, por lo que de “absurdo” contiene una vida (aparentemente) infecunda, sin un sentido que la eleve por encima de lo dramático improductivo de la existencia humana, herida por la alienación por el trabajo de quienes venden su esfuerzo y vida por un salario con el que sobrevivir, sin que presagie una salida liberadora a tan esforzada y dramática existencia. Y aún Camus enfatiza el destino trágico del personaje “Sísifo/obrero” por el hecho de que él considera que “Sísifo” toma conciencia de su alienación, lo cual le imprime el valor de “lo trágico”, inscribiendo su reflexión en el contexto de una filosofía del absurdo que se revuelve contra la “realidad objetiva” poniendo resistencia a la imposibilidad de la “liberación” del ser humano (?), “condicionado/atado” a circunstancias adversas que pueden ser superadas (marxismo). Camus dignifica el destino del “Sísifo/obrero/ser humano” al asumir éste “conscientemente” su destino, y por superarlo combatirá. Y si examinamos el texto desde otras lecturas, como la psicologicista o la antropológica, que hoy debían retomarse por el servicio/juego que daría al estudio acerca de la idea que tenemos sobre “la condición humana”, el texto de Albert Camus se revelaría como un texto que podría haberse escrito en nuestros días, tan poco proclives a la reflexión filosófica.
Camus sabía que su interpretación del mito de Sísifo, no sólo era vigente en los tiempos “modernos” que abrían las puertas a la expansión del liberalismo mecanicista y al pesimismo que, ya desde el Siglo XIX, lo secundaba (“Tiempos modernos”, de Charles Chaplin), al tiempo que se vivía la continuidad de una violentación de la vida del colectivo humano que la locura belicista incendiaba Europa, desde los inicios del Siglo XX (Revolución bolchevique, seguida de la Primera Gran Guerra y de sucesivas guerras locales inducidas por los nacionalismo insurgentes…). La reflexión que sobre el mito de Sísifo hacía Camus podría ser considerada como la ejemplificación de la dramática convulsión interior del ser humano, individual y colectivo, que en el año 42, en el que Camus publica su ensayo, el mundo, que ya se vislumbra como global, arrastra a la Humanidad a profundizar otro tiempo de terror, al mundializar el nazismo la barbarie hitleriana, con tal horror, que ya no puede ser descrito con palabras, pues las imágenes que de él posemos, silencia todo intento de escritura. El escritor franco-argelino tomaba conciencia de que el personaje Sísifo del mito clásico reunía, literal y simbólicamente, los rasgos semánticos e ideológicos que le permitían llamar la atención a la conciencia del colectivo humano para que se lograran las condiciones objetivas que impulsaran el final del “destino” alienado del mundo desheredado de los obreros, de todos los seres desheredados del mundo, en tanto que capital humano explotado y enajenado en su dignidad y en el valor de su “humanidad” por la industrialización del liberalismo capitalista puesto al servicio de la crueldad de la guerra y de los fanatismos ideológicos. No sólo acierta Camus al identificar Sísifo con el obrero. Esto es evidente, incluso para el explotador burgués que se enriquece a expensas del sudor y de los salarios con los que condena a la miseria a los trabajadores. Al llevar el mito al terreno de lo literario, convirtiéndolo en escritura que le permite recrearlo como hecho de la mitosociología moderna, destacando en ella la inhumana enajenación del ser humano, que ha perdido el camino -e incluso el horizonte- del “libre valor de su humanidad”, a causa de su impía explotación como fuerza de trabajo y como activo del consumo, no sólo de los productos que el mercado produce, sino de los valores deshumanizadores que encierra la filosofía mercantilista, Camus reafirma el mito, incorporándolo a la leyenda de los mitos de nuestro tiempo. En el Siglo XXI, no sólo podríamos hablar del “Sísifo/obrero”, sino que la mundialización de la economía del mercado y de las finanzas que lo controlan e impulsan -habiendo colonizado el mundo global al superponer sus valores mercantilistas sobre todos las naciones, destruyendo, como consecuencia, la singularidad de sus culturas-, ha arruinado el valor de las ideologías, arrinconándolas en el apartado de la política que el capital, las finanzas, el dinero, controla. El modelo capitalista actual ha conducido a la Humanidad a tal grado de deshumanización, que ha perdido la referencia de la cualidad que la definía: su “humanidad”, desnaturalizando la vida del ser humano. De nuevo Chaplin nos reclama y nos advierte que ya nos advirtió sobre los tiempos modernos del capitalismo mecanicista.
Pero Camus hace algo más, lo relaciona con una idea que ya está vigente entre los intelectuales y pensadores de pensamiento progresista, la idea de “la condición humana”, traída la noción como un “fatum”, una maldición, una imposición del destino que el marxismo quiere erradicar, logrando llevar a la praxis el principio filosófico que legitima que la historia está a favor de las clases explotadas que el sistema capitalista enajena. Por ello, el materialismo histórico asume la convicción de que acabará con los modos y con los medios de producción capitalista una vez que la revolución toque tierra. Imagino a Albert Camus escribiendo El mito de Sísifo en el calor y el fragor de la batalla, la de la guerra, la de la política y las de las ideas, la de la desolación del visionario.
