¿Dónde está el padre Jarauta?
José Emilio Pacheco
El padre Celedonio Domeco de Jarauta (1814-1848) encabezó la resistencia contra la invasión angloamericana en el camino de Veracruz y en la capital y murió luchando contra los tratados de Guadalupe-Hidalgo A pesar de ello no figura entre los héroes nacionales como otros sacerdotes ( Hidalgo, Morelos, Matamoros) o a semejanza de otro español (Francisco Javier Mina)
Daniel Molina Álvarez repara esta injusticia en La Pasión del padre Jarauta (Serie Tu Ciudad, Comité Editorial del Gobierno del Distrito Federal, 189 páginas), producto de una seria investigación en archivos y bibliotecas que toma en cuenta las publicaciones del ejército ocupante (The American Star y The North American) y continúa los trabajos de María Gayón Córdova sobre la resistencia popular en la Ciudad de México
En parte el olvido puede explicarse por la ausencia de imágenes Del padre Jarauta sólo nos queda un grabado popular que Antonio García Cubas incluyó en El libro de mis recuerdos Lo muestra a caballo, vestido de sacerdote y con una bandera mexicana, frente al convento de Santo Domingo
Los tiradores del Diablo
La literatura, en cambio, ha sido pródiga con él Mayne Reid, célebre novelista de aventuras y participante en la invasión, le consagró para infamarlo, su novela Los tiradores de México (también traducida como Los tiradores de Rifle), Manuel Payno habla de Jarauta en las adiciones a la versión final de El fistol del diablo, novela cuyos cambios ha estudiado Ricardo Pérez Montfort En los romances de Guillermo Prieto, rescatados por Boris Rosen Jélomer, y en las Memorias de mis tiempos se exalta al padre Jarauta Prieto lo describe así:
Era “bajo de cuerpo y robusto, estaba constantemente rasurado, dejando adivinar una barba recia y oscura Su nariz era aguileña y sus ojos foscos y encapotados, usaba una zamarra lanuda de piel de borrego, y cuando hablaba metía los dedos en las bocamangas del chaleco, quedando como en jarras a lo majo o endino”
Ya en el siglo muriente se han ocupado del padre Jarauta, Leopoldo Zamora Plowes (Quinceuñas y Casanova aventureros), Patricia Cox (El Batallón de San Patricio) y Enrique Serna (El seductor de la patria) Sin embargo, dice Molina Álvarez, “la historiografía patria, incluida la liberal, se ha empeñado hasta hoy en ignorarlo, minimizarlo o trivializarlo”, porque representa la “corriente popular revolucionaria que abogó por y desarrolló la lucha a muerte contra el invasor yanqui”
Molina Álvarez ha escrito sobre las cuestiones agrarias y las luchas estudiantiles y sindicales contemporáneas A su interés por el pasado debemos el rescate de figuras al margen, como el siniestro coronel Dupin, jefe de la contraguerrilla francesa a quien Fernando del Paso dedica un capítulo en Noticias del imperio, y Juan Nepomuceno Almonte, el hijo de Morelos que terminó como regente del imperio Durante muchos años Molina Álvarez ha trabajado en el enigma de Almonte y es de esperarse que en 2000 o 2001 podamos leer su libro
La heroica Veracruz
Jarauta escapó de un convento aragonés para luchar por la causa del infante don Carlos que predicaba el absolutismo y el regreso de la inquisición Vencida la primera guerra carlista, huyó a La Habana y se ganó la vida representando a sacerdotes en el teatro En 1844 se estableció en Veracruz como párroco del convento de La Merced No tardó en volverse el predicador y confesor más popular del puerto