4. Lo que me interesa del texto de Camus es la intención que motivó al escritor a redactarlo y la idea filosófica implícita asociada a la noción de “la condición humana”. El materialismo histórico es tan determinista como cualquier credo religioso. El mundo contemporáneo, que se inaugura con el Siglo XX, nos define, sin que duda alguna nuble lo enunciado, un tiempo en el que las ideologías se transforman en credos, en religiones, del mismo modo que las religiones ya se había ideologizado desde los orígenes en los que decide expansionarse por el mundo y convertirse en “reinos terrenales”. Pensar que el proceso evolutivo e ideológico que nos describe la historia de la Humanidad -nos dice el materialismo histórico- da razones lógicas y científicas (materialismo dialéctico, concepto unido al materialismo histórico en el marxismo) al pensamiento comunista para encumbrar en el poder a las masas trabajadoras, destruyendo la superestructura del sistema capitalista que cimienta el poder de la burguesía, es un modo deletéreo y contradictorio de sostenerse por los mismos principios endebles en los que se sustenta, según los seguidores de Marx, cualquiera de los credos religiosos deterministas, tales las religiones presentes en la Europa en la que surge la ideología comunista.
Lo que no contemplan tanto el credo marxista, ni los credos socialdemócratas o neoliberales, o de extrema izquierda asociado a credo de los antisistema que viven del “sistema”, o de extrema derecha, o como cualquiera de los credos religiosos, en su vertiente oscurantista, la que ha venido en llamarse defectuosamente “lectura ortodoxa”, es que tanto la filosofía occidental, aquella que Leibniz denominó “Philosophia Perennis”, entre la que encontramos el neoplatonismo imbuido de “ideas” orientales (Plotino), como las doctrinas filosóficas orientales en sus tradiciones de sabiduría, hablan de la “liberación” del ser humano aquí, en la Tierra, sin que batalla alguna se produzca. O sí, porque ha de desarrollarse una batalla, pero es la del ser humano consigo mismo. Pero no es una batalla cruenta, aunque sí ardua, severa, en la que no hay que dar chance al “enemigo”, es decir, a uno mismo. O para ser más exactos según las tradiciones de sabiduría: a lo que al ser humano le han hecho creer que es. Y de estas tradiciones de sabiduría emergen aquellas ideas que dan origen a las utopías, las clásicas y las primeras surgidas en el alambique del idealismo revolucionario del Siglo XIX, del que emana la utopía marxista del joven Marx, que se lograría como consecuencia del final del proceso revolucionario, con la desaparición de los modos y medios de producción comunistas, que resultarían de la superación de los modos y medios de producción socialistas, y éstos por la destrucción del capitalismo. Marx hablaba de la Acracia, como final de partida. El Marx que redacta La Ideología Alemana.
5. “La condición humana” no puede entenderse de otra manera que no sea una noción surgida en la mente colectiva de la Humanidad que, no hallando un camino seguro hacia el bienestar y felicidad de los seres humanos en este mundo (“valle de lágrimas”), han creído que su consecución es una entelequia, una realidad imposible, dados los hechos que la Historia de la Humanidad arroja en términos de sucesivas e interminables etapas evolutivas en procesos civilizatorios plagados de guerras y adversidades por las que ha tenido que transitar la Humanidad, allí donde se desarrollaran sociedades humanas que, si bien se conoce el gradual progreso hacia cotas cada vez más elevadas del saber, de refinamiento cultural y de bienestar, no ha desconocido la decadencia y la barbarie, exceptuando escasos periodos, de los que podemos confirmar que sí fueron épocas de una extraordinaria brillantez en el pensamiento y en la cultura de algunos pueblos, no sin la ayuda previa de interminables guerras para allanar el camino hacia una etapa de paz y de prosperidad (¿Paz Augusta?) sobre la que edificar esos “tiempos” de esplendor de una civilización y de una cultura de excelencia, tal sucedió en la Grecia de Pericles o en algunas épocas de la Roma de la República o del Imperio.
Huelga decir que el pueblo llano siempre estuvo excluido, hasta fechas recientes (que es “representado” –no con la conformidad de todos, como nos lo dejó claro el 15 M- por ¿notables? parlamentarios y senadores), del consumo, disfrute y degustación del refinamiento cultural, aunque sí era conocedor forzoso de determinados hechos de la cultura y del Arte, ya que participaba como mano de obra bruta y también refinada, como la de los maestros de los gremios en el Medioevo, por ejemplo en la construcción de las catedrales, o la de los músicos de las Cortes renacentistas, por ejemplo. La perplejidad y la suspicacia del pueblo, llegó a ser tal en ocasiones, como en la época renacentista europea, que miraba con recelo el deslumbrante Arte que favorecían las clases aristocrática y burguesa, dueñas del dinero (y del destino del pueblo), que les procuraba los espacios y las obras artísticas que sólo ellos disfrutaban. Hoy diríamos que la aristocracia y la burguesía estaban llamadas a “consumir”, en exclusividad, el goce y el disfrute del Arte y de la cultura.
La Historia de la Humanidad está asentada sobre períodos de luchas y de devastación, intercalando entre ellos etapas de paz, en las que pudo brillar el pensamiento y la cultura, logrando, incluso, la excelencia. Destrucción y construcción, es la tónica de los sucesivos períodos por las que gradualmente el ser humano ha cimentado sus procesos civilizatorios y culturales. La misma Historia humana nos muestra que a las etapas en las que se logró la creatividad y el pensamiento más elevados, le han sucedido otras en donde la barbarie y la decadencia desolaron los pilares sobre los que aquéllas se levantaron. En el Siglo XXI, Era de una tecno-ciencia que apunta a un ilimitado progreso, diariamente, una parte de la Humanidad se ve forzada a construir sobre los cimientos que ayer fueron destruidos. No hemos conocido otra forma de avanzar que no sea la de destruir y construir sobre los destruido. ¿Es éste el progreso al que aspira el colectivo humano? ¿Sobre estos cimientos podrá la Humanidad construir un futuro seguro? Poco margen de esperanza nos da la ciencia y la tecnología altamente desarrolladas, tal como la conocemos hoy, gobernada por una mente colectiva que ha sucumbido a la decadencia y a la barbarie. De esa mente colectiva emergen los poderosos que utilizan el progreso científico-técnico para encumbrarse y defender sus intereses de grupo exclusivo. No nos extrañemos, pues los que gobiernan los destinos de los estados y de las vidas humanas, han salido del vientre del pueblo. Y la mayoría de sus empleados, los que conocemos como políticos que dirigen y gobiernan las naciones, con el fin de perpetuar los intereses y patrimonio de este reducido grupo de más-que-poderosos, son nuestros representantes legislativos, ejecutivos y judiciales, con nuestra connivencia democrática. A cambio de nuestro silencio, nos procuran avances y logros con los que satisfacer nuestro deseo de bienestar, nunca satisfecho. ¿Y por qué razón nuestro anhelo de bienestar nunca que satisfecho? Es una pregunta, no para los políticos y gobernantes, sino para cada uno de nosotros, los esperanzados insatisfechos de bienestar, quienes debemos hallar la respuesta en retiro interior, en donde podremos descubrir la causa de donde surge tan abatido deseo.
Si bien es cierto que no hemos hallado en política la panacea que nos proporcione el bienestar social, sí nos hemos convencido de que la vida individual y colectiva del tejido social, global hoy, puede mejorar con los logros sociales y laborales conseguidos mediante “la lucha” que ha de desarrollarse para obtener tales fines. Una vez que en la Europa del Mercado Común, que lideraban el Primer Mundo, junto a los EE. UU y Japón, como países que había logrado un nivel de desarrollo notable y sostenido en los años setenta del pasado Siglo, iniciaron una etapa de políticas sociales dentro del “tono” liberal de los gobiernos que comenzaban a instaurar, con políticas económicas de clara tendencia social, los “Estados del Bienestar”, que terminaron por eclosionar con el neoliberalismo de los años ochenta (constituido ya un plan de ampliación con nuevos países que se adhirieron gradualmente a los cinco que iniciaron en Europa el Mercado Común, gracias a la creación de la UE), imprimiendo en las relaciones oferta/demanda laborales una idea más optimista entre las masas obreras y trabajadoras, sustituyendo el pesimismo que el maquinismo del liberalismo del Siglo XIX había asentado en el tejido social. ¿Causa del optimismo? Las “sociedades del bienestar” que resultaron de las políticas sociales que posibilitó la ideología neoliberal a los gobiernos de los llamados “Estados del Bienestar”, liderados por liberales/neoliberales y socialdemócratas. Sobre todo este interés “social” de los gobiernos neoliberales, hay que destacar la denodada lucha sindical de los años setenta y ochenta por “motivar” el interés de los políticos por conceder “mejoras” en las condiciones laborales y en los salarios.
6. ¿Qué son realmente estos “Estados del Bienestar” con sus respectivas “sociedades del bienestar”? ¿Tendrán que ver con la idea forjada en la mente colectiva de que el “bienestar social ideal” es el logro que sobre el papel se le atribuye sólo a las utopías, por ser el ideal del “bien común” que éstas proponen una entelequia, una realidad imposible de lograr? Las “sociedades del bienestar” sí han supuesto una mejora estimable de las condiciones de vida conseguidas por la aplicación de políticas económicas sociales, inscritas en el seno de las políticas neoliberales de los países que, exceptuando algunos que siguen aún las directrices ideológicas del sistema económico socialista, han asumido el capitalismo, no sólo como “sistema” económico, sino como “sistema” de valores aplicados en vida y en conciencia, lo que ha desnaturalizado la vida del colectivo humano, hecho que ha comportado asumir una cultura dominada por los valores mercantilistas que definen y organizan el “sistema” capitalista mundializado. “El bien común”, o universal, de las utopías no está en el programa de los gobiernos neoliberales que promueve el neocapitalismo o trans-neoliberalismo. No vemos a la troupe que regenta el “sistema” haciéndose el Seppuku o harakiri, tal heroicos samuráis.