El 8 de febrero de 1847 el comodoro Perry, a quien debemos la apertura del Japón y también la salsa Tabasco, bombardeó la fortaleza de San Juan de Ulúa, y el general Winfield Scott inició la primera operación anfibia de la historia: el desembarco de los marines (infantes de marina) que preludió el Día D, el 6 de junio de 1944, en que con la toma de las playas normandas prosiguió la derrota del nazismo ya iniciada en Stalingrado y El Alamein Entre los jóvenes oficiales de Scott se hallaban Ulysses S Grant y Robert E Lee quienes iban a encabezar respectivamente los ejércitos del norte y el sur en la guerra de Secesión
Abandonada a su suerte porque el levantamiento de los “polkos” en la capital impidió toda ayuda, Veracruz quedó en ruinas bajo el bombardeo enemigo que, como las guerras de Kosovo y Chechenia, tuvo sus mayores víctimas entre las mujeres y los niños
El capellán de los defensores colgó los hábitos (simbólicamente pues nunca se despojó de ellos) y se puso a la cabeza de una guerrilla jarocha El ejército regular fue destrozado en Cerro Gordo Los propietarios y el alto clero estaban por la capitulación Un periódico de los invasores decía: “Ahora debemos destruir la Ciudad de México, arrasarla por completo; tratar a Puebla, Perote, Jalapa, Saltillo y Monterrey del mismo modo, y aumentar entonces nuestras demandas hasta insistir en que se nos dé posesión perpetua del castillo de San Juan de Ulúa, como clave del comercio en el Golfo de México De este modo salvaremos centenares de vidas Ocupemos todos los puertos del Golfo y el Pacífico para recaudar ingresos con que se paguen las erogaciones de la guerra Esto obligará a los mexicanos a pedir la paz”
La ineptitud o la traición
La inmensa mayoría de la población se inclinaba por la resistencia El padre Jarauta y sus guerrilleros hostilizaron a las columnas de aprovisionamiento en el camino de Veracruz a México El duque de Wellington, vencedor de Napoleón en Waterloo, dijo que aislado en Puebla, Scott no tenía posibilidad alguna de victoria Pero Santa Anna optó por concentrarse en la defensa de la capital, en vez de apoyar a las guerrillas, aun a sabiendas de la superioridad en armas y en preparación
Los oficiales angloamericanos fueron en su conjunto los mejores que han tenido nunca las fuerzas armadas de su país y justificaron a la academia militar de West Point Dice Payno en El fistol del diablo: “Los americanos tienen formidables armas de repetición que se cargan por la culata, y mientras los soldados mexicanos disparan un tiro los rifleros americanos disparan diez y seis tiros certeros La artillería mexicana alcanza trescientos metros, la americana más de mil”
El heroísmo de los que combatieron en Padierna, Churubusco, el Molino del Rey y el castillo de Chapultepec nada pudo contra la torpeza o la franca traición del comandante en jefe Santa Anna El 13 de septiembre de 1847 reunió a sus generales en la Ciudadela y decidió evacuar la ciudad
La rebelión popular
Entonces la población de la capital se alzó en armas contra sus ocupantes Hablar de “armas” es una exageración pues muy pocos tenían fusiles o carabinas Los más sólo contaban con piedras y palos Según Prieto, un hombre de apellido Esquivel disparó el primer tiro en el callejón de López contra el general Worth De acuerdo con otras versiones, un personaje anónimo derribó al soldado que alzaba la bandera de las barras y estrellas en el Palacio Nacional y entonces las placeras y las vendedoras de La Merced se lanzaron a pelear con cuanto tenían a su alcance Quien no dispuso ni siquiera de un comal o una mano de metate al menos lanzó injurias al general Scott que trataba de pronunciar un discurso desde el balcón central: “¡Cállate, costalón! ¡Sí, tío Juan Rana!”