En realidad, las “sociedades del bienestar” son un sucedáneo del pensamiento neoliberal de las sociedades utópicas de las que los humanistas, en todas las etapas de la historia de la Humanidad, nos han hablado, obteniendo nuestra aprobación. Y aun hoy se aspira al logro de realizar la utopía, por distintas vías, la ya probada del marxismo, que llevaba en su ADN el final del poder de la minoría y el alzamiento del poder de la mayoría, pero que fracasó al no resistir, como oponente del capitalismo, ni tuvo la potencialidad dialéctica de sobrevivir a sus propias contradicciones, porque su arquitectura ideológica hunde sus raíces en el árbol del capitalismo, y éste enraizó en los jardines de la visión dual del mundo, de juego de contrarios y de oposiciones. Y en este juego de luchas y fría beligerancia, las tenía todas consigo -las razones de la violencia interna que generó el totalitarismo de estado genocida y las que provocó exportando el modelo de la (-¿”ingenua”? ¿falaz, desde la gestación misma de su concepto? ¿demagógica, sirviéndose de la incultura de las masas obreras y campesinas, ya desde su origen?-) dictadura del proletariado para ser devorado por su Saturno, el capitalismo, pues progenie suya fue la ideología marxista/comunista. La otra vía es la de los nuevos paradigmas sociales, surgidos de la contracultura de los años cincuenta y sesenta, que se alzó revoltosa y juvenil, mas con madurez intelectual, como alternativa al “sistema”, generándose propuestas de modelos de sociedades que sí apuntaban al ideal utópico, y otros modelos en los dominios de la ciencia y del pensamiento (promoviendo su propia epistemología), que sostenían sus principios filosóficos en una visión del mundo de unidad, trascendiendo estos nuevos paradigmas la visión de dualidad y de exclusión del viejo paradigma mecanicista cartesiano-newtoniano, cuyos fundamentos estaban siendo derruidos por los nuevos descubrimientos científicos, especialmente en los dominios de la física, ya que desde principios del Siglo XX se comienza a hablar del nuevo paradigma de la física moderna. Todo este fluir de nueva savia del saber comunicó con una nueva conciencia social, que fue progresivamente extendiéndose por el tejido social, al tiempo que buscaba canales por dónde visibilizar la nueva visión del mundo de unidad, que impulsaba, sin la menor ambigüedad, la investigación científica y las nuevas formas de adentrarse en el saber entrelazando modelos y teorías procedentes de ámbitos cognoscitivos diferentes y diversos. Inclusión y entrelazado de saberes fueron la nueva manera de entender y encauzar el conocimiento humano frente a la exclusión y dispersión, o la superespecialización, de los saberes que aún divulga y formaliza la ciencia racionalista del viejo paradigma mecanicista.
Las “sociedades del bienestar”, en realidad nunca lo fueron. A estas “sociedades del bienestar”, si bien se les pueden atribuir un movimiento desde su interior hacia la conquista de los logros conseguidos, percibido ese movimiento desde la mirada de la contienda que tuvo que producirse entre la actividad sindical de los obreros y de los trabajadores, movilizados por la dinámica de lucha diseñada por los sindicatos, lo cierto es que han sido un laboratorio para el “sistema capitalista”, dominante en todo momento en la contienda, que decidía qué mejoras en la vida del colectivo humano se concedían y cuáles no se atenderían. El paisaje que está dejando la crisis económica en nuestro país, para no mirar más allá de nuestras fronteras, desde 2008, año en el que se inicia la crisis de la que aún hoy no se sabe cómo salir, nos da a entender que el poder y la decisión sobre las condiciones en las que ha de hallarse “las sociedades del bienestar” está del lado de quienes regentan el “sistema”. No habrá salida de la crisis sin que el “sistema” se libere de aquellas contradicciones suyas que generaron la crisis global. Si nos preguntamos por la “fuerza” que los sindicatos han mostrado durante los años de crisis, la sola mirada hacia la militancia de los sindicatos, nos dará la respuesta. ¿Las causas? En la mente de cada uno de los obreros y trabajadores podrán hallarse.
Hablamos del “sistema capitalista” en las dos modalidades que conocemos en las que se ha desarrollado, siempre sobreviviendo a sus crisis, desde los años setenta: la del liberalismo/neoliberalismo y la de mundialización de la economía del mercado y del consumo (neoliberalismo), sometida hoy al sector de las finanzas, regente de toda la economía del Planeta. Y preguntándonos también acerca de las mejoras, de las conquistas sociales, observamos que todas están relacionadas con los valores del mercado y del consumo, diseño del mercantilismo materialista impuesto por el capitalismo. Logros que han ido cubierto las expectativas a las que el tejido social aspiraba, según le dictaba la cultura del consumo generada para alienar al ser humano, convertido en un “consumidor” de cuanto produce el mercado que genera el “sistema”, logrando radicar tal estado de alienación en la totalidad del tejido social planetario. En la mente de cada ser humano radica los falsos mitos del “progreso” (ya destapó la falacia de los cantos de sirena del mito del “progreso” Edgar Morin, en 1972) y del bienestar material. La cultura y la educación, son para el “sistema capitalista” los ámbitos en los que se vierten los valores que sostienen la ideología del capitalismo, con los que se consolida y coloniza el Planeta: valores cuya naturaleza es, pues, de la misma sustancia ideológica que nutre al mercantilismo, los valores del mercado y del consumo.
No nos queda otra reflexión por hacer que la que resulte de las preguntas que puedan arrojarnos luz a tan deshumanizador panorama: ¿Y los valores del ser humano, los que definen su “humanidad”; los que dignifican al ser humano y les permiten reconocerse en su verdadera naturaleza humana, dónde encontrarlos en el ajetreo estresante del mundo del mercado y del consumo? ¿En qué rincón del globo terrestre ha quedado olvidado el “valor de lo humano”, el valor o cualidad que hace al ser humano digno y libre, no condicionado por un “sistema de ideas” que lo desnaturalice, aún menos por un sistema de leyes de mercado y de consumo, que lo enajena y lo somete ante los mismos valores que las publicitan y con las que el “sistema capitalista” lo identifica, anulando su voluntad de conocerse y de vivirse en su verdadera naturaleza humana?
7. La noción de “condición humana” ha de ser removida de las mentes de los seres humanos. Si pensamos sabiamente, construiremos sabiamente. Para lograrlo, la idea colectiva que hemos fijado en nuestras mentes de “condición humana” ha de ser removida. Y para conseguir deshacernos de tan incómodo equipaje, debemos comenzar por conocer qué es el ser humano. Será entonces cuando entendamos que aquello que nos comunica de negativo o restrictivo en su devenir histórico, como es el significado determinista y trágico -al mismo tiempo- que se le atribuye a “la condición humana”, es un hecho coyuntural, fruto del “pensar” desacertadamente en virtud de los hechos que nuestra propia historia nos muestra sobre nuestras acciones. Así, si conocemos la esencia de la naturaleza humana, podremos “corregir” cualquiera de las rutas erróneas que nos llevó al punto en que nos encontramos de la crisis de conciencia con la que ya nos adentramos en los comienzos del Siglo XXI, legado del belicoso y destructivo Siglo XX, del que no hemos sabido deshacernos hasta la fecha.
Conocer es ser. Pensar es construir. Si conocemos nuestra esencia, pensaremos de acuerdo a la naturaleza que nos descubrió el conocimiento adquirido sobre nosotros mismos. Tal promueven algunas corrientes filosófico-literarias, así como pensamos, construimos el mundo que vivimos. Mientras se “idee” un modo de comprender el mundo, al hombre y la vida que éste construye con su ser/conocer/hacer día a día, para que “el cambio de rumbo” sea posible, nuestro futuro y nuestro “bienestar” individual y colectivo estará garantizado. Si, por el contrario, se acepta un determinismo que arrastra una connotación de condición negativa y absurda, siempre atada a un devenir de luchas y tensiones en el seno de una/la sociedad humana, tendencia inherente a la naturaleza humana, según otras corrientes de pensamiento, el cambio de ruta será imposible.
La conciencia del colectivo humano está cambiando a pasos agigantados. Hay colectivos que, con mayor o menor consciencia de su sentido, se muestran a favor de reconducir esta tendencia del ser individual/colectivo humano y reescribir el cuaderno de ruta para crear un mundo “humanamente” habitable para todos, porque todos hemos de ser incluidos en un proyecto planetario compartido, sin fronteras, fraterno, cooperativo y solidario. Y hay conciencia en la superficie del tejido social global que no está por dar chance al pensamiento que activa cualquier sentido pesimista respecto de la naturaleza humana, aunque todavía oímos voces que sí se mantienen en el viejo modo de pensar, arraigadas sus mentes en los principios filosóficos y en las directrices que el viejo paradigma mecanicista señala. Aún escuchamos que la tendencia natural del ser humano se ve reflejada en su actuar diario. Los medios audiovisuales se encargan cada día, las veinticuatro horas de todos los días, en recordarnos que la violencia ciudadana, o la que se practica en las numerosas zonas en conflicto ideológico y étnico; o la guerra interminable que deviene en muchas de esas zonas en las que la etnia y el credo, convertido en ideología; o las otras guerras, menos recordadas, las que nos presentan las luchas fratricidas en los parlamentos de las naciones democráticas, en continuo litigio y beligerancia de sus políticos…, les da motivos para pensar que ése es el resultado de “la condición humana”, o que esos inhumanos comportamientos expresan “la condición humana”. Pero no es cierto, aunque sí se dan esos destructivos actos de lucha y enfrentamientos, cualquiera que sea su naturaleza. El colectivo humano presenta también muchos otros comportamientos que honran su naturaleza bondadosa y solidaria. El sentido negativo que superpone sobre la naturaleza humana un untoso lastre de pesimismo, afirmaría que no hay otro ser humano ni otra vida humana distinta que “aquella que se ha dado y aún sigue dándose”, porque es lo que conocemos como cultura humana. Y si bien podría haber sido de otra manera, lo que conoce el ser humano es lo que vive y experimenta cotidianamente. Este sentido negativo presupone aceptar el pensamiento de que la realidad del ser humano es la que demuestra, día a día, con sus actos, sin que haya sido posible modificarla. Creer que puede ser modificada entra en el terreno de las ideologías, por lo que éstas -que no son ideas o nociones abstractas- se proyectan en actividades políticas, con el fin de cambiar si no “la realidad objetiva” de esa “condición humana”, sí regenerarla hasta donde la “naturaleza humana” lo permita.
Pero existe otras vías “no políticas”, aunque toda acción humana está vinculada a la acción política de los ciudadanos responsables de gestionar la vida de sus congéneres. Estas otras vías “no políticas” o “no ideologizadas”, que entroncan con las utopías clásicas, no interesan ser atendidas por “la política”. ¿Qué resultaría de la política si atendiera a esas vías que ya movilizan conciencias en el tejido del colectivo humano global? Tendría que desaparecer del ámbito de la política su “acción política”, pues es con la que los grupos políticos desarrollan y movilizan sus actividades que repercuten sobre la ciudadanía. Desaparecerían, sin lugar a dudas, porque sus ideologías, fueron generadas en el seno del viejo paradigma del capitalismo mecanicista, iniciado desde los comienzos de la Edad Moderna. Y por lo tanto, pertenecen esos viejos usos políticos e ideológicos al ya decadente y derruido Gran Paradigma de Occidente o paradigma mecanicista, como hemos explicado en otros trabajos.