Tres columnas tuvieron que organizarse para sofocar la insurrección La primera partió de San Antonio y Niño Perdido, avanzó sobre Salto de Agua, La Viga y San Pablo La segunda, al mando de Worth, salió de Tacubaya, avanzó por Belén (avenida Chapultepec) y se dividió en dos, una que ocupó Victoria y el callejón del Sapo y otra que barrió San Francisco y Plateros La tercera combatió en Los Angeles y el barrio de Santa Anna Las columnas se reunieron finalmente en el Zócalo Entre los disparos de fusilería y artillería eran vistos cuatro clérigos que arengaban a la población Uno de ellos era el Padre Jarauta Al parecer, escogió como campo de batalla el dédalo de callejones que hasta hace poco subsistieron en los alrededores de Santo Domingo
Escribe Prieto: “Multitud de víctimas en todo aquel día regaron con su sangre las calles y plazas de la ciudad Doloroso es decir que aquel esfuerzo generoso del bajo pueblo fue en general censurado con acrimonia por la clase privilegiada de la fortuna, que veía con indiferencia la humillación de la patria con tal de conservar sus intereses y su comunidad Todo el día resonó en la ciudad el ruido desolador de la fusilería, y la artillería, haciendo estremecer los edificios hasta sus cimientos, difundía por todas partes el espanto y la muerte Horas enteras se prolongó la lucha emprendida por una pequeña parte del pueblo, sin plan, sin orden, sin auxilio, sin ningún elemento que prometiera un buen resultado; pero lucha, sin embargo, terrible y digna de memoria”
Mil veces no
Vencida la rebelión popular, el padre Jarauta volvió a lanzarse contra los convoyes de provisiones Herido, se refugió en Tulancingo Allí se enteró de que el gobierno mexicano lo había puesto fuera de la ley, por temor a que, como anota Jean Meyer, la resistencia al invasor se transformara en rebelión contra el orden social injusto La paz, dice Gastón García Cantú, “sostendría el mismo estado de cosas: la permanencia de lo que había sido, desde siglos atrás, el país”
Al grito de “Viva la religión”, el padre Jarauta atacó y saqueó haciendas en los llanos de Apan y en Chapingo y operó en las inmediaciones de Teotihuacán y Tlalnepantla Perseguido por tropas extranjeras y nacionales, el cura, “que más huele a pólvora que a incienso”, se alió en Aguascalientes al general Mariano Paredes y Arillaga que luchaba contra el tratado de Guadalupe-Hidalgo en nombre del catolicismo y la monarquía
La alianza no duró mucho Jarauta no quería a un rey Borbón como remedio a los males de México En su manifiesto de Lagos (primero de junio de 1848) protestó porque “más de la mitad de la República se vendió al enemigo invasor por una suma despreciable; el resto de nuestro territorio quedará ocupado por los mismos soldados norteamericanos, convertidos en guardias del traidor para sostener el crimen más atroz que vieron los siglos”
Tal vez Jarauta fue el único que pensó en el destino que esperaba a los mexicanos del otro lado de la nueva frontera: “¿Veréis con sangre fría vendidos a nuestros hermanos de California, Nuevo México y Chihuahua (la parte que se amputó al estado)? ¿A esos valientes que constantemente se han batido con una vanguardia vuestra para sostener la religión, las costumbres y la nacionalidad de México? ¡No, mil veces no!”
La recompensa de Jarauta
Contra el padre fue movilizado Anastasio de Bustamante, viejo oficial realista que desde la presidencia y en complicidad con Lucas Alamán tramó el asesinato de Vicente Guerrero En una hora de total confusión, el gran periódico del liberalismo, El Monitor Republicano, exigía castigo para “el indigno eclesiástico, el apóstata, el aventurero, el pérfido”
El padre se adueñó de Guanajuato y logró el apoyo de los mineros para fortificar los cerros y la Alhóndiga de Granaditas Bustamante reunió a sus tropas en Silao y atacó al mismo tiempo todos los puntos defendidos por los rebeldes En los feroces combates destacó Leonardo Márquez, el futuro “Tigre de Tacubaya” y lugarteniente del imperio
Márquez tomó el cerro de la Gritería pese a la obstinada defensa del padre Jarauta y lo condujo hasta la Valenciana Allí Bustamante cumplió las órdenes del general Mariano Arista, ministro de la Guerra, y lo fusiló el 19 de julio de 1848 Vicente T Mendoza
recogió en Glosas y décimas de México una elegía popular al padre Celedonio
Domeco de Jarauta:
“Jarauta causó terror
al yanqui en la odiosa guerra,
porque hizo morder la tierra
al enemigo invasor
¿Cuál fue su premio? Dolor,
haber sido fusilado,
fue su fin muy desgraciado
y ya jamás lo veremos;
aunque por más le gritemos:
—¿Dónde estás, Jarauta amado?”