Las ideologías conllevan una connotación implícita en sus postulados filosóficos que, si somos cuidadosos en su el examen, observaremos que arrastran una gran dosis de la visión negativa acerca de “la condición humana”. No en vano fue en la Edad Moderna cuando se instaura filosófica e ideológicamente esta visión negativa, junto al mecanicismo capitalista, primando la connotación trágica y la lucha “solapada” institucionalmente de las clases sociales que dinamizaban el tejido social de cada comunidad. Basta con leer el Prólogo de La Celestina para que el lector tenga una clara visión de lo que afirmamos. La trama de esta incomparable obra literaria confirma, en cada paso en la que avanza hacia la trágica muerte de los dos amantes protagonistas, que existía esta visión negativa, trágica y absurda sobre “la condición humana”, que conlleva el añadido del valor destacado de “juego de los contrarios”, de las oposiciones, como exigencia de la visión dual del mundo, entendido dicho “juego de antagonías” como “lucha”, “enfrentamiento violentado”, por el requerimiento de un resultado en el que uno de los contrarios u oponentes queda excluido o en desventaja, tal se entiende “la lucha de clases”, que ya vemos sobresalir en el paisaje del tejido social en la tragicomedia de La Celestina. Con muchos siglos de anticipación, el teatro en la Grecia clásica, no sólo en las tragedias, inaugura esta tendencia a “conceptuar” la naturaleza humana.
No obstante, en todas las épocas de la civilización occidental, hallamos la otra vertiente positiva, en la que se ensalza la naturaleza humana, atribuyéndole una dimensión de excelencia, e incluso divina: los presocráticos y Sócrates/Platón en la antigua Grecia; el neoplatonismo, en la Edad Media y en el Renacimiento, en cuyo espíritu humanista surgen las utopías que nos han revelado que la excelencia de la naturaleza humana que desarrollaron los sabios, tal como los conocemos en nuestra historia de Occidente, es consustancial al propio ser humano. Si bien, ha de conocer, desarrollar y vivir de acuerdo con el carácter adquirido mediante una educación que promueva “el valor de lo humano” o su “humanidad”, o la “virtud”, “paz” o “conciencia” que arraigaron en su interior, si bien todos estos valores expresan el mismo significado: la esencia del ser humano, que fue “conciencia” siempre, aun con anterioridad a su nacimiento, siendo inherente a todo ser humano.
El valor positivo lo encontramos definido en las utopías “positivas”, de cualquier signo ideológico, que entran en este apartado de “creencias”, aunque se describan, por ejemplo, como una “posibilidad de llevar a la realidad” lo que está latente en el desarrollo de la historia de la Humanidad, y debe ser promovido ideológica y políticamente para que brille en una sociedad igualitaria, tal nos expone la ideología marxista/comunista. La lucha de clases debe llevar a las masas obreras y campesinas al poder, logrando hacerse con los mecanismos del estado, una vez que la superestructura ideológica del capitalismo, dinamizada por la clase burguesa, sea destruida. En un ámbito no violento, las utopías clásicas proponen “actualizar” lo que está “potencialmente” impreso en la naturaleza humana; es decir -por simplificarlo lo más posible-, declaran que es viable/factible lograr “traer” a este mundo” aquello que no es “de este mundo”, ni podría, por consiguiente, construirse “en un tiempo determinado”: u-topos/u-cronos, si no es mediante una “cultura” que desarrolle y explicite en el tejido social el “ideal humano” que promueven las sociedades utópicas. Implícitamente ninguna utopía clásica renuncia a logro de instaurar semejante realidad social, llegado el momento de “madurez” para la Humanidad. Esta idea de conducir la “u-topía” al ámbito de la “topía” está tácitamente dada en la esencia del concepto y noción de “utopía” que dan una genuina sustancia de realidad a “lo pensado”, si se concibe que a todo pensamiento ha de seguirle ineludiblemente una acción o hecho que lo refleje en la realidad objetiva, tal acreditan las filosofías orientales y algunas corrientes de pensamiento moderno en ciencia y epistemología.
8. ¿Qué significa “remover” la noción de “condición humana” como noción negativa de las mentes de los seres humanos?
Tal connotación negativa, vinculada a la expresión “condición humana”, es una “justificación” poderosa para nuestra mente, individual y colectiva, con el fin de evidenciar, ratificar y reafirmar que el ser humano está “condicionado/atrapado”en/por su propia naturaleza limitada y confinada a la contingencia que lo confina a una existencia dependiente del entorno y de las facultades que posea para someterlo, que dependerán siempre del conocimiento que tenga sobre esas facultades “suyas” y de que éstas posean la capacidad y el poder de “someter” el entorno, al que deberá también conocer. Somos conscientes de que culturalmente se nos ha transmitido que lo “humano” es dependiente y condicionado por su naturaleza limitada, aunque en continuo desarrollo, cambio y gradual progreso, al entrar en contacto con la existencia fenoménica, lo que la hace ensanchar su campo de experiencia cognoscitiva individual y colectiva, hecho que le ha permitido a la Humanidad evolucionar y comprender, paulatinamente, en sucesivas etapas de su historia, en cada una de ellas obteniendo un mayor rigor de conocimiento, su propia naturaleza y la de su entorno. No obstante, al estar su naturaleza humana ceñida por sus propias limitaciones, a causa de las cuales ha de esforzarse para superar los obstáculos que le exigen en el conocimiento de sí mismo y del entorno en el que se desarrolla su existencia, al tiempo que ha de “batallar”, desde su limitada individuación (capaz de comprender sólo lo “dado” en ella, siendo todo contenido de conciencia fragmentado -Ortega y Gasset-, y teniendo, además, que avanzar en el día a día adverso y de compleja exigencia), la vida humana queda siempre ajustada por su propia naturaleza limitada y por el medio y las condiciones que éste le imponen, “inducidas/sostenidas”, bien por una fuerza mayor que se ha llamado “destino”, o bien por el imprevisible azar, que conlleva inscrita en su encubierta trama la idea de incertidumbre. Así, toda “condición” con la que se invista o con la que se circunscriba al ser humano queda expuesta a cualquier argumento que arroje un valor cuanto menos “restrictivo/limitador”, si no determinista, y adherido a él, un alto grado de escepticismo respecto a una futura “emancipación plena”, hacia cuyo logro, si lo hubiere, conducirá sus facultades “naturales” y adquiridas, y de este modo, procurar restar “condicionamientos” a un destino de continua oscilación entre lo favorable y lo adverso. Y es así como se ha escrito casi toda la literatura que presenta “la condición humana” como sujeto de estudio o de indagación filosófica o literaria, en el mundo dominado por la racionalidad de la ciencia objetiva occidental, sin que se hayan expuesto sobre la mesa las pruebas concluyentes, que en otras tradiciones filosóficas dan por hecho, como estado “natural”, la libertad del ser humano. Estas pruebas concluyentes exigen de una experiencia y de unos instrumentos que no se contemplan en ciencia racionalista y, como extensión, en las disciplinas de las humanidades y de las ciencias sociales. Nos referimos a las tradiciones filosóficas de pensamiento oriental. En las Karika, de Gaudapada, leemos los siguientes sutras:
“Ningún ser está tapado por velo alguno. Todos son libres, puros por naturaleza e iluminados desde su origen. Sin embargo, se dice que los seres humanos tienen la posibilidad de conocer la verdad”.
“Los seres humanos, en principio serenos, incondicionados y eternos por su misma naturaleza, son idénticos, sin distinción alguna, con el Ser real que es puro pleno y eterno.”
Nada que ver tiene el sentido de estos dos sutras aforísticos con el pensamiento occidental, si nos alejamos de los presocráticos y de Sócrates/Platón y de algunos filósofos adscritos al neoplatonismo. A priori, damos por hecho que el medio y la idea de que la propia naturaleza limitada del ser humano le condicionan su libertad y naturaleza, su ser. Y hablamos de “condición humana”, no importa que ésta se entienda como fatalismo o trágica (o si se quiere, dramática) historia de la Humanidad, ya que encontramos en todo el recorrido de su historia el tema del fatalismo. Así en Grecia, como en las sucesivas etapas de la historia del viejo continente, desde la Edad Media hasta la Ilustración -época que filosóficamente marca un antes y un después respecto de la noción de “ser humano”-, que revitalizará la idea del ser humano como dotado de una “razón” facultada para “iluminar” su trayectoria cognoscitiva hacia la comprensión de sí mismo y del mundo que le rodea, hecho que dará recorrido al saber humano hasta nuestros días, pero que no despejará las dudas acerca de las connotaciones “negativas” de la naturaleza humana, aunque debe reconocerse que la filosofía ilustrada apunta directamente a la educación para acercar al ser humano al ideal de la excelencia.
Ya en el Siglo XX, algunas tendencias en el pensamiento contemporáneo, tales como el existencialismo o la filosofía del absurdo, ésta como reflexión que vincula al ser humano a la trágica, pero absurda e irracional “condición humana”, retoman vigorosamente la evidencia de una “condición humana” atravesada por el sentimiento trágico. En ambos casos, gravitando este sentimiento trágico tanto sobre la “persona” de la individuación humana como sobre el colectivo en el que aquella se inscribe y a la que circunscribe. Incluso cuando se busca una manera “manejable” científicamente con la que se quiere desdramatizar y erradicar la noción del determinismo, al ser una idea surgida en el seno del idealismo, como nos quiere convencer el materialismo histórico, en el intento de destruir las bases filosóficas de su oponente -la filosofía idealista-, no encontramos hasta la fecha forma alguna, certeza o praxis, de quitarnos tan pesada roca sobre nuestros hombros, Sísifos todos, alegando, incluso en el caso de nuestro compatriota Ortega y Gasset, quien afirma que existe la idea de la circunstancia que grava sobre el “yo” personal humano, la cual se le suman como “carga” a la ya “atribulada” individualidad humana, incapaz de comprender el todo (yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”), al que la filosofía quiere dar un sentido y explicación lo más racionalmente que se pueda, desde la capacidad cognoscitiva (conciencia) del ser humano, que siempre estará limitada por su intrínseca naturaleza.
9. Dar importancia al medio como circunscripción que delimita los espacios que ciñen el yo, en tanto que conciencia capaz de comprender sólo lo “dado” en ella, siendo todo contenido de conciencia fragmentado, hasta tal punto que el yo debe “salvar” o “des-condicionar” lo que le circunscribe, la circunstancia, la del yo, la que convive con él y le condiciona, siendo par en convivio en su periplo existencial, no es precisamente una tarea fácil. Es como si le pidiéramos a Sísifo que, desde su limitada/condicionada posición de ser “castigado” a cumplir un destino irrevocable, infecundo en sí mismo, salve a los dioses y a todo aquello contingente que ciñe su yo para poder salvarse él mismo. Es un imposible metafísico, y en términos de realidad objetiva, un absurdo, dadas las premisas con las que se juega. Es una tarea que puede ser hermosa si se embellece desde el quehacer filosófico o literario. Pero es una tarea vana e inútil, entendida desde una “perspectiva” de semejante juego de imposibles reales. No obstante, hay una salida, que Occidente no ha explorado, aunque sí “pensado” en los ámbitos de la Filosofía, y que la espiritualidad elevada, entre la que se encontraría la mística y aquellos casos de quienes, trascendiendo la mística, han logrado la “Realización del Ser”, que no sólo se han dado en Oriente (ya que en Occidente se encuentran ejemplos de seres humanos que han logrado el estado de “Realización del Ser”), que sí sería útil y provechoso tratar de conocer y explorar, porque herramientas y metodología las hay. Diferentes, en todo punto, de las herramientas y metodologías del conocimiento suscripto por la ciencia objetiva o racionalista, de corte cartesiano-newtoniano, y en el hasta hoy campo de la física cuántica y macroatómica. Aunque en estos ámbitos de la ciencia de lo subatómico y de lo ingente, hay de todo, hasta paradigmas que asocian sus descubrimientos (siempre en el terreno de lo teórico apoyado por cálculos matemáticos) al conocimiento de las tradiciones o escuelas filosóficas y de sabiduría orientales. Los casos de David Bohm Fritjof Capra o de Goffrey Chew o Michel Talbol o Hubert Reeves, entre tantos otros, son sólo una muestra de lo que tratamos de confirmar entre vislumbres, claro.
Oriente y Occidente, en sus tradiciones de Sabiduría, declaran que el ser humano y el Ser universal son la misma realidad. Descubrir esta identificación es la tarea de quienes se adentran en la exploración de las metodologías diversas que conducen al Conocimiento del Ser. En Oriente y en Occidente, como venimos exponiendo. Si bien en Oriente, se conserva aún fresca la savia que recorre el Árbol de la Sabiduría. Lo más importante -si se quiere, sorprendente o asombroso- es que, aun hoy, la Sabiduría camina entre las gentes orientales, sobre todo en India, aunque no sólo, porque hay hombres y mujeres que han logrado “encarnarla”; es decir, han logrado realizar el Ser; esto es: han trascendido la humana naturaleza como ser pensante y se han “anclado” o establecido en el Ser Cognoscente, habiendo “experimentado” el tránsito de lo individual a lo universal. La diferencia entre lo particular y lo universal, en el mundo de la existencia fenoménica, es de tamaño, no de cualidad. En la Conciencia, enseñan los Upanisad, no hay ni lo pequeño ni lo ingente, que son mediciones de la mente; sólo puede haber Conciencia, la misma esencia que, en el mundo de lo fenoménico anima todo el Cosmos y cada ente con existencia en el Cosmos. Esta Conciencia es pura Inteligencia. Y esta Inteligencia envuelve el Cosmos y lo permea, incrustándose en el núcleo de una estrella como en el del átomo, dándoles vida, como lo hace con el ser humano, o con la Galaxia más ingente. No hay nada que no sea esta Inteligencia, puro Conocimiento de Sí guardado en el interior de cada ser que tiene existencia. Y somos los seres humanos, quienes, en nuestro recinto planetario, poseemos los elementos adecuados, las herramientas idóneas para indagar y descubrir que somos esa Inteligencia a la que en algunos sectores de la física moderna le otorga el rol de Mente o Inteligencia Cósmica, como desde los tiempos más remotos lo hacían las tradiciones de Sabiduría, que no estaban separadas de la ciencia; porque Sabiduría o Conocimiento del Ser y ciencia caminaban juntos.
Y si el ser humano es Inteligencia Suprema, universal e infragmentada, por consiguiente, ¿cómo puede estar “condicionado” por limitación propia o circunstancia ajena alguna?. Recordemos cómo los dos sutras aforísticos de las Karika, arriba transcritos, nos inducían a la indagación para descifrar su sentido paradójico. Si el ser humano se “percibe” condicionado y obstaculizado en su libertad, es porque no sabe quién o qué en verdad es. Conocer quién es el ser humano es el propósito de su nacimiento. Proporcionarle el Conocimiento de aquello que es en verdad es el propósito de la Ciencia (que ha de ampliar sus modos, ámbito y dominio: ¿ciencia mística?), de la Filosofía, de la Educación, de la Religión y de la Espiritualidad, habiéndose establecido cada uno de estos saberes como estrategias distintas, destinadas a la pluralidad y variedad de etnias y culturas diferentes que han poblado y pueblan el suelo terrestre, con el fin de que el ser humano conozca su verdadera naturaleza, logro que le descubrirá la unidad de base de la vida que alberga nuestro mundo planetario, incluyendo a la Humanidad, en su diversidad manifiesta.
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